Tabardillo

Camino del metro un señor por llamarlo de alguna manera afroamericano de entre 40 y pico y 50 y tantos ha tenido la ocurrencia de gritar: "¡Tetas! ¡Tetas! ¡Tetas! ¡TEEEEEEETAS!" a mi paso. Mi primera reacción ha sido preguntarle a una amiga abogada a la que iba escribiéndole un email cuánta cárcel podría caerme por pegarle al tío una descarga eléctrica con un taser.

Habrá quien se diga o me diga (a) que no se puede estar tan buena {y yo respondo: “eso: tú termina de arreglarlo bonita”}, (b) que ya llegará el día en que por edad sea invisible y eche de menos provocar estos tabardillos por donde paso y (c) que la culpa es mía por tener una 36DDD de sujetador.

Si a él le puede dar el tabardillo y un dejarse llevar por la pasión del momento porque no esté acostumbrado a ver semejante tetamen, a mí también puede darme el tabardillo y arrearle una descarga eléctrica no, porque no tengo taser (son ilegales en Nueva York), pero a hostias sí me liaba no porque no esté acostumbrada sino porque me niego a acostumbrarme, ignorar, normalizar y/o disculpar que neandertales me jaleen/silben en la calle como si fuese un perro o un trozo de carne.

Lo dicho: tanto derecho tiene él a gritarme en plena calle como yo a liarme a hostias. El día menos pensado me dejo llevar por la pasión del momento y me quedo como nueva oiga.

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