María Tardón: De feminismo, tacones y estereotipos
© María Tardón, El Mundo
Fuente:
http://www.elmundo.es/blogs/elmundo/ellas/2013/02/12/de-feminismo-tacones-y-estereotipos.html
Cada día aguanto menos los tacones. Siempre que me
empeño en realzar mi atuendo poniéndome unos zapatos altos, termino por dedicar
más tiempo buscando dónde sentarme y descansar los pies, que en lo que sea que
tenga que hacer, y que es lo que me ha llevado, además, a acicalarme tanto.
Con esta previa confesión aclaro que no sólo no soy
contraria a que las mujeres utilicemos este tipo de zapatos, sino que me
chiflan unos buenos taconazos. Y que me encantaría poder lucirlos.
Lo que no creo que afecte en lo más mínimo a mis
rotundas convicciones igualitarias sobre el papel social, legal y real de las
mujeres en relación con el de los hombres.
Nos hemos acostumbrado a ponernos etiquetas. A
adjudicar uniformidades. A estabularlo todo, en cierto modo. Y según una idea
muy extendida, el feminismo ha de ser contrario a los tacones, las modas, y las
indumentarias sensuales y sugerentes en las mujeres.
A mi modo de ver, con ello incurrimos en el mismo
fenómeno que rechazamos, aunque con distinto sesgo. La discriminación de la
mujer se perpetúa en los estereotipos que promueven la desigualdad entre
hombres y mujeres, a base de adjudicarles un papel: el que estiman resulta más
adecuado y propio de cada sexo.
Por contra, algunas declaraciones y planteamientos
públicos producidos en el ámbito de la lucha por la igualdad de hombres y
mujeres, vienen a establecer, también, nuevos estereotipos. Como el que
determina la indumentaria que debe llevar una mujer –o más bien, la que no debe
llevar- para considerarla coherente con ese nuevo papel.
Hace unos días se refería a ello una responsable del
Instituto Andaluz de la Mujer en Huelva, que relacionaba la violencia machista
con el uso de los "taconazos" o la lectura de las "50 sombras de
Grey". Pero antes hemos conocido otras en términos bastante parecidos.
Yo estoy segura de la buena intención que guía a
quienes así se pronuncian. Porque, en esencia, lo que intentan es señalar,
denunciar el origen de la violencia de género, como la manifestación más brutal
de la discriminación, del sometimiento que, aún hoy, sufren muchas mujeres.
Y desde luego que tienen razón en la identificación
del problema: la educación, la sensibilización de los niños, de los jóvenes, de
toda la sociedad, en la idea de la igualdad entre hombres y mujeres resulta
esencial para acabar con esa lacra.
También que algunos mensajes que se desprenden de
según qué anuncios, libros, series, canciones, videojuegos, etc, ofrecen una
imagen de la mujer como ser inferior, subordinada al hombre, o como objeto
susceptible de apropiación y de pertenencia a él.
Pero creo que hay muchas formas de luchar contra esa
desigualdad sin tener que incurrir en maximalismos, ni en fijar nuevos patrones
de lo políticamente correcto.
Que están fuera de la realidad, cuando se empeñan en
identificar cualquier intento de las mujeres de mejorar su apariencia física
con una manifestación de sumisión al hombre.
Porque, afortunadamente para la sociedad española,
cada vez son más las mujeres que tienen un papel profesional relevante en todos
los ámbitos de la actividad económica y productiva de nuestro país. Que sienten
y viven su realidad de iguales con sus compañeros, amigos o parejas hombres.
Y que antes de salir de casa, se arreglan y
maquillan con esmero, se suben a sus taconazos y se enfrentan, seguras y
firmes, a cualquiera de los muchos retos que sus vidas puedan exigirles. Desde
dirigir una empresa, hasta ir al mercado a hacer la compra.
Lo importante no es cómo se vistan, ni qué zapatos
se pongan, sino si lo hacen por decisión personal, libre y voluntaria. No para
adaptarse a los designios de sus maridos o parejas. Pero tampoco para cumplir
con la ortodoxia de lo que cada momento se pueda considerar ideológica o
políticamente conveniente.
Algunas reflexiones de quienes tienen
responsabilidad en la gestión de las políticas de igualdad y contra la
violencia de género producen, además, otro efecto indeseado: el de excluir
hasta de la propia idea de igualdad, a quienes no las suscriban.
Obviando que la eliminación de las resistencias que
aún existen en nuestra sociedad a la consecución de la igualdad de hombres y
mujeres exige la implicación, la colaboración y el compromiso de todos. Lo que
no se consigue despreciando cualquier opción o planteamiento que no sea el
nuestro, ni mediante el enfrentamiento de unos y otras.
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