Ruth Teubal: Las madres frente al abuso sexual infantil intrafamiliar
* * Ruth Teubal es
licenciada en Trabajo Social (Universidad de Buenos Aires).-Especialista en
Violencia Familiar (Universidad de Buenos Aires.),-Psicóloga Social. Primera
Escuela Privada de Psicología Social, (Dr. Enrique Pichón Riviere). Buenos
Aires. Profesora Consulta. Carrera de Trabajo Social, Universidad de Buenos
Aires. -Miembro de la Comisión Directiva de ASAPMI (Asociación Argentina de
Prevención del Maltrato Infanto juvenil. Correo: rteubal@fibertel.com.ar ruth.teubal@gmail.com
El presente
trabajo forma parte del desarrollo del marco teórico y de las
discusiones/reflexiones conceptuales que se desarrollan en el marco del
Proyecto de Investigación UBACyT–UBA, subsidiado por la Universidad de Buenos
Aires, Ciencia y Técnica, Argentina, denominado La experiencia de las madres
frente al abuso sexual de sus hijos (UBACyT S030). Dicho proyecto es
exploratorio, posee un diseño cualitativo y se halla en curso, desarrollándose
actualmente el trabajo de campo. EL artículo desarrolla la evolución histórica
del pensamiento referido al abuso sexual infantil (en general), las fuerzas
sociales que la naturalizaban y las que la problematizaron como un fenómeno de
victimización infantil. Luego procede a analizar a la madre desde el punto de
vista de la victimología y pone en consideración los diversos impactos que
recibe a causa del abuso sexual intrafamiliar y que hacen que ella sea también
una víctima directa y primaria, al igual que sus hijos victimizados. El trabajo
finaliza con algunas recomendaciones a los equipos de profesionales que
intervienen en estas severísimas problemáticas familiares. Palabras claves:
abuso sexual infantil, violencia intrafamiliar, madre, incesto.
INTRODUCCIÓN
El presente
trabajo forma parte de las reflexiones teóricas que se han desarrollado en
torno al Proyecto de Investigación Social La experiencia de las madres frente
al abuso sexual de sus hijos (UBACyT S030). Dicho proyecto, actualmente en
curso, es subsidiado por la Universidad de Buenos Aires, Ciencia y Técnica. Se
enmarca dentro de la temática de la familia y de las violencias intrafamiliares
y argumenta que las madres de niños, niñas y adolescentes (de ahora en adelante
NNyA) que sufren abuso sexual intrafamiliar o incesto2 son también víctimas. El
carácter intrafamiliar en que se produce el incesto implica que tales madres
deban realizar un proceso, que, más allá de las variaciones del mismo, se
inicia con una sospecha o revelación, hasta su convalidación. Esta
circunstancia implica tener que afrontar una situación crítica, que puede
llegar a ser altamente traumática y que puede disminuir su capacidad de
maternizar adecuadamente a sus hijos victimizados.
Por otra parte,
diversos estudios empíricos enfatizan la importancia del rol materno en la
recuperación de las víctimas. A. Ganduglia3 particulariza algunos de los
aspectos psicosociales más específicos, especialmente en la revelación y la
intervención psicosocial de diferentes organismos; el rol materno juega un
papel importante en: a) la posibilidad de revelación de la ocurrencia del abuso sexual, b) en su
evaluación, tanto clínica como forense y c) durante el testimonio del niño en
el caso de sustanciación y de arribo a juicio. Por ello, es importante que los
trabajadores sociales y otros profesionales designados para proteger y asistir
a NNyA conozcan y reconozcan las dificultades de esas madres y que respondan
adecuadamente a sus necesidades, en el difícil proceso de tramitar esta nueva
realidad. El lugar central que en la cultura detenta la figura materna como
responsable principal en la crianza de los hijos, hace que sea objeto frecuente
de un escrutinio poco comprensivo de la problemática del ASI (abuso sexual
infantil) de sus hijos victimizados por parte de una amplia gama de
profesionales y organismos que están implicados en la intervención, lo cual
abre la discusión referida a la madre como posible víctima también. Estas
intervenciones pueden desconocer la complejidad de las situaciones particulares
de cada caso y la ayuda, el acompañamiento, orientación y fortalecimiento que
ellas necesitan. En la medida en que reciban estas provisiones, podrán aportar
positivamente en la recuperación de sus hijos.
PRECISIONES SOBRE
EL ABUSO SEXUAL INFANTIL INTRAFAMILIAR
Apuntes breves sobre la evolución de un
pensamiento
“Los problemas del
maltrato hacia los niños y las esposas no son nuevos, como tampoco lo son otras
formas de violencia familiar […]”. Este maltrato, que incluye el abuso sexual
infantil como uno de sus tipos, comienza a configurarse como un problema social
de gran significación a mediados de la década de los 60, para dar lugar a las
primeras investigaciones sistemáticas y publicaciones académicas en la década
de los 70, principalmente en países de tradición anglosajona. En la Argentina,
la problemática comienza a visibilizarse en los 80. En la actualidad, existe
una considerable oferta de publicaciones en español referidas al incesto y una
relativa escasez de títulos referida a la situación de las madres de niños
abusados a nivel intrafamiliar.
El conocimiento
del ASI no fue adquirido sin una lucha simbólica de imaginarios sociales
contrapuestos, que a su vez afectaba y aún afectan a los NNyA víctimas y a sus
madres. Olafson, en su trabajo sobre paradigmas en pugna, relata acerca de la
influencia del psicoanálisis, en el cual se sostenía –y aún se sostiene desde
algunos sectores profesionales– que los niños eran (son) naturalmente sexuales
y que inconscientemente buscan el trauma sexual. Estas creencias vinieron de la
mano de la ola de modernismo sexual en los EEUU y se vieron contrapuestos por
los aportes sobre los efectos traumáticos en los niños que padecen el abuso
sexual infantil, aportados por Judith Herman, David Finkelhor y Ronald Summit
(y seguramente por otros). Estos autores problematizan diversas cuestiones:
Summit, mencionado por Olafson, considera que hay una falta de empatía del mundo
adulto hacia la niñez y destaca su condición casi estructural de desamparo y
dependencia; argumenta que hay una confusión respecto de la supuesta anuencia
de los niños, o sea, su participación y consentimiento versus la imposición
simbólica.
En otro trabajo,
Summit menciona la alucinación negativa compartida, el aspecto más
institucional y social de la negación del abuso. Se refiere a aquel mecanismo
por el cual una institución conoce, se informa y confirma la existencia de
situaciones de abuso sexual en su interior y luego, lo niega. Sería negar una
percepción que, según Laplanche y Pontalis, sería el mecanismo de renegación.
Este fenómeno colabora a que la negación colectiva continúe, en la medida en
que las víctimas –como también los perpetradores– aprenden a callarse.
Otro factor
fundamental que ha contribuido al conocimiento de algo tan secreto como el ASI
se refiere a las acciones realizadas por el movimiento feminista, que en los
años 70 llevó a la conciencia pública los frecuentes crímenes de la violencia
de género. Los resultados de las investigaciones propulsadas por este
movimiento confirmaron la realidad de las experiencias de las mujeres que Freud
había rechazado como fantasías un siglo antes: los ataques sexuales contra
mujeres y niños se demostraron como algo endémico en la cultura norteamericana.
La primera investigación de Diane Russel arrojó que una de cada tres mujeres
había sufrido abusos sexuales durante la infancia9. Un mérito importante del
movimiento feminista fue la redefinición de estos eventos atroces: la violación
fue definida como un crimen y no un acto sexual, contrarrestando la opinión
prevaleciente de que la violación satisfacía los más profundos deseos del las
mujeres. En este sentido, pareciera que se llevó a cabo un “proceso de
nominación”, pieza clave en las construcciones que realizan los actores
sociales para producir las representaciones de la realidad socio-histórica en
que viven. Como refiere Pierre Bourdieu, las representaciones se van produciendo
a medida en que cobran relevancia los procesos sociales, los hechos.
Olafson explica el
modo en que los aportes de los tres autores mencionados –Judith Herman, David
Finkelhor y Ronald Summit– transformaron un dilema en problema, ya que, por un
lado, prevalecían las ideas de libertad sexual y los discursos científicos de
la época que describían a los NNyA como deseosos y cómplices de las relaciones
sexuales con adultos y, por el otro, estos autores, defensores de la niñez de
la época, aportaron otra concepción del niño y cuestionaron la posibilidad de
los niños de dar un “consentimiento informado” respecto de tener o no
relaciones sexuales con adultos. La clave estaba en la cuestión ética del
consentimiento informado. Finkelhor argumentó que aun las “víctimas
participantes” no pueden haber consentido si son niños, porque no tienen la
libertad de decir que no y porque los niños no pueden comprender aquello a lo
cual están supuestamente consintiendo. Herman remarcó que los niños dependen
totalmente de sus padres para sus necesidades básicas; por ello, harán lo que
perciban necesario para preservar la relación con sus cuidadores. “Si un adulto
insiste en una relación sexual con un niño dependiente, el niño lo complacerá.
Dada esta realidad, no tiene sentido invocar la idea de consentimiento”.
Summit, haciendo eco de lo planteado por Finkelhor y Herman, termina arguyendo
que aún una adolescente seductora no está en condiciones de anticipar las
implicancias sexuales con un cuidador adulto y que es el adulto el que debiera
cargar con la responsabilidad de cualquier actividad sexual clandestina con un
menor.
Finkelhor, a
partir de su primera investigación de 1979, hizo diferenciaciones al cuestionar
el término abuso sexual infantil. Arguye que este es un término “paraguas” que
oculta el hecho de que la mayoría de los abusos sexuales son intrafamiliares.
En continuación de esta línea para afinar las características de esta problemática,
en Argentina, Eva Giberti avanzó en otro aspecto del incesto: diferencia el
abuso incestuoso de un padre hacia una hija, de otros abusos incestuosos, en la
medida en que el perfil del victimario se caracteriza por haber concebido a la
víctima y, por lo tanto, la realidad de la filiación tiene implicancias más
complejas y agravantes. El padre biológico tiene la obligación social, civil y
psicológica de tutelarla, y este fenómeno implica un ataque gravísimo a la
identidad, ya que altera el lugar de la hija abusada en la sociedad y en su
familia. Estos datos abren un espacio con significación propia, diferente de
las condiciones de otras víctimas, quienes, aun cuando tengan un lazo de
parentesco con el victimario, no responden a las especificidades de la
filiación. Son los casos de incesto con hermanos, tío, sobrino, etc.
En Argentina no
hay investigaciones sobre el proceso histórico de visibilización del ASI y cabe
mencionar que se está luchando contra los efectos negativos y complejos del
“backlash” vernáculo, dirigido principalmente a contrarrestar y atacar la
visibilización e instalación como problema social de la cuestión del ASI intrafamiliar.
Esta reacción conservadora, que se ha dado también en otros países,
probablemente se deba al notable incremento de las denuncias y validaciones de
los abusos sexuales intrafamiliares, lo cual ha generado un movimiento
organizado de padres y la reacción negativa de sectores conservadores y con
poder de la sociedad.
Bronislaw Backzo
nos aporta una comprensión del fenómeno de emergencia de nuevas –aunque
realmente viejas– problemáticas y su relación con los procesos de cambio de los
imaginarios sociales y con el poder. El mencionado autor se refiere a las
complejas y múltiples funciones que ejercen los imaginarios sociales, entre los
cuales está ser reguladores de la vida colectiva, lo cual involucra a factores
de poder: “Todo poder busca monopolizar ciertos emblemas y controlar, cuando no
dirigir, la costumbre de otros. De este modo, el ejercicio del poder, en
especial del poder político, pasa por el imaginario colectivo.” Si bien Backzo
no se refería a las políticas de género y a las diferencias de poder al
interior de la familia, sus afirmaciones son claramente aplicables a las
violencias familiares y, particularmente, a los abusos sexuales infantiles y los
abordajes que se generan alrededor de la misma. Por otra parte, Baczko agrega
que “El impacto de los imaginarios sociales sobre las mentalidades depende
ampliamente de su difusión, de los circuitos y de los medios de que dispone.
Para conseguir dominación simbólica es fundamental controlar esos medios”.
“Ejercer un poder simbólico significa multiplicar y reforzar una dominación
efectiva por la apropiación de símbolos, por la conjugación de las relaciones
de sentido y de poderío”: Esta afirmación implica modificar los imaginarios
sociales tradicionales y patriarcales respecto de la familia y la infancia,
imaginarios que durante siglos contribuyeron a tapar las violencias
intrafamiliares, y cuya hegemonía, desde hace treinta años, se comenzó a resquebrajar,
permitiendo problematizar y desmitificar sus rasgos tradicionales. Pierre
Bourdieu, refiriéndose a los imaginarios sociales acerca de la familia, dice
que el discurso que la familia pronuncia sobre la familia la construye como
realidad social. Argumenta que se asume como una realidad lo que es una ficción.
Abuso sexual infantil intrafamiliar (incesto)
Los avances en los
estudios sobre las violencias intrafamiliares y el ASI, realizada mayormente en
países de tradición anglosajona, inauguran un campo de conocimientos específico
dominado por la perspectiva ecológica –que incluye la interacción compleja de
fuerzas micro, exo y macrosociales– en el esfuerzo por comprender cómo la
estructura familiar y la sociedad parecen reproducir y a la vez sostener el
fenómeno de la violencia familiar a través de un sistema de creencias y
valores.
El ASI, como
fenómeno psicosocial, no escapa a los factores multidimensionales mencionados,
si bien, por sus particularidades, puede ser considerado como “[…] un fenómeno
social vinculado a las actitudes y las prácticas generales hacia los niños y
también a los modos como las relaciones sexuales se hallan organizadas y
reguladas en una determinada sociedad”. No obstante, “para los fines clínicos y
del Trabajo Social, resulta probablemente más útil considerar las
características “microsociales”, en especial la psicología de los protagonistas
individuales (especialmente del abusador) y las redes interpersonales dentro de
las cuales están arraigadas”.
Partimos de la
definición de abuso sexual infantil de Brandy Steele, ampliamente utilizada:
“Es la involucración de niños y niñas dependientes y evolutivamente inmaduros,
en actividades sexuales que no comprenden completamente, y que no toma en
consideración la etapa de su desarrollo psicosocial y sexual”.
El abuso sexual
infantil puede tener diversas modalidades y presentarse en cualquier edad,
desde la infancia hasta la adolescencia, con diversos miembros de la familia,
parientes y extraños; puede ser una única y aislada experiencia o ser repetida
con mayor o menor frecuencia a través de muchos años; puede ser homosexual o
heterosexual, con varones o con mujeres, e incluir cualquier actividad que va
desde tocamientos a una relación sexual completa o variaciones de contacto oral
y genital. Puede ser llevado a cabo con cierto grado de amor y ternura o
involucrar amenazas verbales y violencia física.
Todas estas
variables juegan en el significado de la experiencia para el niño o la niña y
en la manera en que se va a entretejer en el desarrollo psíquico y afectar la
conducta posterior. Los eventos sexuales en sí mismos no son la causa simple y
directa de las dificultades subsecuentes… El problema surge cuando las
actividades sexuales son instigadas por una persona mayor que el niño o la niña
y están más allá de sus habilidades para realmente comprender y emocionalmente
manejar los afectos y conflictos generados.
No es una
actividad consensuada entre pares, sino que es de explotación, y está más en
función de la satisfacción del victimario que de la víctima infantil.
Adicionalmente, los actos sexualmente abusivos también incluyen la explotación
de niños a través de la prostitución, la producción de material pornográfico u
otro tipo de actividad sexual ilegal.
Los conocimientos
desarrollados hasta el presente muestran que el ASI intrafamiliar es
predominantemente perpetrado por el padre, raramente por la madre y que los
casos de niñas abusadas supera al de niños. Un número significativo de personas
que lo han sufrido nunca llega a la consulta y su ocurrencia es generalmente
secret (cabe mencionar que los trabajos de Vázquez Mezquita y de Félix López en
España arrojan datos similares). Es un fenómeno apoyado en el secreto y en la
vergüenza y, con frecuencia, no deja marcas físicas. David Finkelhor menciona
que el abuso sexual intrafamiliar puede ocurrir cuando: 1) hay una persona que
piense en ser abusivo, 2) no hay inhibidores internos y externos que se lo
impidan, o sea, hay acceso al niño, y 3) cuando el niño víctima siente que es
imposible resistirse. Frecuentemente son niños con necesidades afectivas no
satisfechas. Dado el carácter secreto del abuso, su revelación frecuentemente
requiere del esfuerzo que debe realizar el niño para revelarlo. Depende de que
el niño hable por sí y que luego se le crea.
LAS MADRES DE
HIJOS ABUSADOS SEXUALMENTE
Tradicionalmente,
las madres de niños abusados sexualmente han sido descriptas en la literatura
profesional de diversas maneras, que van desde ser consideradas responsables,
cómplices, descreídas, no protectoras, hasta caracterizaciones más benignas,
como las de ser víctimas secundarias. Resultado de investigaciones más
recientes las visualizan como personas que pueden tener su capacidad protectora
disminuida o, lo que es similar, que pueden contribuir a la vulnerabilidad del
niño, antes de considerarlas como responsables. Esto no implica desconocer la
existencia de madres no protectoras o, en otros casos, abusadoras sexuales
ellas mismas, como tampoco negar la presencia de padres protectores.
Así como las
cifras muestran que el abuso sexual es predominantemente perpetrado por
hombres, se sabe también que la protección de los niños con posterioridad recae
en las mujeres. De ahí que la respuesta protectora de la madre ante el abuso
sea un determinante mayor en cuanto a los efectos de recuperación positiva en
el corto y mediano plazo del niño víctima.
La revelación del
abuso sexual por parte de un niño a su madre implica para muchas mujeres el
enfrentamiento a una situación crítica difícil de afrontar y elaborar, que
puede llegar a ser altamente traumática en la medida en que implica casi
siempre una alteración de la configuración de su mundo, su autoimagen como
“buena madre” y su identidad como mujer. Asimismo, conlleva un cambio radical
en los “supuestos” mismos que rigen la vida familiar y la vida cotidiana, por
ejemplo el ideal de compañerismo con su pareja y el ideal de familia.
Frecuentemente conlleva a un severo daño en los vínculos con la familia
extensa, tanto la propia como la política. Respecto de su hijo abusado, debe
afrontar diversos sentimientos de culpa, horror, depresión, ira, etc.
Situaciones de entrampamiento determinadas en muchos casos por su dependencia
económica y emocional hacia su pareja o marido, o por compartir un mismo ámbito
laboral, la ubican en una posición dilemática para la toma de decisiones.
Todos estos
factores permiten considerar a la madre como víctima. A tal fin, merece
analizarse los aportes de Alicia Ganduglia en un trabajo presentado ante
diferentes organismos locales. Ganduglia, tomando conceptos de la
victimología, menciona los desarrollos de Liliana Pluis, diferenciando por un
lado a las víctimas directas de las víctimas indirectas y, por el otro,
diferencia la victimización primaria de la victimización secundaria. La víctima
directa “es la que sufre en sentido estricto la ofensa del hecho tipificado
como delito” y la víctima indirecta, o víctima en sentido más amplio, es la
persona que sin participar expresamente en los hechos que se enjuician es
victimizada debido al sufrimiento, el menoscabo o incluso la muerte de la
primera y, en su caso, por la propia contemplación de la victimización directa.
Es fácil considerar a las madres en cuestión como víctimas indirectas, al haber
padecido el daño severo a sus hijos. No obstante, en la medida en que ellas
mismas han sido dañadas en su identidad como mujeres y como madres, también se
las podría o debería considerar como víctimas directas.
Siempre dentro del
ámbito legal, Pluis continúa: “Las personas que rodean al ofendido no son
simples espectadores del delito. Muchas veces son ellas las que van a sufrir
con mayor intensidad las consecuencias del delito”, y toma como ejemplo los
niños testigos de violencia conyugal y los sobrevivientes de atentados. Más
adelante señala algo cuyo interés quedará más claro a medida que avancemos.
Sostiene que “En otro aspecto la primariedad o secundariedad de la
victimización dependen de la fuente victimizante. La ofensa desencadenada por
el propio hecho delictivo conduce a una victimización primaria. La víctima
secundaria nace fundamentalmente de la necesaria intersección entre un sujeto y
el complejo aparato jurídico-penal del Estado, pero también por el mal
funcionamiento de otros servicios sociales”.
Es decir, la
victimización secundaria sería lo que comúnmente denominamos el maltrato
institucional. Este puede contribuir a agravar el daño psicológico de la
víctima o cronificar las secuelas psicológicas. En este sentido, la madre
frecuentemente es victimizada por las instituciones, o sea, padece una
victimización secundaria. “La víctima indirecta sufre intensamente la
victimización secundaria”, desde la investigación policial hasta la
psicosocial38. En efecto, las trayectorias judiciales y asistenciales que deben
afrontar las madres (junto a sus hijos víctimas) son con frecuencia
intensamente traumáticas.
Einat Peled, en un
artículo de 1996 sobre las intervenciones con niños testigos de violencia
conyugal, los designa desde el mismo título como víctimas “secundarias”, pero
cuestionando la adecuación de esta denominación, ya que deberían ser
calificados como víctimas primarias. Hooper califica a las madres del mismo
modo.
Ganduglia aporta
otras concepciones sobre la victimización, desde Reynaldo Perrone, y desde
Fernando Ulloa. Reynaldo Perrone describe a la víctima como el sujeto sometido
a una situación de la que desconoce sus condiciones y que resulta en una
alteración de su estado de conciencia. Esta característica es, según Ganduglia,
la que la lleva en la mayoría de los casos a permanecer en la situación de
victimización o bien que le impide sustraerse a la misma. Según menciona Sanz
sobre Perrone, las víctimas no tienen conocimiento o clara conciencia de la
trama victimizadora en que se encuentran. Han perdido sus puntos de referencia
(si es que lo han tenido, en el caso de un niño muy pequeño) y han quedado
apropiados por la acción y colonizados por el discurso del agresor. Más
específicamente, R. Perrone, refiriéndose al ASI, menciona que hay un proceso
de “hechizo” en el abuso sexual infantil. El padre hace que la hija pierda el
sentido crítico, para que esta no se pueda rebelar. Hechizo es una forma
extrema de relación no igualitaria: es la influencia que una persona ejerce
sobre otra sin que esta lo sepa. Es colonización del espíritu de uno hacia el
otro, negación del deseo y la alteridad de la víctima. Por ello es tan fácil
que la víctima crea que ella es la culpable, especialmente cuando el victimario
se lo dice. Diversos autores mencionan que es frecuente que las sociedades
también victimicen a las víctimas.
Fernando Ulloa
aporta la conceptualización de encerrona trágica en el análisis del terrorismo
de Estado y a la condición de confinamiento y tortura durante la última
dictadura militar argentina, que bien puede aplicarse al terrorismo doméstico,
término utilizado con cierta frecuencia al referirse a las situaciones de violencia
familiar. Señala la condición de encerrona trágica para referirse al núcleo
central del dispositivo de la crueldad: “Esta encerrona cruel es una situación
de dos lugares sin tercero de apelación –tercero de la ley– sólo están la
víctima y el victimario. Hay multitud de encerronas de esta naturaleza, dadas
más allá de la atroz tortura. Ellas se configuran cada vez que alguien, para
dejar de sufrir o para cubrir sus necesidades elementales de alimentos, de
salud, de trabajo, etc., depende de alguien o de algo que lo maltrata, sin que
exista una terceridad que imponga la ley. Marie France Irigoyen, refiriéndose
al sujeto del acoso moral, considera que quien padece el acoso es una víctima,
puesto que sufre una agresión psíquica y su psiquismo se ve alterado de un modo
más o menos duradero. La agresión es una invasión al territorio psíquico del
otro”.
Perrin y
Millar–Perrin las consideran co-víctimas, dada la frecuencia en que las madres
son también maltratadas físicamente, sexualmente y emocionalmente por sus
parejas y/o poseen una historia infantil de violencia.
LAS MADRES ANTE
LAS INSTITUCIONES
“Aquellos que
intentan describir las atrocidades de las que han sido testigos también arriesgan
su propia credibilidad”.
Desde la cultura,
a las madres también les “corresponde” mediar entre la familia y los organismos
de asistencia y judiciales, quienes tomarán medidas en función de las aptitudes
y conductas que ellas muestren o que ellos perciban. En términos generales, se
evaluará su aptitud para proteger al hijo del abusador y su capacidad para
establecer relaciones de cooperación y confianza con los servicios
asistenciales. Estos factores afectarán las decisiones que se tomen respecto
del hijo maltratado, que pueden incluir, por ejemplo, el mantenimiento o cambio
de tenencia, la derivación a un hogar, la ubicación en una familia sustituta,
etc.
Carol Plummer ha
realizado diversas investigaciones respecto de la experiencia de estas madres,
en Estados Unidos. Menciona que aquellas que recurrieron a los servicios
asistenciales en un estado de crisis por la revelación del abuso de sus hijos
no se sintieron respetadas, recibieron “instrucciones” acerca de cómo “ser una
buena madre” y se las acusó de promover “falsos alegatos”. Respecto de la
intervención judicial, las madres mencionaron especialmente las demoras en los
tiempos judiciales con la consecuente dificultad para sostener en el tiempo la
situación de indefinición de las medidas de protección externas, y los costos
económicos que la intervención implicaba. Aspectos positivos relatados por
las madres investigadas tanto por Plummer como por la investigación de Hooper
mencionan gratitud por haber sido reconocidas en su dolor y en la profundidad
de la crisis que atravesaban.
Si bien las
condiciones locales son marcadamente diferentes en Argentina tanto en la
legislación como en la organización de los sistemas de asistencia y protección
legal de los NNyA, fuentes informales muestran que estas madres atraviesan
experiencias similares. Según Ganduglia, la respuesta a las madres en nuestro
medio, desde ámbitos clínicos: “[…] ha pasado desde la ciega complicidad
negligente, en los primeros años de la construcción social del fenómeno, hasta
el reconocimiento de la importancia de su sostén y comprensión para el trabajo
terapéutico, pasando por la nuevamente mítica figura, surgida de la interfase
psicojurídica, de la madre alienadora del vínculo de su hijo/a con el padre. Si
bien cabe mencionar que esta última caracterización es propia de sectores
reducidos dentro del campo de la violencia hacia los niños”.
En nuestro medio,
la visibilidad del ASI ha ido en aumento en la última década y se ha
transformado en una problemática fuertemente debatida como cuestión social,
generando profundas controversias en los ámbitos profesionales y también
judiciales, referidas a la comprensión teórica. Encontramos los discursos
referidos a las “familias disfuncionales”, que fácilmente pueden identificar a
la madre como colaboradora del proceso de abuso o, en todo caso, sostenedora
del mismo. Otras posiciones teóricas interpretan su rol de complicidad ligado a
conceptualizaciones psicoanalíticas. Ambas orientaciones tienen como efecto
“invisibilizar” al ofensor como responsable y simetrizarlo con ella.
No obstante,
algunas voces desde el psicoanálisis, como la de Emilce Dío Bleichmar,
escriben: “En los casos de incesto –padres, padrastros, hermanos- existen dos
víctimas: la hija y la madre”. Más afín a la concepción que sustenta este
trabajo, se pregunta: “¿Es justo asumir que la madre debería haber sabido que
el abuso se estaba llevando a cabo? ¿Hubiera podido impedirlo? ¿Cuáles eran las
circunstancias que la llevaron a no darse cuenta del abuso, a ignorarlo y negar
su conocimiento cuando se hacía más que evidente? ¿Había sido ella misma
víctima de abusos en la infancia? ¿Cuáles eran las restricciones a su libertad
para poder actuar: pobreza, enfermedad, hábitos de dependencia y servicio?”
El trabajo de ayuda a las madres. Cuestiones a considerar
Se ha dicho que la
revelación de un incesto genera una crisis en los equipos profesionales, los
cuales frecuentemente se sienten impotentes para intervenir. La reacción
inicial del que recibe la revelación orientará al niño víctima respecto de la
disponibilidad del profesional para seguir escuchando sobre el abuso. Sería
este punto el comienzo (o no) de un trabajo psicosocial (jurídico, de trabajo
social) y terapéutico sobre la víctima.
Algunas respuestas
positivas a impartir ante una revelación de un NNyA pueden incluir: reconocerle
la dificultad para revelar el abuso, ofrecer apoyo inmediato, mostrarse en lo
posible calmo, sin reacciones de shock, disgusto o ansiedad e informar a la
víctima que el abuso sexual nunca es su culpa y que casi nunca es culpa de la
figura protectora, generalmente la madre, ya que por diversos motivos, puede
haber sido manipulada por el victimario.
Martín Calder y
otros, ofrecen una serie de pautas flexibles para los equipos profesionales.
Las reacciones de los niños luego de revelar el abuso a profesionales suelen
ser muy diversas: pueden sentirse confundidos, asustados, perplejos, aturdidos,
preocupados. No deben ser minimizadas todas estas reacciones.
También debe ser
tomada en cuenta la crisis que experimenta la madre por el abuso de su hijo.
Ella experimenta una crisis personal además de la crisis por el daño a su hijo.
Es importante no juzgarlas, no opinar sobre sus reacciones ante la revelación
del abuso de sus hijos o emitir evaluaciones sobre su rol de madre, ya que èsto
la aislará de los recursos que le corresponden ayudar.
Algunas madres, a
posteriori de la revelación de sus hijos, están tan traumatizadas que no
consiguen cumplir con sus tareas cotidianas. El conocimiento de quién es el
perpetrador puede generar conflictos de lealtades, multiplicando el peso del
trauma. Durante esta etapa post-revelación, la madre puede sentir que la
información es intolerable y que no está aún en condiciones de dar testimonio
judicial. La expectativa profesional puede ser que ella sí esté en condiciones
de generar una mejor situación para sus hijos, cuando aún está impactada. La
tarea profesional del equipo es considerar cómo avanzar para ayudar y acompañar
a la madre y a la víctima, para que tanto la una como la otra atraviesen esta
etapa.
CONCLUSIONES
La contundencia de las investigaciones empíricas y la
reflexión profunda de los diferentes autores mencionados sobre los efectos que
tiene sobre las madres el abuso sexual incestuoso de sus hijos, lleva a que se
las deba considerar víctimas directas, al igual que sus hijos e hijas abusados.
Es preciso que los trabajadores sociales y otros profesionales que abordan esta
problemática se formen en el tema, a fin de no intervenir con prejuicios,
basados en mitos y estereotipos culturales. Es necesario, además, que puedan
comprender las vicisitudes complejas y los desafíos que estas madres deben
enfrentar. El cuidado, la comprensión y el sostén que les brindarán nuestros
profesionales, como también las instituciones, colaborarán en el
fortalecimiento de las madres, lo cual redundará en forma directa y positiva en
sus hijos victimizados.
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