Lucas Platero: Aprendiendo de las muertes de Leelah y Carla
© Lucas Platero, Pikara
* * Lucas Platero acaba
de publicar con la editorial Bellaterra el libro ‘Trans*exualidades:
Acompañamiento, factores de salud y recursos educativos’, en el que aporta
estrategias concretas para la promoción de la calidad de vida de las personas
trans, especialmente en la infancia y la adolescencia, así como para la
prevención e intervención comunitaria sobre la transfobia.
- Los recientes suicidios de dos
adolescentes, que enfrentaban transfobia y lesbofobia respectivamente, han de
servir para reflexionar acerca de la responsabilidad educativa y social hacia
la juventud que rompe con las normas de género.
Estos días todavía algo
navideños se está haciendo trágicamente conocida Leelah Alcorn, una joven
trans* norteamericana de 17 años, que no pudo soportar el aislamiento e
incomprensión a la que le habían sometido sus religiosos padres, y que
finalmente decidió suicidarse el 28 de diciembre de 2014. Parte de la atención
que ha recibido se debe a que dejó en su tumblr
(una red social que usan mucho los jóvenes LGTBQ) una nota de suicidio
que se publicaría por defecto si algo le pasaba y que ha circulado por las redes
(ya está retirada). Más allá del efecto mediático, querría que pensáramos en el
suicidio de Leelah como una oportunidad para reflexionar sobre las vidas de los
y las jóvenes trans*, y no sólo de aquellos que viven en el contexto
norteamericano.
Incapaces de entender
que su hija era trans*, esta familia hizo lo que se suponía que tenían que
hacer unos “buenos padres”: llevarla a un terapeuta de su congregación,
quitarle el ordenador, cambiar de instituto y aislarle de sus amistades para
prevenir malas influencias… ¿Os suenan estas medidas? ¿No parecen fruto de
cierta noción de “sentido común” conservador? Algunas familias creen que cuando
sus hijos e hijas no son como el resto, están manifestando un egoísmo y
rebeldía que deben ser controlados, que en realidad estos sentimientos son
fruto de una fase pasajera y que con un poco de disciplina se les puede
corregir. Por su parte, en los centros escolares, es frecuente que el
profesorado problematice las rupturas con las normas de género, tildándolas de
“negativismo desafiante”, “egoísmo”, “ruptura de la disciplina escolar” u otros
adjetivos que sitúan la responsabilidad en los propios chavales y chavalas, en
lugar de preguntarse por su responsabilidad educativa frente el acoso o el
abandono escolar.
Leelah hizo como tantos
otros adolescentes, trató de encajar en las expectativas que proyectaba su
entorno, que van más allá de cumplir con los mandamientos propios de tus
creencias religiosas, sacar buenas notas y comportarte bien dentro y fuera de
tu hogar, aludiendo también a un sentimiento íntimo de quién se es, como es la
identidad de género. Leelah se sintió perdida en unas exigencias que le
resultaban imposibles, estaba inmersa en un rechazo que llegó a interiorizar y
la vida le empezó a resultar invivible, de manera que el suicidio se convirtió
en una posible respuesta a su desesperación. ¿Qué hubiera necesitado Leelah
para poder encontrar asideros a la vida, para poder enfrentarse a la angustia y
resistir? Algunos profesionales se fijan en los factores de riesgo que señalan
la vulnerabilidad que puede experimentar una persona, que puede redundar en
conductas de riesgo y suicidio. En el caso de Leelah serían la ausencia de
apoyos familiares y en la escuela, un entorno social que condena sus
sentimientos y que le imposibilita proyectarse en un futuro posible, una falta
de atención especializada que apoye sus procesos y medie con su familia, una
sociedad tránsfoba, su propia personalidad…
Otros profesionales
utilizamos otro concepto, y es el de “factores de salud” o “factores de
protección”, cuyo objetivo es fijarse en qué hace que una persona pueda vivir
bien a pesar de los problemas que se le presentan, siendo capaz de sobreponerse
al impacto de los mismos. Se refiere tanto a cómo tienen que ser los entornos sociales
que protegen a las personas trans*, así como qué hace que algunas personas
trans* sean “más resistentes” a las dificultades a las que se enfrentan
cotidianamente. Este cambio de enfoque permite fijarse no sólo en el rechazo y
el impacto negativo de la transfobia, sino también en qué cosas se pueden hacer
en positivo, que redunda en una mayor calidad de vida y posibilidades vitales
que permiten a los menores trans* imaginarse que su vida tiene futuro. Aluden
no sólo a la persona y su entorno más inmediato sino también a una sociedad que
tiene que hacer cambios importantes. Algunos de estos factores de salud son: a)
Conectar con otras personas, ofreciendo un reconocimiento y escucha positivos a
una persona aún muy joven; b) contar con el apoyo del profesorado de la escuela
así como de otras personas adultas cuando (o mientras) tu familia no puede
apoyarte; c) asistir a una escuela que trate de ser un entorno seguro para sus
estudiantes y profesorado y d) conocer a profesionales trans* y otras personas
trans* adultas que puedan ser modelos posibles. Los factores de salud no son
una receta mágica que va a acabar necesariamente con la transfobia, pero sí que
representan un esfuerzo por pensar en cómo situar a los y las jóvenes trans* en
la posibilidad de vivir mejor, generando un movimiento en espiral que implica a
los agentes sociales (familia, escuela, entorno escolar, servicios sociales,
espacios de ocio y tiempo libre, etc.) que habitualmente trabajan con menores.
Lo ocurrido a Leelha se
puede poner en relación con otra noticia que aparecía en la prensa, la condena
a dos menores por inducir el suicidio de una adolescente en Asturias. Carla fue
sometida a un intenso acoso escolar por parte de sus compañeras, que le
llamaban “bollera” y “bizca” en el colegio y en las redes sociales, haciéndole
la vida imposible e incitaban a otras compañeras a participar en el acoso. A
diferencia de Leelah, Carla tenía a su familia de su lado, de hecho su hermana
tuvo un papel muy importante a la hora de apoyarla, pero en su colegio,
desafortunadamente llamado “Santo Ángel de la Guarda”, decían aquello de “son
cosas de crías”, minimizando sus vivencias y cómo el acoso estaba haciendo
mella en Carla. La fiscalía de menores de Asturias en principio desestimó la
acusación de inducción al suicidio, y ha sido sólo gracias a la insistencia de
la familia y su abogada que se está haciendo justicia.
Demasiado a menudo en
nuestra sociedad se le quita importancia a las vivencias de aquellos jóvenes
que no cumplen con las expectativas sociales, que sitúan en la “normalidad”
unos estándares imposibles de alcanzar, ya sean sobre la corporalidad, las
capacidades, la sexualidad o la identidad de género. Además, es importante
señalar que en el caso de Carla, la prensa no está explicando el impacto
concreto que tiene la lesbofobia generalizada que se respira en nuestra
sociedad, ya que puede presentar la identidad sexual a modo de insulto
(“¡bollera!” era uno de los gritos favoritos de las acosadoras contra Carla).
Es como si el acoso o la discriminación fueran problemas individuales o
personales, de unas personas concretas, convirtiendo a las víctimas en
responsables de lo sucedido, “algo habrá hecho ella”, o “tendría que haber sido
más fuerte y haberse defendido”. En realidad, son jóvenes que participan de los
valores sociales dominantes, los mismos que hay en muchas familias y escuelas.
Carla y Leelha son dos
jóvenes cuyas vidas se han acabado demasiado pronto, cuyos suicidios han de
sacudir nuestras conciencias y plantear que es insoportable vivir con estos
niveles de transfobia y lesbofobia que hacen que el suicidio sea una salida
plausible a la desesperación. No son sólo las familias o las escuelas las que
han de hacer cambios, sino la sociedad en su conjunto, y para eso, cada quien ha de contribuir a cuestionar qué es eso de
la “normalidad” y lo extendido de ideas como “nunca seré lo suficiente”,
“tienes que ser fuerte”, “esto es sólo una fase”, “son cosas de crías”… Me
gustaría terminar recordando unas palabras de Leelha en su mensaje de despedida:
“Las cuestiones de género deben enseñarse en las escuelas, cuanto antes mejor.
Mi muerte tiene que significar algo”.
Postdata:Nótese que escribo
trans* con asterisco, como un concepto «paraguas» que puede incluir diferentes
expresiones e identidades de género, como son: trans, transexual, transgénero,
etc. Lo que el asterisco añade es señalar la heterogeneidad a la hora concebir
el cuerpo, la identidad y las vivencias que van más allá de las normas sociales
binarias impuestas. Trans*, trans y transgénero son términos que tienen en
común ser autoelegidos por sus protagonistas, frente a aquellos que provienen
del ámbito médico y que señalan una patología. El asterisco quiere especificar
que se pueden tener luchas comunes, al tiempo que reconocer que hay muchas
otras cuestiones en las que no hay un consenso o una única visión de lo que
supone ser trans, trans*, transexual o transgénero.
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