Ocultos a plena luz: violencia contra l@s niñ@s
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copiado tal cual del informe "Ocultos a plena luz. Un análisis estadístico
de la violencia contra los niños" de UNICEF
La
protección de los niños contra toda forma de violencia es un derecho fundamental
garantizado por la Convención sobre los Derechos del Niño y otros tratados y
normas internacionales de derechos humanos. Sin embargo, e independientemente
de las circunstancias económicas, sociales, culturales, religiosas o étnicas de
los niños, la violencia aún es un componente muy real de sus vidas en todo el
mundo. Con frecuencia, el desarrollo de los niños que han sido objeto de abusos
graves o de abandono es inadecuado, y tienen dificultades de aprendizaje y desempeño
escolar. También pueden tener bajos niveles de autoestima y sufrir depresión,
lo que, en el peor de los casos, puede ser motivo de que adopten conductas de alto
riesgo y comportamientos autodestructivos. Similares consecuencias pueden
sufrir los niños que presenciaron episodios violentos. Los niños que crecen en
hogares o
comunidades violentas tienden a interiorizar esas conductas violentas como
manera de resolver disputas y a repetir esas pautas de violencia y abuso contra
sus cónyuges e hijos. Aparte de sus consecuencias trágicas para los individuos
y familias, la violencia contra los niños conlleva graves costos económicos y
sociales debidos tanto al desperdicio de potencial como a la reducción de la capacidad
productiva.
En la
década pasada se ha registrado un constante aumento del grado de conciencia
general sobre el carácter generalizado y los efectos nocivos de la violencia
contra los niños. A pesar de ello, se trata de un fenómeno sobre el que aún se
carece de suficiente documentación y que no se denuncia en la medida en que se
debería. Esto puede atribuirse a diversas razones, entre ellas, que en algunas
sociedades algunas formas de violencia contra los niños son aceptadas o
tácitamente toleradas, o no se las considera como abuso. Muchas de las víctimas
son demasiado jóvenes o demasiado vulnerables para denunciar lo que les ha
sucedido o para protegerse. Y con dolorosa frecuencia, cuando las víctimas
formulan las denuncias, los sistemas judiciales no responden de manera adecuada
y los servicios de protección de los niños son insuficientes o inexistentes. El
problema se suele complicar aún más debido a la carencia de datos suficientes o
adecuados, ya que esa ausencia refuerza el concepto erróneo de que esa forma de
violencia es un fenómeno marginal que sólo afecta a determinadas categorías de
niños o que sólo es obra de individuos biológicamente predispuestos a los comportamientos
violentos.
Pese a
las numerosas lagunas en la base actual de conocimientos, este informe es
prueba de los avances que se han logrado en los últimos años en materia de recopilación
de datos. En el informe se emplean las pruebas disponibles para describir lo
que se conoce hasta ahora acerca de los patrones mundiales de violencia contra
los niños, empleando para ello datos compilados de diversas fuentes
seleccionadas. Los análisis se concentran en las formas de la violencia
interpersonal, definida como los actos de violencia contra los niños que cometen
individuos o grupos reducidos de personas.
Entre
los tipos de violencia interpersonal que abarca este informe figuran los que
ejercen por lo general las personas a cargo del cuidado del niño u otros
integrantes de su familia, así como las figuras que simbolizan autoridad, los pares
y los extraños, tanto dentro como fuera del hogar. Dada la falta generalizada
de uniformidad en la manera en que se obtienen los datos sobre la violencia
contra los niños, en este informe se empleó principalmente información lograda
de fuentes internacionalmente comparables, como las encuestas a base de
indicadores múltiples (MICS) de UNICEF, las encuestas demográficas y de salud
de la Agencia de los Estados Unidos para el Desarrollo Internacional (USAID),
las encuestas mundiales basadas en las escuelas sobre la salud de los
estudiantes (GSHS) y el Estudio sobre el comportamiento de salud de los niños
en edad escolar (HBSC). Estos programas internacionales de vigilancia se han
implementado por lo general en países de ingresos bajos y medios, con la
excepción del HBSC. De manera que aunque este informe se concentra principalmente
en esos países, no debe suponerse por ello que la violencia contra los niños no
ocurre también en las naciones de altos ingresos. Al respecto, en este informe
también se emplean datos y pruebas correspondientes a países específicos que provienen
de estudios y encuestas nacionales en pequeña escala, a fin de aclarar ciertos
aspectos y circunstancias de diversos países sobre los que no se dispone de
datos representativos o comparables. Mediante el empleo de esas fuentes
combinadas, el informe se basa en datos de 190 países que constituyen la mayor
recopilación hasta la fecha de datos estadísticos sobre la violencia contra los
niños.
Conclusiones
principales
En el
informe se suministran pruebas de que la violencia es una constante en las
vidas de los niños del mundo de los más diversos orígenes y las más variadas circunstancias.
La violencia interpersonal se manifiesta en muchas formas distintas, física,
sexual y emocional, que tienen lugar en los entornos más variados, como el
hogar, la escuela, la comunidad e Internet. De manera similar, la violencia
contra los niños proviene de una amplia gama de personas, entre ellas los
integrantes de sus familias, parejas íntimas, maestros y vecinos, así como
extraños y otros niños. Esa violencia no sólo les provoca a los niños daño,
dolor y humillación sino que puede causarles la muerte.
Homicidio
Solamente
en 2012, el número de niños y adolescentes menores de 20 años que fueron
víctimas de homicidio llegó a 95.000, lo que convirtió a ese delito en la principal
causa prevenible de lesiones, heridas y muerte de menores. En su inmensa
mayoría, esas víctimas (85.000) vivían en países de ingresos bajos y medios. Un
85% de las muertes de niños de hasta nueve años de edad, sin diferenciación
sensible por sexo, es resultado de enfermedades contagiosas y no contagiosas.
Sin embargo, cuando esos niños inician la segunda década de sus vidas, aumenta
la proporción de muertes debidas a heridas y lesiones intencionales, incluido
el homicidio, especialmente en los varones.
A nivel
mundial, la región de América Latina y el Caribe tienen la proporción más alta
de víctimas de homicidio de menores de 25 años (25.400). En segundo lugar se encuentra
África occidental y central (23.400), mientras que África oriental y meridional
tiene la tercera mayor proporción de homicidios de menores de 25 años (15.000).
La tasa más baja de homicidios de personas le corresponde a Europa Central y
Oriental y la Comunidad de Estados Independientes, seguida en orden ascendiente
por Oriente Medio y África septentrional. Los tres países con tasas más
elevadas de homicidio de niños y adolescentes menores de 20 años son El
Salvador, Guatemala y la República Bolivariana de Venezuela. En todos esos
países, el homicidio es la principal causa de muerte entre los varones
adolescentes. El mayor número de víctimas jóvenes de homicidio se registra
también en Nigeria, con casi 13.000 muertes en 2012, seguido por el Brasil con
aproximadamente unas 11.000 muertes.
Disciplina
violenta
Aunque
resulten abrumadoras, estas estadísticas reflejan manifestaciones de violencia
que son relativamente raras en las vidas de los niños. Los datos indican que es
mucho mayor el número de niños que sufren la violencia en forma de disciplina,
por lo general en sus propios hogares y desde que son muy jóvenes. Como
promedio, 6 de cada 10 niños del mundo (unos 1.000 millones) de 2 a 14 años de
edad sufren de manera periódica castigos físicos (corporales) a manos de sus
cuidadores. En la mayoría de los casos, los niños son objeto de una combinación
de castigos físicos y agresiones psicológicas. En general, las formas más
graves de castigo corporal, como los golpes en la cabeza, las orejas y el
rostro, o los golpes fuertes y reiterados, son las menos frecuentes. Como
promedio, esas formas de castigo afectan al 17% de los niños en 58 países. En
otros 23 países, la aplicación de castigos físicos severos está generalizada,
con más de uno de cada cinco niños afectada.
Las
actitudes con respecto al castigo corporal de los niños
El
hecho de que un gran número de niños sea objeto de formas violentas de
disciplina parece contradecir los resultados acerca de las actitudes con
respecto a esa forma de violencia. Sólo 3 de cada 10 adultos del mundo creen
que para criar o educar de manera adecuada a un niño es necesario apelar al
castigo físico. Con la excepción de Swazilandia, en todos los países del mundo el
porcentaje de adultos encuestados que creen que el castigo físico es necesario
es constantemente inferior al porcentaje de niños de 2 a 14 años que son
sometidos a formas violentas de disciplina. En la mayoría de los países, los
adultos que han recibido poca o ninguna educación tienden a creer en la
necesidad del castigo físico en mayor medida que los que cuentan con educación
escolar. En el Yemen, por ejemplo, el 51% de las madres o principales cuidadores
de niños que no han recibido ninguna educación escolar sostuvieron que para
educar a un niño es necesario emplear el castigo físico, una creencia que sólo
comparte el 21% de las personas a cargo de niños que tiene educación secundaria
o superior. Otra conclusión es que en tres de cada cuatro países sobre los que
se dispone de datos, los adultos de bajo nivel económico tienden a apoyar el
castigo corporal en mayor medida que los más acomodados.
La
violencia entre pares y a mano de las parejas íntimas
A
medida que el niño crece, aumenta su vulnerabilidad ante otras formas de
agresión, como la violencia por parte de sus padres o a manos de sus parejas
íntimas. Son frecuentes, por ejemplo, las agresiones físicas entre estudiantes,
especialmente entre los varones. En 25 países con datos comparables, la
prevalencia de las agresiones físicas contra estudiantes de 13 a 15 años va desde
un 20% en la ex República Yugoslava de Macedonia y el Uruguay hasta más de un
50% Botswana, Djibouti, Egipto, Ghana, la República Unida de Tanzania (Dar es Salaam)
y el Yemen. A nivel mundial, más de uno de cada tres estudiantes de 13 a 15
años de edad es objeto de por lo menos un episodio de acoso o intimidación de
manera habitual. En los 106 países con datos comparables sobre adolescentes que
sufrieron actos de acoso o intimidación recientemente, las tasas varían del 7%
en Tayikistán al 74% en Samoa. Casi una tercera parte (31%) de los adolescentes
de Europa y América del Norte reconocieron haber
acosado o intimidado a otros. Las tasas de prevalencia varían de uno de cada
siete jóvenes (14%) en la República Checa y Suecia a casi 6 de cada 10 en
Letonia y Rumania (59%).
Los
jóvenes continúan sufriendo la violencia hasta muy avanzada la adolescencia.
Casi una cuarta parte de las adolescentes de 15 a 19 años del mundo (unos 70 millones
de niñas) dijo haber sido objeto de alguna forma de violencia física desde los
15 años de edad. En África oriental y meridional, por lo menos el 12% de las
niñas de esa edad de los nueve países sobre los que se dispone de datos, con la
excepción de las Comoras, denunciaron incidentes de violencia física durante el
año previo. En África occidental y central, la proporción de niñas de los 11 países
sobre los que se cuenta con datos que fueron objeto de violencia física en ese
lapso es de por lo menos 1 de cada 14. Las proporciones más elevadas
corresponden a las niñas de la República Democrática del Congo, con el 42%, y
del Camerún, con el 26%.
Las
niñas que no han contraído matrimonio denuncian en mayor proporción que las
casadas haber sido objeto de violencia física por parte de sus familiares,
amigos, conocidos y maestros. Sin embargo, en todos los países donde hay datos,
las niñas que están o estuvieron casadas y que denuncian haber sufrido
violencia física, señalan mayoritariamente como responsables de la misma a sus
parejas íntimas presentes o pasadas. En la India, Mozambique, el Nepal, el
Pakistán, la República Unida de Tanzania y Zambia, por ejemplo, más de un 70%
de las niñas dijo haber sido objeto de violencia física a manos de sus maridos
o parejas íntimas presentes o pasadas. En efecto, la violencia por parte de las
parejas íntimas constituye la forma más común de violencia por razones de
género contra las niñas. A nivel mundial, casi una de cada tres adolescentes de
15 a 19 años de edad (84 millones) que integran uniones formalizadas ha sido víctima
de violencia emocional, física y/o sexual por parte de su marido o pareja. Las
tasas de ese tipo de violencia son especialmente elevadas en África
subsahariana, Asia Meridional y América Latina y el Caribe.
Con
respecto a la violencia física que sufren los varones adolescentes, incluso por
parte de sus parejas íntimas, los datos disponibles son mucho más limitados.
Sin embargo, por lo menos uno de cada cuatro adolescentes de 15 a 19 años de
los cinco países de ingresos bajos y medios con datos comparables dijo haber
sufrido violencia física a partir de los 15 años; y en dos de esos países (Ghana
y Mozambique) las tasas de violencia de esa índole superan el 40%. Los autores
de esas agresiones varían en los cinco países, e incluyen miembros de la
familias, amigos o conocidos, y maestros.
Violencia
sexual
Unos
120 millones de niñas de todo el mundo (algo más de una de cada 10) han sido
víctimas de relaciones sexuales forzadas y otras agresiones sexuales en algún
momento de sus vidas. Sin embargo, las niñas que viven en determinadas partes
del mundo parecen correr más peligro que otras. En 13 de los 18 países del África
subsahariana sobre los que se dispone de datos pertinentes, las tasas de
prevalencia de las relaciones sexuales forzadas son del orden del 10%, por lo
menos. Por otro lado, en todos los países de Europa Central y Oriental y la Comunidad
de Estados Independientes con datos comparables (excepto la República del
Moldavia), la proporción de niñas adolescentes que denunciaron haber sufrido
violencia sexual fue inferior al 1%.
También
se analizó la edad en que las niñas fueron objeto de violencia sexual por
primera vez. En 18 de los 21 países con datos comparables, la mayoría de las
adolescentes dijo haber sido objeto de violencia sexual por primera vez entre
los 15 y los 19 años. Sin embargo, una proporción substancial de ellas sufrió
agresión sexual por primera vez a edad aún más joven. En los 21 países, con la
excepción de la India, Liberia, la República de Moldavia, Santo Tomé y Príncipe
y Zimbabwe, por lo menos una de cada cinco niñas que dijeron haber sufrido un
incidente de violencia sexual como mínimo señaló que la primera agresión ocurrió
cuando tenía entre 10 y 14 años.
En la
gran mayoría de los casos, los responsables de la violencia sexual contra las
niñas son los cónyuges, novios o parejas íntimas presentes o pasados. En el
Estado Plurinacional de Bolivia, la Guatemala, Kenya, la República de Moldavia,
República Dominicana, la República Unida de Tanzania y Uganda, una considerable
proporción de niñas afirmó haber sido víctima de agresiones sexuales por parte
de amigos y conocidos.
Según
datos correspondientes a cuatro países, los niños varones también son víctimas
de la violencia sexual, aunque en mucho menor medida que las niñas. En Uganda,
la proporción de adolescentes varones que denuncia incidentes de relaciones
sexuales forzadas u otros actos sexuales forzados es casi dos veces menor que
la proporción de niñas adolescentes que formulan denuncias similares. En
Mozambique, la proporción de adolescentes varones que afirmaron haber sido
objeto de violencia sexual también es muy inferior a la de las niñas de la
misma edad (3% y 9%, respectivamente). Al igual que sucede con las niñas, los
incidentes iniciales de violencia sexual contra los niños ocurren cuando tienen
entre 15 y 19 años de edad, y son generalmente perpetrados por parejas íntimas
actuales o pasadas.
También
corren riesgo de violencia sexual los adolescentes que viven en países de altos
ingresos. En Suiza, por ejemplo, una encuesta nacional de niñas y niños de 15 a
17 años que se llevó a cabo en 2009 puso en evidencia que el 22% de los niños y
el 8% de las niñas, respectivamente, sufrió por lo menos una vez en su vida un
incidente de violencia sexual que involucró contacto físico. En ese país, la
forma más común de violencia sexual, tanto para las niñas como para los niños,
es la victimización a través de Internet. En los Estados Unidos, la segunda
Encuesta nacional sobre la exposición de los niños a la violencia National
Survey of Children’s Exposure to Violence (NatSCEV II), que se realizó en 2011,
registró las tasas de victimización sexual de los varones y las niñas de 14 a
17 años. Las mismas fueron del 35% para las niñas y del 20% para los varones.
Denuncias
sobre los incidentes de violencia
Independientemente
del tipo de violencia que hayan sufrido o las circunstancias en que ésta se
haya producido, la mayoría de las víctimas la mantiene en secreto y no solicita
ayuda. Los datos que se ofrecen en este informe confirman que casi la mitad de
todas las niñas adolescentes de 15 a 19 años que mencionaron haber sido objeto
de violencia física o sexual también dijeron que nunca se lo había contado a
nadie. En Jordania, Kirguistán, el Nepal, Nigeria, el Pakistán, Tayikistán y
Uganda, la proporción de las víctimas que han guardado silencio supera el 50%.
Las niñas y mujeres que sufren violencia sexual constituyen el sector menos
proclive a informar sobre el abuso, al contrario que las que sólo son objeto de
violencia física o de una combinación de violencia física con violencia sexual.
Un análisis comparativo de los datos de países sobre los que se disponen de
datos correspondientes
a ambos
sexos indica que los niños varones tienden a mantener su victimización en
secreto en la misma medida que las niñas.
Entre
las niñas adolescentes de 15 a 19 años de edad que alguna vez han sido víctimas
de violencia física y/o sexual, casi 7 de cada 10 indicaron que nunca pidieron
ayuda para poner fin a la situación de abuso. Aunque las razones sean diversas,
muchas niñas dijeron que no se percataban de que sufrían una forma de violencia
y que no creían que el abuso fuera un problema. Según una cantidad limitada de datos
estadísticos, en algunos países los varones tienden a pedir ayuda en
proporciones aún menores que las niñas. Y de manera similar a las niñas, la
mayoría de los niños que han sido objeto de violencia mantienen el silencio con
respecto a sus experiencias, independientemente del tipo de violencia que hayan
sufrido, porque no consideran que se trate de un problema.
Cuando
las niñas y mujeres que han sufrido violencia piden ayuda, la mayoría la
solicita a sus familiares. Generalmente buscan el apoyo de personas conocidas
más que de instituciones como la policía, las agrupaciones religiosas o los
organismos de servicios sociales, aun cuando sepan que éstas les pueden ayudar.
Actitudes
con respecto a la violencia conyugal
Mediante
la exploración de las actitudes y normas sociales referidas a la violencia se
pueden obtener datos sobre qué la motiva, y por qué persiste y no se denuncia.
Las pruebas que contiene este informe sugieren que casi la mitad de las niñas
de 15 y 19 años de todo el mundo (unos 126 millones) creen que en algunas
ocasiones se justifica que los maridos o las parejas íntimas golpeen o agredan físicamente
a sus cónyuges o parejas. Mientras en África subsahariana y Oriente Medio y
África septentrional esa proporción supera la mitad de esas niñas, en Europa
Central y Oriental y la Comunidad de Estados Independientes disminuye al 28%.
Esa
actitud de apoyo a la violencia conyugal también está generalizada entre los
varones adolescentes. Tanto el África oriental y meridional como en Asia
meridional, casi un 50% de los niños de 15 a 19 años de edad creen que en
determinadas circunstancias se justifica que el marido golpee a su mujer. En
África Occidental y Central, la proporción es levemente superior a una tercera
parte. Sin embargo, lo que puede resultar más sorprendente es que en 28 de los
60 países sobre los que se cuenta con datos referidos a ambos sexos, la
proporción de niñas que creen que a veces se justifica la violencia conyugal es
superior a la de los niños. En 14 de sus países, la diferencia de opinión entre
ambos géneros supera el 10%. La tendencia aparece con más frecuencia en Asia meridional,
África subsahariana y Asia oriental y el Pacífico que en otras regiones.
Pese a
que los varones y las mujeres pueden diferir en su grado de apoyo a la
violencia conyugal, las opiniones de ambos tienden a coincidir con respecto a
las circunstancias que justifican esa forma de agresión. La razón citada con más
frecuencia, tanto por los varones como por las mujeres, es el descuido de los
hijos.
Actitudes
con respecto al abuso sexual de los niños
También
se han explorado las actitudes con respecto al abuso sexual de los niños.
Aunque no se dispone de datos en gran escala ni en cantidad suficiente para su comparación
internacional, las investigaciones sobre este tema que se llevaron a cabo en
algunos países y regiones ilustran la variedad y la complejidad de las
creencias más comunes sobre esta forma particular de violencia contra los
niños. Por ejemplo, en un estudio realizado en seis países del Caribe oriental
en 2008-2009 se analizaron las percepciones de las mujeres y los hombres
mayores de 18 años sobre el abuso sexual de los niños. Tratando de comprender algunos
de los factores que pueden contribuir a esa forma de violencia, los
responsables del estudio preguntaron a los entrevistados si creían que una de
sus causas era la actitud negativa de los hombres hacia las mujeres. La mayoría
de los entrevistados señaló su desacuerdo (60%) o dijo no estar seguro (27%).
Sin embargo, el 77% de los encuestados señaló que la manera en que se viste una
niña puede despertar el interés sexual de los hombres.
Con
respecto a las consecuencias percibidas del abuso sexual de los niños, la
mayoría de los encuestados en el Caribe occidental (85%) consideró que los
menores sufren daños emocionales a largo plazo. Pero las investigaciones
indican que en otras partes del mundo las opiniones son más variadas. En
Noruega, por ejemplo, un estudio realizado en la población en general indicó que
los encuestados no estaban seguros si los contactos sexuales con los niños eran
perjudiciales o no. En Nigeria, un 60% de los padres y madres encuestados opinó
que el abuso sexual sólo tiene efectos graves para la salud de los niños si
implica relaciones sexuales.
En
nuestras manos
Pese a
que la violencia contra los niños es un fenómeno generalizado, no es
inevitable. Su eliminación es una responsabilidad que compartimos todos. Aunque
con frecuencia se considera que la violencia contra los niños es un problema
individual, en realidad se trata de un problema social impulsado por las
desigualdades económicas y sociales y las normas de educación deficientes. Se
trata de un problema alimentado por las normas sociales que toleran la
violencia al considerarla una manera aceptable de resolver los conflictos,
además de aprobar la dominación de los niños por parte de los adultos y de
alentar la discriminación. La violencia contra los niños es posible debido a la
existencia de sistemas que no cuentan con políticas y normas judiciales adecuadas,
ni mecanismos eficaces de gobernanza o la vigencia estricta de normas jurídicas
que permitan evitar la violencia, investigar y procesar a los culpables y
ofrecer a las víctimas servicios de seguimiento y tratamiento. Esta forma de
violencia puede seguir existiendo cuando no se documenta ni mide debido a que
no se invierten los fondos necesarios en la obtención de datos y la difusión de
los resultados.
Las
pruebas que se suministran en el informe demuestran claramente que hay un
número excesivo de niños que no reciben suficiente protección contra la
violencia. En la mayoría de los casos, ésta ocurre a manos de las personas que
cuidan a los menores o que tienen trato cotidiano con ellos, como sus
cuidadores, sus pares y sus parejas íntimas. Los niños también suelen carecer de
la protección gubernamental que necesitan y a la que tienen derecho. Sólo 39
naciones del mundo brindan a los menores protección jurídica contra toda forma
de castigo corporal, incluido el castigo en el hogar. Además, existen grandes
desniveles entre la protección de la que disfruta un adulto que ha sido víctima
de violencia y la que se otorga a un niño en las mismas circunstancias. Por
ejemplo, si un adulto es agredido por un pariente o cualquier otro adulto, se
considera que ha sido objeto de una acción inaceptable y se aplican garantías
legales para proteger sus derechos. Sin embargo, si un niño sufre castigos
violentos a manos de sus padres u otras personas que le cuidan, se considera
que se trata de un hecho sin importancia y el menor no recibe protección
judicial similar a la que se da a los adultos. Esa falta de protección,
combinada con las actitudes y normas sociales que justifican algunos actos de
violencia contra los niños, crea un entorno en el que muchas formas de
violencia se consideran normales y quedan impunes.
Una de
las limitaciones propias de todo intento de documentar la violencia contra los
niños es que no se contempla a un gran número de niños que no puede o no quiere denunciar sus experiencias. Pese a
que este informe adolece de esa carencia, lo que en él se refleja es suficiente
para impulsarnos a la acción. Porque no debemos tolerar que un solo niño más
sufra los efectos de la violencia.
El
proceso de comprender y responder a la violencia contra los niños continuará
rodeado de dificultades. Sin embargo, a medida que se proponen y aplican nuevas
estrategias para poner fin a esta forma de violencia, va quedando cada vez más
en claro la importancia de las inversiones sistemáticas en la generación de
datos. Las pruebas que se obtiene mediante los mismos son fundamentales para vigilar
los compromisos; facilitar el desarrollo de nuevos programas, políticas y
leyes; y evaluar su eficacia. Las investigaciones futuras no sólo deberían
concentrarse en documentar la prevalencia de la violencia sino también en comprender
los factores subyacentes que la alimentan y evaluar las intervenciones de
prevención y respuesta. La difusión amplia de los datos pertinentes por medios y
formatos accesibles seguirá siendo fundamental para crear conciencia y generar
la voluntad política requerida para elaborar e implementar estrategias y
medidas prácticas eficaces en todos los niveles de la sociedad. La posibilidad
de eliminar la violencia contra niños está en nuestras manos. Si contamos con
datos fidedignos, sabremos exactamente cuándo hemos cumplido ese imperativo de
derechos humanos.
Solamente
en 2012, el número de niños y adolescentes menores de 20 años que fueron
víctimas de homicidio llegó a 95.000, casi 1 de cada 5 víctimas de homicidio al
año.
Alrededor
de 6 de cada 10 niños del mundo (unos 1.000 millones) de 2 a 14 años de edad
sufrieron de manera periódica castigos corporales a manos de sus cuidadores.
Cerca
de 1 de cada 3 estudiantes entre los 13 y los 15 años en el mundo informaron
haber participado en una o más peleas en el último año. Casi más de 1 de cada 3
estudiantes entre los 13 y los 15 años en el mundo sufrieron actos de acoso o
intimidación de forma sistemática. Casi una tercera parte de los adolescentes
de 11 a 15 años de Europa y América del Norte reconocieron haber acosado o
intimidado a otros en la escuela por lo menos una vez en los últimos dos meses.
Casi una cuarta parte de las niñas de 15 a 19 años del mundo (unos 70 millones
de niñas) dijo haber sido objeto de alguna forma de violencia física desde los
15 años de edad.
Unos
120 millones de niñas de todo el mundo (algo más de 1 de cada 10) han sido
víctimas de relaciones sexuales forzadas y otras agresiones sexuales en algún
momento de sus vidas. Los niños también están en peligro, aunque no hay una
estimación mundial debido a la falta de datos comparables.
A nivel
mundial, casi 1 de cada 3 adolescentes de 15 a 19 años (84 millones) que
integran uniones formalizadas ha sido víctima de violencia emocional, física
y/o sexual por parte de su marido o pareja en algún momento de su vida.
Alrededor
de 3 de cada 10 adultos del mundo creen que para criar o educar de manera
adecuada a un niño es necesario apelar al castigo físico. Casi la mitad de las
niñas de 15 y 19 años de todo el mundo (unos 126 millones) creen que en algunas
ocasiones se justifica que los maridos o las parejas íntimas golpeen o agredan
a sus cónyuges.
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