Musulmanas y tan españolas como vosotras
© Ana Sánchez Juárez,
El Mundo
"No me mires
como a una pobrecita que no piensa y está debajo de un velo. No me mires así
solo porque me presupones, al verme con mi hiyab, una mujer sumisa. Me lo puse
voluntariamente a los 25 años. Tampoco soy una terrorista. Cuando era
estudiante estalló una bomba de ETA en mi instituto en Collado Villalba
(Madrid). Rompió varias de las ventanas de las casas de mis amigas y mató a un
guardia civil. En el barco contra el terrorismo estamos todos. Lo condeno como
tú. Pero no entiendo por qué he de hacerlo constantemente. No soy alguien de
fuera. Me llamo Naima El Akil, española y musulmana, una joven de 30 años que
vive con sus padres porque tiene un trabajo de mileurista. Como muchas de mi
edad, aún no me he casado. Soy una chica más. Puedo mantener mi fe con fuerza y
estar integrada en la sociedad civil española, a la que pertenezco. No es una
contradicción, sino parte de mi identidad", explica sin dejar de mirar
fijamente y con una sonrisa esta mujer de padres marroquíes emigrados en los 80
que está decidida a romper el estereotipo que se tiene sobre las musulmanas en
España. Ella, licenciada en Derecho y Periodismo por la Universidad Carlos III,
y otras tres amigas (dos son médicos y la tercera cursó Magisterio) fundaron
hace casi tres años Achime (Asociación de chicas musulmanas en España).
Representan a esa segunda generación con problemas de identidad que teme que
por ser españolas deban renunciar a sus creencias. Más de 400 jóvenes han
acudido alguna vez a sus eventos: desde una jornada de esquí hasta paseos a
caballo o una cake party en una peluquería árabe. Hacen voluntariado social con
discapacitados, personas sin techo o de la tercera edad en organizaciones
laicas de su comunidad autónoma. Ocio y espiritualidad parece ser el cóctel
perfecto para la (buena) salud de esta organización, que no recibe apoyo
"ni de la Mezquita ni de ningún partido político o país", aseguran.
Naima es una de
las 300.000 musulmanas que viven hoy en España, según el Observatorio Andalusí,
la mayoría en el sur y en Cataluña. Un 40%, menores de 40 años. Nos encontramos
con ella en una pizzería madrileña. La acompaña Omayma Bouiri, de 16 años,
también nacida en España y de padres marroquíes. Esta joven, que estudia
segundo de Bachillerato -el 3% del alumnado en todo el territorio nacional es
musulmán- se relaciona con movimientos asociativos desde los 14. "El Islam
pide a la mujer que se mueva. Mis padres me apoyan. Hace dos años les pedí ir a
una convivencia de jóvenes musulmanas en Austria, ¡entendieron Australia!, pero
me dieron permiso igualmente. Sabían lo positivo de esos encuentros con otras
de quinta o sexta generación", dice. Lleva voluntariamente el hiyab desde
los 13 y Naima le dice que "se lo puso demasiado pequeña, pero que va con
la madurez de cada uno". Omayma lo argumenta: "Mi padre me preguntó
si estaba segura de querer ponérmelo, porque estaba en 1º de la ESO, y mi madre
me dejó total libertad. Reconozco que fue demasiado pronto, pero estoy
agradecida. Luego he ido descubriendo los frutos de llevarlo y el porqué de esa
necesidad casi inconsciente de hacerlo".
Naima y Omayma,
dos generaciones distintas que ya no vinieron a buscar trabajo, como sus
padres, y que aseguran que su activismo comprometido continuará después de
casadas. "Si me preguntan si estoy integrada digo que sí. Pero el problema
no es mío o tuyo, es cómo me ven los otros, no quieren aceptar que somos
iguales. Nos afectan de la misma manera los atentados yihadistas, el
extremismo, el terrorismo... Es un peso doble. Ves cómo matan a inocentes, te
duele como ser humano y, encima, te meten en el mismo saco", se queja
Omayma.
Están cansadas de
oír esa cantinela de "vosotras sois la excepción". "Sale la
noticia de que una chica de Ceuta ha sido captada por la yihad a través de la
Red. Y todos nos señalan con el dedo. El problema es que se dan respuestas
superficiales a problemas que tienen más fondo. Estamos hablando de niñas,
mujeres que son españolas, a las que unos criminales han logrado convencer
dentro de nuestros barrios, de nuestro sistema. ¿Vas a decirme que esa joven de
14 años ha nacido extremista? Tengo contacto con chicas de instituto y me
cuentan que en clase (y no es la norma, pero existe) algunos profesores les
dicen: 'Tú eres musulmana, no vas a estudiar una carrera universitaria'. O el
caso de otra a la que pusieron al fondo del aula el primer día con el argumento
de que 'los musulmanes hablan mucho y molestan", se queja Naima.
Omayma lo
corrobora: "Hasta el orientador de mi instituto se sorprendió cuando el
año pasado me dieron una mención honorífica, no le cuadraban esos resultados en
una chica marroquí de barrio". La consecuencia de esto, dice la fundadora
de Achime, es que el propio sistema "está transmitiendo que no valemos,
que no vamos a conseguir nada en la vida porque no somos de aquí. Y, de
repente, vienen unos seres que lo único que quieren es captar a gente y les
convencen de que son lo mejor del mundo y de que van a alcanzar lo que se
propongan. Se trata de un colectivo vulnerable, fácil de captar. Y luego está
la prensa, el Gobierno enviando mensajes de miedo hacia lo musulmán. Es
perfecto para ellos. Todos estos extremistas que han salido de España, Francia,
Bélgica, Alemania... se han criado en nuestras escuelas, en nuestro sistema, y
ahora nos atacan. Hay que hacer un ejercicio hacia adentro y ver en qué hemos
fallado como sociedad libre y democrática. Todos deberíamos sentarnos y ver que
es un problema nuestro".
La vida de Chadia
Lemrani es radicalmente distinta de la de Naima y Omayma en la forma, pero no
en el fondo. De origen marroquí y nacionalidad española, llegó hace 10 años
(tiene 37), es madre de tres hijos y está casada con un español converso. Habla
cuatro idiomas, tiene formación profesional orientada al sector del turismo y
estudió hasta primero de Biología. En España trabajó tres años en una
residencia de ancianos, ahora es ama de casa, viste vaqueros e hiyab.
"Podrías pensar que soy sumisa, pero simplemente me es imposible trabajar
con los horarios de mi marido y mis hijos. La niña tiene dos años y aún no la
llevo a la escuela. Contratar a una cuidadora equivaldría a mi sueldo. Muchas
españolas hacen lo mismo, que yo y no son cuestionadas. Yo, sí", argumenta
esta mujer que decidió ponerse el velo al ser madre. "Fue una opción
íntima. Nadie me obligó".
Conocemos a Chadia
en la Asociación de Musulmanes por la Paz, una ONG fundada por un fiel que
busca "sacar el Islam de la Mezquita" y que tiene una escuela de paz
para niños. "Queremos combatir la islamofobia. Trabajamos los valores del
respeto, la solidaridad y la tolerancia presentes en nuestra fe. No son
necesariamente actividades religiosas y por eso estamos abiertos a todos los
progenitores que quieran traer a sus hijos, al margen de la creencia que
profesen", cuenta Laia, una de las responsables.
Chadia vive en un
pequeño pueblo del norte de Madrid y coincide con las otras protagonistas de
este reportaje en que tiene la necesidad de justificarse, de condenar a los
violentos "con cada atentado. Para mí, como musulmana y madre de niños
españoles, es muy triste ver los brotes de islamofobia. No somos terroristas.
El Islam es paz, en ningún momento se habla de asesinar, y menos aún de
justificarlo". Ella tiene sus pequeñas luchas cotidianas contra los
estereotipos, a veces con su familia política, que la cuestiona, o puntualmente
con algún vecino mayor que la ha llamado mora de manera despectiva.
"Conduzco mi propio coche, pero cuando voy en transporte público se me
mira con curiosidad más que con miedo. Percibo que el que yo enseñe a mis hijos
árabe clásico no se recibe socialmente de forma positiva. No es lo mismo que
tus niños sean bilingües en inglés. Al mayor a veces no le gusta que le hable
en nuestro idioma delante de otros compañeros del colegio. Y es una pena,
porque debería ser motivo de orgullo". A sus pequeños les ayuda a
memorizar el Corán, pero también les enseña a respetar otras religiones.
Nos recibe días
más tarde en su casa. Acaban de mudarse y cuenta que en esta zona hay bastantes
familias musulmanas. Rezuma espiritualidad y su día a día se estructura
alrededor del Islam. "No tengo derecho a decidir si mi religión es mejor o
peor, eso está en manos del Altísimo. Lo que sé es que mi fe alimenta mi alma.
Si algún día no rezo me siento incompleta. Es igual que el mes de Ramadán, el
ayuno me hace estar más concentrada, te olvidas del cuerpo, conectas con Dios y
todo funciona mejor. Como musulmanes, nuestro deber es siempre mejorar, aunque
nunca llegamos a la perfección. Llevo pañuelo, ¿y qué? No estoy ciega, no vivo
bajo la autoridad de mi marido, a él lo elegí libremente. Por supuesto, hay
musulmanes que beben, fuman, se drogan..., igual que tantos cristianos que
tienen esos mismos comportamientos. No podemos generalizar", dice mientras
nos sirve un vaso de té caliente. La casa aún está sin cortinas y con cajas por
abrir, pero en el salón ya ha colocado una hucha para los niños pobres.
"El Islam es paz", repite como un mantra mientras su pequeña intenta
desmigajar el bizcocho.
Antes de acabar
este reportaje Naima cuenta cómo después del 11-M nunca notó racismo.
"Todo lo contrario. Estoy orgullosa de ser española y de España. Pero
ahora por las redes sociales la información llega muy rápido y de más gente:
tras los atentados de París varias chicas me han contado que las han insultado
solo por llevar pañuelo. Hay que cambiar la imagen que se proyecta de nosotros,
sobre todo de las mujeres. Es necesario que empecemos a votar. Cuando nuestra
clase política sea consciente de que la comunidad musulmana puede sentar uno,
dos o tres diputados en el Congreso, a lo mejor empiezan a cambiar las
cosas", sentencia.
Comments
Post a Comment