Lidia Falcón: Las putas son propiedad de los hombres
© Lidia
Falcón, Público
Fuente:
http://blogs.publico.es/lidia-falcon/2013/11/05/las-putas-son-propiedad-de-los-hombres/
Trescientos
cuarenta y tres intelectuales franceses, la crème de la crème de la
intelligentsia francesa, publican un manifiesto contra la abolición de la
prostitución porque reclaman su derecho a poseer “su puta”, y aseguran que
ninguna ley puede prohibirles, a ellos, su deseo y su placer.
Considerando
que hace más de cien años que se celebró la I Convención Internacional contra
la Trata de Blancas, que aprobaron –por más hipócritamente que fuera– todas las
naciones representadas, entre las que naturalmente se hallaba Francia, y que
apoyaron todos los dirigentes políticos e intelectuales de los países
civilizados –por más hipócritamente que fuera–; y que la prostitución, como tal
–aparte del secuestro, el tráfico y los malos tratos que acompañan a ese infame
negocio– ha sido considerada por la ONU como otra esclavitud; resulta altamente
sorprendente el cinismo que exhiben esos grandes hombres de la Francia
ilustrada, post revolucionaria y culta al calificarse a sí mismos de puteros y
macarras y reivindicar la propiedad de “su puta”.
Otros
comentaristas han hecho hincapié en la tragedia de la trata de mujeres y niñas,
cuyo negocio recorre el mundo entero, y las terribles condiciones en que las
víctimas son exhibidas, vendidas, prestadas, apaleadas y asesinadas, si se
tercia. Situaciones que no creo que nadie desconozca y mucho menos esos
ilustres pertenecientes al Parnaso francés firmantes del manifiesto, cuya
inteligencia y cultura brillan deslumbrando a los simples e incultos mortales.
Por ello no voy a incidir más en el tema.
Porque
la verdadera raíz de la ideología y comportamientos del patriarcado, del que
los firmantes son sus más conspicuos representantes, es que ninguno de los
episodios de esclavización que comportan tantos sufrimientos a las víctimas les
importan. Los cimientos de la ideología patriarcal están construidos sobre la
explotación y utilización de las mujeres para disfrute de los hombres. Cuando
tan célebres representantes de varias Academias se atreven a proclamar
públicamente que no consentirán que les perturben la posesión de “sus” putas,
no están más que ratificando uno de los sagrados principios del machismo: soy
hombre y por tanto tengo derecho a disponer de las mujeres como me plazca.
Puedo apropiarme de una adecuada para que me sirva en el hogar y me fabrique
hijos, puedo comprar otra mujer para que satisfaga mis fantasías sexuales,
puedo venderla para obtener beneficio de los servicios que preste a otros
hombres, y (¡por supuesto!) las desprecio a todas.
La
perversa utilización de la defensa del derecho de las prostitutas a escoger su
“profesión” , que para estos hombres les sirve para reclamar el suyo a una
satisfacción genital venal, no encubre más que las convicciones antes
señaladas, a las que se disfraza, se maquilla, se encubre con la más moderna y
aceptada de las reclamaciones: la de la libertad.
Pero
ninguno de ellos se plantea la clase de libertad que tiene la mujer que debe
aceptar la utilización de su propio cuerpo por veinte hombres diarios, a cambio
de dinero –la mayor parte del cual va a parar a los chulos. Ninguno de ellos,
que son tan cultos, tan inteligentes, tan pensadores, se plantea cuánta
libertad existe en la coacción de la pobreza. Porque en realidad la libertad de
las prostitutas es la que menos les interesa. Como no le ha interesado nunca al
patriarcado. Bien queda demostrado en los más antiguos y modernos textos de la
literatura, de la filosofía y de la doctrina religiosa.
En ese
manifiesto los firmantes únicamente tratan de su propia libertad: la de escoger
a sus víctimas y hacerlas objeto de sus instintos más salaces sin que ningún
gendarme de la moral o de la ley venga a interrumpirlos. Claro que Sade decía
lo mismo, y era francés, y ha sido considerado hasta por los intelectuales más
preclaros como un abanderado de la rebelión. No sé si esos señores quieren
emular ahora las hazañas del marqués, que acabó matando prostitutas tirándolas
por la ventana, pero sí parece que ratifican sus afirmaciones ideológicas. Al
fin y al cabo, en sus farragosos escritos Sade también se atreve a defender el
placer de las mujeres a las que secuestra, ata y amordaza, apalea y da
latigazos y viola continuamente. Y todo ello trufado de largos discursos
moralistas contra la moral que condena tales conductas.
En esta
mala reedición de las doctrinas sádicas –segundas partes nunca fueron buenas–
en un estilo más vulgar y burgués y menos epatante y aristócrata; con los
medios de comunicación más poderosos de la historia humana para difundirlas,
los intelectuales franceses nos están diciendo: ¡Aunque estemos en el siglo XXI
no olvidéis que seguimos siendo machos, que queremos mujeres para satisfacer
nuestros instintos sexuales, que lo que defendemos no es la libertad de las
prostitutas sino la nuestra propia de joder con quién y cómo nos plazca! Y que,
por tanto, tenemos derecho –aunque seamos feos, viejos y mal construidos– a
poseer nuestra puta.
Los
derechos de las putas no son de su incumbencia.
Porque
en realidad la cuestión trascendente de los derechos y de la libertad de las
mujeres es qué clase de sexualidad domina a esos hombres que reclaman, y se
vanaglorian, de satisfacer la más profunda y hermosa pulsión humana con la
esclavización de una mujer, que la mayor parte de las veces los detesta y que
sometiéndose a ello únicamente logra sobrevivir.
Pero la
verdad es que yo creía que desde la Declaración de Derechos del Hombre y del
Ciudadano de 1789, La Abolición de la Esclavitud de 1848, la de Derechos
Humanos de 1948, la Convención de No Discriminación de la Mujer de 1978, se
había abolido la idea de que un ser humano pudiese pertenecer a otro.
¡Qué
antiguos son esos señores!
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