Colombianas y Venezolanas en el sector del servicio doméstico: búsqueda de empleo y condiciones laborales

* * copiado tal cual del informe "Mujeres migrantes contra la violencia en el mundo del trabajo: Colombianas y Venezolanas en el sector del servicio doméstico" de elaborado por el Sindicato Nacional de Trabajadoras del Servicio Doméstico (SINTRASEDOM) con el apoyo y la colaboración de la Alianza Global contra la Trata de Mujeres (GAATW).

Cuando indagamos sobre cómo comenzaron a trabajar en este sector laboral identificamos dos categorías. Por una parte, están las compañeras que lo consideran como una decisión voluntaria, aunque esté basada en situaciones económicas y en las dificultades de acceso a la educación; “mi incorporación en el trabajo doméstico, fue voluntaria, porque no pude estudiar por falta de dinero, entonces, buscando trabajo, lo primero que conseguí, fue en el trabajo doméstico”. En otros casos aparece también el interés de conocer otros lugares o países: “fue voluntaria porque en mi casa se necesitaba el dinero, pero también porque yo quería ir a Bogotá”. Y por supuesto, la experiencia previa en este sector: "además yo acompañaba a mi mamá a trabajar en otras casas".

Por otra parte, están las compañeras que refieren que fue una situación forzada por las circunstancias y que tuvo que ver con, las necesidades económicas familiares, así por ejemplo una de las trabajadoras refiere que “tan pronto terminé el bachillerato, la situación económica en mi casa era complicada y tuve que viajar a otra ciudad a trabajar como interna para apoyar en los gastos de mi familia”. De otra parte, aparecen mencionadas situaciones asociadas a violencia intrafamiliar: “Yo empecé a los 15 años, pues mi mamá me abandono estando muy niña y mi papá  se  consiguió  otra mujer que me trataba muy mal, entonces yo me volé de la casa de mi papá y el trabajo doméstico fue el único trabajo que conseguí”; la falta de posibilidades de acceso a otros sectores laborales: “yo vivía con una tía, no tenía forma de continuar estudiando entonces como no  tenía  un  nivel académico para acceder a otro empleo, empecé a trabajar en el servicio doméstico”;  o la migración: “Antes de venir para acá yo nunca había trabajado en esto.”

En promedio las mujeres comenzaron a trabajar a los 18 años, pero algunas lo hicieron a los 8 años y otras más allá de los treinta. En la mayoría de los casos se dio un inicio temprano en la actividad laboral, entre los 8 y 15 años, asociado a un proceso de vinculación a las tareas domésticas en el propio hogar, y también al acompañamiento de familiares en la realización de actividades domésticas en casas de terceros. Una de las trabajadoras comenta por ejemplo que “en mi primer trabajo, a los ocho años viví tratos humillantes, aislamiento, no me permitían contacto con mi familia, me amenazaban, me lanzaban agua fría para levantarme, debía atender a una familia de seis personas desde las 4 de la mañana hasta las  10 de la noche, siendo una niña, que trabajaba solo por la comida, porque no me pagaban a mí y tampoco a mi mamá.”

En este contexto “[…] de acuerdo con la Unicef, la división sexual del trabajo se construye desde la infancia sobre la  base de estereotipos sexuales que inducen a las niñas al trabajo doméstico remunerado en condiciones de explotación. En este sentido, el empleo doméstico de las niñas llega a justificarse culturalmente cuando los patrones las vinculan al sistema escolar, les dan vestido, vivienda, manteniendo relaciones de servidumbre y explotación, que se constituyen en una vulneración de los derechos, pero que son toleradas socialmente”. (Organización Internacional para las Migraciones (OIM-Misión Colombia). Colombia. Ministerio del Interior y Justicia, 2011).

BARRERAS EN LA BÚSQUEDA DE EMPLEO

Cuando hablamos sobre los riesgos de caer en situaciones de vulnerabilidad, violencia o acoso en el mundo del trabajo las participantes refieren que muchos de los riesgos están asociados a las dificultades para conseguir empleos formales, es decir, empleos que garanticen los derechos laborales, y a la falta de un sistema de inspección y vigilancia específico para el trabajo del hogar que regule las ofertas laborales en este sector o la relación entre trabajadoras y empleadores.

En su mayoría las mujeres recurren a las redes de contactos y a las referencias voz a voz para encontrar un empleo, aunque también hicieron referencia a los avisos clasificados. “Para conseguir trabajo, yo he utilizado varias formas, por recomendación, a través de la voz a voz, de conocidos, anuncios en televisión, radio o periódicos y algunas veces agencias de empleo” comenta una de las participantes. La falta de una estructura de seguimiento en la incorporación laboral que pueda velar por los derechos de la trabajadora incrementa la informalidad en las contrataciones, pues se realizan directamente entre quien emplea y la trabajadora. A veces se realizan contratos informales que son firmados en notaria y que ponen la responsabilidad en la trabajadora. La trabajadora considera que al estar notariado cumple con los requisitos de ley pero desconoce que el ser un documento notariado no significa que lo haga.

En el caso de las agencias intermediarias es importante tener en cuenta que la agencia pública de empleo –APE no ofrece posibilidades directas de contratación para trabajadoras del servicio doméstico, si bien existe las categorías necesarias para hacerlo. Esto es debido principalmente a que las ofertas de personas particulares no pueden registrarse, sino que han de hacerlo como empresas o desde agencias de intermediación laboral.

Se evidenció que no hay homogeneidad entre las agencias intermediarias frente a las condiciones de la gestión de intermediación en algunos casos cobran un porcentaje a la candidata y en otros solamente a la empleadora.

Mencionan también que al momento de buscar empleo enfrentan discriminación de género, étnica y etaria, y diferentes formas de acoso y hostigamiento. Por ejemplo, una de las participantes nos contó que: "me han discriminado por mi color de piel, me han dicho que el trabajo no es para negras, me han llamado para un trabajo y cuando he ido tan pronto me ven me han dicho que el trabajo ya está ocupado” Por su parte, otra de las trabajadoras afirmó que “en la búsqueda de trabajo he enfrentado acoso sexual y discriminación. Una vez me presenté a un trabajo y el patrón me dijo que yo estaba muy joven para ese trabajo, pero que él podía ayudarme si yo sabía portarme bien con él. Él no me decía nada directamente, pero me hizo entender que, para darme el trabajo, yo debía estar con él. Otra vez, me dijeron que como yo era menor de edad, me pagarían menos, porque tenía menos experiencia, entonces que mi trabajo valía menos.”

En demasiadas ocasiones las ofertas laborales se dan en condiciones de desprotección, son fraudulentas o conllevan estafas o cobros adicionales: "Las condiciones del trabajo, que nos proponen, no se ajusta a lo de ley, en general, le proponen a uno mucho trabajo, pero por ser trabajo doméstico, le proponen menos salario y sin ningún beneficio, a veces sin uniforme”, afirma una de las trabajadoras.

El grupo de trabajadoras venezolanas manifiesta que, además de los contratos verbales, los salarios inferiores y la falta de beneficios laborales que comparten con las trabajadoras colombianas, ellas enfrentan discriminación debido a su nacionalidad. Una de las participantes refiere que: "siempre nos preguntan la nacionalidad, hay algunos lugares donde dice que no reciben personas venezolanas, incluso para arrendar hemos tenido problemas.”

E incluso han experimentado situaciones asociadas a la desconfianza y la xenofobia: "trabajaba para un señor separado que tenía como cincuenta años, me pagaba diario cuarenta mil, iba dos veces a la semana, con eso ya podía solventar algunas cosas, todo iba muy bien hasta un día que él señor me llamó y me dijo que muchas gracias por mi trabajo que no tenía queja, pero que su familia estaba preocupada porque él no me conocía ni sabía nada de mí y que era muy riesgoso dejarme sola en su casa, me sentí muy mal, le pregunté si se había perdido algo, me dijo que no, pero que mejor no regresará.”

CONDICIONES LABORALES

El trabajo al interior de los hogares significa más “una forma de  vida”  que la venta de una fuerza de trabajo, tal y como menciona León M. (2013). La trabajadora debe enfrentar dos dinámicas de relacionamiento diferentes:

1. La organización del hogar en el que brinda su trabajo.
2. Una relación laboral en un contexto de una familia diferente a la suya.

Esto genera algunos espacios de informalidad y otros de regulación laboral que limitan las áreas físicas, los elementos del hogar y los alimentos a los que la trabajadora puede acceder. A este respecto, una de las participantes explica que: "me controlaban todo, cuando salía a la tienda, cuando miraba por la ventana, no me dejaban hablar por teléfono y tampoco me pagaban, me decían, que tenía todo en la casa, cama, comida y alimentos, que ella me guardaba todo para el momento que me fuera, pero, además, mi habitación era la habitación de san alejo, tenía mucho desorden y humedad, allí además guardaban la ropa y todos entraban en cualquier momento, había cosas que no podía coger o comer y cuando venía visita había momentos en que no podía salir de mi habitación”.

Las condiciones impuestas en el marco de la relación laboral al interior de los hogares, afectan a la trabajadora, puesto que su espacio de trabajo es a la vez su espacio de socialización.

En cuanto a la relación contractual se establece en su mayoría de forma verbal, lo que permite a los empleadores cambiar de manera constante las condiciones, el horario, la remuneración, las funciones o el lugar de realización de la actividad. Aunque contar con un contrato escrito no garantiza la protección de los derechos laborales, el no tenerlo complejiza la relación entre empleadas y empleadores. Una de las trabajadoras lo explica así: “la situación más frecuente que he enfrentado es el incumplimiento del contrato, cuando  le hacen a uno la propuesta, le dicen que va tener tales beneficios, que le van a pagar tanto, que trabajara tantas horas, pero todo es verbal y poco a poco empiezan a cambiar las condiciones, al final una termina trabajando muchas horas, por una paga menor que la que le ofrecieron, muchas veces aguantando gritos, las patronas dicen que es porque una es parte de la familia y que lo tratan igual.”

La contratación verbal hace más complicada la reclamación de los derechos laborales puesto que no se tienen soportes documentales que evidencien la existencia de una relación laboral.

En cuanto a la afiliación al sistema de seguridad social, mencionaron que en muchas ocasiones se les solicita el soporte de afiliación al régimen subsidiado, para evitar la afiliación al régimen contributivo. Tampoco se las afilia a riesgos profesionales, ni al sistema de pensiones. Y tampoco les reconocen otros beneficios legales como vacaciones, subsidios de transporte o primas.

En cuanto al salario la mayoría de las participantes refieren que durante los últimos cinco años han cobrado valores inferiores al mínimo legal vigente, lo que contraviene el Código Sustantivo del Trabajo.

La jornada diaria debería ser de 8 horas y no superar las 104. Sin embargo, estos términos se exceden en forma generalizada en la experiencia de las trabajadoras participantes en el estudio y en algunos casos se llega a trascender la prestación personal del servicio para pasar a la disponibilidad constante. En el caso de las trabajadoras internas, algunas tienen jornadas de lunes a domingo y, en promedio trabajan de 10 a 15 horas cada día, además deben estar disponibles para atender reuniones familiares en la noche. Las que trabajan medio tiempo exceden las cuatro horas diarias en forma sistemática. En ninguno de los dos casos reciben el reconocimiento de horas extras ni recargos nocturnos. Una de las participantes lo cuenta así: "trabajé para una familia, que me hacía trabajar muchas horas, incluso los días festivos y no me pagaban nada adicional, ni siquiera lo del transporte que los días festivos es escaso.”

Esto vulnera el derecho a la autonomía, ya que la empleada no puede disponer de su tiempo de manera voluntaria, ni disfrutar tiempo de recreación o en familia.

A algunas de las trabajadoras internas no se les permite salir, como refiere una de las participantes, “viví situaciones de explotación laboral, emocional, físico, me quitaron mis documentos, no podía salir,  no tenía derecho a los alimentos sino a los que la patrona me quisiera dar y tenía  que  estar  al  cuidado  de la casa y de los niños.” En estos casos estaríamos frente a una relación laboral que desborda la subordinación abusiva y se convierte en una relación de dependencia y de dominio, que se perpetúa por la amenaza permanente de perder el trabajo.

Existe un temor de trabajadoras del servicio doméstico a la reacción de la persona empleadora al  manifestar  desacuerdos  o inconformidades. Algunas de estas situaciones podrían ser indicadores de trata de personas. Sin embargo, cuando abordamos el tema en los talleres, las trabajadoras refieren que la trata de personas ocurre en otros sectores diferentes al suyo, por ejemplo, en la prostitución y que está asociado básicamente a la explotación sexual. También consideran que es difícil denunciar este tipo de situaciones debido al tiempo transcurrido desde que se dieron esas situaciones (en algunos casos varios años), la dificultad para obtener pruebas (debido a que viven y trabajan al interior de los hogares donde se dan esos abusos y en algunas ocasiones el único contacto es la misma familia) y en otros casos por el temor a las repercusiones de la denuncia.

Hubo también referencias al maltrato físico y psicológico, y a la necesidad de soportarlo debido a la precariedad económica. Estos maltratos constituyen “acoso laboral” según la cartilla “Servicio doméstico” del Ministerio de trabajo. “Me explicaba a los golpes, me pellizcaba, me daba golpes  en la cabeza, y por la necesidad yo me aguantaba”, comenta una de las participantes.

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