Angélica Bauer
* *sacado de "Abuelas
de la Plaza de Mayo", una publicación mensual de las Abuelas de la Plaza
de Mayo que me ha pasado una amiga.
- Su hijo Rubén
Bauer desapareció en junio de 1977 junto a su nuera Susana Pegoraro que estaba
embarazada de cinco meses. El bebé de ambos nació en la Esma y seria Evelyn Vásquez,
la chica de 26 años que se niega a hacerse el análisis de ADN amparada en el
fallo de la Corte Suprema de Justicia.
El 24 de marzo
último, Angélica Chimeo de Bauer llegó a Buenos Aires para asistir al acto en
la Escuela de Mecánica de la Armada (ESMA) donde se conmemoró el último
aniversario del Golpe.
Viajar 400
kilómetros desde el tranquilo pueblo de Ayacucho, no fue gran odisea para esta
Abuela. Desde que un grupo de tareas secuestró a su hijo Rubén, en junio de
1977, tuvo que abandonar la calma de su pueblo pampeano para buscarlo en las peores
condiciones.
Sin embargo, ese
mediodía, el sol rajaba el cemento de la avenida Libertador, los asistentes se
amontonaban de a miles y el calor era agobiante. Como una íntima revancha,
muchos se acomodaron sobre el césped de la ESMA, rodeados de niños
semidesnudos, botellas de agua y helados. A medida que transcurría la jornada,
no era raro ver aquellos rostros acostumbrados a ocultar sus emociones, rompiendo
en llantos desvergonzados. Es que escuchar a un presidente pedir perdón en
nombre del Estado a las víctimas de la represión desde un edificio símbolo del
horror perpetrado en los ’70, era algo que muchos pensaron que no vivirían
nunca.
Pero además, como
una paradoja insoportable, saber que su nuera, Susana Pegoraro, había dado a
luz allí a su nieta, Evelyn, apropiada por un suboficial de Marina, y tener
fresco aún el fallo de la Corte Suprema de Justicia que autorizó a la joven a
no realizarse la prueba de ADN para confirmar su filiación, fue demasiado para
Angélica. El cielo se le puso oscuro y se desvaneció, cuando se despertó ya
estaba en una ambulancia rumbo al hospital.
“Un mes después
volví a desmayarme en casa, supongo que de lo mismo”, cuenta con voz
quebradiza. Mientras conversa, por momentos Angélica baja tanto la voz que casi
no se la escucha. Sin embargo, cuando parece que va a perder completamente el
sonido, inhala profundo y toma un nuevo impulso para continuar.
Una Abuela de
Ayacucho
Hasta que su hijo
Rubén, estudiante de arquitectura en La Plata, fue secuestrado, Angélica se
había ocupado de lo que le tocó vivir sin preguntarse demasiado. “Yo nunca
entendí nada de política –explica–, atendía el bar y criaba a los chicos”,
afirma. Sus padres, inmigrantes españoles, fallecieron antes de que ella
entrara en la adolescencia. Angélica y su única hermana fueron a vivir con un
tío y trabajaban en campos arrendados.
Apenas pudo
terminar la escuela primaria. Se casó a los 20 años y tuvo cuatro hijos de los
que Rubén es el segundo. Pero también tuvo que encargarse de la crianza de los
ocho hijos de su hermana. Durante varios años, además, atendió un bar. Poco tiempo
le quedaba a Angélica para informarse sobre política o estudiar. Pero
seguramente tantas obligaciones la hicieron ser una mujer muy determinada. Así
fue que, a pesar de sus escasas salidas de Ayacucho, en cuanto sospechó que
Rubén estaba secuestrado, no dudó en viajar a dedo en plena noche para buscarlo.
“Tenía que hacer todas esas cosas porque me perseguían y en ese momento se decía
que ir a las terminales de ómnibus era lo peor”.
Así, en medio de
noches interminables, recorrió ciudades que no conocía: “Una vez pensé que me
había perdido, miré por la ventanilla y vi muchas luces, luego me di cuenta que
había llegado a Buenos Aires”. Pedirle a los choferes que la bajen en medio de
la ruta a las dos o tres de la mañana o solicitarle a conductores extraños que
la acercasen a algún lugar, era la regla obligatoria para Angélica, que se
sabía vigilada.
“Una vez tuve que
meterme en un bar de Wilde a pasar la noche, como todos me miraban, salí a
caminar. No había nadie y el ruido de mis propios tacones me daba miedo. Sentía
que me estaban siguiendo.”, recuerda estremecida. Pero ni esos tristes viajes,
ni la horrible experiencia de su propio secuestro, detuvieron a Angélica en lo
que ya se había transformado en un reclamo permanente por justicia. En Ayacucho
comenzó a hacer actividades como Madre y Abuela de Plaza de Mayo pese a que sus
vecinos ni siquiera la saludaban . “Pueblo chico, infierno grande. Ellos tenían
miedo”, explica sin rencor.
Hoy las cosas son
muy distintas a aquellos primeros años de trabajo solitario. “Los jóvenes me
ayudan mucho”, afirma. Con su apoyo y el de la intendencia, hicieron un
monumento con una placa que lleva los nombres de los desaparecidos del pueblo en
la plaza central y plantaron árboles en Villa Aurora, el barrio donde Rubén y
sus compañeros de militancia habían construido la escuela y las primeras casas
de ladrillo.
A los 74 años, esa
mujer que en apariencia había aceptado las cosas sin cuestionarlas, no se
resigna. “Aún hoy dejo de noche la puerta sin traba, porque pienso que Rubén
puede aparecer”, suspira sin importarle cuán racional o lógico suene su
esperanza más íntima.
El robo de la
identidad
Después de aquel
acto en la ESMA, Angélica se refugió en sus dos grandes amores: sus nietos y
sus plantas. “Tengo once nietos contando a Evelyn”, afirma, “Sol, de cinco
años, no deja de hablarme de su tío desaparecido y de su prima, quiere
conocerla y Carolina, de 23, tiene un parecido innegable con Evelyn”.
Pese a que son
muchos los indicios que llevan a pensar que Evelyn Vázquez (26) –que se iba a
llamar Laura– es hija de Susana Pegoraro y Rubén Bauer, y pese a que su
apropiador confesó haber realizado una adopción ilegal, la joven se negó a
hacerse el examen de ADN y a conocer a su familia biológica. El fallo de
febrero de 2004, la autoriza a no realizarlo.
El marido de
Angélica falleció hace dos años sin haber podido conocer a su nieta y ella
tiene miedo de correr la misma suerte. “Yo sé que está asustada y trato de
entenderla, no pretendo que venga con nosotros, sólo quiero saber la verdad y
poder hablarle. Sería una forma de poder cerrar una búsqueda que empezó tantos años
atrás”.
En una entrevista
reciente, Evelyn dijo que algún día querría saber su identidad pero que hasta
ahora no tuvo tiempo de “caer”. Mientras tanto, Angélica se ocupa de cuidar las
plantas de su casa: “Con ellas hablo todas las mañanas, les pido que no me
dejen sola, que me ayuden y no me abandonen”.
Angélica no pierde
las esperanzas de poder cumplir la promesa que alguna vez le hizo a Rubén:
encontrar a Laura. Hasta que eso no ocurra sabe que aunque se desmaye o esté
enferma no bajará los brazos, su vida en el campo le enseño a aguantar y
seguirá luchando junto a las otras Abuelas.
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