Otro muro está cayendo
© Micaela Navarro,
María Dolors Renau, El País
Mueren como moscas
y apenas cuatro salimos a la calle con pancartas. Proponemos leyes globales y
la mayoría parlamentaria las rechaza. Se lamenta la ciudadanía, pero el lamento
parece quedar suspendido en el aire, resulta inoperante. Se imparten másters,
hacemos declaraciones políticas, se movilizan activamente las organizaciones de
mujeres y no se detiene la sangría. ¿Qué está pasando? ¿Será cierto que la
brutalidad masculina resulta imparable y tal vez se acreciente en estos
momentos? ¿Se trata de una nueva toma de conciencia de las mujeres que ya no
aceptan, como sus abuelas o sus madres, que vivían con un control completo
sobre sus vidas, cuerpos y mentes, de acuerdo con la tradición y el mandato de
la iglesia?
Un poco de todo
hay. Los fenómenos humanos, sociales suelen ser el resultado de múltiples
factores que coinciden en un momento histórico dado, porque el fenómeno de la
violencia de género es tan universal como antiguo, se manifiesta de forma más o
menos brutal en todas las partes del mundo y aparece en todas las clases
sociales. Camina desde Oslo a Pakistán, desde la China a Estados Unidos y toma
formas que abarcan desde la escisión del clítoris hasta la quema de mujeres con
ácido, pasando por el tráfico de niñas y todo tipo de violaciones, etcétera.
Pero en la actualidad hay algo más, la violencia contra las mujeres parece ser
la máxima expresión de una cultura de la violencia que está presente en todas
partes y que se ceba en este caso en las más vulnerables. Es la expresión de
una amplia cultura de la violencia que emana desde los grandes poderes y que
construye día a día un discurso obsceno que contradiciendo los últimos avances
en términos de legalidad internacional de derechos humanos, justifica y aplaude
el uso de un tipo de violencia-guerra preventiva, justifica la imposición de la
fuerza bruta militar ante el diálogo. El más puro machismo circula en los
discursos políticos, ¿pueden llamarse así?, de los que detentan poderes
políticos y mediáticos. Tal vez la violencia contra las mujeres esté en estos
momentos hallando una inconsciente justificación en esta militarización de la
palabra, el pensamiento y el discurso.
Algo grave y a la
vez revolucionario está pasando. En este contexto, resulta que la toma de
conciencia de los derechos humanos de las mujeres está teniendo resultados
explosivos. Se está pasando del grito y la angustia secreta individual, de la
vergüenza, a la proposición, a la exigencia colectiva de medidas jurídicas y
policiales que detengan el fenómeno. Aquello que pertenecía al mundo de lo
privado, de lo personal, que ocurría dentro de la alcoba, que protegía
cualquier abuso, se ve ahora iluminado por potentes focos, que nos muestran tan
sólo una pequeña parte de lo que ocurre. La alcoba se ha abierto ahora a lo público,
a lo político. Se ha roto en mil pedazos el muro que separaba lo público y lo
privado, lo personal de lo colectivo. Nunca como ahora resulta tan adecuada la
expresión de las históricas feministas cuando decían: "Lo personal es
político".
La caída de este
nuevo muro nos muestra un deplorable espectáculo que ocurre en la invisibilidad
social. La punta del iceberg sólo nos enseña los cadáveres, pero el fenómeno de
la violencia tiene unas raíces tan profundas que hacen de esta cuestión un tema
de Estado, una cuestión estructural de una gran envergadura. Se trata de un mal
que se ceba en el corazón mismo de la sociedad y que abarca desde las
estructuras económicas y sociales, pasando por los procesos educativos, hasta
anidar en las relaciones más intimas.
En el fondo los
malos tratos resultan ser el paradigma de la profunda discriminación que sigue
sufriendo la mujer en todas nuestras sociedades, discriminación que se
reproduce en el interior de muchos seres humanos, sobre todo varones, que se
sienten avalados por culturas centenarias y a menudo por las voces de la
religión, que parecen darles derechos de propiedad sobre los seres humanos
femeninos. En la situación presente, el número de mujeres muertas y maltratadas
muestra contradictoriamente tanto el avance de los derechos humanos de la mujer
como de las profundas resistencias al cambio. La actual toma de conciencia, voz
de un problema estructural, requiere respuestas estructurales, leyes
integrales, medidas educativas, cambios en las prácticas judiciales y, también,
la voluntad de hombres y mujeres de trabajar en la difícil tarea de transformar
los más internacionalizados modelos de relación hombre-mujer, para que dejen de
comprenderse en términos de poder y de dominación, para pasar a conjugarse en
términos de pacto y negociación entre iguales y diferentes. Hay que consolidar
y profundizar en la democratización, no sólo de las instituciones políticas que
parecen estar amenazadas de regresión, sino también de las relaciones humanas
que se dan en todos los ámbitos de la vida cotidiana, y sobre todo en las
relaciones interpersonales hombre-mujer y en el seno de las distintas formas de
convivencia y de familias.
Mientras estos
cambios se producen es urgente disponer de una Ley Integral contra la violencia
de Género y tener la posibilidad de desarrollarla, mientras intentamos que por
fin, de una vez por todas, los derechos de la mujer sean reconocidos y puestos
en la práctica como plenos derechos humanos.
Comments
Post a Comment