Eva Giberti: "Violadores siempre hubo"
© Eva
Giberti, Río Negro
Las
secuestran, las violan, las matan. También las secuestran y las explotan
prostituyéndolas, encerradas en locales clandestinos -aunque conocidos por las
autoridades de la región- o las ofrecen en alquiler para el turismo sexual. O
las drogan, las violan y las asesinan después de intentar desfigurarlas para
que el reconocimiento se torne imposible.
En
otros caso no las secuestran, pero las violan sistemáticamente en sus casas de
niñas víctimas, les imponen una horrorosa y perturbadora gravidez y niegan los
hechos, o huyen, sabiendo que difícilmente alguien decida perseguirlos. O las
violan siendo adolescentes, las aterrorizan, les imponen embarazos no deseados
y no huyen, absolutamente seguros de contar con el apoyo institucional de
jueces y policías.
A veces
no se trata de niñas ni de adolescentes, sino de mujeres adultas a las que se
asesina para evitar que denuncien los abusos que sobrellevan en sus prácticas
como prostitutas.
Los que
secuestran, violan, explotan y asesinan constituyen un universo multifacético
en cuanto a los procedimientos que eligen, pero repetido en sus características
y contenidos. Comparten un denominador común: son hombres. Reconocidamente
violentos algunos, otros caracterizados como 'buenos padres de familia' y otros
aparentemente inofensivos. Me refiero a varones que recurren al abuso sexual y
a las niñas prostituidas sin ser sorprendidos.
Lo que
no resulta inofensivo es el contenido de sus pensamientos y el impulso que
regula su pulsión de poder, expresada mediante violencias contra el cuerpo de
las víctimas que ellos sexualizan en su totalidad, como impregnación de su
imaginario personal, necesitado de sexualizar la totalidad del cuerpo vencido
de la víctima.
La
televisión nos ha provisto de escenas ilustrativas que ofrecen el espectáculo
de la detención de algunos de estos delincuentes: cabeza envuelta, torso
encogido anticipando el ingreso por la puerta del patrullero y varios policías
rodeándolo. La ingenuidad mítica de algunas personas podría pensar en el
traslado de una víctima sacrificial en manos de quienes forman parte del bando
de los buenos, y del ámbito de la Justicia. O de los territorios del sacerdocio
destinado a cumplir con los rituales de la condena. Se lo lleva -sin violencia
pero con mano segura y gesto adusto- hacia los recintos donde deberá responder
por crímenes atroces. Es lo que la ingenuidad socializada puede suponer,
después de que se impidió el linchamiento sugerido por otros menos ingenuos
pero potencialmente delincuenciales.
La
escena transparenta una inequívoca realidad: todo sucede entre varones. El
cerco limitador y protector que los policías componen para aislar al delincuente
y preservar sus derechos y garantías, tiene, con el delincuente, el común
denominador del género. Lo cual es lamentable para ellos mientras están
cumpliendo esa función como parte de ese acto socialmente demandado por una
sociedad organizada. Pero ¿nos consta que su convicción personal realmente lo
conduzca a llevarlo detenido?
Cualquier
rechazo a esta duda por parte de quien lee debe previamente asumir que estoy en
uso de mi derecho si decido plantear mi duda en estos términos, a partir del
historial de 'Marela' que agobia por exceso de indignación a diversos sectores
de la comunidad. Historial que condujo a la neta sospecha acerca de quienes
tenían a su cargo la investigación de la desaparición de esa niñita, léase
seccional -comisaría de turno. También el fiscal se ocupó de manera
insuficiente, podría acotar algún lector o lectora. Así dicen. La policía no
procede siempre y exclusivamente de manera corporativa. En oportunidades
algunos reciben o imaginan que recibirán apoyo mediante indiferencias o lentificaciones
judiciales. Claro que, en menor número, también la Justicia está en manos de
mujeres. Pero cuando alguna jueza lúcida y rigurosamente empeñada en denunciar
las redes que involucran a niñas y adolescentes en la prostitución, avanza con
su tarea asistencial respecto de las menores, desembocamos en Tres Arroyos, con
una magistrada en riesgo de vida que ya sobrellevó un misterioso accidente.
Amén de las amenazas de diversa índole que le llegan. La Justicia es una
abstracción peligrosa que encubre a los jueces, que son quienes deciden la
reinserción de los violadores en la vida social, en caso de estar detenidos.
También son los que analizan las características de la víctima, temiendo
cometer alguna injusticia con el violador, porque quizás la mujer se le insinuó
-lo provocó-. Porque esos casos existen, no podemos desconocerlos, según el
ecuánime argumento de algunos responsables de administrar justicia o
investigar.
¿Cuál
es el interés, cuáles son las motivaciones que orientan a los hijos del patriarcado
a simpatizar o por lo menos a no calificar como delitos graves los que cometen
los violadores y homicidas? La pregunta se desprende de la evidencia: los
familiares de las víctimas transcurren sus días denunciando, reclamando que se
investigue, mientras la lealtad de género entre varones produce oficiantes del
poder que gozan cuando logran capturar a una niña.
A la
gravedad de cada historial se añade la desactivación del delito como tal.
Violar a una nena y matarla para silenciar el hecho es 'algo que ocurrió en
todas las épocas'. Con o sin policías y fiscales en la escena de la detención y
aun sin detención. Sólo niñas muertas. Violadas y asesinadas. A la vera de un
patriarcado que muchos varones repudian. Y en el cual muchos otros se refugian,
sabiendo que no están solos. Hay policías, hay fiscales y hay jueces que forman
parte de la misma escena.
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