Incesto: romper el silencio
* * texto de
Gioconda Batres Méndez, copiado tal cual de su libro “Tratamiento grupal: adultas
y adolescentes sobrevivientes de incesto y abuso sexual. Manual para
terapeutas” (ISBN- 9977-25-104-5, Costa Rica, 1998)
RECORDANDO.
ROMPIENDO EL SILENCIO, LA CULPA Y LA VERGÜENZA
A las niñas
víctimas de abuso se les impuso el silencio. Cuando adultas, muchas de ellas
hablan en voz muy baja y cuentan poco de sus experiencias infantiles y actuales
(Blume, 1990, Herman, 1981, Buttler, 1985).
Muchas han
guardado este secreto por más de 50 años, otras habrán muerto sin haber hablado
nunca. Una gran cantidad de ellas son diagnosticadas como enfermas mentales o
tratadas como delincuentes sin que nunca nadie supiera sobre el dolor que
guardaban y las torturas a las que fueron sometidas cuando niñas.
No hablar del
abuso les da también la ilusión de que no sucedió, o que no fue tan despiadado.
Cuando se refieren al abuso tienden a ser muy poco específicas y a cambiar
rápidamente de tema. El contarlo les produce ansiedad; la vergüenza y culpa que
han cargado les impide hablar de ello abiertamente.
Además, pueden
haberlo contado y no fueron creídas, aprendieron que era peligroso hablar de
eso y lo siguen callando.
Aprendieron
también que la intimidad era dolorosa y que fueron dañadas cuando se les
acercaron. Sin embargo, para curarse es necesario recordar. El dolor ya no debe
ser evadido, es necesario atravesarlo. Después de este camino está la luz. Es
necesario compartir el secreto con quienes le creen y la respetan. Hablar del
abusador, solo mencionarlo es una experiencia que puede sonar aterradora para una
sobreviviente. Muchas fueron brutalmente amenazadas para silenciarlas.
Identificado es un acto de poder, el poder que produce no estar bajo su
control. A veces ayuda mucho hablar del abuso con alguien fuera del grupo,
alguien que les crea; esto será una elección de cada sobreviviente.
A esta altura de
la terapia muchas de ellas querrán confrontar a su abusador. Es mejor
sugerirles sobre los riesgos que esto conlleva, si se da en este momento. Es
mejor apoyar el que lo hagan, si así lo desean, al final del proceso grupal,
cuando ya cuenten con mayor seguridad en sí mismas. Lo usual es que los
abusadores se nieguen, se rían, las desvaloricen, o las culpen como lo hicieron
cuando estaban pequeñas; tienen que estar bien preparadas para que esta
respuesta no las dañe.
Contar el abuso a
personas adecuadas les permite encontrar comprensión y consuelo. Esta
revelación puede también ayudar a otros miembros de la familia a hablar de su
victimización. Niños, niñas y adolescentes que han permanecido en silencio
pueden buscar ayuda después de la revelación de la sobreviviente.
En esta etapa del
proceso el clima de confianza, intimidad y seguridad que se ha ido construyendo
en el grupo permite la discusión del incesto. Sin embargo, se encuentran con
frecuencia, participantes que aún en este momento tienen muchas dificultades
para hablar. Se debe ayudar a las sobrevivientes a verbalizar en el grupo su
experiencia abusiva pero hay situaciones que deben ser exploradas
individualmente.
En una ocasión una
clienta que experimenta gran ansiedad con este tema, al ser entrevistada
individualmente dijo que tenía vergüenza de hablar porque una mujer también
había abusado de ella
durante una
estadía en el Hospital Nacional Psiquiátrico, mientras que todas las otras
participantes habían revelado haber sido victimizadas por sus padres solamente.
Se le animó a expresar su experiencia y en la siguiente sesión lo hizo;
surgieron entonces más revelaciones de otros abusos vividos por compañeras.
Varias de ellas mencionaron más de cinco abusadores (médico, pastor, hermano,
padre, tío, tía).
Es deseable
estimular la participación más activa de las integrantes para darse apoyo
mutuo. Ellas son muy empáticas con el dolor de sus compañeras. Hay que
enseñarles que esa comprensión por otras la usen con ellas mismas.
El reconocimiento
de los sentimientos largamente reprimidos o disociados y el compartir la
experiencia permite la catarsis y la elaboración del duelo. Tomar conciencia de
las pérdidas resultantes del abuso será muy doloroso, esta es una etapa en
donde pueden surgir la negación, la disociación y otras defensas (Courtois,
1988).
COMPRENDIENDO QUE
NO FUE TU CULPA Y DEJANDO LA VERGÜENZA ATRÁS.
Los sentimientos
de culpa y vergüenza han acompañado por toda la vida a las sobrevivientes. Los
sentimientos de culpa vienen de varias fuentes.
Muy frecuentemente
el abusador las culpó directa o indirectamente, no solo por el abuso sino por
cualquier cosa que le pasara a él si ella hablaba. Como el abuso empieza
generalmente en edades tempranas, la niña, por efectos de su desarrollo
cognoscitivo, no está en capacidad de comprender que este adulto, que es
generalmente su padre, a quien ella quiere y necesita, es el único responsable
del abuso (Batres, 1994).
Otra veces
conserva la idea de que es su culpa porque no habló o no lo detuvo, o porque de
alguna forma lo disfrutó físicamente.
Esta culpa también
se acentúa, cuando la niña o la adolescente y aún la adulta, revelan el abuso y
no son creídas; a sus propias culpas se agregan entonces las de los adultos a
los que se acercó (Buttler, 1985).
El abuso sexual y
el incesto son crímenes de poder. Una niña, por su vulnerabilidad, dependencia
y desarrollo, no está en condiciones de detener el acto abusivo. Este es
responsabilidad total de quien abusa. Y si se trata de incesto entre padre e
hija, el más común de los incestos, el consentimiento no es posible (Batres,
Claramunt, 1987). La diferencia de poder entre un padre, hombre, adulto, y una
niña, hija, dependiente, es abismal (Herman, 1981).
Es difícil que se
visualicen a ellas mismas como eran cuando niñas, vulnerables y sin poder. No
saben que guardan esa niña adentro, infeliz y asustada. Debemos ayudar a las
sobrevivientes a encontrar esa niña, la que fue y la que aún tiene adentro.
Proporcionarle el conocimiento y la información para que comprendan que no fue
su culpa y que, a través del conocimiento, esa vergüenza pueda ser combatida.
Todas las personas
que han sido víctimas de incesto y o tros tipos de abuso sexual encierran
fuertes sentimientos de vergüenza.
Muchas
sobrevivientes desarrollan un odio terrible a sus cuerpos pues creen que sus
formas femeninas son la causa de que su padre o familiar hayan abusado de ellas
sexualmente. Una víctima contaba que se amarraba un trapo a su naciente busto
para que no le creciera porque creía que con eso iba a detener el abuso.
Asociado a esta
profunda y arraigada culpa el sentimiento de vergüenza está siempre presente
también. Vergüenza de haber sido escogidas como víctimas, vergüenza por
sentirse dañadas, sucias e impuras. Vergüenza por haber tenido placer al ser
estimuladas sexualmente, vergüenza por el contenido sexual de la experiencia en
una sociedad donde la pureza sigue siendo un valor; aún en medio de tantas
niñas explotadas sexualmente; vergüenza de existir.
LA IRA:
APRENDIENDO DE ELLA
El incesto
constituye una violación de los límites físicos y psicológicos, produce dolor,
rompe la infancia y también provoca muchísimo enojo.
A las niñas se les
enseña que no está bien enojarse. Deben ser obedientes, conciliadoras,
graciosas y no expresar su rabia. Además, las niñas aprenden que es muy
peligroso expresar enojo al abusador, él es poderoso, coercitivo y a veces
violento. No admite el enojo de nadie, menos el de ellas.
Las niñas expresan
su enojo a través de conductas o de síntomas. Desde edades tempranas algunas de
ellas intentan suicidarse o se automutilan. Aprenden a odiarse y a dirigir el
enojo a sí mismas. Conductas delictivas, autodestructivas y adictivas son el
resultado de este gran enojo (Bass, Davis, 1988).
Estar enojadas por
haber sido explotadas sexualmente, creo que es el sentimiento más adecuado para
responder a este crimen.
Lo “anormal” sería
lo contrario. Hay que validar este sentimiento, muy al contrario de lo que nos
ha enseñado la terapia tradicional; que debemos minimizarlo.
Hay que reconocer
que el enojo es una fuerza que vitaliza, ayuda a sobrevivir y a transformarse,
cuando se una en este sentido. Lo que debe la sobreviviente aprender es a no
usarlo más contra ella, empezar a dirigirlo contra quien corresponde: el
abusador o a las personas que no supieron cuidarla. Usando la fantasía dirigida
podemos manejar este enojo, como un sentimiento, no como una acción.
En esta sesión
puede trabajarse también el perdón, entendido como el perdón hacia sí misma. Si
la sobreviviente quiere perdonar a su abusador, debe ser esta una decisión
personal que no debe inducirse y requiere de un examen previo de los conceptos
culturales que las mujeres aprendimos sobre el perdón.
LOS SENTIMIENTOS
APRENDIENDO A
ESTAR PRESENTES
Las niñas que han
sido víctimas de abuso sexual para defenderse, han tenido que alejarse
afectivamente de las personas y del dolor que la violencia y la traición les
produjo. Tienen por lo tanto dificultad para “encontrar” sus sentimientos o
para ponerse en contacto con ellos y a veces dificultades para expresarlos.
Todas las energías han sido dirigidas hacia el interior, el único lugar seguro,
y, por lo tanto, hay un déficit en el desarrollo de intimidad con otros/as y de
las relaciones interpersonales.
Muchos de estos
sentimientos de aislamiento, distancia o una tendencia a huir de las relaciones
emocionales profundas, emergen cuando adultas, en situaciones en donde se
sienten abrumadas. En consecuencia muchas sobrevivientes tienen dificultades en
esta área (Courtois, 1988, Gil, 1988, Blume, 1990).
Reaprender a
experimentar los sentimientos que fueron amordazados por los traumas ayuda a
reconocer que ahora no resulta tan malo ni tan inseguro experimentarlos y ayuda
a establecer mejores relaciones con ellas mismas y con los otros. No es tarea
fácil ya que muchos de ellos cuando afloran vienen acompañados de señales de
ansiedad, temor y hasta manifestaciones corporales (Davis, 1990).
Sentimientos
Los sentimientos
no nos hacen ni buenas ni malas, son parte de nosotras. Reconocer los
sentimientos autodestructivos sí nos permite cuidarnos mejor. Las niñas
victimizadas desarrollan a lo largo de su vida múltiples sentimientos
autodestructivos. Estos incluyen la sexualidad. Un ejemplo es involucrarse
sexualmente con personas que la pueden dañar, o en relaciones infelices.
Conductas tales como manejar o caminar por lugares peligrosos, y tener
accidentes son frecuentes.
La depresión: la
tristeza es un sentimiento esperable en alguien que ha sido dañada, abandonada,
explotada sexualmente. Muchas sobrevivientes tienen intermitentes crisis
depresivas, pero otras no se lo permiten porque se sienten muy vulnerables y
expuestas cuando están tristes. Sin embargo, de la tristeza podemos aprender
mucho; nos puede conducir a evaluar nuestra vida y conductas e inducirnos a
cambiar (Bass, Davis, 1988).
No estar presente
es una conducta frecuente en las sobrevivientes. Esto quiere decir distanciarse
de las emociones y no prestar atención a lo que sucede dentro de su interior y
en el de las otras personas.
Tempranamente las
sobrevivientes se disociaron; este mecanismo fue una habilidad que le permitía
sobreponerse a la humillación, el dolor y todos los intensos sentimientos que
les causó el abuso. Los períodos de ausencia responden también al miedo, a
experimentar sentimientos como la sexualidad, enojo de otras (os). Actualmente
este mecanismo ya no constituye una ventaja y hay que trabajar con él.
Como son
inconscientes se requiere de un gran esfuerzo para empezar a visualizarlos y
empezar a transformarlos, y, por fin, sentir de cerca el cuerpo, las emociones
y la vida misma.
INTIMIDAD Y
RELACIONES
Los sobrevivientes
deben empezar a incrementar la habilidad de crear nuevas formas de relaciones interpersonales
y comportamientos que correspondan a su adultez. Han aprendido sobre el dolor
del pasado y los efectos de su victimización y deben empezar a incorporar las
lecciones de la experiencia traumática (Herman, 1992).
La capacidad de
conectarse con los demás es considerada fundamental en la mayoría de los
modelos del bienestar psicológico (Mc Cann, 1988). Esta capacidad ha sido muy
dañada en las sobrevivientes; para ellas, la intimidad significó traición,
dolor y peligro. Por este motivo, comprometerse en relaciones profundas puede
producir mucho miedo, aun cuando estas no sean agresivas hacia ellas. Sus
compañeros y amistades pueden sentirse decepcionados cuando sus intentos de
tener relaciones íntimas con ellas fracasan y a su vez esto confirma la creencia
de las sobrevivientes de que no son capaces de establecer relaciones o
merecedoras de amor. (Mc Cann, 1988).
En esta fase del
tratamiento, las integrantes del grupo han recuperado algo de confianza más
adecuada. Saben distinguir entre aquellas personas cuyas características las
dañarán o cuyas características las pueden apoyar. Han aumentado su capacidad
de mantenerse autónomas y seguir conectadas (Herman, 1992).
Es un tiempo
cuando las reconciliaciones o las separaciones suelen darse y las relaciones
con la familia y los (as) hijos (as) toman otras dimensiones, más empáticas,
pero con límites más precisos.
LA SEXUALIDAD
A lo largo de todo
el proceso terapéutico las sobrevivientes solicitan explorar el área de la
sexualidad o expresan frecuentemente que tienen conflictos dolorosos en este
aspecto. Las que tienen pareja son empujadas muchas veces por el compañero para
que estas hablen y "arreglen" rápido sus "desperfectos"
sexuales. En mi práctica clínica he observado que cuando, en efecto, llegamos a
este tema, socialmente considerado tabú y secreto, muchas de ellas se sienten
confusas y temerosas de abordarlo. He tenido que tomar frecuentemente varias
sesiones o dividir el grupo para reunirme con menos integrantes, e inclusive en
una ocasión debí darle a una de ellas unas sesiones individuales. Acostumbro a
respetar las formas en que las participantes del grupo deseen introducir el
tema y soy muy flexible en el abordaje.
Es muy importante
que la decisión de tratar la sexualidad surja desde ellas, por el derecho a su
felicidad, al pleno disfrute de la sexualidad; lo que el incesto les arrebató.
La perspectiva que
se presenta en esta sesión también puede ser aplicada a mujeres lesbianas.
Las niñas
victimizadas aprenden del sexo cuando no están preparadas, lo aprenden
acompañado de temor, dolor, humillación y violencia. Este traumático
aprendizaje, esta iniciación que violenta su desarrollo y su ser, deja traumas
profundos (Finkelhor y Browne, 1988). Algunas de ellas han aprendido que solo
sexualmente pueden ser aceptadas y se vuelven promiscuas. Otras exhiben una
total aversión al sexo. Otras hacen listas de supermercado mientras tienen sexo
para alejarse de los sentimientos.
Durante el proceso
de sanar, los recuerdos intrusivos del hecho abusivo aparecen en ocasiones
cuando hacen el amor o estos han estado presentes por años convirtiendo la
relación sexual en un doloroso recuerdo del abuso.
Ellas deben
aprender sobre todas estas secuelas, aprender sobre su sexualidad, a su propio
paso y dentro de los límites que las hagan sentir seguras. Reenseñar a su piel
a sentir. Una de ellas, en un grupo, se aterrorizaba con solo que tocáramos sus
manos. Fue producto de un lento y paciente proceso el que pudiera empezar a
tolerar el contacto físico.
La cultura se ha
encargado también de enseñarnos conceptos sobre el sexo que más bien
corresponden a los deseos y fantasías de los hombres que a las nuestras. Nos ha
dejado pocas posibilidades de sentirnos sexualmente saludables (Bass, Davis,
1988); recibimos muchos mensajes contradictorios o hipócritas.
Hay que tener en
cuenta que muchas sobrevivientes junto con el dolor de haber sido víctimas de
abuso también sintieron placer. Como este placer se dio asociado al miedo, a la
traición y a la vergüenza, crecieron aprendiendo que el placer sexual es malo
(Bass, Davis, 1988). Un gran número de ellas no sienten placer al hacer el
amor, otras sienten una gran culpa y otras desarrollan dificultades para decir
no cuando no quieren tener sexo. Es deseable ayudarlas a decir no cuando no
quieren relaciones sexuales; ya no tienen que apretar los puños, morderse los
labios y aguantar un sexo que no quieren. En este momento del proceso es muy
valioso contar con la ayuda del compañero.
Es necesario
cambiar la concepción del amor sexual. El sexo no es una secuencia de eventos,
es una experiencia de amor, de honestidad, placer e intimidad.
Desafortunadamente este no es un concepto usual y muchas sobrevivientes tienen
compañeros que no las apoyan ni comprenden.
Empezar a conocer
los placeres sexuales y sensuales personales, el ritmo de las respuestas, es
algo que ha estado vedado para la mayoría de las mujeres. En un taller que
dicté, una mujer de 65 años nunca había tenido la oportunidad de experimentar
el placer de sentir su cuerpo y disfrutarlo. Cuando hablamos en el grupo de
sexualidad, relató que una noche, tomó un baño caliente, se perfumó todo su
cuerpo y bailó desnuda, sola en su habitación. Contó este hecho como la más
maravillosa experiencia sensual y sexual de su vida.
Si las
sobrevivientes se sienten muy dañadas para estar en una relación sexual, hay
que apoyar su decisión de no tener sexo mientras no se sientan seguras. El
apoyo del compañero es deseable.
Si está iniciando
una nueva relación, es mejor que hable con su pareja sobre lo que le hace
sentir bien y lo que no desea y que se tome su tiempo antes de tener relaciones
sexuales. Tenerlas con quien no se puede hablar es un viejo patrón del abuso.
Muchas
sobrevivientes enfrentan recuerdos del abuso cuando están teniendo sexo; eso
las aterroriza. Hablar de esto con su compañero ayuda y así se puede recibir la
colaboración de la pareja en el momento que los recuerdos vuelven.
Muy frecuentemente
las sobrevivientes se disocian al tener sexo, detenerse, hacerlo más lento y buscar
con el compañero más contacto visual o verbal, ayuda mucho.
La complejidad del
tema puede requerir varias sesiones. Se puede también planear sesiones
adicionales al final de este proceso grupal.
El abuso sexual
infantil generalmente involucra a alguien que se amaba y en quien se confiaba.
Sexo, amor, confianza y traición se ligan en forma profunda (Bass, Davis,
1988). Por eso muchas sobrevivientes no pueden tener relaciones sexuales
satisfactorias con quienes aman intensamente; el amor profundo trae de vuelta
el dolor profundo.
Recuperar la
capacidad para experimentar placer sexual puede ser un proceso muy complicado.
Las técnicas de tratamiento para la disfunción sexual postraumática deben estar
basadas en el aumento del poder de la sobreviviente sobre cada aspecto de su
vida sexual (Herman, 1992).
Una serie de
ejercicios alrededor de estos aspectos pueden ser muy útiles.
CAMBIO Y
ASERTIVIDAD ORGULLOSA DE SI MISMA
El cambio requiere
de enorme dosis de voluntad y de valor. AL cambiar se cuestionan y desaparecen
formas de actuar conocidas y hay una modificación en la identidad psicológica.
Se transforman las relaciones y tal vez se modifique la posición que una
guardaba en el mundo, así como los valores. Cambiar exige una especie de
pérdida aunque al final del proceso las victorias y las ganancias las
compensen. Durante este proceso surgen muchos temores, los viejos patrones
obedecen a necesidades internas y puede haber resistencia a abandonarlos (Bass,
Davis, 1988).
Si las sobrevivientes
han llegado a esta parte del proceso, ya han podido medir su fuerza, su
voluntad y empezar a experimentar el milagro de sanar. Así llamé a este proceso
el día que un grupo que facilité terminó su período de tratamiento. María, una
de sus integrantes, de 60 años, que cuando había ingresado casi no se movía por
el reumatismo, bailaba ese día con la soltura de una adolescente. Viéndola
girar en el centro del salón de terapia, con esa gran sonrisa en sus ojos,
pensé que allí se había dado un milagro.
El cambio trae
aparejado la independencia, el aumento de la estima, conciencia política, la
denuncia, la defensa de los derechos personales y la asertividad.
Entiendo por
asertividad la capacidad de expresar los sentimientos, necesidades, opiniones y
límites de una manera respetuosa hacia la persona con quien se habla. Es una
forma directa y transparente de comunicarse, usando un lenguaje no hostil ni
ofensivo (Haseltine, 1990).
Cuando se trabajó
la sesión sobre AUTOESTIMA y APRENDIENDO A DECIR NO, también se trabajó
asertividad.
La adquisición de
poder es una experiencia básica del cambio (Herman, 1992). Este es un buen
momento de usar la disciplina de la sobreviviente para enfrentarse a cambios
"controlados". Ejemplo, irse sola a la playa, o de campamento, o a
los rápidos de un río, o tomar clases de defensa personal y enfrentar el
peligro y la soledad con las nuevas destrezas adquiridas. Es una forma de
reestructurar las respuestas fisiológicas y psicológicas al temor (Herman,
1992) por medio de la exposición voluntaria a este.
En esta etapa del
proceso la sobreviviente ya no está controlada por su pasado. Aprender a amarse
con sus experiencias, renunciar a parte de su identidad de víctima, ha sido un
esfuerzo formidable de liberación.
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