Tarde en Penn Station

Penn Station. 8:06 PM. Segunda vagabunda que veo pasar al baño. La primera era una mujer de unos cuarenta o cincuenta años, que caminaba a pasos cortos, encorvada, con pelo canoso mal peinado. La que acabo de ver ahora, más de cuarenta años no tendrá aunque tiene la cara muy estropeada y las manos sucias. Tiene pintas de alcohólica o drogadicta. Quería yo escribir algo sobre como ver a estas mujeres me hace pensar en lo estúpidos que somos por creer a pie juntillas en estereotipos y lo primero que hago es caer en uno. ¡Toma ya! Ahora llega a una tercera vagabunda que tampoco debe tener más de cuarenta. Pelo oscuro y corto, camiseta de verano negra, falda marrón, zapatillas de andar por casa. Abro el monedero pero no pide dinero directamente, solo quiere que la escuchen. No deja de repetir que hace frio y se ríe compulsivamente. Tiene razón, hace un frío que corta el forrillo de los huevos como dirían en el pueblo de mi madre. Parece increíble que en pleno mes de mayo (ya casi junio) estemos a diez grados de los españoles, todos con abrigos y bufandas y esta señora vestida como si estuviéramos en un caluroso agosto.

La mayoría de la gente que conozco piensa que las vagabundas están en la calle porque quieren, por ser una panda de vagas y porque es muy bonito vivir del cuento. La que no reconoce abiertamente pensar de ese modo se cruza de acera cuando las ve venir de lejos cosa que, para mi juicio, quita mucho a su buensamaritanismo. Todas sabemos que las vagabundas no están en la calle por capricho. Mas nos vale no ser puñeteras y caer en lo fácil (que son vagas, que son muy listas, que se vive bien de poner la mano con cualquier cuento) tal y como están las cosas. Hoy en día por menos de nada te ves sin trabajo. Lo que cobras de paro en España no da para mucho. En América todavía para menos. Antes de que te des cuenta el alquiler o la hipoteca, la luz, el agua, el teléfono, las tarjetas de crédito y la comida se han fundido el dinero que recibas del gobierno y los pocos ahorros que tuvieras. En un abrir y cerrar de ojos pasa a ser una carga para tu familia o amigos. Puedes contar con la gente durante un par de meses pero ¿qué pasa cuando pasan seis meses y otros seis meses y no encuentras trabajo?¿o cuando tienes un trabajo que no te permite llegar a fin de mes? Se puede recurrir a familiares y amigos hasta cierto punto. Hay gente que no tiene familia o cuya familia está en una situación todavía peor o simplemente que no quiere recurrir a su familia porque el precio a pagar por coger dinero de su padre/tío es muy alto - que eso también hay que entenderlo, no es orgullo sino algo más visceral. Poco a poco los amigos comienzan a ignorarte, a no devolverte las llamadas o incluso a cruzarse de acera cuando te ven por temor a que les quieras dar un nuevo sablazo.

Paco Lobatón buscaba a gente que se había perdido y, digo yo, si se habían perdido sería por algo. Ya ves la gracia que le haría ser encontrada a la que se perdiera huyendo de un marido violento o unos padres controladores. ¿Qué pasa con la que se largara por sus deudas con el juego, por no ser una carga para la familia? En Manhattan hay mujeres que están en la calle porque no quieren que sus familias tengan que cambiar el ritmo de vida o tengan que pasar el bochorno de tener a alguien como ellas en casa. Aquí se vive muy de cara a la sociedad, es mejor tener una "madre a la fuga" que una borracha o una drogata o una "buena para nada" y más de una y más de dos deciden coger la puerta para que sus hijas puedan ir al baile de promoción, college y universidad sin tener una mancha que pueda cerrarle puertas.

Hay vagabundas que no llegaron a la calle por problemas de alcohol, drogas o juego sino simplemente porque se quedaron sin trabajo, sin beneficios médicos, las pensiones no les alcanzan para pagar el alquiler y se ven solas en un país que las considera ciudadanas de quinta categoría. Es poco lo que se puede hacer por ellas una vez que están en la calle porque es muy difícil encontrarles trabajo (nadie quiere contratar a una borracha o una loca - una vez más, ¡malditos estereotipos!), un sitio para vivir (nadie se arriesga a alquilar un piso sin garantías de que vaya a cobrar), reinsertarlas en la vida familiar o encontrarles una familia nueva. Lo único que una puede hacer es sentarse a su lado y escucharles de vez en cuando.

Ni dinero ni comida ni ropa usada... lo que más agradecen es una sonrisa y un par de oídos abiertos. Tener a alguien que las escuche, que las trate de tú a tú, que no las mire con asco ni como si estuvieran locas es una de las pocas cosas que les devuelven la sensación de normalidad. De vez en cuando hay que hacer de tripas corazón (porque algunas huelen a meaos, alcohol y tabaco que tira de espaldas) y sentarse al lado de una. Cuando pasas la barrera del olor y los prejuicios, descubres a un ser humano que tiene una historia no muy diferente a la tuya, que tiene momentos de lucidez y momentos de locura como podemos tener todas. La única diferencia es que ellas están en la calle y nosotras en nuestros apartamentos o pisos Ikea. Lo único que ellas hacen las veinticuatro horas del día es pensar, mientras nosotras engañadas por las cremas antiarrugas y productos contra la celulitis no nos paramos a pensar mucho. Aquí arrimo el ascua a mi sardina una vez más: está bien cuidarse pero sin pasarse. Cuanto más tiempo perdamos en buscar la eterna juventud o querer ser guapas de acuerdo a los modelos que otros nos imponen (léeme bien otrOS - masculino plural) menos tiempo vamos a tener para evolucionar y crecer como mujeres y como movimiento.

En América hay soup kitchens en casi todas las ciudades. Estoy segura de que has visto comedores para pobres en alguna película americana o en las revistas del corazón donde salen esos famosos de Hollywood que una vez el año, normalmente por Navidad, van a hacerse la foto. Algún que otro sábado (no todos porque no soy ni pretendo ser una Madre Teresa) me paso por CHIPS en Brooklyn o Joe’s en el Village a echar cuatro o cinco horas y hacer lo que me diga: desde colgar y doblar ropa a picar lechuga, pasando por controlar la asistencia, servir las mesas, recibir a gente y limpiar la cocina antes de irnos. Hace la tira de años vi en Línea 900 o algún otro programa de La 2 un reportaje sobre voluntarios madrileños que salen cada noche con sus termos cargados de café y sus bocadillos a buscar a vagabundos y sentarse un ratito con ellos.

Comedores o voluntarios no son un "pan pa’hoy pero hambre para mañana". Al menos en América, se escucha a quien quiera hablar y si necesitan ayuda se intenta que vayan al profesional que necesiten sean médicos, abogadas, trabajadoras sociales, etc. Los comedores están muy bien organizados. Muchos voluntarios donan su tiempo, pero también hay restaurantes que donan montañas y montañas de comida (antes de que caduque!) y dentistas, abogadas, médicos, etc que donan materiales, honorarios y tiempo para atender a vagabundas. A mí me gustan los comedores a los que he ido porque no veo que den el coñazo. En otros sitios tienes que ser de determinada religión o raza, en los comedores donde yo he estado el único requisito es que el vagabundo se meta un plato de comida calentita entre pecho y espalda antes de pasar a escoger y llevarse toda la ropa que quiera. Nadie habla de religión, nadie les habla de desintoxicación o rehabilitación... vamos, que nadie les dice que el fin del mundo está cerca y tienen que arrepentirse. Quien quiere ayuda, la encuentra pero no somos servicios sociales ni somos un grupo religioso que busque primero ganar nuevos adeptas y después ayudarlas.

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