Desengaño amoroso

(Escrito hace meses - para Arantza con cariño, suerte en tu nueva aventura cibernética, ¡te quiero!)

Estoy leyéndome una colección de ensayos de Margaret Atwood, Negotiating with the Dead. A writer on writing, que me parece muy interesante. Entre otras muchas cosas, habla de la decepción que sienten algunos lectores cuando se encuentran cara a cara con los escritores objeto de su veneración o deseo como si los escritores tuviéramos la obligación de estar en perfecto estado de revista las veinticuatro horas del día o tuviéramos la habilidad de metamorfosearnos en las imágenes que se hacen de nosotros los lectores. En esto, como en muchas otras cosas, siento una dicotomía interna entre mi yo lectora y mi yo escritora que da lugar a en una tercera María que ve las cosas desde un sitio diferente (ni mejor ni peor, simplemente diferente) lo que a su vez desemboca en una nueva pregunta existencial.

Me paso a mi hace poco al ver a Antonio Muñoz Molina en una foto. Yo lo recordaba (de otra foto) bajito, regordete y mofletudo. Ahora no sé qué le habrá pasado al pobre hombre que se ha quedado en los huesos y se le ha puesto cara de Abraham Lincoln. Con Elvira Lindo, lo mismo: las fotos de hace años no tienen nada que ver con las de ahora. Vamos, sintiéndolo mucho por mi madre que está empeñada en que meta Ventanas de Nueva York en el bolso cada vez que voy a Manhattan por si me lo encuentro y me quiere firmar el libro para que se lo mande a ella, creo que me los cruzo por la calle y no los reconozco. Ni Antonio Muñoz Molina ni Elvira Lindo han sido nunca oscuros objetos de mi deseo. Si lo era Allen Ginsberg (hasta que me entere de que era gay y no iba a poder ser el padre de mis hijos y para colmo de males se murió antes de que pudiera decirle: "muchacho dame un poquillo esperma que quiero un niño polo") y ahora viéndolo en una biografía fotográfica como que pienso que no se que cruzaría por mi mente porque a este hombre le quitas la barba y se queda en nada.

Hay una decepción peor que la física que es cuando te das cuenta de que los escritores a los que veneras son personas de carne y hueso que tienen virtudes y defectos como el resto de los mortales. Como lectora, admiro a esa persona que es capaz de contarme una historia en veinte o cincuenta mil palabras sin aburrirme. Cuando admiro a alguien, tiendo a idealizar a esa persona poniéndola en un pedestal, imaginando que su vida es ordenada y que todo lo que le rodea es perfecto y maravilloso. ¿Qué ocurre cuando descubro que una escritora feminista está casada desde los diecisiete años y tiene seis hijos? ¿que un escritor que ha escrito sobre el Himalaya y África "reflejando fielmente lo que ha visto" no ha salido nunca del salón de su casa? ¿que un columnista que defiende el comercio justo lleva zapatillas y ropa de marca fabricada en países del tercer mundo? Me pase unos meses cabreada con Hemingway por misógino; claro que si me fijo en el contexto socio-político que lo rodeaba entiendo un poco mejor sus libros y veo que no era ni más ni menos machista que los hombres que lo rodeaban; pero sigo opinando que las universidades americanas hacen bien en sacarlo de los temarios (por la sencilla razón de que en América hay libros de Hemingway hasta en las farmacias mientras autoras como Flannery O’Connor pasan desapercibidas para el gran público). Me he pasado unos meses cabreada con Las Escritoras Conocidas Como Pin y Pon (me niego a darles publicidad) porque, a mi entender, se sienten amenazadas por las nuevas generaciones y al no poder atacar de otro modo empiezan a acusarnos de plagio haciendo comparaciones odiosas con la Pizarnik o Anaïs Nin (por otro lado, un lujazo que la comparen a una con Alejandra Pizarnik o la gran Nin - vamos, un subidón); claro que si me fijo y veo que son de una generación a la que inculcaron desde la cuna el "divide y vencerás" o "sólo los más fuertes sobreviven" las entiendo un poco mejor. Diversidad, tolerancia y respeto entre mujeres son valores relativamente nuevos. Siempre han estado ahí, pero hasta hace poco lo que reinaba en el panorama femenino (tanto en lo literario como en la vida real) era la exclusión: "o estás conmigo o estás en mi contra, por si acaso: tu castigada a la esquina que no quiero que me robes al mario o publiques un libro mejor que el mío".

Más allá del aspecto físico o moral de un escritor, quizá la decepción más grande se da cuando un lector pasa a formar parte del circulo mas intimo de un escritor. Como ex pareja de escritores, ver que la persona con la que sales no tiene nada que ver físicamente con los personajes que crea no es para morirse pero ver que la persona real no tiene una pizca de la ambición o inquietudes que sí tienen sus personajes es para mosquearse. Como escritora no hay miedo mayor que pensar que los amigos que se hacen después de haber publicado un libro se acercan a ti buscando a la loca de tus relatos o poemas ¿qué pasa si la María de carne y hueso es otra mujer, una mujer de carne y hueso que no está a la altura de lo que se espera de ella?

Estos días ha estado en casa una de mis primeras lectoras, Arantza. Hace un par de años se atrevió a escribirme, le conteste el email dándole las gracias por sus palabras de ánimo, me contesto, nos hicimos amigas por cosas de la vida o el destino (porque no le cuento vida y milagros a todo el mundo) y su palo ha tenido que llevarse al ver que mi apartamento se cae a pedazos, verme dormir en tanga, ver que no me seco el pelo antes de meterme en la cama, comprobar que es cierto que no se cocinar, etcétera, etcétera, etcétera… cosas que ya sabía por mis emails pero que por no sé qué caprichos del subconsciente a lo mejor no acababa de creer. Mi yo lector idealiza a los escritores que venero y todo lo que les rodea pasa a tener un toque místico-mágico-esotérico-exótico-erótico-festivo. Por ejemplo, me imaginaba el hotel Chelsea como una palacio con un toque decadente por donde no solo paso Allen Ginsberg sino también Tenesse Williams, Simone de Beauvoir, Edith Piaf, Dylan Thomas, Mark Twain, Arthur Miller y Leonard Cohen entre otros; al verlo la semana pasada me dio un bajón porque la fachada está que se cae a pedazos (demasiado decadente para mi gusto).

¿Podemos hablar de tiranía de las masas? los escritores no soportamos la presión mediática que sufren las estrellas de Hollywood. Ahí tienes a Stephen King que es más feo que pegarle a un padre y vende una burrada de libros todos los años. Quien dice Stephen King dice Allen Ginsberg, el autor de El Código Da Vinci que lo tengo en la punta de la lengua pero no recuerdo ahora como se llama, Juan Manuel de Prada, Javier Marías… guapos o feos, da lo mismo. Es solo en el caso de las mujeres que escriben cuando llegamos a los insultos gratuitos (demasiado guapa, fea, gorda, anoréxica, ninfómana o lesbiana). No acabo de aclararme, no entiendo del todo como va el tema. No sé si lo que molesta es que escribamos o que tengamos la osadía de publicar. Quizá todo sea cuestión de marketing para bajar las ventas porque "que lector o lectora que se precie va a comprar libros de semejante elemento". La cosa es que siendo mujer, con nada que publiques te llueven los insultos gratuitos: histérica (Elfriede Jelinek), gorda (Lucia Extebarría), anoréxica (Valerie Tong Cuong), fea (Dorothy Parker), operada (Margaret Atwood o Isabel Allende), pija (Carmen Posadas), comehombres (Maruja Torres), robamaridos (Pin, ver más arriba :p), caza fortunas (Marina Castaño) y la lista de insultos/autoras es tan larga que podría estar aquí hasta mañana. Como siempre, permíteme dejar claro que lo que acabo de recoger NO es mi opinión sino lo que se dice en los mentideros literarios sobre estas escritoras.

En su ensayo Margaret Atwood también se pregunta cuando "cerca" se convierte en "demasiado cerca". Como escritora sé que es un placer que te digan que una historia ha cambiado una vida (estos americanos que son muy melodramáticos), pero hay veces que las confesiones crean momentos embarazosos o incómodos: cuando entre lagrimas te cuentan vida y milagros "del hijo de la prima de una amiga que perdió a una hermana como el chico de tu historia" y no sabes dónde meterte. Por no hablar de cuando se te acerca alguien con cara de loco y crees que vas a acabar como Paul Sheldon en Misery.

Como lectora, nunca he escrito a un escritor o escritora que me guste. Si alguien me gusta, lo recomiendo a mis amigos y me compro su segundo o tercer libro. Como espectadora de una obra de teatro o película, si me dejo llevar un poco más. Recuerdo perfectamente la tarde que fui al Gran Teatro de Córdoba con mi amiga Silvia esperando ver a Javier Gurruchaga: acabamos haciéndonos fotos con Gabino Diego y estuve histérica tres o cuatro días, sin poder creérmelo, porque lo mío, por si no te has dado cuenta todavía, son los feos. Cuando junto la lectora/espectadora con la escritora, con la pasional, con la loca y con todas las mujeres que llevo dentro, me llevo sorpresas agradables. Un personaje público como es Alfred Molina tuvo el detallazo de llamarme después de mandarle yo la copia de mi segundo libro mientras que uno de los profesores que cite en la página de agradecimientos no tuvo la decencia ni de escribirme un correo electrónico diciéndome que el libro le había llegado. Cosas de la vida que nada tienen que ver con el desengaño amoroso sobre el que pretendía centrar este pseudo-articulo.

Volviendo a esa lectora que lee mis libros y se emociona y quiere conocerme… ¿tengo que cuidar mi imagen como si de una actriz de Hollywood me tratara? ¿tengo que empezar a vestir en plan Barbie las veinticuatro horas del día? ¿debo depilarme a diario? ¿me corto el pelo, voy a que me hagan manicura y pedicura, me doy rayos uva… para no decepcionar a nadie? ¿Es que nadie se ha dado cuenta de que mis heroínas no tienen tiempo de ir a la peluquería o depilarse porque están más ocupadas escribiendo, salvando vidas o haciendo cosas interesantes? vamos, que no me depilo porque no me da la gana. Ya lo he dicho y aquí queda para la posteridad. Soltera y peluda, más feliz que un cochino en una charca. El lector o la lectora que quiera una Barbie se puede ir a Toys’R’Us.

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