Maternidad lesbiana: ¿un derecho?, ¿una paradoja?, ¿un avance?
© Eva
Giberti, Río Negro
Uno de
los interrogantes básicos de la Bioética pregunta si todo lo que es posible
hacer, merced a la intervención de la técnica y de la ciencia, debe hacerse. En
la historia que protagonizan las lesbianas que eligen la inseminación con un
espermatozoide proveniente de un hombre conocido o comprado en un banco de
semen, se pone en juego una respuesta a este inquietud. Dado que la técnica
permite engendrar mediante esta índole de inseminaciones, entonces, se lleva a
cabo.
La
característica de esta respuesta reside en que la decisión de quienes asumen la
inseminación desemboca en el nacimiento de un tercero, un niño.
Hecho
compartido con todas las otras variables de inseminación. Siempre se trata de
la aparición de un nuevo ser que será sujeto de derecho .
Este es
un primer nivel de análisis. Otro nivel reside en la maternidad lesbiana que
cuenta por lo menos con dos alternativas: adopción, si bien aún no en nuestro
país, o inseminación.
Conocemos
los derechos de las mujeres para decidir respecto de su embarazo y en este
sentido las lesbianas no constituyen una excepción.
La
maternidad no depende de engendrar sino del ejercicio de determinadas funciones
durante la crianza y de la capacidad para asumir que el hijo es una persona
diferente de la madre,con sus propias aspiraciones y deseos.
Un
tercer nivel de análisis nos conduce a preguntarnos: ¿por qué una mujer que
eligió ser lesbiana-acompañada por su pareja-, es decir, que ambas decidieron
enfrentar las convenciones sociales y cuyos deseos relacionados con la
intimidad no incluyen el contacto con el hombre, recurren a un espermatozoide
para construir sus maternidades?
Si bien
un espermatozoide no equivale a un varón, acudir a un segmento de la biología
masculina, por llamarla de algún modo, para satisfacer la necesidad o deseo de
hijo, reconoce la dependencia del cuerpo de la mujer, fogoneado por esa
necesidad o deseo de un hijo, del cuerpo viril.
Lo cual
genera una paradoja que las filósofas lesbianas seguramente ya han abordado y
habrán aportado respuestas, que no son suficientemente conocidas. Por el
momento, contamos con que el deseo de un hijo o su necesidad sobrepasa lo que
podría considerarse un principio del lesbianismo respecto de su vínculo íntimo
con el varón: se prescinde de su contacto, pero no de su producto, el
espermatozoide, que, por otra parte, transporta el ADN de ese hombre, el cual
hará nido en el vientre lesbiano.
No es
un tema secundario y abre discusiones que interesa no descuidar, ya que en esta
índole de historiales, la presencia del bebé arriesga opacar otras perspectivas
que interesa conocer, dado que en la actualidad, los movimientos sociopolíticos
protagonizados por los movimientos gays y lésbicos han logrado avanzar en su
lucha contra los prejuicios y la discriminación.
La noticia
que refiere la inseminación de una lesbiana en la provincia de Córdoba, que en
realidad reproduce una práctica que se difunde en algunos países de Occidente
(alcanza con consultar la bibliografía en internet) produjo, como corresponde,
un debate que compromete diversas perspectivas. Desde la cerrazón dogmática y
el alarido escandalizado hasta la respuesta facilista y simplificadora.
Cualquiera de ellas, al margen de una legislación inexistente y de la discusión
que, empalmada con la ley, correspondería plantear acerca de la responsabilidad
hacia el otro, es decir hacia la otra persona que habrá de nacer. Es una
compleja discusión porque resulta sumamente sencillo inferir que estos niños
podrán ser mirados como "raros" ,o provenientes de una asociación pecaminosa
por parte de algunos sectores de la comunidad. Esto nos advierte que son esos
sectores los que deben cambiar su perspectiva discriminatoria. Pero, mientras
esas modificaciones se produzcan, es probable que estos niños deban asumir
molestias; aunque si esos niños no existieran, al no tener conciencia de esa
posibilidad (hijos de madres lesbianas), la gente no tendría modelos para
cambiar su posición dogmática.
Entonces,
tenemos a la vista que, tanto niños y niñas adoptados por gays y lesbianas -y
parecería que ahora podrían sumarse los engendrados por madres lésbicas,
constituirían la avanzada de un cambio sociopolítico que se espera se produzca
respecto de las que se denominan, de modo discutible, las minorías sexuales.
Los chicos y las niñas acompañados por quienes los educan son quienes se van
haciendo cargo de tal avanzada destinada a modificar los prejuicios
sexofóbicos.
Este
planteo no abre discusión acerca del derecho a adoptar niños y niñas por
lesbianas y gays, sino acerca de otro asunto, el que regula las prácticas de
inseminación engendramiento, gravidez, parto y nacimiento. Ya que no es lo
mismo adoptar la criatura de una pareja heterosexual que engendrar un bebé en
una situación paradojal: lesbianas que recurren a la producción masculina,
renunciando al principio que define su identidad como ajena a la intimidad con
el varón.
Este
tema no creo que pueda resolverse filosóficamente, si bien la Bioética aporta
sus criterios, menos aun mediante normas legales, ya que el entrecruzamiento de
derechos es complejo y la idea de norma, en este territorio de la inseminación
en general, ha caducado.
Las
conductas que actualmente elegimos pueden aportar resultados impensables para
las generaciones venideras, particularmente las actitudes que promueven la
ciencia y la tecnología que no admiten limitaciones de ninguna índole.
Modalidad propia de la época que demanda la puesta en acto de nuevas
concepciones éticas, que otra vez, paradojalmente, no son las que las ciencias
están dispuestas a asumir como regulación de su autopropulsión.
Focalizar
el engendramiento lesbiano, sacralizando la maternidad y el derecho lésbico es
una alternativa. Otra, entre las múltiples posibles, repudiarla.Y otra más,
reconocer que los niños y las niñas, estos sujetos de derecho, dependen, como
nunca, si tenemos en cuenta las nuevas características de los engendramientos,
de las necesidades y deseos adultos.
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