María Eugenia Meza Basaure: La violencia contra las mujeres, una peste de siglos
© María Eugenia Meza
Basaure, Envío
El siglo XX ha
sido el siglo de las mujeres. Los avances son colosales, tanto como los
desafíos aún pendientes. Entre ellos, erradicar la violencia contra las
mujeres. Todavía la mayoría de estos hechos de violencia no sólo quedan
impunes, sino que son tolerados en silencio por la sociedad y por las víctimas.
La bofetada en el
rostro de una mujer es ya imagen recurrente. Ante ella, hay un discurso
generalizado de rechazo y alarma. Pero esa virtud pública puede esconder el
vicio privado de la violencia en la vida familiar. A su vez, esa situación
doméstica -cotidiana y dramática- es sólo la punta de un iceberg del que poco
sabemos aún. No obstante, ha cruzado la historia de la humanidad. Y ha afectado
y afecta a todas las mujeres de una y otra forma. Ante la magnitud del drama,
el proceso de visibilización, toma de conciencia y acciones legales puede
parecer lento. Sin embargo, desde 1979 en adelante, ésta ha sido una marea que avanza.
Aunque todavía le resta mucho para llegar a la playa. La costumbre -esa atávica
figura que detesta los cambios- y el sistema patriarcal, que lucha por
permanecer intacto, preferirían mantener en la oscuridad los siglos de
silencioso sufrimiento. Y la dolorosa realidad del presente.
La más común de las violaciones
Un hombre entra a
una escuela politécnica de Montreal, Canadá, la tarde del 6 de diciembre de
1989 y mata a catorce jóvenes mujeres, simplemente porque son mujeres. Cada
año, dos millones de niñas sufren mutilaciones genitales. La violación se
convirtió en un arma de guerra. Por lo menos una de cada cuatro mujeres, en el
mundo, sufre maltrato doméstico. Hoy debería haber cerca de 60 millones más de
mujeres, pero prácticas de aborto selectivo les impidieron nacer. En casi todos
los países del mundo, las mujeres sufren discriminación laboral y son las más
pobres entre los pobres... Hoy, la violencia contra mujeres y niñas es el
atentado más común contra los derechos humanos.
América Latina y el
Caribe no son la excepción. En doce países de la región, el violador puede ser
exonerado si accede a casarse con la víctima y ella lo acepta. En Costa Rica,
puede quedar incluso sin culpa si ella no accede a su oferta de matrimonio. En
la mayor parte de los países de la región la violencia proviene del entorno
cercano, como en Guyana donde, en 1989, dos de cada tres mujeres en pareja han
sido golpeadas alguna vez y un tercio, de manera regular. En Suriname, durante
1993, una de cada cinco denuncias en estaciones de policía fueron hechas por
mujeres violadas y en República Dominicana, cada ocho horas una mujer sufría
esa agresión.
- El 94% de las
víctimas de agresión sexual infantil en Costa Rica son niñas y el 96% de los
delincuentes, hombres.
Las mujeres de la
región saben de discriminación racial. Ya sea por su origen indio o afrolatino,
son segregadas dos veces. Y también han sufrido violencia política: la vi-
vieron países como Chile, Argentina, Uruguay, Brasil, Colombia, El Salvador,
Perú, Guatemala. Recientemente, la lista se alarga con Haití y México -en
Chiapas-.
Los datos de esta
verdad -a veces directamente brutal; otras, sutil y sibilina- se acumulan en
informes, revistas, especializadas, boletines. Erizan la piel. Uno puede
ignorarlos. No creerlos. Esconderlos. Sería sumar una agresión más a la larga
lista de marginaciones, asesinatos, mutilaciones, juicios y condenas injustas,
encarcelamientos, golpes, violaciones, abusos sicológicos, discriminaciones.
- "Me casé
porque estaba embarazada. Cuando tenía tres meses de embarazo mi marido me
pateó, me haló del pelo y me arrastró. Sólo pude cubrirme el vientre. A veces
me decía: arrodíllate delante de mí, india; eres india, no eres nadie. La
semana pasada se llevó a mi hija. Ayer fui a la policía y me dijeron que tengo
que buscar abogado. Quiero que me ayuden. Tengo miedo." Sandra, 27 años,
10 de casada. Quito. Ecuador.
Entonces, hay que
mirar el drama a la cara. Eliminar la bruma que los sistemas, las culturas que
dan predominio al varón, y el atavismo, extienden sobre esta realidad, y
sumarse a quienes actúan para detener esta peste endémica y muchas veces
invisible. Porque esta aberración no es natural. Es evitable.
Silencio y miedo históricos
En los siglos
pasados, la violencia del sistema y de los hombres contra las mujeres era parte
de la vida cotidiana. Nadie la llamaba violencia siquiera. Simplemente, así
eran las cosas. En las diversas sociedades patriarcales, la mujer era propiedad
primero del padre, luego del marido. ¡Ay de la que deseara escapar del sino!
Era una bruja, un peligro, un cáncer que había que extirpar. Sólo en este
siglo, con la entrada masiva de las mujeres a los diversos campos de la
sociedad, con su salto de lo privado a lo público -tan trascendente para la
humanidad como el paso desde la escala de la astronave hasta el suelo lunar- la
verdadera naturaleza de esta persistente situación quedó de manifiesto.
- Hay 150 millones
de afrolatinos en la región. 70 millones de ellos viven en pobreza, lo que
significa para las mujeres una carga mayor que para los hombres, porque ellas
son triplemente discriminadas: por raza, por sexo y por situación económica.
Se trataba -se
trata- de un instrumento de poder y un medio para mantener un status quo que
favorece al hombre, al varón, y que perjudica a la totalidad de los habitantes
de cada país. Porque la violencia contra la mujer no sólo afecta a la mitad de
la población que la sufre en distintas medidas, sino que pone en peligro el
desarrollo y la continuidad de la vida en el planeta. Por lo tanto, la
eliminación de esta violencia de género -entendida como toda manifestación
física, síquica y sexual que atenta contra el desarrollo de las mujeres- es
esencial para construir el paradigma de la seguridad humana, de la paz, en
todos los ámbitos de la vida. Esa violencia, además, significa el no respeto y
el quiebre de cada uno de los derechos humanos. Y, por lo mismo, coloca a la
mujer en el lugar de la principal víctima de las violaciones diarias a cada uno
de estos principios.
- En un estudio
realizado entre 450 estudiantes de 13 a 14 años en Kingston, Jamaica, el 13%
había experimentado intentos de violación, la mitad de ellas antes de los 12
años. Un tercio había sufrido contacto físico no deseado, y un tercio denunció
acoso de palabra.
Para avanzar en la
resolución del problema es preciso conocerlo del todo. Pero la violencia contra
las mujeres es un campo de estudio recorrido sólo en las últimas décadas. Y
aunque esas investigaciones y las venideras son herramientas esenciales para
conocer la realidad, por el momento la cobertura de los trabajos es limitada.
Si su aspecto más visible, el de las prácticas que han sido consideradas como
delitos por los distintos países, está subregistrado, mucho más escondidos en
la profundidad permanecen sus matices culturales, religiosos, rituales,
laborales, políticos. Por lo mismo, y aunque sorprenda, la mayor parte de la
violencia de género no sólo queda impune sino que es tolerada en silencio,
tanto por parte de la sociedad como de sus víctimas. Se trata de un silencio
lleno de temor: a las represalias, a la censura de las cuestiones sexuales, a
la vergüenza. Es un silencio lleno de sentimiento de culpabilidad por parte de
las personas violadas, asustadas de quebrar una aceptación resignada, herencia
de la tradición y fruto del dominio masculino. En muchos países, la complicidad
activa o pasiva del Estado y otras instituciones con autoridad moral ayuda a
perpetuar esta situación.
- "Me crié
con una señora que me recogió. A mi madre nunca la conocí, a mi padre menos.
Esa señora me crió hasta los 6 años. Entre ella y su esposo me violaron. Cuando
los detuvieron, ella dijo que no había hecho nada. El se escapó. Después, nos
fuimos a San José, adonde una hija de ella, pero me echaron a la calle.
Entonces me crié en el parque. Recién llegada no me metía con los hombres,
pedía limosna, hasta que conocí a don Manuel. El abusó de mí, pero me dio
protección. También me tiró a la "putería". Nadie creía que tenía 9
años. A los 11 años ya bailaba en un night club. A los 12 quedé embarazada del
primer niño". Milagro Rojas, San José de Costa Rica.
En nombre de la costumbre
Podría pensarse
que el avance de la participación de las mujeres, los movimientos feministas,
el reconocimiento de los derechos de la mujer, entre otros factores,
disminuirían la violencia contra ellas. Por el contrario. Se ha producido un
rebrote de la resistencia al avance en este campo, e incluso un auge de la
violencia. Muchos hombres no han conseguido acompañar la revolución feminista y
han reaccionado con violencia ante el cambio de roles y la creciente autonomía
de las mujeres, porque los han tomado como un ataque a su primacía y a su
supuesta esencia. La violencia de género ha asumido, en consecuencia, variadas
y no aleatorias manifestaciones, diversificándose aquéllas donde la actividad
sexual está ausente: son las miles de formas de la discriminación, el
menosprecio y la dependencia económica que, en la vida normal y corriente de
las sociedades, reafirman el control sobre la vida de las mujeres y las
mantienen como ciudadanas de segunda clase. Las nuevas medidas legales que
protegen a la mujer y reafirman sus derechos permiten, sin duda, comenzar a
paliar la situación, gracias a que permiten las denuncias que, en todas partes,
van en aumento. Pese a esto, aún puede asegurarse que, a lo largo de la vida,
toda mujer ha sufrido -en algún momento- una cierta violencia. A veces es
obvio, porque son acciones que ponen en peligro la vida de las personas. Pero
otras, menos evidentes, como las violencias sicológica y económica, la
discriminación laboral y política, no son me- nos perniciosas. Por el
contrario, al estar camufladas en los sistemas culturales, parecería imposible
combatirlas.
- En El Salvador,
durante 1995, la Procuraduría para la Defensa de los Derechos Humanos atendió
denuncias de 667 casos de violencia doméstica y 573 violaciones.
Enredándose
Rol protagónico ha
tenido el movimiento de mujeres de la región en el diagnóstico del problema y
en el establecimiento de acciones, tanto desde la sociedad civil como desde el
sector público. Si bien hace más o menos 20 años que las organizaciones
trabajan sobre estos temas, la primera medida concreta surgió en julio de 1981,
en Colombia, en el I Encuentro Feminista llevado a cabo en América Latina y el
Caribe. Allí, las participantes acordaron instituir el 25 de noviembre como Día
Internacional en contra de todas las Formas de Violencia contra la Mujer, para
recordar a las tres hermanas Mirabal -Las Mariposas-, asesinadas por la dictadura
de Rafael Leónidas Trujillo, en República Dominicana.Durante el II Encuentro,
realizado en Perú en 1983, crearon la Red Feminista Internacional contra el
Tráfico de Mujeres y la Esclavitud Sexual Femenina. Entre el III Encuentro en
Brasil y el IV en México (1987), acordaron abordar el tema en el boletín de la
Red Latinoamericana sobre la Salud de la Mujer, en sus aspectos de racismo,
violencia y derechos humanos. Y en el V Encuentro surgió la Red de América
Latina y el Caribe Contra la Violencia Sexual y Doméstica que, desde entonces,
edita un boletín y coordina la llamada Campaña de los 16 Días de Activismo
sobre la materia, que comienza los 25 de noviembre y culmina los 10 de
diciembre.
Paralelamente, la
investigación ha sido otro de los ámbitos de trabajo de las redes y
organizaciones de mujeres. La primera fue realizada en 1988 por Isis
Internacional con el apoyo de UNIFEM. Publicada en 1990, es el primer referente
sólido en materia de datos fehacientes. Otra de las instituciones
internacionales que ha trabajado sin tregua es el Comité Latinoamericano para
los Derechos de la Mujer (CLADEM), cuya sede central está en Perú.
Las mujeres de
América Latina y el Caribe están lejos de una vida sin violencia. Y la lucha
por conseguirla no es simple: los enconados enemigos de la dignidad y la
seguridad de la mujer son escurridizos y persistentes, porque radican en las
fuerzas destinadas a preservar el dominio masculino y el sometimiento femenino,
que a menudo es defendido en nombre de venerables tradiciones. Resulta, en
consecuencia, imprescindible la educación de las niñas en la plena conciencia
de sus derechos y la educación de los niños en una nueva concepción del rol
masculino.
- En los últimos
años, tiene especial importancia la Convención sobre los Derechos del Niño y la
Niña, ratificada por 190 países hasta mayo de 1997. UNICEF vincula esta
Convención y la Convención para la Eliminación de Todas las Formas de
Discriminación Contra la Mujer en su marco conceptual, enfatizando la necesidad
de atención específica en los derechos de las niñas y reconociendo el vínculo
esencial entre la promoción de la igualdad de esos derechos y la condición de
la mujer adulta. El camino jurídico recorrido es importante, pero las leyes -de
cada país o los internacionales- no son una vara mágica para solucionar el
problema. Son el primer paso de la maratón para acercar la distancia entre lo
óptimo y la realidad.
"Cuando tenía
24 años, mi novio me ató a un horno, me roció con alcohol y me prendió fuego.
Luego de permanecer mucho tiempo en el hospital, perdí todos los dientes por la
sobredosis de antibióticos para evitar que se me infectaran las quemaduras.
Ahora, él está en libertad". María Celsa da Conçeiçao, Brasil, ante el
Tribunal de Viena en 1993.
No hay refugio
Un análisis
realizado por el Banco Mundial, sobre 35 estudios recientes relativos a países
industrializados y en desarrollo, muestra que entre la cuarta parte y la mitad
de todas las mujeres observadas había sufrido maltratos físicos de parte de su
pareja. Aunque no hay todavía datos suficientes para realizar comparaciones
fidedignas país por país, la prevalencia y el patrón de la violencia doméstica
son significativamente similares de una cultura a otra. Ya sea en otros
continentes, o en la región.
- "Tengo que
cuidar a mis hermanos porque mi mamá trabaja. Somos siete y yo soy la más
grande. Lavo los platos, hago el aseo, preparo la comida y me preocupo que no
salgan a la calle, porque si les pasa algo, mi mamá me pega. También me pega si
cuando llega ve que hay desorden. Me tiene horarios y sólo tengo libre el
jueves. Quiero que sean grandes luego, para poder ir a la escuela y
jugar". Niña de 9 años, Ciudad de México.
Dormir "con
el enemigo" es una situación que las mujeres viven la mayor parte de las
veces en el silencio. Las cifras hablan que apenas el 1% de las golpeadas en el
hogar informa sobre los abusos sufridos. El silencio habla también de la
cercanía del agresor: las estadísticas delictivas revelan que la mayor parte de
las mujeres que han sido violadas conocen a sus atacantes. Igual sucede con el
40% de las mujeres víctimas de intento de homicidio. La niñas atacadas
sexualmente, en el 80% de los casos, han sido molestadas o agredidas por
hombres tan cercanos como su padre y tan lejanos como su vecino. El hogar, que
debiera ser el espacio acogedor, se convierte en el lugar del peligro. ¿Dónde
refugiarse? ¿Dónde acudir si todavía los funcionarios -y muchas veces las
funcionarias- actúan según la idea de que detrás del ataque masculino hay
siempre una mujer provocadora?
- Durante el
primer semestre de 1997, en México, fueron registradas 35 mil denuncias de
maltrato de menores, la mayor parte de ellas por abuso sexual.
Al pie de la ley
La lucha contra la
violencia a las mujeres, sobre todo la que se presenta en el ámbito doméstico,
tomó particular impulso en los últimos diez años. Hasta hoy, 44 países en el
mundo han puesto en vigencia leyes contra la violencia doméstica, 27 contra el acoso
sexual -entre ellos, Argentina, Costa Rica, Panamá y Paraguay-, 17 contra la
violación dentro del matrimonio -ningún país latinoamericano, y sólo Barbados y
Trinidad Tobago en el Caribe-, y 12 países africanos y árabes que prohiben las
mutilaciones sexuales .
Entre los países
de la subregión andina, sólo Venezuela no cuenta con una ley contra la
violencia doméstica, aunque en 1993 un proyecto fue presentado al Congreso.
La ley de Ecuador
(1995), que prohibe los abusos físicos y mentales y define la violencia
psicológica, es considerada como una de las más integrales frente a la
diversidad de formas que adoptan las legislaciones vigentes en los diferentes
países. Instrumento de vital importancia en esta lucha ha sido la Convención
Interamericana para Prevenir, Sancionar y Erradicar la Violencia contra la
Mujer o Convención de Belém do Pará, firmada en 1994. Esta herramienta ha sido
ratificada por todos los países pertenecientes a la OEA, a excepción de México.
Los Estados
permanecen cómplices de esta situación al no tener legislaciones apropiadas ni
sistemas para velar porque la ampliación de las leyes sea justa. En materia de
violencia intrafamiliar -por ejemplo- sólo 44 de los 193 países del mundo han
legislado sobre el tema, siendo 21 de ellos de la región, lo que significa un
gran logro, aunque incompleto. En América Latina y el Caribe, la violencia
doméstica, tampoco ha sido objeto de campañas públicas sistemáticas como otros
problemas sociales, como la conducción de vehículos en estado de embriaguez o
el tabaquismo. Aún en la mayoría de los países, los abusos domésticos son
considerados oficialmente como un asunto familiar privado. Sin embargo, la
envergadura del problema de la violencia doméstica es tal que ha llegado a
preocupar a los encargados de la economía mundial.
- En Argentina,
según el diario local La Nación, el 93% de los casos de abuso sexual contra
menores no llega a la justicia.
Estudios
realizados en algunos países de la región por el Banco Interamericano de
Desarrollo (BID) demuestran que el ausentismo laboral de las mujeres golpeadas
en la zona significa un costo económico nada despreciable: al año corresponde
al 2% del PIB, lo que redunda en una merma del desarrollo.
- "Al
comienzo no estaba segura de que mi jefe me acosaba. Cuando fue evidente, lo
enfrenté para que dejara de molestarme. Entonces dijo que eran inventos míos,
que yo había empezado a coquetear y me pidió que nos acostáramos. No me atreví
a denunciarlo y renuncié, pese a que necesitaba el empleo". Natalia, estudiante.
Santiago de Chile.
De la casa a la sociedad
Pero la situación
no se queda puertas adentro. Trasciende a la sociedad. Se sabe que los hijos y
las hijas de hogares donde la madre ha sido golpeada tienden a reproducir más
tarde los mismos roles de agresor y víctima. La familia no está separada de la
sociedad y hombres violentos en el hogar encontrarán fuera de él otras formas
de atacar a las mujeres. Y las agredidas estarán, no sólo en el momento sino a
lo largo de su vida, inhibidas para desenvolverse en forma normal en los planos
sociales de su existencia: trabajo, educación, ciudadanía, etc. Esto afecta
directamente el desarrollo de los países, desde los ámbitos más privados hasta
los más públicos, como la administración o la producción económica. La violencia
doméstica significa mantener incapacitada de crecimiento personal y social a
una enorme población femenina en todo el mundo.
- Según
estimaciones oficiales, en Guatemala existen alrededor de 40 mil viudas y 200
mil niños y niñas huérfanos, debido a la violencia ocurrida en los años 80.
Las mujeres que no
viven esa situación no escaparán al resto de las formas de discriminación que
la sociedad les depara, simplemente por ser mujeres. Así, mucho tiempo después
de que la esclavitud fuese abolida en la mayor parte del mundo, muchas
sociedades todavía siguen tratando a las mujeres como seres inferiores. Las
cadenas son intangibles y sus eslabones incluyen factores como una educación
deficiente, la dependencia económica, el limitado poder político, el reducido
acceso al control de su fecundidad, las duras convenciones sociales y la
desigualdad ante la ley.
- "Un día en
la calle un militar me subió a un taxi y me raptó. Los acompañaba otro militar.
Me defendí pero no pude escapar. Pasó lo que tenía que pasar. Yo sentí que todo
lo que tenía planeado para mi vida se truncó. Quería matarlo. Mis suegros y mis
papás decidieron que me casara con él". Mujer urbana de Jalisco.
La violencia es el
candado que cierra la cadena. Eliminarla no consiste sólo en castigar acciones
individuales. Es preciso cambiar las percepciones, a veces profundamente
instaladas en el inconsciente colectivo de mujeres y hombres.
Una marea en movimiento
Este ha sido el
siglo de las mujeres. En poco tiempo -comparado con los siglos de silencio- y
con métodos pacíficos, ellan han ido alcanzando algunos de sus objetivos. Desde
las sufragistas en adelante, no se han detenido, aunque sus movimientos tengan
contradicciones y problemas, aunque cometan errores o aunque repitan las
conductas del poder masculino.
- Una de cada once
mujeres jamaicanas, entre los 25 y los 60 años, ha sufrido violencia física
perpetrada por un hombre. En 1995, la policía informó que el 39% de los
asesinatos cometidos fueron resultado de peleas en el hogar.
Aunque se sientan
solas con una carga demasiado grande y con todo el sistema atávico en contra,
cada día se suman los ejemplos que apuntan al establecimiento del pleno derecho
de las mujeres y las niñas en una sociedad justa. En la región, las iniciativas
desde el mundo de las organizaciones han significado el establecimiento de
redes de investigación, ayuda, información, contactos, solidaridad y han
empujado a los gobiernos a emprender acciones.
- Según el Banco
Mundial, en la región, uno de cada cinco días activos que pierden las mujeres
por problemas de salud, se debe a manifestaciones de la violencia doméstica.
Al menos seis
países han establecido unidades de policía destinadas exclusivamente a las
mujeres, siendo Brasil el primero en 1985. México ha nombrado un fiscal
especial para los delitos de carácter sexual y varios Estados han establecido
Defensorías de las mujeres para atender sus problemas. Casi la mitad de los
países de América Latina y el Caribe han introducido reformas en sus sistemas
judiciales relativos a la infancia y otros han reforzado la legislación
protectora de niños y niñas contra la explotación sexual.
Sin embargo, el
esfuerzo para visibilizar la violencia contra las mujeres, como primer paso
para erradicarla, compete a todos los sectores de la sociedad: al sistema
judicial y al de salud, a los medios de comunicación y a los productores
culturales, a la educación, a las organizaciones gubernamentales y no gubernamentales,
al mundo político y al religioso. Y, por supuesto, a las mujeres, que seguirán
sumándose a esta lucha no conmiserativa, sino afirmativa de los derechos que
nos protegen de la discriminación económica y política, del racismo, del
sexismo y de la homofobia.
- "Lo que más
recuerdo es que un día me preguntó qué pensaba yo... Nadie nunca me había hecho
esa pregunta en mis setenta años". Anciana salvadoreña, recordando a
Monseñor Oscar Arnulfo Romero, asesinado por los Escuadrones de la Muerte.
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