Ángela Barili de Tasca

* *sacado de "Abuelas de la Plaza de Mayo", una publicación mensual de las abuelas de la plaza de mayo que me ha pasado una amiga.

Ángela Barili de Tasca perdió a su hija, Andrea; su yerno, Quinto, y a su nieto o nieta que debió nacer en el cautiverio de su madre. el terrorismo de estado los desapareció y desde entonces ella los busca incansablemente.

Por Dafne Casoy

Cuando Ángela terminó el primario no pudo seguir el secundario porque no había dinero para costear sus estudios; comenzó a trabajar a los dieciséis años como cajera en una peluquería y dos años después se empleó en la casa Grimoldi de Mar del Plata, donde conoció a su marido Bruno que fue a trabajar durante la temporada. Llegó a ser jefa de sección y, si bien en algún momento ganó más que Bruno, cuando nació su primera hija, Ana, renunció para dedicarse de lleno a ella, a pesar de que con el sueldo de él no les alcanzaba para mucho y, al principio, no tenían ni heladera. Ángela y Bruno acostumbraban a hacer las cosas de la casa ellos mismos. Ángela le hacía la ropa a la familia, cosía, tejía, cocinaba, almidonaba. Le costaba entender, entonces, cuando su segunda hija, Adriana, salía de casa con su campera y regresaba sin ella porque se la había dado a alguien que la necesitaba. Cuando Ángela protestaba, Adriana le contestaba “pero mamá yo tengo otra, ellos no tienen nada para abrigarse”. Tuvieron que pasar muchos años para que Ángela entendiera de verdad. Al unirse a las Madres de Plaza de Mayo y hablar con aquellas madres que también habían perdido a sus hijos –como ella perdió a Adriana– se enteró de que los hijos de ellas hacían lo mismo.

Ángela tardó en enterarse de la militancia de Adriana. La familia vivía en Mar del Plata y Adriana había ido a vivir a La Plata para estudiar derecho, a casa de su hermana Ana, que ya estaba instalada ahí. En los primeros tiempos, las hermanas iban cada vez que podían a visitar a la familia a Mar del Plata y al hacerlo llevaban sus sábanas para que Ángela las almidonara como cuando eran chicas. También se volvían con cosas ricas de comida para varios días, que solían compartir con sus amigos de La Plata.

Adriana estudiaba y trabajaba. Encontró trabajo en el Colegio de Abogados de la Plata y a partir de allí, le pidió a sus padres que no le enviaran más dinero; ella podría mantenerse sola. Como su madre, fue en el trabajo donde conoció a quien luego sería su marido, Quinto, quien además de trabajar allí, también militaba.

El día del golpe, Ángela, como tantas personas en aquel momento, se alegró; sentía que el gobierno de Isabel Perón no daba para más y que los militares llegaban para poner orden. Visitó a Adriana en La Plata quien le explicó que no podía ponerse contenta por ello. Ahí fue cuando Ángela se dio cuenta de que Adriana había crecido. El contacto en la facultad, donde la política era algo corriente, la había hecho madurar.

El suegro de Ana –que también era abogado y vivía en La Plata y fue quien le había conseguido el trabajo a Adriana– la llamó un día a Ángela para que fuera a buscar a Adriana. Hacía algunos días que no iba al trabajo, ni tampoco Quinto y presentía que las cosas no estaban bien. Ángela viajó a La Plata y en un primer momento no encontró a nadie en el departamento.

Cuando apareció Adriana le dijo que se había quedado estudiando en lo de una amiga. Adriana acompañó a la madre a visitar a un recién nacido pero, a pesar de conocer muy bien a la madre del chico, se quedó esperando afuera de la casa. Ángela volvió a Mar del Plata con la promesa de su hija que iría a visitarla apenas rindiera la materia que estaba estudiando. Faltaban sólo tres materias para que Adriana se recibiera y la familia decidió que ella volviera a Mar del Plata y viajara sólo para rendirlas, para no seguir pagando el departamento en La Plata. Ángela viaja a La Plata a ayudarle a levantar las cosas del departamento y Adriana decide dejar sus libros; eran libros que la comprometían, así como algunos objetos, como un póster del Martín Fierro. Fueron dejándolos libros sin identificación a medida que avanzaban con el auto por el camino.

Ángela y Quinto resolvieron vivir en Mar del Plata. Aparecieron un día diciendo que se habían casado y alquilaron un departamento. Adriana y Quinto le dijeron a Ángela que habían dejado de militar, pero por precaución no querían que Ana –que había vuelto antes que ellos a Mar del Plata– supiera la dirección de su departamento, sólo debían saberlo los padres de Adriana. Ángela sonríe al recordar que cada vez que quería ir a lo de Ana, inevitablemente tenía que pasar por el frente de la casa de Adriana. Estaba contenta de tener a sus dos hijas nuevamente con ella y lejos del peligro.

Hasta que la sombra de la militancia volvió a aparecer. Adriana se retiró antes de tiempo de un cumpleaños diciendo que se sentía mal, y más tarde, Ángela pasó por la casa para ver cómo se sentía, pero no le abrieron la puerta, diciendo que estaban con gente. Luego Ángela recibió un sobre, en su casa donde Adriana le decía que habían vuelto a militar, que los disculparan pero que estaban escondiendo a una pareja con su hijo.

Al tiempo, dejaron el departamento, Quinto se fue y Adriana volvió a vivir con sus padres. Pero la convivencia no era fácil, porque Adriana había cambiado: “ella ya estaba en otra cosa, nosotros es como si le fastidiáramos porque éramos re formales, éramos burgueses, nos gustaba tener la casa arreglada bien y a ella nada de eso le interesaba”. Finalmente Quinto la pasó a buscar y se fue de la casa.

Un cinco de diciembre fue la última llamada telefónica que recibieron de Adriana. No llamaba a la casa por precaución, sino que lo hacía a la casa del padre de una amiga de Ángela en Buenos Aires. En enero supieron por dos chicas que estuvieron en una comisaría en La Plata que Adriana estaba en La Cacha, que estaba bien de su embarazo y que tenía el pelo rubio. Ángela sabía que se había teñido por una amiga que la había visto por última vez. Durante los Juicios por la Verdad se enteraron, por una chica que había visto a Quinto en la ESMA, que Adriana no estaba ahí. A Ángela le dolió mucho saber que estuvieron separados porque cuando pensaba que los habían detenido juntos, sabía que Adriana siempre se sintió muy protegida por Quinto.

 Al pensar en Adriana, en Quinto y en esos chicos que sacrificaban todo, Ángela cree que son ellos los que deberían estar dirigiendo el país: “ellos luchaban por un mundo mejor para que no pasara lo que está pasando ahora, porque ese régimen económico que existió, ahora existe siguió con Alfonsín, con Menem y sigue, ahora es lo mismo.”

Entre los recuerdos alegres de Ángela en familia, están las vacaciones a Mendoza, a casa de su hermana y sobrinos, con un camioncito que tenían, al que le habían hecho una especie de carpa para tapar la parte de atrás con tela impermeable, y al que le habían dejado las ventanitas. Como no tenían aire acondicionado, y hacía calor para un viaje tan largo, viajaban de noche y llevaban un colchón atrás para las nenas, que iban durmiendo.

A Adriana le gustaban las familias numerosas. Cuando Ángela le preguntó, ya de grande si había tenido una infancia feliz, le dijo que sí, pero que hubiera querido más hermanos. Los afectos eran muy importantes para Adriana, ese mundo mejor que perseguía tenía que ver con un mejor lugar donde su hijo creciera

Así como la ronda de los jueves de las Madres es una cita de honor que Ángela tiene con su hija Adriana, encontrar a su nieto o nieta es su deseo más profundo.


ÁNGELA HABLA A SU NIETO QUE AÚN NO HA PODIDO CONOCER


“Bueno querido si te llegamos a encontrar quiero que sepas que tuviste unos padres admirables; que tiene que ser un motivo de orgullo para vos haber tenido semejantes padres... ellos querían lo mejor para vos, no te sientas abandonado, al contrario, ellos luchaban por un país mejor para que vos lo pudieras disfrutar, ojalá lo comprendas y ojalá pueda conocerte, no sé. Tu madre era hermosa, tenía unos ojos verdes grandes hermosos, un pelo largo, tenía una voz muy especial y una manera de decir las cosas muy linda es lo que te puedo decir querido… Que ojalá lo comprendas, que comprendas la lucha de tus padres, que fueron muy generosos y que ofrecieron lo mejor que tenían: su vida. Te mando un beso enorme...”

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