Maquiladoras hondureñas
Cateta y residente
en los mundos de Yupi que diría mi madre, después de todo lo leído e
investigado sobre Ciudad Juarez, acabo de percatarme de que "maquilas"
hay en toda Latinoamérica. No te pierdas este interesantísimo articulo de Nelly
del Cid, Carla Castro y Yadira Rodríguez que puedes leerte aquí:
Trabajadoras de maquila ¿nuevo perfil de mujer?
La maquila ha
creado miles de nuevos empleos. La mayoría, para mujeres jóvenes. En la maquila
converge un abanico de experiencias femeninas selladas por la sumisión y hasta
hoy dispersas. Esta nueva realidad, sumada a la independencia económica que la
maquila da a las jóvenes puede estar creando la matriz para un nuevo modelo de
mujer.
La asociación de
maquiladores de honduras tiene registradas oficialmente 200 fábricas
maquiladoras y reconoce que hay también un buen número de fábricas de este tipo
sobre las que no tiene control. Las maquiladoras están localizadas en las
principales ciudades del país: San Pedro Sula, Villanueva, Búfalo, La Lima, El
Progreso, Choloma, La Ceiba, Siguatepeque y Tegucigalpa. La mayoría, ciudades
localizadas en la zona norte, lugar estratégico por encontrarse allí los
principales puertos.
Hablando con las
trabajadoras
En un total de
unas 250 fábricas sólo existen 20 sindicatos, en su mayoría débiles y sin
capacidad para negociar contratos colectivos. En la industria maquiladora -la
principal fuente de generación de empleo nacional- hay inversión de capital
estadounidense, hondureño, coreano y, en menor escala, de Singapur y Taiwan. Se
afirma que la maquila ha creado 110 mil empleos directos, con la posibilidad de
aumentar esta cantidad. Los empresarios del COHEP siempre se están quejando de
las condiciones favorables que el país ofrece a los inversionistas. Como en
otros países, la mayoría de la mano de obra empleada -más o menos el 85%- es
femenina, oscilando su edad entre 13-34 años. Para conocer mejor este mundo,
nos acercamos a jóvenes trabajadoras de maquilas de La Lima y El Progreso, con
edades entre 14-24 años. Algunas son jóvenes residentes en la ciudad y otras en
áreas rurales.
Son muchos los
jóvenes y las jóvenes de las comunidades rurales y urbanas que aspiran a
alcanzar la mayoría de edad para entrar a trabajar en una fábrica. Por esta
urgencia -provocada en muchos casos por la acuciante necesidad económica,
aunque también por la fascinación que sobre todo en las muchachas despierta el
mundo fabril- encuentran las maneras de evadir los controles de edad para poder
ingresar a las fábricas. Hay adolescentes de 14 años que laboran bajo otra
identidad o responden a un nombre distinto al propio y hay casos en que se
sienten más identificadas con el nombre falso que con el propio.
Puerta a un mundo nuevo
La fábrica es la
puerta de entrada a un mundo desconocido para ellas, les ofrece la oportunidad
de experimentar y de correr aventuras sin el control de los padres, novedad que
la estructura familiar no les permite. "A las hijas mujeres nos controlan
más que a los varones, mi papá siempre dice que las mujeres son de la casa y
los hombres de la calle".
En el primer
momento manejar el dinero del salario les hace creer que tienen el mundo en sus
manos. "Cuando recibí mi primer pago estaba tan contenta que cuando llegué
a mi casa contaba y contaba el dinero. Me parecía un sueño que eso fuera
real". Con el dinero, las jóvenes logran poder adquisitivo y esto las hace
salir de su invisibilidad y sentirse importantes. A partir de este dinero, todo
un mercado ambulante y un sistema financiero de usura las hace, para bien o
para mal, centro de su atención.
El día de pago
sienten que el mundo gira a su alrededor. Es el día en que las trabajadoras
tienen más cuidado en arreglarse: al salir del trabajo, van de compras o a
comer en algún sitio bonito: pollo, hamburguesas, repostería... Ese día los
mercaderes ambulantes les ofrecen sus productos o le traen "encargos"
que hicieron.
Las metas: germen de discordia
Las fábricas
maquiladoras están organizadas por módulos o líneas. En ambos estilos de
producción se busca conseguir el máximo de rendimiento, medido con metas de
producción. Dentro de la fábrica las trabajadoras valen por su capacidad
productiva: "Dime cuanto produces y te diré cuanto vales". Además,
las operarias que producen sus metas o se acercan más a alcanzarlas tienen
mejores salarios por los incentivos de producción.
Los módulos están
compuestos por grupos de 6-8 operarias que tienen que sacar una meta. Todas las
operarias del módulo ganan la misma paga, independientemente del esfuerzo que
cada una haga por alcanzarla. La producción individual no cuenta en el módulo,
donde sólo vale la meta colectiva.
Las líneas tienen
un mayor número de operarias: 15-18. Al igual que en el módulo, tienen metas
establecidas de forma colectiva, pero también las tienen para la producción
individual y el salario depende tanto de la producción colectiva como de la
individual.
La organización
por líneas o por módulos va creando entre las obreras discordias y enemistades,
que van así interiorizando la ideología del sistema capitalista: "Vale la
producción, no la persona". Si alguna no logra entrar en el ritmo de
producción de su línea o de su módulo, muchas veces es presionada por sus
propias compañeras a salirse de esa línea, y en algunos casos hasta a dejar la
fábrica.
En el módulo se
producen más fricciones entre las compañeras que en la línea."Yo me salí
porque no podía trabajar rápido. La operación que estábamos haciendo me costaba
mucho y había una mujer dentro de la línea que me hostigaba, porque decía que
por mi culpa no sacaban la meta. Las otras compañeras decían que no le hiciera
caso, pero yo no aguanté".
La presión por
alcanzar la meta es tan fuerte que muchas de las jóvenes que se saben lentas
adelantan trabajo en el tiempo que les dan para el almuerzo, o llegan más
temprano a la fábrica para comenzar a producir antes de la hora de entrada.
Es muy común que
en las fábricas se organicen pequeñas cooperativas entre compañeras de línea o
módulo, que se asocian para ahorrar y sacar préstamos. Estas cooperativas se
organizan a principios de año y terminan cuando finaliza y se reparten los
ahorros y las ganancias por las actividades realizadas. Las muchachas ahorran
para contar con un pequeño capital que les permita celebrar la Navidad con algo
más de abundancia.
Grupo de amigas: la llave
Muchas mujeres
logran desarrollar buenas amistades en el centro de trabajo. Pero son muy pocas
las que llegan a relaciones profundas que perduran después de haber salido de
la fábrica. Las amigas son muy importantes cuando se trata de jóvenes recién
salidas de sus casas. Sólo en grupo son muchas las que se atreven a incursionar
en ese mundo más amplio que el de su familia y el de la comunidad, el único que
conocían. Con el grupo de amigas planean los paseos y las compras y amplían las
relaciones sociales con visitas recíprocas a las casas y a las comunidades de
las que integran el grupo.
El grupo de amigas
también se vuelve determinante para establecer relaciones de pareja. Las amigas
se "enganchan" o se desaniman unas a otras en las relaciones
amorosas, aprueban o desaprueban, y puede darse hasta el rompimiento de la
amistad cuando alguna integrante del grupo decide entablar una relación que no
es aprobada por el resto.
El grupo de amigas
es fundamental para hacer más vivible el duro ambiente de la fábrica. Sin un
grupo de amigas es muy difícil para la joven mantener tanto su estabilidad
laboral como su equilibrio emocional. En este contexto, relaciones de amistad
entre sólo dos operarias son vistas con mucha suspicacia y hostigamiento. Se
produce también cierta discriminación al ser tildadas de "marimachas".
En el mundo de la fábrica se establecen también relaciones de pareja, que en la
mayoría de los casos resultan efímeras, al ser fundamentalmente
"rebanes" que surgen en excursiones o paseos de las trabajadoras,
donde se da un ambiente más relajado y permisible. "¡En esos paseos se ven
unas cosas! Cipotas que en la fábrica no quiebran un plato y en los paseos se
destapan ..."
"Los novios
de la fábrica sirven para pasarla bien, porque cuando es día de pago salimos en
grupo, y él es quien paga el cine e invita a comer. Así me divierto sin tener
que pagar." También elaboran ciertas reglas para establecer noviazgos. Por
ejemplo, ésta: "No se ve bien que una operaria se ponga de novia con uno
de los ingenieros o supervisores, porque ya se sabe lo que ellos van buscando.
Como dice el dicho, cada oveja con su pareja."
¿Sumisas?
Son muy comunes
los conflictos entre operarias y mandos medios. Las operarias siempre sospechan
de sus supervisoras de línea: "Ellas no siempre nos dan cabales nuestros
incentivos, ellas se creen las dueñas de la fábrica y nos tratan mal". A
los ojos de las operarias, la mejor supervisora es quien las motiva para
producir la meta, las considera cuando están enfermas, y les ayuda a conseguir
permisos. Pero la imagen más común de supervisora es la de quien las presiona y
obliga a producir la meta y a hacer horas extras, y siempre las está llamando a
la oficina para algún castigo. La sienten como perro guardián detrás de ellas.
Cuando entran a trabajar, las muchachas son muy sumisas y aceptan todo lo que
les manden. Pero a medida que adquieren más experiencia son más agresivas con
sus supervisoras, guardando la sumisión para los jefes de más altura.
Las
"apantallan" quienes dentro del trabajo tienen títulos y se dirigen a
sus jefes por sus títulos: "la licenciada" "el ingeniero".
Son muy pocas las que se atreven a contradecir o enfrentar a estos jefes, que
son como la representación de sus padres, a quienes siempre han tenido que
someterse. En cambio, la supervisora juega para ellas el papel de hermana
mayor, a la que se le reconoce cierta autoridad, pero a la que ven al fin y al
cabo como otra "hija" más, y por eso puede ser cuestionada y hasta
desafiada. Sienten la fábrica como la ampliación del ámbito doméstico, donde
son "hijas de dominio" que tienen que aceptar la autoridad paterna
sin cuestionarla. Al igual que en la casa, logran encontrar medios para burlar
esa autoridad y, como en la casa, son sancionadas y castigadas cuando su falta
es descubierta.
¿Sindicalizadas?
La mayoría de las
mujeres y hombres jóvenes que llegan a las fábricas no tienen ninguna
experiencia de organización. "Cuando una llega nueva, una es bien tontita,
aguanta lo que le hagan. Como es nueva no sabe cómo defenderse y tiene miedo de
que la boten y por eso aguanta todo. A medida que tenés experiencia, vas
aprendiendo mañas para defenderte. "
Dentro de las
fábricas no se permite la organización sindical. Eso lo saben muy bien las
operarias y aprenden pronto que si quieren conservar su trabajo deben
mantenerse lejos de todo lo que huela a sindicato. Pero también aprenden que
cuando la fábrica despide a alguien por sindicalista, casi siempre logra
conseguir el 100% de sus prestaciones. En cambio, quien renuncia pierde más del
50% de ellas. Por eso, muchas trabajadoras que ya tienen años en una fábrica y
quieren salirse comienzan a promover el sindicato entre las "viejas que ya
quieren retirarse". Sacan ellas mismas una lista y hacen correr el rumor
de que se están organizando en sindicato. Entonces, las despiden y consiguen
retirarse con todas sus prestaciones.
Una imagen machista
¿Tiene la
trabajadora de maquila una identidad específica? No la tiene de forma
consciente, pero sí se dan cuenta de cómo la gente las identifica y las juzga.
"Mucha gente piensa que las trabajadoras en maquilas todas somos unas
prostitutas y es que por unas pagamos todas." ¿Por qué la trabajadora de
la maquila ha sido etiquetada en Honduras como prostituta o libertina? Esta
imagen es la que predomina entre los hombres que no trabajan en maquilas y
tiene que ver con el nivel de independencia que la joven de las maquilas
adquiere respecto a la joven que sólo trabaja en su casa.
La joven de
maquila está fuera de control de la autoridad paterna y por eso puede ser mucho
más libre para tener experiencias pre-matrimoniales y hasta extra-matrimoniales
en el caso de las que ya tienen una pareja estable. Cuando, por ejemplo, se
anuncia en la ciudad una fiesta patrocinada por algún grupo de trabajadoras de
maquilas, los hombres comentan: "Va a estar bueno, tal vez nos sale
algo", y en más de alguna ocasión la fiesta "no sirve" porque se
llena de hombres y llegan pocas trabajadoras. Es más la fama que la realidad.
Se pone así al descubierto la doble moral de una sociedad machista, que critica
la "flojera" pero se aprovecha de las "flojas"...
Libres por primera vez
La independencia
económica es para algunas muchachas maquileras una de las grandes cosas que la
maquila les da. Tienen orgullo por no sentirse una carga para sus padres, y
hasta llegan a reconocer con orgullo que la maquila ha favorecido una soltería
que valoran. "Si nos hubiéramos quedado en la casa, a estas alturas ya
estaríamos casadas y con hijos, porque la muchacha que se queda sólo en la casa
tiene mucho tiempo para pensar tonterías". "Las de las fábricas no se
dejan mangonear por los maridos y las solteras no piensan en casamiento
inmediato." Sienten que en la maquila han despertado: "Ya no soñamos
con príncipes azules como cuando éramos niñas. Podemos muy bien ver la dureza
de la vida y ya no es cualquiera el que nos va a engañar. Aquí aprendemos a defendernos".
La maquila es un
espacio donde convergen diferentes tipos de mujeres, es un lugar donde se puede
encontrar un abanico de experiencias humanas y femeninas. La reunión de esas
diversidades, combinada con la independencia económica por el manejo de dinero,
puede ser la matriz donde se esté gestando otro modelo de mujer cuyo perfil
todavía no alcanzamos a visualizar.
Renuentes a los grupos
La mayoría de las
jóvenes trabajadoras de maquila son renuentes a participar en cualquier grupo
si no han tenido esta experiencia previa en grupos vecinales, religiosos o
deportivos. Un 70% de las trabajadoras no participan en ningún tipo de
organización y para lograr que asistan a cualquier reunión es necesario
conectarse con los círculos de amigas. Si se logra convencer a dos o a tres de
algún círculo, hay posibilidad de atraer a las otras, estando siempre latente
el riesgo de que si la líder del círculo se va, las demás también se retirarán.
Esta conducta
refleja la poca seguridad que tienen en sí mismas y el miedo a enfrentar solas
las situaciones nuevas que les plantea la vida. El círculo de amigas se vuelve
base fundamental para su seguridad emocional ante lo desconocido.
Cuando ya llegan
al grupo, como la mayoría ha terminado a lo sumo la primaria, tienen mucha
dificultad para participar en una discusión colectiva. Las más desenvueltas son
casi siempre las que tienen un nivel educativo medio, las que han terminado su
básico o las pocas que terminaron una carrera.
A medida que las
más introvertidas van adquiriendo confianza y logran entrar en la dinámica de
compartir con otras su propia experiencia de vida, se desencadena entre ellas
un proceso formativo y reflexivo que va operando cambios en la forma en que se
ven a sí mismas y en la que ven su ambiente laboral y familiar. Son minoría las
que conocen que hay organismos -como el Comisionado de los Derechos Humanos, o
el mismo ERIC- que ofrecen servicios de consejería, investigación y litigio en
problemas laborales. En muchas priva el temor a hacer uso de estos servicios
para reclamar sus derechos.
Una cultura de miedo
Dentro de la
maquila prevalece una cultura de miedo. Domina a las trabajadoras el temor a
enfrentar la autoridad. Y como la autoridad se hace sentir tanto dentro de la
fábrica, tienen temor a buscar ayuda para pelear por sus derechos. ¿"Para
qué meterse con problemas con esos viejos?" "Si no me quieren dar
nada que no me lo den, que ahí les quede para las candelas". Son
expresiones muy comunes entre las jóvenes trabajadoras cuando enfrentan algún
problema laboral.
Por otra parte
tienen el convencimiento de que "esos viejos nunca pierden, porque ya
tienen comprados a los ministerios". A la cultura del miedo se une una
cultura de impotencia. Y por eso, se aprovechan de todo lo que pueden. Con eso
justifican los robos que hacen en las fábricas. "Cuando esos viejos nos
botan siempre nos roban, por eso no me da pena sacar cosas. Además, todo el que
puede roba".
Cuando las jóvenes
utilizan los servicios de asistencia legal o la radio para denunciar atropellos,
es muy común que no digan toda la verdad. Falsean los hechos buscando más
posibilidades de ganarle a la patronal. En su mente domina la idea de que
"ellos siempre ganan", y en sus mentiras se revela el enojo y la
impotencia frente a quienes siempre tienen las de ganar.
"Me aburre la casa"
¿Cómo se está
experimentando en los hogares la influencia de la maquila? ¿Cómo procesan las
familias que esa idea aprendida por generaciones -"las mujeres son de la
casa y el hombre es el que trabaja"- está cayendo en desuso? ¿Cómo
concilian las jóvenes la ideología del hombre proveedor-mujer cuidandera con el
sentido creciente de independencia y el gusto por haber salido del ámbito de lo
doméstico que están experimentando al trabajar en la maquila?
"Para mí ya es
aburrido estar en la casa haciendo el oficio doméstico". "Yo estoy
acostumbrada a mi trabajo, me aburre estar en la casa, me angustio, por eso los
domingos busco dónde salir." Es evidente que la presencia de tantas
mujeres en las fábricas está ocasionando cambios radicales en los hogares, lo
que se aprecia en el cambio de estatus que está experimentando la hija que
trabaja con respecto a las que todavía no lo hacen.
Las madres liberadas
Cuando son hijos
varones quienes trabajan contribuyen poco o casi nada a la familia. En cambio,
cuando son hijas mujeres quienes trabajan, toda la familia se beneficia de
forma directa o indirecta, y de forma más directa quien más se beneficia es la
madre. Si la hija aporta al hogar, el dinero no se lo da nunca al padre sino a
la madre, y es común que hagan más regalos a la madre que al padre. El trabajo
de la hija llega a volverse liberador para la madre, que deja de depender de la
tiranía del padre. "Como ya están las cipotas trabajando, ese hombre si
quiere puede irse", dice la madre de dos jóvenes de Guaymitas.
La hija que ya
aporta dinero a la casa tiene más poder en las decisiones familiares, y a la
vez alcanza niveles de mayor autonomía en las decisiones sobre sí misma, y a
los padres el único derecho que a veces les queda es el del
"pataleo". En muchas casas se oyen quejas como ésta: "Desde que
trabaja ya ni siquiera dice para dónde va". O comentarios como éste:
"Desde que ella comenzó a trabajar ha ido mejorando la casa, hasta hizo su
propio cuarto".
En la casa hay
muchas consideraciones con la hija que trabaja en la fábrica: se le dispensa de
la pesada carga del trabajo doméstico, se le permite el derecho a la diversión,
y en muchos casos se tiene indulgencia ante un embarazo "sin padre".
Las rígidas reglas de control que la familia impone a las mujeres han empezado
a ser minadas a medida que la población femenina joven se incorpora al proceso
productivo.
¿Y cuando se casan?
¿Mantiene este
mismo nivel de independencia y autonomía la joven maquilera que se casa o se
acompaña? Algunas cosas cambian. Ya acompañada, la mujer pierde la liberación
del trabajo doméstico e inicia una penosa doble jornada. Esto significa que el
poco tiempo libre que tiene, y que de soltera podía invertir en diversión y
recreación con amigas y amigos, lo tiene que destinar al trabajo doméstico.
Casarse o
acompañarse les significa someterse a la autoridad del marido, que en algunos
casos les exige dejar de trabajar, aunque, por la situación de crisis
económica, a muchos maridos no les queda más remedio que aceptar que ella
trabaje. Si es así, esto permite a la mujer mantener un espacio fuera del
control del compañero. Si su compañero trabaja en la misma fábrica se controlan
mutuamente y se dan casos de pleitos dentro de la fábrica por celos de parte de
ella o de él.
La dependencia sentimental
Muchas jóvenes
conservan la convicción de su capacidad para mantenerse solas y para no
depender económicamente del compañero. Y están con él más por dependencia
sentimental que económica. Esto les da un perfil distinto al de las mujeres
jóvenes que se acompañan sin nunca antes haber trabajado, y que padecen una
doble dependencia: sentimental y económica.
Es evidente que el
grado de independencia que las jóvenes maquileras adquieren en la fábrica antes
de acompañarse no es suficiente como para cuestionar los roles de género ni el
estatus de la mujer en el seno de la familia, pero sí basta para negociar su
condición de dominada bajo términos más flexibles. El hombre sabe que ella sabe
que no lo necesita a él para la sobrevivencia.
Sin embargo,
muchas se someten a la tiranía masculina por dependencia sentimental. "Es
que las mujeres somos más débiles de corazón y amamos con mucha más facilidad
que ellos y en ese sentido ellos son más fuertes." Pero, aunque ella se
someta por amor, su sumisión será siempre más débil que la de la mujer
doblemente dependiente.
Ni en el campo ni en la cocina
La incorporación
de jóvenes -mujeres y varones- a la maquila está trayendo también cambios en
las comunidades, sobre todo en las áreas rurales. Un primer efecto es el
incremento de la migración campo-ciudad. Una vez fuera del mundo campesino, las
jóvenes que vienen de lugares de cultura más rural no quieren regresar y se
convierten en imán para atraer hacia la ciudad a parientes y amigas. "Yo
digo que no vuelvo allá para vivir, porque aquí estamos mejor. Ayudamos más a
nuestros papás estando aquí porque mensualmente mandamos algo. Cuando nuestra
otra hermana esté en edad, la vamos a traer y entre las tres ya ayudaremos
más".
La migración de
los varones está provocando escasez de mano de obra para cultivar la tierra y,
a la vez, un alza en los jornales. "Hoy hay que pagar 50 lempiras por día
de trabajo, porque dicen que eso les pagan en la fábrica, pero son los jóvenes
los que exigen eso, los viejos se conforman con meno"..
Si en el campo se
da un alza en el jornal de la mano de obra campesina, en la ciudad se
incrementa el salario de las empleadas domésticas. "Antes, el salario de
una muchacha de servicio era nada. Si ganaba 300 al mes debía considerarse bien
pagada. Pero ahora con eso de las fábricas, ninguna muchacha quiere trabajar
por eso, hoy lo mínimo son unos 800 lempiras".
Tanto para los
varones como para las mujeres, es más prestigioso y más rentable trabajar en la
fábrica que en el campo o en la cocina. "En el campo uno mucho se jode y
no se gana nada, ellos ya se acostumbraron a ese trabajo fácil de la fábrica.
Cuando los botan de la fábrica y uno los busca para que le ayuden, no van,
prefieren estar de haraganes y es que les da pena que las muchachas los miren
con el machete", dice un agricultor.
Una nueva economía
Con la
incorporación de la juventud a las fábricas se han abierto muchos negocios
nuevos, buscando captar los salarios de las jóvenes. Las compañías de ventas
por catálogo han expandido su mercado hasta las mismas comunidades, en donde es
muy común ver circular mes a mes catálogos que ofrecen ropa, perfumes,
cosméticos o alhajas. Esto va introduciendo cambios en los cánones de belleza,
tanto entre hombres como entre mujeres. "Me voy a poner a dieta, porque ya
estoy muy gorda. Macizo sería tener un cuerpo como esas mujeres de los
catálogos".
A la vez se van
creando necesidades que antes no existían: "Juana compró de ese champú,
dice que le deja muy brillante el pelo, varias compañeras y yo encargamos uno a
ver cómo nos sale".
Tanto varones como
mujeres viven en un ansia permanente de vestirse a la moda y para ello no
escatiman el dinero. Hacen entonces su aparición los comerciantes del crédito,
tanto dentro como fuera de las comunidades. Reciben los encargos de las
muchachas y les cobran el doble y a veces hasta el triple del costo de la
prenda. "Lo importante es estar a la moda y no se siente al pagarlo,
porque se da el pago semanalmente". El endeudamiento paulatino es una
nueva realidad económica, más entre las jóvenes, que invierten mucho de su
salario en ropa y alhajas. "Los hombres nos endeudamos, pero no como las
mujeres. Yo pienso que a los hombres nos va peor. ¿Sabe por qué? Ellas gastan
en ellas mismas para sentirse bonitas, y nosotros lo gastamos en cervezas. A
ellas les queda algo, a nosotros nada".
¿Religiosas?
Aunque para las
jóvenes de la maquila, al igual que para la mayoría de los jóvenes hondureños,
la religión no es una preocupación básica, buscan mantener distancia, cuando la
religión les exige cambiar "lo mundano por las cosas de Dios". "A
mí lo que no me gusta, sobre todo de los evangélicos, es que todo es pecado.
Escuchar música es pecado, que las mujeres usen pantalones es pecado, bailar es
pecado, todo lo que nos gusta a los jóvenes es pecado". "Yo no voy a
ninguna iglesia, porque es muy difícil llevar bien las cosas de Dios".
En este contexto
de cierta indiferencia, la religión ha ido adquiriendo más importancia entre
las jóvenes de la maquila por la proximidad del cambio de milenio. En las
fábricas circulan todo tipo de especulaciones sobre el fin del mundo. "Mi
supervisora, que es cristiana, dice que cuando venga el fin del mundo ellos se
van a desaparecer un tiempo y la gente va a decir que se los llevaron los
extraterrestres, pero cuando venga la nueva Jerusalén, ellos van a venir allí".
"En la fábrica dicen que hay que aceptar a Dios y que todo lo que ha
ocurrido no son más que señales para que entendamos que el fin del mundo ya
está cerca. Yo no sé si creer o no, pero por si acaso ya saqué mi dinero del
banco y me lo gasté. ¿Qué tal que todo se acabe? Mejor lo disfruto ahora que
puedo".
Estas expectativas
están trayendo mucha confusión en las jóvenes, sobre todo por su escasa
formación bíblico-teológica y por la gran influencia que en Honduras tiene el
fundamentalismo religioso de las sectas evangélicas y de algunos movimientos
católicos. Para conquistar adeptos, estas sectas utilizan acontecimientos
trágicos como el paso del huracán Mitch o la guerra de Kosovo, los desastres
naturales y las guerras como "señales que indican que el fin del mundo
está cerca".
Muchas jóvenes
rechazan estas ideas y, aun pudiendo entender que en el mundo las cosas no
andan bien, luchan por no dejarse atrapar por la mirada negativa y
desesperanzadora con que esta corriente religiosa ve el mundo. La familia sigue
siendo fundamental para que las jóvenes se identifiquen con una religión
determinada y para que sean militantes de la misma. Y muchas de las
"conversiones" de jóvenes de las fábricas, tienen más que ver con el
temor al fin del mundo que con el conocimiento y las convicciones de un credo
religioso.
¿Hijas de esta patria?
Entre las jóvenes
de las maquilas no hay claridad sobre lo que es nación o patria. Para ellas
sólo existe la realidad, que les puede ser adversa o favorable. Entre los
varones predomina la visión de que el país no les ofrece oportunidades para
alcanzar sus sueños y buscan llegar a Estados Unidos para alcanzar el
"sueño americano". En busca de esa meta, la maquila es para ellos un
medio de capitalizarse para poder pagarle al "coyote" que los
acercará a las fronteras de "la prosperidad gringa". También muchas
mujeres anhelan salir de Honduras. "Aquí no hay muchas oportunidades para
mejorar la vida, yo ya probé la fábrica y eso apenas da para medio ir pasando,
pero no para mantener bien a la familia. Por eso quiero mejor irme para los
Estados Unidos".
La mayoría de
jóvenes no relaciona su trabajo en las maquilas con el desarrollo del país.
Aunque también hay excepciones y encontramos jóvenes con bastante conciencia
crítica. "El trabajo que desempeño, ¿a quién favorece? A los coreanos,
porque sale en exportación. Pero no es gran beneficio para el país. Ellos sólo
saben explotar a la trabajadora. Los sueldos que pagan son tan bajos que apenas
alcanza para vivir, pero no para dar estudio a los hijos o para estudiar uno
mismo. Y así no se desarrolla el país".
Tremenda paradoja:
¿será el desarrollo de una nueva conciencia entre las mujeres el aporte de la
maquila al desarrollo del país?
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