Ruth Toledano: Chupa y chador

Estoy limpiando la leonera donde escribo (a saber: escritorio y/o mesa grande del salón con el ordenador, apuntes de mi paso por la universidad de Córdoba que no sé para qué coño me los mandaría mi madre, servilletas, cuadernos, recortes, noticias imprimidas de internet… )y me he encontrado con esta columna de Ruth Toledano publicada en El País hace nada más y nada menos que 4 años. Pa’que veáis el acumule de papeles que tengo. Copio tal cual:

CHUPA Y CHADOR

El otro día se presentó en la Fnac el libro Primeras caricias (Ediciones de la Tempestad), de la escritora Beatriz Gimeno, secretaria general de la Federación Estatal de Lesbianas, Gays y Transexuales. El libro se construye a partir de los testimonios de 50 mujeres que cuentan su primera experiencia sexual lésbica y se introduce con un interesante prólogo de la autora que contribuye 'a romper las barreras del silencio' y que expone agudamente las razones por las que la invisibilidad de las lesbianas, lejos de haber sido, y de ser, un aliviado refugio, responde a las consecuencias últimas de un machismo que ignora o relega a las mujeres hasta en su condena homófoba. El caso es que el debate posterior a la presentación se decantó hacia un discurso feminista que, entre otras asistentes, representaba la histórica activista Empar Pineda. Se resentía de nuevo una herida abierta hace años entre feministas y lesbianas, dolidas éstas últimas por el abandono de que fueron objeto cuando el feminismo se oficializó de la mano del PSOE. Al parecer, los celebrantes consideraron que podía resultar políticamente inconveniente que confundieran a todas las feministas con lesbianas, cuando lo contrario, naturalmente, no puede ser de otro modo. Al parecer, las lesbianas chocaban con la imagen que pretendía ofrecer entonces el socialismo español, y contaron con el apoyo del feminismo. Así que la consabida doble discriminación contra las lesbianas (por mujeres y por homosexuales) pasó a convertirse en una triple discriminación: por mujeres, por homosexuales y por traición.

Eso lésbico que preocupó tanto a feministas y socialistas en el poder sigue hoy vigente: no contamos con una sola lesbiana de trascendencia política o social que haya salido de un armario que ya abre hasta la Guardia Civil. Se trata de una injusticia cruel y obsoleta, pero en realidad tiene su origen en un sentido de las cosas del mundo que ni siquiera tiene que ver con las lesbianas, aunque éstas sean finalmente parte de sus víctimas. Me refiero a cuestiones contra las que tendría que actuar un feminismo muy anterior a la orientación sexual de sus correligionarias, cuestiones del tipo de la chupa de cuero de Trinidad Jiménez. Viendo lo que ha sucedido al respecto de la imagen de la candidata socialista a la alcaldía de Madrid, no es de extrañar la ya vieja brecha entre feministas (lesbianas o no) y la actualidad de un debate como el del otro día en la Fnac. Pues resulta que a Trinidad Jiménez se le impuso un cambio de imagen porque la que ofrecía con la chupa de cuero (que, por cierto, parecía una chupa cara, ni siquiera un revival fashion de la perfect demodé) era demasiado sexy y atractiva. Es para quedarse a cuadros, que también vuelven a llevarse. O sea, que las lesbianas en su día daban mala imagen y ahora las mujeres sexies también. O sea, que el voto democrático se busca por la imagen (por cierto, de tan libre interpretación que no hay quien entienda si nos atenemos a la correctísima chupa en cuestión) y no por las ideas. Peor que ésas son las ideas: una mujer poderosa no debe ser lesbiana ni atractiva. ¡Hala, chúpate ésa de cuero!

Que las mujeres siguen estando en inconstitucional inferioridad de condiciones es un hecho socialmente demostrable y casi se diría que de consenso (aquel al que decidió referirse Zapatero respecto de la adopción por parejas del mismo sexo). El machismo sigue campando por nuestros respetos y ni siquiera se guardan unas formas que vayan más allá de la mal entendida imagen (¿esa chupa es sexy?; en ese remoto caso, ¿es inconveniente lo sexy?) de la candidata a la alcaldía. Sólo así se alcanza a comprender que venga el presidente iraní, Jatamí, de visita de negocios y se le tolere que pase de largo por delante de las ministras y hasta de la Reina. El Gobierno español aplaude ese rollo que nos ha metido el todopoderoso Bush sobre el eje del mal y, en lugar de (ya puesto a combatir males) ayudar a liberar a las mujeres sometidas a la ignominia y la lapidación de la teocracia de Jatamíi, pone en vergonzoso entredicho la libertad duradera de las nuestras. O sea, que hemos aceptado el atropello moral de los del chador y hemos asumido el conservadurismo bobo de los de la chupa. De lo que deduzco la renovada necesidad de un feminismo que, desprejuiciado y moderno, defienda al fin los derechos de todas las mujeres: sexies, lesbianas y hasta ministras.

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