Más allá del horror del burka
©
Georgina Higueras, El País
- El
matrimonio forzado, la violencia doméstica y la falta de trabajo, principales
preocupaciones de las afganas
- "En
la tradición pashtún, la mujer sólo sale de casa dos veces. Una, cuando deja la
casa del padre para entrar en la del marido. La otra, después de muerta"
Casi un
quinquenio después de que las tropas norteamericanas, al frente de una
coalición internacional, derrocaran al régimen talibán -supuestamente, entre
otros motivos, para liberar a las afganas de la opresión-, la mayoría de las
mujeres de Afganistán siguen enclaustradas bajo el burka. Miles de fotografías
de mujeres ocultas bajo un manto azul o blanco que, a la altura de los ojos no
deja que penetre la luz más que a través de un bordado de diminuto calado,
dieron la vuelta al mundo como símbolo de la barbarie del Gobierno del mulá
Omar, protector de Osama Bin Laden.
Todo
hacía presagiar, o así lo daban a entender los funcionarios estadounidenses,
que el odioso burka se erradicaría tan pronto como los soldados del Pentágono
entraran en Kabul. Cinco años después, sin embargo, esos mismos funcionarios
miran a otro lado cuando un burka se cruza en su camino y la gran mayoría de
las afganas ha perdido la esperanza de tener acceso a la sanidad, la educación
y el trabajo.
En
abril pasado, en una entrevista para EL PAÍS con la entonces ministra de
Asuntos de la Mujer, Masuda Yalal, esta médica de profesión culpó a las tropas
extranjeras de haber olvidado su compromiso con la mujer afgana. Yalal
responsabilizó a Occidente del abandono en que viven la mitad de los 25
millones de afganos, ya que, como financiadores del Gobierno de Hamid Karzai, "debían
exigirle que cumpliese con la Constitución afgana", recientemente
aprobada.
Igualdad utópica
La
nueva Carta Magna no es violada en ningún artículo con tanta impunidad como en
el que establece la igualdad entre el hombre y la mujer. La tan cacareada
democracia de Afganistán apenas ha logrado beneficiar a un puñado de mujeres.
La gran mayoría sigue inmersa en unas tradiciones que la esclavizan y la dejan
indefensa frente a todo tipo de abusos y violaciones de los derechos humanos,
desde la violencia doméstica al matrimonio forzado, pasando por poder ser
compradas, vendidas o transmitidas como parte de una herencia.
Habiba
Sarabi, actual ministra de Asuntos de la Mujer, que es también vicepresidenta
de HAWCA (Asistencia Humanitaria para Mujeres y Niños de Afganistán), está
empeñada en la reconstrucción de escuelas, convencida de que la educación de la
mujer es fundamental para promover su liberación. Pero, con una población rural
que asciende al 80% del total, se enfrenta a tremendas dificultades porque en
el campo la tradición tiene un peso mayor y en muchos casos son las mismas
mujeres las que se oponen a que sus hijas vayan a la escuela.
La
situación más aberrante la padecen las pashtunes, etnia mayoritaria a la que
pertenece el 50% de la población afgana y que puebla también la llamada
Provincia Fronteriza del Noroeste (NWFP) de Pakistán. Nada explica mejor su
drama que las palabras que en 1988 me dijo en Peshawar, la capital de NWFP, un
taxista para explicar que no se viera una sola mujer por las calles de esa
ciudad, que ya tenía un millón de habitantes. "Nosotros somos pashtunes y
en la tradición pashtún la mujer sólo sale de su casa dos veces. Una, cuando al
casarse abandona la casa del padre para entrar en la del marido. La otra,
después de muerta para que la entierren", afirmó ufano.
La
terrible sentencia fue pronunciada con el orgullo de quien explica la realidad
de un pueblo tan arraigado a sus costumbres y a sus creencias como a la tierra
que defendió de invasores desde los tiempos de Alejandro Magno. Los británicos
no lograron conquistar esta encrucijada de altaneras y peladas montañas entre
Oriente y Occidente, pero trazaron a golpe de tiralíneas una frontera que
distribuyó a los pashtunes entre dos Estados diferentes, aunque hasta ahora
nadie ha logrado impedir que la crucen según su conveniencia.
El
integrismo islámico que, según EE UU, había enclaustrado a las afganas bajo el
burka, no es sino un eslabón más de la cadena de principios atávicos de las
etnias y tribus de la zona. Pueblos que sin quererlo se han visto expuestos a
otras culturas, desde la comunista soviética a la liberal occidental, y que han
sido y son utilizados, primero por los intereses de las grandes potencias y
después por la misma globalización.
Ahora,
sólo en la capital se percibe una cierta liberalización, aunque únicamente en
los barrios en los que viven los funcionarios que se enriquecen con la ayuda
occidental, y en la universidad, a la que han vuelto muchas jóvenes. Pero tanto
las pashtunes como las tayikas comentaban que, aunque en el campus se limitan a
llevar un pañuelo para cubrirse la cabeza, cuando vuelven a sus ciudades de
origen, y con frecuencia en el mismo Kabul, se ocultan bajo el burka "para
no dar que hablar". Muchas consideran esta vestimenta como una "barrera
protectora" y no entienden la "obsesión de Occidente" contra
este manto. Al igual que Masuda Yalal, las jóvenes entrevistadas dijeron
sentirse mucho más preocupadas por la falta de oportunidades y empleo.
El
Ejército Rojo se fue de Afganistán humillado, como un siglo antes sucedió a las
tropas del imperio británico. Los afganos son gente dura, guerreros desde
tiempo inmemorial que defienden con furia su tierra, pero en los 10 años que
los soviéticos permanecieron en Kabul, la vida en la capital dio un giro de 180
grados. La revolución comunista introdujo a las afganas en el mundo. Cuando el
15 de febrero de 1989 salieron de Kabul los últimos soldados soviéticos, las
afganas paseaban por las calles con faldas por la rodilla, algunas conducían;
había profesoras de universidad, de instituto o de escuela, funcionarias,
estudiantes, médicas y enfermeras. Algunas tenían sus propios talleres
textiles, otras iban de tiendas o restaurantes, solas o con su familia. En fin,
estaban relativamente integradas en la sociedad.
La bomba integrista
En
comparación con el Peshawar de entonces, aquella normalidad parecía un milagro.
Pero la obsesión de EE UU contra el comunismo había puesto en marcha la bomba
del integrismo islámico, y, en la radicalización del islam, la mujer lleva la
peor parte. De lo que aguardaba a las afganas bajo el nuevo régimen daba una
idea la entrevista a dos muyahidin que, tras años de lucha en las montañas,
fueron enviados a Peshawar a transmitir un mensaje al mando político exiliado
en esa ciudad paquistaní. Al preguntarles qué pensaban hacer cuando acabara la
guerra y entraran en Kabul, respondieron: "Violar a todas las mujeres que
nos encontremos, porque son comunistas y no se merecen otra cosa".
Kabul
se mantuvo prácticamente intacta. Los bombardeos del Ejército Rojo y de las
Fuerzas Aéreas afganas se hacían sobre las montañas horadadas de guerrilleros y
éstos no tenían capacidad más que para escaramuzas y emboscadas en las
carreteras, ya que aún no se habían puesto de moda los atentados
indiscriminados en el centro de las ciudades. Entonces no se veían burkas más
allá del gran bazar, el enorme mercado en cuyas estribaciones se colocaban
sentadas en el suelo del arcén, y con frecuencia rodeadas de varios chiquillos
costrosos, campesinas viudas y huérfanas de muyahidin que sobrevivían de la
caridad.
Nada
más irse los soviéticos, la capital afgana se sumergió en un riguroso toque de
queda, mientras el cerco muyahidin se estrechaba y sus obuses hacían acto de
presencia en los barrios periféricos. Cuando, dos años después, los muyahidin
entraron en Kabul y los que habían sido socios de conveniencia se vieron en la
tesitura de repartirse el poder -para lo que se enzarzaron a cañonazos en las
calles de la capital afgana-, se destruyó la ciudad y se implantó la barbarie.
Cientos de miles de mujeres aterrorizadas por la situación recurrieron al burka
como pantalla de protección, mientras por doquier se radicalizaba el islamismo
y se confundía religión y tradición. En 1996, los talibanes encontraron el
terreno abonado para encerrar definitivamente a las mujeres y concentrarse en
poner orden entre los hombres. Lo hicieron en nombre de Alá, pero podrían
haberlo hecho en nombre de patria y cultura.
Afganistán
-
Territorio: 647.500 km2.
-
Población: 31.056.997. Hombres: 15.898.475. Mujeres: 15.158.522.
- Mortalidad
infantil: 160,23 por 1.000.
- Renta
per cápita: 800 dólares.
-
Economía: agricultura.
- Régimen:
República Islámica.
- Voto:
sufragio universal, a partir de los 21 años.
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