Elvira Lindo: Talla 36

© Elvira Lindo, El País


A primera vista, el mundo de la moda aparece ante el profano como un universo bien simple. Se trata de vender un producto que llegará a nuestros armarios más tarde o más temprano, en su versión original o en sus múltiples imitaciones. De Prada a Zara. De un precio sólo al alcance de los elegidos a la invención de la moda democrática. La complicación viene dada por el soporte del producto. El soporte es el ser humano. Hombres y mujeres son los encargados de pasear ante nuestros ojos un producto deseable. Aquí empieza el retorcimiento del asunto: las chicas jóvenes no aspiran a comprarse el traje -no tienen poder adquisitivo-, pero no importa porque la belleza juvenil necesita de pocos adornos; lo que verdaderamente desean ellas es llegar a ser como las modelos. En realidad, esto supone, desde un punto de vista comercial, el gran fracaso de la moda. Poco importa el producto. Menos en un país como España, donde, salvo raras excepciones de creadores que se abrieron camino a fuerza de un ingenio y audacia individuales (como siempre), se trata de una industria que no acaba de arrancar, por mucho que anualmente se dibuje un venturoso porvenir. Lo único que quiere la joven consumidora es estar tan famélica como la chavala que desfila zancudamente por la pasarela y entrar como sea en una talla 36. ¿Le gusta a alguien ese modelo de belleza? No, pero a los que marcan tendencia no les importa, es un mundo autosuficiente, que sólo se alimenta de la opinión de los enterados. ¿Importa de verdad en esa industria el impacto que tenga la imagen de las modelos en las jóvenes? De cara a la galería sí, pero de puertas para adentro refunfuñan porque desean vestir a las modelos con la 36 (o 34). En algunos casos tiran por la calle de en medio y contratan a adolescentes de catorce años para reforzar la imagen de una mujer aniñada. Por eso choca que después de haber contribuido a ese ideal de mujer enfermizo y esclavizante haya quien declare que es indigno pesar a las modelos. Cabe preguntarse si hay en el mundo de la moda alguien a quien le gusten las mujeres. Las de carne (y hueso).

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