Luisa Barahona: "Cada vez que tocan el timbre, pienso que podría ser él"
* *sacado de "Abuelas
de la Plaza de Mayo", una publicación mensual de las Abuelas de la Plaza
de Mayo que me ha pasado una amiga.
Por
Luciana Guglielmo
-
Su hija, Juana Isabel Barahona, embarazada de un mes y medio y su yerno, Mario Néstor
Sierra, fueron secuestrados durante la dictadura. Luisa crió a su nieto
Santiago y busca otro que debió nacer en enero de 1978.
La
dictadura militar dejó a su paso un rastro imborrable de dolor. Mutiló a una
sociedad y destruyó a familias enteras. Eduardo Galeano se preguntó alguna vez,
refiriéndose al poeta Juan Gélman, víctima como muchos del terrorismo de
Estado: “¿cómo resistir a esta tragedia sin que se te apague el alma?”... y
frente a semejantes brutalidades, de las que toda la sociedad fue víctima en
mayor o menor grado, las reacciones fueron diversas, porque justamente no todos
somos iguales.
Todos
aquellos a los que tocó muy de cerca intentaron, a su modo, que no se les
apague el alma. Algunos no se hicieron más preguntas, otros salieron a la calle
a pelear, a algunos los amedrentó el miedo, otros se rieron de él, a algunos
los volvió más fuertes, a otros los desarmó. Y de todas estas reacciones no hay
mejores ni peores, simplemente son diferentes y, todas, válidas.
En
el caso de las abuelas, ellas pudieron extraer fuerzas del dolor y a casi 30
años, la lucha por recuperar a sus nietos continúa como el primer día. Pero
estas abuelas, tampoco son todas iguales y a pesar de que las une un mismo
objetivo, cada una es especial.
La
abuela Luisa es otro de los encantadores personajes que puede encontrarse en la
Casa de las Abuelas. Con sus 76 años, viene a este refugio cada 15 días. En esa
casa que espera y recibe con los brazos abiertos, se siente cómoda y contenida,
“me hace bien venir” afirma, y tanto es así que poco importan los 90 kilómetros
que hace desde su casa en Zárate para encontrarse con sus compañeras. A esta
mujer de andar pausado, voz suave y ojos tristes, la dictadura le arrancó a sus
dos hijos y a su yerno, y espera poder recuperar a su nieto que tuvo que haber
nacido en enero de 1978.
Aquellos años…
Luisa
tuvo una infancia muy feliz. Se crió en el campo, rodeada de su numerosa familia.
Por ese entonces, nunca imaginó el golpe tan duro que le daría la vida. “Era la
menor de ocho hermanos. Íbamos a la escuela rural”, cuenta. Conoció a su
marido, Francisco, y se casó a los 20 años. “Fue mi primer novio, y a esta
altura, creo que el último”, dice sonriendo, “ya hace 56años que estamos
juntos”. Pero cuando habla de sus hijos, su mirada se entristece, “yo formé una
familia para crecer, para tenerlos a todos, no para criar a un nieto solo”.
El
19 de mayo de 1977, secuestraron a su hija Juana Barahona y a su yerno, Mario
Néstor Sierra. Se los llevaron de la casa que tenía la pareja en Baradero
dejando a Santiago de 10 meses allí. En el operativo actuaron fuerzas
policiales. No hay más testimonio que el de un vecino que vivía en diagonal y
pudo ver por la mirilla que Juana se aferraba al picaporte de la puerta
resistiéndose al traslado. Después de esto no se supo nada más. Juana y Mario
se conocían de chicos, eran vecinos y cursaron juntos el secundario. Se fueron
a vivir a Baradero cuando se casaron en agosto del 75. Tuvieron a Santiago y
ella estaba embarazada de un mes y medio cuando se la llevaron. Tenían 24 años
y estaban muy felices con su hijo quien había llenado la casa de luz y alegría.
Mario era técnico químico y trabajaba refinerías de maíz. Juana era ama de casa
y pasaba largo tiempo junto a Luisa quien de vez en cuando se quedaba a dormir
con su hija y su nieto mientras Mario cubría el turno de la noche en su
trabajo.
Esta
abuela se aferró más a Juana después del primer golpe que recibiría durante la
dictadura: en diciembre del 76, mataron a su hijo menor, Francisco de 19 años,
por repartir volantes en la calle. “Una vecina me dijo que lo vio cuando se
dirigía a casa, pero nunca llegó”, recuerda Luisa. Su cadáver fue recuperado.
“Voy a visitarlo al cementerio y le llevo flores.”
SANTIAGO
Es
el primer hijo de Juana y Mario, tenía apenas diez meses cuando secuestraron a
sus padres. A él no se lo llevaron, lo dejaron en su casa. Desde ese día nunca
se separó de Luisa. “Fue difícil al principio porque todavía estaba tomando el
pecho. Lo hacía dormir con un camisón de mi hija. Me lo apoyaba encima y
Santiago lo acariciaba hasta quedarse dormido”. Durante los primeros años, esta
abuela vivió exclusivamente para su nieto. Si bien, realizaron todas las
denuncias correspondientes tras la desaparición, ella se quedó con el pequeño.
“La
que en un comienzo golpeó las puertas de la Cruz Roja, del Ministerio de
Interior y de varias asociaciones de Derechos Humanos, fue mi consuegra, el
nene me abrazaba tan fuerte que no me dejaba ir a ningún lado”. Fueron momentos
muy duros, “recuerdo que lloraba de noche, para que no me viera mi nieto”.
También en dos oportunidades tuvo problemas de salud, “no me podía pasar nada,
yo tenía que ser fuerte”. Las fotos y los relatos ayudaron a reconstruir la
historia y a hablarle a Santiago de sus padres. “Siempre le dije la verdad”,
afirma y llena de orgullo cuenta que nunca le dio trabajo y que siempre se
portó muy bien.
Luisa
llegó a Abuelas muchos años después, en 1984. Durante los primeros meses de la
democracia la convocaron para la investigación que estaba llevando a cabo la
Comisión Nacional sobre Desaparición de Personas (CONADEP) para el informe
“Nunca más”. Ahí fue cuando la contactaron con la Asociación.
Hoy
Santiago tiene 30 años y vive con su pareja a dos cuadras de la casa de sus
abuelos en Zárate. Todas las mañanas pasa por allí a ver cómo están y a
preguntar si necesitan algo. Ahora que ya es un hombre, acompaña a Luisa en la
búsqueda de su hermano. “Me gustaría tener un bisnieto, pero no me llevan el
apunte”, dice sonriendo.
Cuando
se le pregunta a Luisa cómo son sus días ahora, ella responde que todos
iguales. Luisa espera. Y a pesar del tiempo transcurrido, nunca perdió las
esperanzas de recuperar a su nieto. “A veces estoy acá en la casa de las
Abuelas y cada vez que tocan el timbre, pienso que podría ser él”. Espera que
pase algo diferente, que los días dejen de ser iguales. Y esta es la forma que
encontró para que no se le apague el alma.
A
veces las historias no tienen un final, a veces están repletas de
incertidumbre. Y de la historia de Luisa se desprenden muchos interrogantes: ¿por
qué se los llevaron?, ¿a donde?, ¿cuándo habrá nacido el hermano de Santiago?,
¿dónde estará?
Tal
vez algún día su nieto entre a la casa de las Abuelas, esa casa que espera con
los brazos abiertos, y traiga con él alguna respuesta a tantas preguntas.
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