Elvira Lindo: Soledad
© Elvira
Lindo, El País
Fuente:
http://elpais.com/diario/2007/04/18/ultima/1176847202_850215.html
La
mente tiende a acostumbrarse, por pereza, a los lugares comunes, y así la mía
daba por seguro que una ciudad como Nueva York maltrataba, por el exceso de
energía que exige a diario, a los viejos que recorren las aceras esclavos del
andador, exiliados de la patria de la salud y de la productividad. Pero no.
Según un estudio que publicó recientemente la prensa, la ciudad, aún comiéndose
la juventud de cualquiera, ofrece un panorama más humano. El campo americano es
tan solitario, tan magníficas sus distancias y tan escaso en focos de verdadera
cohesión social, que para un viejo puede ser una pesadilla. Respirar aire puro
pero ser prisionero del coche hasta para comprar el pan no le da al campo las
ventajas que cualquiera de nosotros esperábamos de él. España lleva camino de
convertirse en una gran urbanización, pero aún queda la voluntad (espero) de
los paisanos por relacionarse. El hombre es un animal gregario. Ése es el
primer pensamiento que se me vino a la cabeza en mi querida Virginia, uno de
los Estados americanos donde la naturaleza es generosa en bosques y animales
salvajes, tan abrumadoramente bella y espaciosa que es fácil sentir la
tentación del paseo, si no fuera porque pronto aprendes que es muy posible que
la policía te pare para preguntarte a qué se debe que estés practicando esa
actividad extravagante de ir caminando sin rumbo fijo. Veo las imágenes del
campus donde se ha producido la masacre en televisión y reconozco el color de
la luz y la arquitectura de los típicos edificios universitarios, también la
ingenuidad de esos estudiantes llorosos que se preguntan por qué. Algunos de
esos estudiantes están fuera de casa desde los 17 años, con la tremenda
perspectiva de que ya se acabó la protección paterna para siempre. Objetivo:
reinventarse a sí mismos. A esa tarea se aplican con voluntad de hierro en ese
espacio aparentemente idílico que es el campus. Jóvenes autosuficientes en su
apariencia física, fuertes como robles y débiles emocionalmente. Es casi la
definición de una enfermedad nacional por muchos admitida. De vez en cuando la
locura se dispara, el deseo de venganza o de salvación del mundo; una mística
paranoica que encuentra su tesoro, las armas de fuego, en cualquier
supermercado de carretera.
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