María Barranco: "Reivindico las tertulias de amigas, el grupo gallinero para criticar y hacer risas"

© María Barranco, Elena Pita, El Mundo
Fuente: http://www.elmundo.es/suplementos/magazine/2007/398/1178817087.html


- Su discurso reclama lo simple, como el eslogan. La actriz malagueña, que vuelve al teatro con una producción del Centro Dramático Nacional, “Móvil...”, explica que se dedicó a la interpretación por el placer del aplauso: “Entré en éxtasis, como Santa Teresa”, bromea.
- “Móvil...” se estrena en el Teatro María Guerrero de Madrid el próximo jueves 17.

Feliz, pero turbada aún de pudor, vuelve María Barranco al teatro (ejercicio necesario) con un drama por veces cómico (Móvil..., dirección de Miguel Narros sobre texto de Sergi Belbell), donde los personajes enloquecen aferrados a su celular, colmados de lo material pero atenazados por un terror invisible y, entre la multitud, ciegos de soledad y desafecto. María es Sara, una mujer que cree haberlo perdido todo, cuarentaitantos.

Nos han dejado esta mañana un cuarto en el flamante hotel Urban de Madrid, y aquí nos hemos juntado cinco personas, más estresadas que calmas, armadas de uno y hasta dos móviles por cabeza, incomunicándonos a fuerza de llamadas que nos llegan del exterior. El cuarto es muy mono, alumbrado de una luz de lluvia que se filtra por sus cortinas irisadas, grises como el día, pero es algo angosto para tanto trajín, y con esto que la escena de los cinco sin hablarnos hablándole al móvil, me va recordando a ya saben qué célebre cuartucho repleto de hermanos Marx. La parodia (de Belbell) hecha real. Qué locura de mañana.

Maquillada y vestida, sale María para la foto, y al ratito vuelve muertita de frío por haberse sentado en la escalera helada, y entonces se le antoja el albornoz del baño, y así como en batita de casa que hacemos la entrevista. A María Barranco le faltan en el rostro las arrugas de los años (Málaga, 1961), y se me ocurre que será de tanto sosiego como busca: alegría.

P. María, ¿cuántas cosas necesita usted para sentirse bien?

R. Intento disfrutar de la vida con las menos cosas posibles, con tal de estar tranquilita... Y no me permito el lujo de deprimirme o de quejarme. Primero porque me considero una privilegiada, pero también porque es mi forma de vivir la vida: si no le pones optimismo no te levantas de la cama.

P. Vivimos supeditados a lo material, que nos evita pensar en lo que de verdad importa, ¿nos estaremos volviendo más tontos o más bobos?

R. Yo creo que sí, que todo lo que sea depender de algo, salvo el afecto, es empobrecerse. Móvil... cuenta cómo un aparatito que hace 15 años no existía ahora es imprescindible en nuestras vidas, y ya no nos comunicamos mirándonos a los ojos.

P. La vida vía satélite nos ha acostumbrado a una comunicación lejana. ¿Hemos perdido reflejos en las relaciones cercanas, el tête à tête?

R. Por supuesto. Yo te diré que no soy nada practicante: odio el móvil [pero lo lleva y le suena, repetidas veces] y el ordenador en mi casa es como un mueble más. Reivindico las tertulias de amigas, el grupo gallinero para criticar y hacer risas. Detesto eso de “nos tenemos que ver, nos tenemos que ver”, y nunca nos vemos.

P. ¿Hay que volver a las merienditas?

R. ¡Hombreee sí, sí! O a sacar la silla a la calle: ya no se critica como antes.

P. ¿Usted siente ese miedo a lo invisible que padecen los personajes de Móvil…?

R. Vivimos un momento en el que no sabemos si tenemos toda la información necesaria de lo que nos ha pasado y tampoco sabemos qué ocurre con el planeta. Estamos en manos de unos señores que a mí no me ofrecen ninguna confianza. Yo siento que no manejo los hilos de mi marioneta, y esto me da pavor, porque lo cierto es que algunos de estos señores son temibles: nos embaucan y al final el civil paga las consecuencias.

P. Y ese miedo, ¿a quién le resulta rentable, quién lo induce?

R. Lo que percibo sobre todo es la mierda de la globalización. Pero, ¿no se trataba de que todos nos enriqueciéramos? Me siento empobrecida, y los que antes se morían de hambre y enfermedad ahora se mueren más.

P. ¿Nos estamos olvidando no sólo de amar sino también de reír?

R. Es que cómo te vas a reír, a no ser que te rías de ti misma. Si es que cada vez vivimos más encerrados en una urna de cristal, todo es más individual. Vivimos muchos más años, pero aparcados y desechados por la sociedad, y más las mujeres, porque si no tienes el culo bien alto y la cara bonita parece que no tienes oficio ni beneficio. Yo como madre, el valor principal que intento trasladarle a mi hija es que sea buena gente, y si encima triunfa y lo pasa bien, pues estupendo. Pero aquí todo es ser el primero, caiga quien caiga; y así nos va.

P. Buscando, buscando, he encontrado, fíjese, dos pequeños detalles que tenemos en común: las dos nos llamamos Dulce Nombre de María y no podemos ver El exorcista. ¿Puedo deducir que también compartimos una educación religiosa oscurantista?

R. Pues sí. Yo no podía ver El exorcista porque cuando era pequeña y vi la foto ésta de los fariseos, con Jesucristo sacándoles el diablo de la boca (gesto de vómito), le pregunté a la monja que por qué aquellos tenían el diablo dentro, y la monja: “Porque son muy malos, como tú”. Entonces, cuando hacía una trastada abría un poco la boca a ver si también a mí se me había metido dentro [el demonio]. Así que cuando vi la película, imagínate, si mi hermana roncaba pensaba que tenía el diablo dentro y veía todo tipo de cosas espeluznantes: unas pesadillas...

P. Las monjas no consiguieron erradicarle el sentido del humor… ¿Lo intentaron?

R. Ya en aquella época habían dejado de ser tan trágicas, y yo era un trasto de mucho cuidado, el día entero castigada, con el constipado a cuestas porque me sacaban a la galería, pero en el fondo les hacía gracia.

P. ¿Lo suyo con la comedia es algo innato?, ¿siempre fue la simpática de la pandilla?

R. Sí, pero nunca pensé que sería actriz; era simplemente payasa, y lo sigo siendo.

P. Ha ido creciendo y le han dado algún papel dramático, ¿ha tenido que sufrir para poder interpretar el drama?

R. No, cualquier interpretación me parece cuestión de relajarse; entonces te sale. Pero bueno, después de haber hecho drama te digo que bendita sea la comedia.

P. María, tengo entendido que empezó junto a Banderas en aquel proyecto del Teatro Romano, en Málaga, y que hasta entonces era una estudiante de Medicina, normal y corriente. ¿Se convirtió en actriz por militancia universitaria?

R. No, todo fue porque vi una función de teatro aficionado, que interpretaba los Tarantos, y me encantó; me invitaron a participar y dije que sí. Me metí en aquel coro de la función y cuando aplaudieron a la protagonista, yo, que estaba al fondo del escenario, entré en éxtasis, como Santa Teresa. Quise ser actriz por el placer y el gusto del aplauso. Y al enterarme de que esto podía ser una profesión, que se estudiaba y tal, que aquello no era lo de jugar a ser Marisol como habíamos hecho todas las niñas, y que encima le dedicaba horas y, en vez de cansarme, me entusiasmaba y me hacía feliz, pues me entregué, claro, y dejé Medicina en segundo curso. Mi madre cuenta que me iba a la playa en invierno a declamar y me llevaba al perro, y el perro se volvía a casa harto...

P. Y pronto, también como Banderas, se planta en Madrid: ¿con una mano delante y otra detrás, como él, o acaso usted tenía apoyo de la familia?

R. No, no; cuando llevaba una semana aquí, mi madre me llamó a una cafetería, porque yo no tenía teléfono, claro, y me dijo: “Nena, no hagas más el ridículo y vente pa la casa”. Fíjate el apoyo que tenía. O aquella tía mayor de mi madre que le decía: “Hija, a ti te pasa como a una prima mía, que el hijo le salió con que quería ser torero, menos mal que le entró una enfermedad muy mala y se murió”. Así que ya ves los ánimos que me daban. Yo traía tres teléfonos que agoté en tres minutos, y un amigo me dejó una casa sin luz ni gas, y aún recuerdo el miedo que pasé, hasta que al mes la casa se llenó de gente de prestado, como yo, y el problema pasó a ser pillar colchón.

P. ¿Y fue el paisano Banderas quien le puso en contacto con Almodóvar o cómo sucedió?

R. No, no, Antoñito fue llegar y despuntar. En cambio yo, cuando me llamó Pedro estaba a punto de tirar la toalla. Conocía a Bernardo Bonezzi, que hacía sus bandas sonoras, y él tenía una cámara de vídeo y jugábamos a hacer películas; y un día hicimos una proyección de todas estas cositas y vino Pedro. Y al cabo de un año, a él le apetecía una cara nueva para Mujeres [al borde de un ataque de nervios], y le preguntó a Bonezzi, y él le dijo si me recordaba, y Pedro, “sí, pero era muy fea, ¿no?”. Y Bonezzi, “que no, que es mona”. Claro, es que en el vídeo hacía de la vecina de La semilla del diablo [voz de vieja asesina], y me había puesto en plan Puerto Hurraco. Nada, me hizo una prueba y ya está, hasta ahora.

P. Y así, 20 años después, María Barranco sigue siendo Candela en el subconsciente colectivo. ¿Llegará a superarlo?

R. No me pesa, no lo necesito. El personaje se debe a Pedro, que se me apareció como la Virgen.

P. En cierta ocasión dijo que esperaba que el papel de su vida se lo diera Imanol Uribe, su ex marido y padre de su hija. ¿Lo sigue esperando?

R. Tu papel siempre es el próximo. Un actor bien dirigido se siente vestido y de lo contrario, con el culo al aire. Ahora con Sara me siento arropadísima, por el señor Narros y por el texto de Belbell y el montaje de D’Odorico, y si lo hiciera mal no tendría perdón. Imanol me dio un papel precioso en Bwana.

P. ¿Trabajó bien a las órdenes de quien amaba?

R. Imanol es uno de los mejores directores de este país, es magistral y muy amoroso con los actores y los técnicos, y a mí me trató como a los demás.

P. Sorprende, María, que cree en la casualidad: “A mí me tocó la lotería”, dice.

R. Ahora, mérito... Intento dejarme la piel en el trabajo, pero simplemente porque me encanta.

P. ¿Ni siquiera en sus relaciones personales?

R. Hombre, qué quieres que te diga, yo no estoy mal. Hay una persona clave en mi vida, la que más me ha enseñado, y es Cristina Almeida: mi segunda madre; desde que la conocí soy mejor persona, mejor mujer y hasta más mona incluso, porque me enseñó a quererme y a ser más generosa.

P. Ella le acogió tras su primera ruptura con Imanol, ¿cierto?

R. Sí, durante un año. Empecé durmiendo abrazada a ella: de tan triste que estaba todo me daba miedo. Al mes me fui a la otra habitación y al siguiente ya hacíamos fiestas. Es la época más divertida que recuerdo: todo el día recibiendo.

P. María, ¿por qué vuelve al teatro si lo que de verdad le gusta es el cine?, ¿es un ejercicio necesario?

R. Sí, una forma de crecer. Me siento un poquito avergonzada de haberlo abandonado, como la mujer cornuda que vuelve y le reciben con los brazos abiertos.

© María Barranco, Elena Pita, El Mundo
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