Ana S. Rozenfeld: “¿Qué harás con lo que te han hecho?”
© Ana
S. Rozenfeld, Página 12
- A
partir de ejemplos como el de la chica que había sido violada por su hermano,
la mujer cuya hija murió en el atentado a la AMIA o la joven cuya familia la
echó por su lesbianismo, la autora expone una concepción psicoanalítica de “la
resiliencia, que otorga un nuevo sentido ante lo traumático y se expresa en
actos”.
Dina,
en el momento de la consulta, tenía 26 años: de origen humilde, vivía en una
casa tomada en la zona de San Telmo. Trabajaba como empleada doméstica en casa
de familia. Consultó con motivo de haber tenido una relación incestuosa con su
hermano mayor, de la que había nacido su hija, que tenía 10 años. Asilada en el
aislamiento, la vergüenza y la culpa, decidió pedir ayuda para cesar de cargar
sola con el peso de ese secreto. Se pregunta qué decirle a su hija sobre el padre,
qué hacer con su vida futura. Elaborar tal situación traumática no fue sencillo
para Dina. Llevó tiempo de análisis. Al año y medio de tratamiento, decidió
empezar a estudiar y se anotó en una escuela secundaria nocturna. Le gustó
estudiar, obtuvo buenas notas, fue reconocida y valorada por los docentes y
compañeros. La distinguieron nombrándola consejera estudiantil en
representación del curso. A través de la escuela, comenzó a encontrar un lugar
distinto en la vida. Empezó a mirarse a sí misma de otro modo; dejó de
identificarse con ese ser que sentía como detestable, que, por haber
trasgredido el mandato cultural sobre el incesto, debía pagar con la culpa, el
aislamiento, la renuncia a la vida. Participó en vida de su parroquia brindando
ayuda; llegó a sentirse útil, productiva.
Dina es
resiliente porque, ante lo traumático del incesto padecido, revierte el lugar
de condena en el que se sentía ubicada. Lo logra saliendo de su aislamiento,
estudiando, trabajando, haciendo tareas comunitarias, criando a su hija. Con
prudencia, ha decidido guardar por ahora el secreto ante la niña, limitándose a
decirle que el padre la abandonó.
En
casos de resiliencia, la subjetividad dañada encuentra, en la fractura
padecida, la posibilidad de ganar fuerza, reconstruirse y generar una nueva
conducta. ¿Hay un valor estructurante del trauma, capaz de transformar el
obstáculo en potencialidad? En todo caso, la conducta resiliente surge
inesperada y espontáneamente con posterioridad a la situación traumática. El
perjuicio padecido se trasmuta actos creativos, en una nueva vocación, en actos
de reivindicación, asunciones de liderazgo.
El
término resiliencia proviene del latín, donde el verbo resilio significa saltar
hacia atrás, rebotar. En inglés, resilience evoca robustez corporal,
resistencia de carácter. El Dictionnaire de la Langue Française define
resilience como resistencia al choque. Como concepto, fue utilizado por la
ingeniería civil y la metalurgia para describir la capacidad de algunos metales
para recuperar su forma original después de ser sometidos a una presión
deformadora. La biología utiliza esta noción para referirse a especies
vegetales que se fortalecen después de los incendios.
Para
Vanistendael (“La Resilience: un Concept Longtemps Ignoré”, en L’enfance dans
le monde 21 Nº 1, 1996) la resiliencia es una capacidad que se construye en la
interacción entre un individuo y el entorno, y requiere una dimensión ética.
Ubica la resiliencia en la intersección entre el coping (capacidad de enfrentar
las dificultades), la resistencia y la reconstrucción de un comportamiento
nuevo, positivo en circunstancias difíciles. Se trata de crecer hacia algo
nuevo. Señala que la familia, la escuela y la comunidad son tres campos en los
que puede promoverse la resiliencia, esa capacidad de tener éxito de modo
aceptable para la sociedad a pesar de las situaciones adversas. Esta
explicación pone el énfasis en una aptitud del yo determinada por los efectos
educativos provenientes del medio externo.
Mastern,
Best y Garmezy (“Resilience and Development. Contributions from the Study of
Children who Overcome Adversity” Psychopatology 2 Nº 4, 1990) distinguieron en
la resiliencia los siguientes términos: haberse desarrollado en forma positiva
en un ambiente de alto riesgo; disponer de estrategias de ajuste eficaces ante
situaciones de estrés agudo; sanar de un trauma. Sin embargo, incluyen la
“aceptabilidad social”, planteada como el desenvolvimiento del individuo dentro
de límites normales y aceptables en el funcionamiento social, cognitivo y
conductual; y consideran que la resiliencia expresa el triunfo de los más aptos
y exitosos, los que mejor se adecuan a ciertos parámetros esperados por el
sistema. Por mi parte, cuestiono esta acepción, en la que ser resiliente es ser
funcional a un sistema de rendimientos y donde la conducta adaptativa
explicaría la resolución del trauma.
Daniela
tiene 32 años en el momento de la consulta. Es musicóloga; separada, tiene un
hijo de 6 años y está actualmente en pareja con una mujer, colega de ella. A
los 21 años había tenido su primera pareja, una amiga íntima con la que
compartía sus intereses musicales.
Al
enterarse sus padres, literalmente la desalojaron. Daniela quedó estigmatizada,
excluida de su grupo familiar. Se fue a vivir a una pensión, trabajó como
cadeta. Bajo durísimas circunstancias de vida, se autoabasteció. Sin embargo,
intentando reconciliarse con sus padres, se casa y tiene un hijo, pero –como
era de esperar– ese matrimonio fracasó. De todos modos, en situación de gran
desamparo, se refugió en la música; después emprendió estudios sistemáticos, y
hoy es una figura reconocida en su medio. Encuentro en Daniela una
manifestación de resiliencia en tanto enfrentó el perjuicio sin desmoronarse;
resistió refugiándose en la música, estudiando, trabajando. El perjuicio
traumático incidió en su subjetividad, pero se rescató a través de la creación
en el ámbito de la música.
Boris
Cyrulnik (La resiliencia: una infancia feliz no determina la vida, 1999)
entiende que resiliencia se construye en el entorno; que no es una cualidad
fija, ya que puede variar según el momento y las circunstancias, los factores
traumáticos, el momento vital. Cyrulnik mismo es un buen ejemplo para ilustrar
la resiliencia, ya que vivió el Holocausto, donde perdió a toda su familia.
Criado en otros hogares, se recibió de psiquiatra y se aproximó a la
psicología, al psicoanálisis, a la etología. El afirma que decidió dedicarse al
tratamiento psíquico de adolescentes por haber sido privado de su adolescencia
durante el Holocausto, tal vez un modo de sublimar el horror a través del
saber.
Ya
antes Garmezy había advertido que los signos de sufrimiento emocional no
significan fractura en la resiliencia.
El
concepto de resiliencia debe anclarse en la noción de trauma psíquico. En ésta,
no se trata exactamente del hecho acontecido, sino de su significación.
Considero la resiliencia como una nueva respuesta intrapsíquica del individuo
en relación con el perjuicio sufrido y su significación: su mundo interno se ha
conmovido, afectado por lo traumático, pero desde fantasías inconscientes y
otros psicodinamismos se generará un nuevo lugar subjetivo ante lo adverso.
Algo nuevo se opera como cambio psíquico, que otorga un nuevo sentido ante lo
traumático y se expresa en actos.
La
resiliencia no equivale a “resolución del trauma” ni a supresión de síntomas;
menos aún se trata del triunfo de “los más aptos”. La respuesta psíquica a un
trauma es imprevisible, su tramitación dependerá de cada sujeto. El análisis de
la noción de resiliencia debe incluir la figura del perjuicio, entendido como
daño, privación, injuria, consecuencia de un mal infligido, del choque con una
realidad inhumana.
Sofía
Guterman (a quien agradezco por su autorización para mencionarla, a ella y a
sus libros, en este artículo) perdió a su única hija, de 28 años, en el
atentado terrorista perpetrado en AMIA (Asociación Mutual Israelita Argentina)
el 18 de julio de 1994. Quedó entonces destrozada. Yo conocí a Sofía de manera
fortuita, ya que su hija vivía sola en el mismo edificio en el que yo atendía a
mis pacientes: ella empezó a ir con asiduidad a limpiar el departamento de su
hija, ahora vacío. A veces tocaba el timbre de mi consultorio y me preguntaba
si podía pasar a conversar conmigo. Si yo estaba atendiendo le pedía que me
esperara, pero siempre le hacía un lugar. Así comenzaron nuestros encuentros,
sin fecha, horario, ni honorario acordados. Yo consideré que la sociedad estaba
en deuda con Sofía y decidí no cobrarle honorarios; fue una manera de
contribuir ante tanto horror. Ella por su parte empezó a escribir y me “pagó”,
con poemas, muchos de los cuales aparecen en su segundo libro, Del corazón al
cielo.
Ella
comenzó a escribir a partir del atentado terrorista que le quitó a su hija, y
produjo cinco libros, que dan testimonio de su resiliencia; ilustran ese
proceso de duelo traumático. Sofía escribe para dar un significado a su
sufrimiento, a su desesperación, a su dolor; intenta reconstruirse allí donde
estalló en mil pedazos. Escribe para poder ligar, mediante un sistema
representacional, su desborde afectivo, pasaje del desmayo al símbolo. Su
primer libro, titulado Más allá de la bomba, se publicó en 1995.
Su
segundo libro incluye un poema dedicado al terrorista que puso la bomba. Además
de su aflicción, habla de una energía que brota de ella, que la impulsa a
luchar sin descanso por el esclarecimiento, la justicia: y éstas son
expresiones de resiliencia. Ello no le impide expresar también su sentimiento
de mutilación, el vacío que la agobia, su soledad. En su tercer libro, En cada
primavera renace la alegría de vivir, escrito en 1998, dice que el dolor, si
bien la aniquiló, al mismo tiempo la saturó de energía. El quinto libro, Detrás
del vidrio, fue declarado de interés nacional y publicado por la Legislatura de
Buenos Aires en julio del 2004: la autora habla de sus vivencias durante el
juicio oral público que se inició el 24 de septiembre de 2001 para esclarecer
el atentado.
Nuestros
encuentros habían seguido regularmente hasta 1999; después se fueron espaciando.
A Sofía, su acto creativo la conectó con la escritura, una vocación de la que
tal vez nunca hubiera sabido si aquel destino trágico no se hubiera abatido
sobre ella.
La
cultura puede ser un elemento clave en la capacidad del sujeto para enfrentar
el perjuicio padecido, pero no es el único. Cada cultura crea sus metáforas y
mitos de resistencia, expresados en sus valores éticos, lazos sociales,
ideologías, que se inscriben inconscientemente en el ideal del yo de cada
sujeto.
En
algunos casos de resiliencia investigados el perjuicio deviene motor de lucha,
ideal, fuente de reclamos. Así, por ejemplo, en sobrevivientes del Holocausto,
familiares de las víctimas de atentados terroristas, madres de desaparecidos,
los movimientos de protesta de desocupados llamados piqueteros, y otros casos.
El sujeto dañado se interroga: ¿qué te han hecho?, ¿por qué?, ¿qué harás con lo
que te han hecho? El perjuicio pregunta y exige cuentas sobre la propia
postura.
La
lógica del perjuicio incluye la herida del amor propio (“¿qué me han hecho?”);
el sujeto humillado (“me han injuriado”); la desilusión (aconteció lo que jamás
debió suceder; un orden natural se vio alterado). En las figuras inconscientes
del perjuicio reconocemos formas reales de exclusión, privación, castración. Y,
en la resiliencia, el sujeto perjudicado muestra los diferentes caminos de
tramitación intrapsíquica de lo padecido: el acto creativo y su simbolización;
la posición subjetiva de reivindicación, donde el daño es ubicado en el lugar
del ideal, la rebeldía, el liderazgo; la vocación.
Entre
los factores psíquicos que inciden en la resiliencia, jerarquizo la sublimación
y la simbolización, en el sujeto perjudicado por la situación traumática.
También, mitos culturales y familiares; lazos sociales. Y la función del padre
simbólico, presente en la religión, en las ideologías, creencias, en la fe, en
la esperanza.
*
Miembro titular de la Asociación Psicoanalítica Argentina. Extractado del
trabajo “Psicoanálisis de la relación entre el trauma, el perjuicio y la
resiliencia”, presentado en el Congreso de la Asociación Psicoanalítica
Internacional efectuado en 2005, en Río de Janeiro.
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