¿Cómo se conseguirá la liberación de la mujer?

© Miriam García, Susie Craig

Hay muchas explicaciones sobre la posición de las mujeres en la sociedad actual, cuál es su nivel de opresión/liberación, qué avances hemos conseguido y qué es lo que nos falta. Este artículo analiza la(s) teoría(s) del movimiento feminista vigente y las compara con una explicación marxista de la liberación de la mujer. La crítica a las ideas feministas, que basan el origen de la opresión en la diferencia de sexos, no es algo gratuito sino que sirve para desarrollar una estrategia coherente que pueda terminar con la sociedad de clases y con todas las desigualdades que produce —no sólo las de género—.

Se puede decir que dentro del ámbito feminista hay variadas y diversas opiniones sobre en qué consiste la opresión de la mujer y cómo acabar con ella.


El poder de las chicas

Hay un "feminismo" muy de moda y al mismo tiempo totalmente carente de una teoría seria; se trata de la postura encabezada por feministas como la estadounidense Naomi Wolf que piensa que las mujeres tienen que ayudarse a ellas mismas porque nadie más va a ayudarlas. Mantiene que las mujeres deben mostrar su poder y haciéndolo, siendo suficientemente fuertes, conseguirán la igualdad. Habla de un "terremoto de género" en los últimos años y se adhiere a un "feminismo poderoso" (power feminism). Esto quiere decir que tenemos que "aprender de Madonna, Spike Lee y Bill Cosby: si no te gusta la imagen de tu grupo dentro de los medios de comunicación, decídete a elegir otra imagen y controla la manera de producirla".

Otro ejemplo de este "feminismo" tan accesible lo personifican las Spice Girls que reivindican el poder de las chicas (girl power), mientras adoran al príncipe Carlos de Inglaterra, se visten con la bandera británica y lucen como barbies como si fuera algo nuevo, radical o diferente. Más que nada este tipo de "liberación" trata de tomar las imágenes de siempre y reconvertirlas como algo nuevo. Reivindicar que las mujeres tienen el derecho a ponerse guapas, vestirse a la moda o hacer comentarios sobre el culo de algún chaval en realidad no representa ningún cambio.

También está el "feminismo" de las revistas para mujeres como Elle que mantienen que "la vida social y profesional de las mujeres, es decir, la vida pública, ha mejorado notablemente —y que— tras lograr una cierta independencia económica, empezamos ¡por fin!, a interesarnos por nosotras mismas". Con todo esto parecería que nos falta muy poco para ser libres y emancipadas de verdad.

Existe una política dirigida hacia mujeres de clase media un poco más seria y que influye en muchos sectores del movimiento feminista.

Aunque en el caso de Elle, simplemente, se toca la superficie de la realidad, para la mayoría de las mujeres, refleja en cierto sentido que algunas mujeres ya han conseguido más posiciones importantes en el trabajo, hay más mujeres en las universidades, y una cierta aceptación de que lo que hemos logrado las mujeres en las últimas décadas, no se nos puede quitar. De ahí el desarrollo de una política que explica y justifica este ascenso de algunas mujeres. Se justifica en términos que nos podrían llevar a pensar que estas mujeres representan los avances a que todas podemos aspirar. La "emancipación" económica necesitaba una nueva política para explicar cómo algunas mujeres han conseguido algunas mejoras y qué reivindicaciones quedan para esas mujeres. La política es comúnmente aceptada como "la política de las mujeres hoy" a través de los medios de comunicación —a los que ellas tienen más acceso— y a través del aumento de los estudios feministas en el mundo político y académico. Desde un punto de vista minoritario y privilegiado, han generalizado una política que pretende pertenecer a todas las mujeres. Como dice Julia Varela en Nacimiento de la mujer burguesa: "algunas feministas tienden a confundir, en ocasiones, la causa de las mujeres con sus propios intereses y ven progresos sociales allí dónde únicamente se producen ascensos individuales o rotaciones de élites".

Es cierto que a todas las mujeres les afecta en mayor o menor medida la opresión. Y por eso es posible que con alguna de estas mujeres de clase media tengamos algo en común e incluso podamos luchar juntas por reivindicaciones concretas: aborto libre, guarderías. Pero en realidad la clave está en que a ellas la opresión les afecta incomparablemente menos que a las mujeres de la clase trabajadora y no tienen por qué vincularse con nuestras luchas en la medida en que tienen más medios económicos para resolver esos dilemas.

Tampoco la solución está en manos de las mujeres que alcanzan posiciones de poder porque siempre llega un momento clave en que tienen que elegir entre la alianza con su género o con su clase —y la decisión siempre es la misma—.

Así, el nuevo gobierno laborista en Gran Bretaña ha incorporado un número significativo de mujeres en su gabinete. De estas políticas ni una votó en contra —ni siquiera se abstuvo— de la política de Blair para recortar la seguridad social para "padres" solteros (en realidad, la gran mayoría son madres). En Noruega, un país con un gobierno compuesto mayoritariamente por mujeres, se ha propuesto un paquete de recortes que afectará más que a nadie, a las mujeres de la clase trabajadora. En el Estado español, las diputadas del Partido Popular no se han inmutado ni, por supuesto, han salido en contra de las declaraciones machistas de sus compañeros de partido.

Bajo un sistema tan injusto, basado en mantener algunos(as) privilegiados(as) a costa de la pobreza, falta de poder y falta de libertad de la gran mayoría, no es posible que estas mujeres privilegiadas puedan o quieran enfrentarse al mismo sistema que produce sus privilegios y que mantiene la miseria de los demás.

En resumen, un hombre de clase trabajadora tiene más razones para implicarse en las luchas de la mujer trabajadora. Se beneficiará de que su compañera tenga acceso al aborto libre, a un puesto de trabajo digno, a guarderías gratuitas. Una victoria de la mujer no sólo mejorará su vida —más sueldos en casa, menos presión familiar, más tiempo libre para los dos— sino que además la lucha de los oprimidos contra el capitalismo beneficia a toda la clase trabajadora. Así, la lucha contra el racismo es la lucha en defensa de la mujer, la lucha de los mineros es la lucha contra el racismo, ya que cualquier lucha de los oprimidos da la oportunidad de unir a la clase trabajadora y abre la posibilidad de identificar a su enemigo común, que no es el hombre, el blanco o el trabajador del "primer" mundo, sino la clase y el sistema capitalista.


Separatismo o pensamiento de la diferencia

La falta de una izquierda militante, la falta de luchas generalizadas o dirigidas, al menos, contra los peores ataques del capitalismo a la clase trabajadora, ha dejado abierto un espacio enorme para el crecimiento de la política de "movimientismo". En este contexto se enmarcan los movimientos feminista, ecologista, de solidaridad internacional, etc. Hay un gran espacio potencial que no dirige todas las luchas hacia su raíz —el capitalismo—, estando muy de moda decir que cada uno trabaja en su ámbito. ¡Viva la independencia de los movimientos!

De aquí surge en Francia e Italia la política del feminismo de la diferencia defendida por autoras como Luce Iragay, Alessandra Bocchetti, Françoise Collin, etc. El marxismo considera que cada lucha tiene que intentar generalizarse a toda la clase trabajadora en una lucha común contra el capitalismo, por dos razones: en primer lugar, el capitalismo y el sistema de clases son la causa común de toda la injusticia, opresión y desigualdad dentro de la sociedad y en segundo lugar, uno de los pilares fundamentales de ese sistema es precisamente la división entre los distintos grupos oprimidos dentro de la clase trabajadora (mujeres y hombres, homosexuales y heterosexuales, negros y blancos, etc.) Frente a esto, el pensamiento de la diferencia celebra la divergencia de opinión y el separatismo en las luchas. Como dice Collin, filósofa y directora de Les Cahiers du Grify Françoise:

"A diferencia del enfoque marxista, la lucha de las mujeres no es nunca la aplicación doctrinaria de una teoría sistemática: por el contrario, está obligada a inventar constantemente y en un cierto desorden sus objetivos y sus estrategias…"

Lo que reivindica la política de la diferencia es exactamente esto, la diferencia entre las mujeres y los hombres y que no podemos ni debemos esperar igualdad sino un espacio nuestro para explorar nuestra condición de ser mujer. El énfasis en la búsqueda de soluciones individuales sitúa la raíz del problema en la mente de la gente, en su educación y su comportamiento, y supone que sólo a través de los cambios que cada uno puede ejercer en su vida, y la de sus niños y parejas, podemos erradicar la ideología reaccionaria. Se trata de una idea totalmente ahistórica que no tiene en cuenta de dónde procede la ideología, quién y cómo la impone. Olvida que vivimos bajo un sistema capitalista uno de cuyos modos de mantener el sistema de clases es la ideología. Naturalmente vale la pena enfrentarse a cualquier ejemplo de sexismo, racismo … pero tenemos que tener en cuenta que las ideas cambian más y más rápido en las luchas. En esos momentos la gente está más abierta a ver cómo las ideas reaccionarias, en la medida en que dividen a la clase trabajadora, van en contra de sus intereses.

Para Bocchetti, autora de Lo que quiere una mujer, las mujeres tienen algo en común que las une a diferencia de los hombres, como su capacidad de ser madre. De esto nace la "creatividad femenina", el "amor a la paz" y la necesidad de compartir un espacio para intercambiar nuestra experiencia de "ser mujer". El hecho de que una mujer de clase dominante tiene intereses exactamente contrarios a una mujer de clase trabajadora no presenta problema para Bocchetti: "Nosotras, las mujeres, somos diferentes entre nosotras, podemos haber tenido o tenemos más o menos oportunidades en la vida, más o menos dinero, más o menos instrucción, más o menos "fortuna", pero todas sin excepción hemos tenido que vérnoslas con la idea de mujer…"

Para este feminismo todo enfoque tiene que darse desde el punto de vista de género; además, las luchas que reivindican el derecho de las mujeres a tener mejores condiciones dentro de un sistema tan injusto no valen, "…el bienestar material, cuando supera el umbral de las necesidades reales, no garantiza en sí mismo ninguna conquista real… Para hacer un mundo más decente y tener una vida posible lo que sirve no es tener siempre más, sino no perder el sentido de sí".

Para ella hay algo casi metafísico en el hecho de ser mujer que capacita para algunas cosas e incapacita para otras. De la misma manera ve a todos los hombres como iguales, con igual poder e influencia; por ejemplo, con respecto a la guerra dice: "…una mujer no puede pensar-inventar nada prescindiendo de su cuerpo, le resulta imposible esa facultad de abstracción necesaria para pensar y organizar las guerras… Los hombres son capaces de inventar y construir bombas para una guerra…". Y ¿Thatcher y Ciller? —los ataques a los kurdos—, ¿Madeleine Albright? —organizando ya la guerra del Golfo— o ¿el apoyo de las diputadas tanto del PSOE como del PP a la última guerra del Golfo en 1991? Según Bocchetti el hecho de que hoy en día, por ejemplo, casi un 69% de la población del Estado español esté en contra de un ataque de los EEUU contra Irak se supone que no significa el compromiso de los hombres con esta postura. El hecho de que millones de hombres y mujeres de clase trabajadora morirían en una guerra o de que también mueren hombres de hambre en este mundo y sufren la violencia del sistema capitalista (aunque naturalmente las mujeres experimenten aún más cualquier agresión que nos pueda imponer el capitalismo) no cuenta para este feminismo.

Pero Bocchetti va aún más allá; no se limita a decir que todos los hombres son iguales sino que se plantea por qué las mujeres deberíamos luchar contra una guerra planeada por los "hombres": "¿Por qué, entonces, deberíamos ser las mujeres las que pidiéramos la paz? más bien que la pidan los hombres, en nombre de su identidad colectiva, en nombre de ese orgullo de ser hombre que todo hombre posee, incluso el más mísero, el más pobre, el más débil, el más idiota…"

Aún peor que considerar a todos los hombres igualmente responsables de la opresión de la mujer y el éxito capitalista, es negar el papel de la mujer en la historia como luchadora, revolucionaria y anticapitalista. Niega que las mujeres han soñado o pueden soñar con un mundo más igualitario para todos y tener ideales que no estén estrictamente vinculados siempre a un mundo de "yo", "mi", "mujer". Lo máximo que podemos esperar está claramente planteado como objetivo: "…Las mujeres en la historia no han podido tener ideales, ni construir utopías… una revolución de las mujeres sólo podía ser diferente de todas las demás… ¿hacia dónde tiende el feminismo?… el feminismo tiende a la construcción del orgullo de ser mujer".


¿Feminismo o marxismo?

Afortunadamente, hay feministas que critican al pensamiento de la diferencia y explican sus raíces.

Como Lidia Cirillo (autora de Mejor huérfanas, Viento Sur, 1994) que presenta una crítica refrescante: "Nunca, desde la caída del fascismo se había oído hablar tanto de madres, de mamás, de maternidad biológica y metafísica, de papel maternal de la mujer, etc.". Cirillo explica que esta política viene, sobre todo, de la entrada masiva de las mujeres de clase media en el mundo de la cultura, donde se han creado un espacio de "investigación sobre la mujer, que las mujeres reivindican para sí mismas…" Como hemos dicho antes, las mujeres de clase media, que no tienen por qué luchar para mejorar sus condiciones materiales ni derechos básicos, han inventado una política que no sólo justifica sus posiciones distintas de las demás, sino que intenta unir a todas las mujeres, basada en su experiencia como mujer y nada más.

El problema con el separatismo que exigen algunas feministas es que no representa el mundo real en que tenemos que luchar. Está bien que las mujeres encuentren un espacio para reflejar entre ellas los efectos dañosos de estar oprimidas, pero ver esto como solución es simplemente cerrar los ojos al lugar en que tenemos que luchar, en el trabajo, en la calle, en casa, contra el sexismo que nos divide, hacia una lucha que nos una contra el capitalismo.

¿Por qué tantas feministas reivindican la necesidad de organizarnos separadamente? La respuesta está basada sobre todo en la idea de que la opresión de la mujer ha existido siempre y que, fundamentalmente, el hombre es el responsable de ella y no puede formar parte de la lucha para la liberación de las mujeres ya que va en contra de sus propios intereses.

En contraste, la feminista Julia Varela tiene una postura mucho más crítica de esta "unidad" de mujeres —histórica y actualmente—. Varela niega que las mujeres tengan una raíz que las conecte en una misma lucha de "identificación de sí", y dice, "El hecho de ser ‘mujer’ no implica que de forma espontánea surjan lazos de solidaridad y de fraternidad, ya que las relaciones de poder no son ajenas a los grupos de mujeres…". La dominación de siempre de las mujeres por los hombres, comúnmente llamada "patriarcado", tampoco sirve para Varela: "…el concepto de "patriarcado", reenvía un supuesto proceso de dominación global, unidimensional y unidireccional, por lo que más que proyectar luz sobre los cambios históricos, tiende en realidad a encubrirlos".


Frente a las ideas feministas que defienden que la opresión de la mujer es producto de la diferencia entre sexos que ha existido desde siempre, los marxistas consideramos que la opresión de la mujer surgió con la división del trabajo. Esta división en principio supuso un avance relativo para la sociedad y produjo también una nueva organización social. En esta situación, con el desarrollo de la producción y la sociedad de clases, las mujeres quedaron relegadas a tareas no productivas. Su papel fundamental pasó a ser el de reproducir las nuevas generaciones de trabajadores de forma privatizada. La estructura familiar jugó un papel fundamental y, aunque es cierto que la sociedad ha sufrido enormes cambios y con ella la familia, las bases siguen siendo las mismas. La reproducción sigue estando privatizada y por lo tanto la familia sigue siendo fundamental para el capitalismo y lo seguirá siendo: es imposible que el estado capitalista asuma el gasto que supondría la reproducción socializada y, por lo tanto, es imposible que la mujer pueda liberarse de su papel dentro de la familia. Mientras exista el capitalismo, existirá la familia; mientras exista la familia, existirá la opresión de la mujer. Naturalmente, seguiremos luchando para conseguir mejoras pero siendo conscientes de que no lograremos la liberación bajo este sistema.

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