Pekín 2008, los juegos de la vergüenza
© María
Dolores Masana, El País
A punto
de iniciar la cuenta atrás de los Juegos Olímpicos de Pekín, en agosto de 2008,
casi un centenar de periodistas se hallan entre rejas en China. Algunos, desde
1980. Una cincuentena son periodistas digitales, cifra que hace de este país
milenario la mayor cárcel de "ciberdisidentes" del mundo, seguido de
Irán.
La
ofensiva contra Internet es formidable: miles de direcciones y páginas están
bloqueadas. En especial aquellas que permiten intercambio de vídeos. La presión
ejercida por las autoridades contra la Red ha conseguido que servidores como
Google o Yahoo! se autocensuren en temas tabú como Taiwán, Nepal, Xingiang o el
Dalai Lama. Lamentablemente, hasta Microsoft ha "claudicado". ¿Quizá
por no perder un mercado de 1.300 millones de personas?
En
cuanto a la prensa tradicional, el Gobierno bloquea cualquier medio de
comunicación, especialmente programas de radio y televisión juzgados como
"subversivos" por los censores. Por otra parte, la ley sanciona con
graves penas "la divulgación de secretos de Estado" y "la
difamación" con el fin de acallar las voces críticas con el régimen. Si bien
es cierto que la actitud del Gobierno con la prensa extranjera es más flexible,
no lo es menos que a los corresponsales internacionales les es imposible
emplear a colegas locales o desplazarse libremente a Nepal o a la provincia de
Xingiang.
Reporteros
sin Fronteras denunció ante el Comité Olímpico Internacional (COI), desde el 13
de julio de 2001, la atribución de los JJ OO de 2008 a un país que tiene una
flagrante historia de violaciones de derechos humanos. Al margen de la censura
de prensa y persecución de los periodistas "hostiles", en China se
dan juicios sin garantías, torturas, frecuentes ejecuciones, cuyo número anual
se ignora porque Pekín lo clasifica como "secreto de Estado" y
cientos de prisioneros políticos y disidentes son encarcelados. Aprovechando el
escaparate mundial que le suponen los Juegos Olímpicos, Pekín tratará de vender
una imagen de país moderno, resaltando su imparable pujanza económica, el
tremendo desarrollo tecnológico, la arrolladora expansión de su mercado... Son
realidades innegables que han convertido a China en el gigante asiático
imbatible. Pero existe otra realidad que el régimen intentará ocultar a toda
costa: las constantes violaciones de los derechos humanos.
Hace un
año, las autoridades chinas prometieron, en Pekín, a nuestro secretario
internacional, Robert Ménard, que mantendrían la oferta que hicieron al COI de
mejorar los derechos humanos si su candidatura olímpica era elegida, liberando
a periodistas encarcelados. Ni un gesto hasta hoy. Al contrario, las medidas
frente a la prensa extranjera incluso se han extremado. Yang Minghui,
responsable de la Oficina de Acreditaciones de los JJ OO, promete examinar con
lupa a los periodistas justificando la medida al decir que "pueden
representar una amenaza o incluso ser potenciales terroristas". Nada de
qué escandalizarse cuando la petición sine quae non del COI para celebrar los
juegos en Pekín fue que las autoridades garantizaran la seguridad de los
mismos. En China, hoy, seguridad sigue traduciéndose en dura represión política
y social, como en la época de Mao.
El
señor Jacques Rogge, presidente del Comité Olímpico Internacional, no deja de
felicitarse por los progresos de las infraestructuras de Pekín 2008. Pero el
presidente del COI no ha contestado una sola de las cartas que Robert Ménard le
ha dirigido pidiéndole que intervenga ante las autoridades chinas en favor de
la libertad de expresión y de los periodistas, tanto chinos como extranjeros.
Ni tan siquiera una declaración pública de preocupación por este tema. Su
silencio es clamoroso y no contribuye a prestigiar el movimiento olímpico
internacional.
Desde
el COI se vende que los Juegos Olímpicos Pekín 2008 impulsarán una era de
cambios en el gigante asiático. Que nadie se llame a engaño. Pena de muerte,
cárceles, tortura, censura... Éstos son los juegos que se practican en China.
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