Violencia de género dentro de la comunidad en América Latina y el Caribe
* * copiado tal
cual del informe "¡Ni una más! El derecho a vivir una vida libre de
violencia en América Latina y el Caribe", editado por Sonia Montaño y Diane
Alméras, publicado por la Comisión Económica para América Latina y el Caribe
(CEPAL) con fondos de UNICEF, ONUSIDA y UNIFEM.
El Estudio a fondo
del Secretario General señala que las mujeres sufren violencia en los barrios,
en los medios de transporte, los lugares de trabajo, las escuelas, los
hospitales y otras instituciones públicas, situación que no solo se debe a las
relaciones de poder que se establecen entre hombres y mujeres, sino también por
el “déficit histórico” de la participación femenina en el diseño del espacio
urbano, cuyo trazado –estacionamientos, túneles, puentes, pasadizos o
callejones y organización del transporte público– las expone cotidianamente a
situaciones de peligro (Massolo, 2005). La Declaración de Bogotá adoptada por
la Segunda Conferencia Internacional Ciudades Seguras para Mujeres y Niñas
(2004) señala al respecto que “en los enfoques tradicionales de seguridad
ciudadana desde la etiología y los costos de la violencia urbana, no se ha
incorporado la perspectiva de género, por lo tanto, los riesgos y daños que
sufren mujeres y niñas en el contexto de violencia en las ciudades no han sido
reconocidos ni atendidos”.
Estudios recientes
de la región centroamericana señalan con claridad que el feminicidio no está
ligado solo a la violencia doméstica o a la violencia sexual y que en algunos
países, principalmente, en Guatemala, El Salvador y Honduras, “también está
ligado al desarrollo de pandillas juveniles o maras, donde las mujeres han
empezado a aparecer en la escena como víctimas de asesinato” (CPDH, 2006).
Aunque el tema de la seguridad ciudadana es más amplio, en este apartado se
aborda la información disponible sobre la violencia en estos espacios, es
decir, en relación con las agresiones por parte de terceros, el acoso sexual en
el trabajo y la trata de mujeres. Se presta además particular atención a la
violencia en el contexto del VIH/SIDA.
1. Violencia sexual en la esfera pública o el malestar de las mujeres
La violencia
sexual atenta contra el derecho a la libertad sexual, a la autonomía, al
control, a la integridad y a la seguridad, así como al derecho de experimentar
placer y a tener una vida sexual sana, libre y satisfactoria. Estos derechos
están íntimamente ligados a los derechos reproductivos –libertad y autonomía
para determinar la etapa de la vida en que se procreará, los métodos de
anticoncepción que se utilizarán y el número de hijos que se desea tener.
La violencia
sexual contra las mujeres en el ámbito público y fuera de la pareja –violación
en la calle, prostitución forzada, turismo sexual, la desvalorización simbólica
que acompaña la pornografía– constituye un problema creciente en muchos países
y está relacionado de forma directa con los procesos de desintegración social,
pérdida de capital social y debilitamiento de redes comunitarias, así como con
la falta de instituciones públicas de orden capaces de poner freno a los
diversos brotes de violencia social. Los datos disponibles indican que la
violencia perpetrada por la pareja es la más reconocida, mientras respecto de
los actos de violencia sexual en la esfera pública no existen datos análogos.
Si bien la mayoría
de las agresiones reconocidas ocurren dentro de la familia, en Colombia un
20,6% de las mujeres afirma haber sido agredida por un desconocido en el año
2005, en Bolivia este porcentaje llegó al 32,8% en 2003 (gráfico 14). Estos
datos señalan que, además de la familia como lugar de riesgo, el ámbito público
se constituye en un conjunto adicional de peligros como la violencia sexual,
que permea todos los ámbitos. La exposición a la inseguridad pública se hace
más grave cuando se combina con la pobreza y la precariedad, tal es el caso de
los barrios y poblaciones sin alumbrado, sin transporte público y sin
protección policial adecuados. Las grandes ciudades esconden territorios
importantes tomados por la violencia, donde las víctimas de sexo femenino deben
enfrentar el accionar de pandillas callejeras y mafias de todo tipo.
En el análisis del
papel de la comunidad en la violencia, es necesario tomar en cuenta la falta de
servicios de salud adecuados para atender las necesidades de protección y
confidencialidad de las víctimas de violencia sexual. Esta falta permea el
espacio íntimo, puesto que dicha violencia es perpetrada, por lo general, por
hombres conocidos, familiares y cercanos al entorno de las víctimas, lo que
aumenta la posibilidad de reincidencia de los agresores. Frente a este hecho no
siempre se toman las medidas necesarias y cuando se han tomado, los servicios
de salud y los servicios médicos y legales no brindan un servicio cercano,
eficiente e inmediato para las víctimas de violencia sexual (recuadro 7).
En los países del
Caribe, los escasos y deficientes registros muestran que cada año 1 millón de
niñas y niños se suma al mercado de la explotación sexual comercial en el
mundo, que no solo tiene carácter ilegal sino que produce beneficios
multimillonarios. Muchos de estos niños y niñas son víctimas de la explotación
sexual bajo coacción, otros secuestrados, vendidos y víctimas del tráfico
internacional (UNICEF, 2001).
Un informe
reciente del UNICEF sobre violencia contra los niños y niñas en el Caribe
indica que, en países como Jamaica y Trinidad y Tabago, hay un creciente número
de niños y niñas víctimas de actividades del comercio sexual, expuestos a un
alto riesgo de contraer enfermedades de transmisión sexual, inclusive el
VIH/SIDA. Las niñas que ingresan al mercado de trabajo suelen ser vulnerables a
diversas manifestaciones de violencia, situación que se expresa con gravedad en
países como Guyana, Haití y Jamaica, donde las crisis económicas han fomentado
la deserción escolar, la exclusión, el abandono y el posterior ingreso de niños
y niñas al trabajo informal o ilegal (UNICEF, 2005d). En Haití, se ha estimado
que 67 mil niñas trabajan en el servicio doméstico y sufren violaciones,
acosos, desnutrición y negligencias (Merveille, 2002; UNICEF, 2005d). Estas
situaciones se registran en un contexto de altos índices de violencia social,
lo que ha adquirido ribetes importantes en la región y se vincula de manera
directa con la pobreza, la falta de oportunidades –educativas y de empleo– y el
delito de narcotráfico principalmente.
La violencia
sexual contra las mujeres y las niñas es todavía una realidad que permanece en
el silencio y la impunidad, dado que se carece de la protección legal
necesaria. En el recuadro 8 se analiza la situación en Haití, donde los
mecanismos judiciales y legales entorpecen la aplicación de normativas que
sancionen de modo drástico estas expresiones de violencia.
2. Acoso sexual en el trabajo
En el ámbito
laboral las mujeres enfrentan el acoso sexual, que se caracteriza, a lo menos,
por tres componentes que pueden extrapolarse a cualquier espacio social:
a) Acciones
sexuales no recíprocas, en tanto conductas verbales y físicas relacionadas con
la sexualidad, que son recibidas por alguien sin ser bienvenidas; estas
acciones son repetitivas, percibidas como premeditadas y aunque persiguen un
intercambio sexual, no necesariamente lo alcanzan.
b) Coerción
sexual, entendida como la intención de causar alguna forma de perjuicio o
proporcionar algún beneficio a alguien si rechaza o acepta las acciones
sexuales propuestas, lo que manifiesta una clara relación asimétrica,
identificándose con mayor precisión en espacios laborales y educativos.
c) Sentimientos de
desagrado, que incluye el malestar que esta experiencia produce, como las
sensaciones de humillación, insatisfacción personal, molestia o depresión,
consecuencia de las acciones sexuales no recíprocas (Bedolla y García, 1989).
El acoso sexual en
el trabajo implica cualquier conducta sexual intencionada que influye en las
posibilidades de empleo, la permanencia, el desempeño y las condiciones o el
ambiente de trabajo. Se consideran además las amenazas o presiones que se
manifiestan en forma directa o indirecta, en actos que van desde
comportamientos muy sutiles hasta la agresión sexual (Délano y Todaro, 1993;
Rico, 1996).
La Conferencia de
la OIT reconoció en 1985 que el acoso sexual en el trabajo es perjudicial para
quienes lo sufren.45 Desde entonces, este organismo adoptó dos resoluciones:
primero, hizo un llamado a los gobiernos para que formulen políticas dirigidas
al avance en materia de igualdad que incluyan medidas para combatir y prevenir
el acoso sexual y, segundo, definió este tipo de violencia como una violación a
los derechos fundamentales de las y los trabajadores que constituye un problema
de discriminación, un riesgo a la salud y la seguridad en el trabajo, una
condición laboral inaceptable y una forma de violencia que se ejerce por lo
general en contra de las trabajadoras. El acoso sexual tiene efectos negativos
sobre la productividad y el quehacer de la empresa y es, al mismo tiempo, ética
y socialmente inaceptable.
El acoso sexual
atenta contra el Convenio sobre
discriminación en el empleo y la ocupación, que es uno de los pilares de la
Declaración de la OIT respecto de los principios y derechos fundamentales en el
trabajo y su seguimiento –acordado en forma unánime por la comunidad
internacional y el conjunto de los actores laborales–. En algunos países de la
región se han modificado las leyes para tipificar la figura del acoso sexual,
al mismo tiempo que se están tomando medidas administrativas para prevenir y
sancionar este tipo de violencia en el trabajo. Para estos efectos, se ha
elaborado un manual de autoaprendizaje dirigido a inspectores laborales, que
ofrece las herramientas técnicas necesarias para realizar la investigación de
una denuncia de acoso sexual, aplicar las medidas de resguardo y determinar las
sanciones correspondientes.
La falta de
información es un gran obstáculo para la lucha contra el acoso sexual. Los
únicos datos disponibles a la fecha provienen de una encuesta de opinión
realizada en Chile por el Servicio Nacional de la Mujer (SERNAM) en el año
2001: un 11,8% de las mujeres y un 3,8% de los hombres había sufrido acoso
sexual, un 33,3% de las empleadas de oficina, un 24,9% de las trabajadoras
industriales, un 20% de las trabajadoras de servicio y comercio y un 15% de
trabajadoras no calificadas admitieron haber sido acosadas. Cabe señalar además
que en el mismo país, a menos de un año de la entrada en vigencia de la ley de
acoso sexual (2005), las denuncias aumentaron de 79 a 264, es decir, un 335%,
de estas denuncias, 254 fueron de mujeres y 10 de hombres (Dirección del
Trabajo, Gobierno de Chile, en Mejías, 2006).46 A pesar de las consecuencias
negativas del acoso sexual, las representaciones sociales tradicionales sobre
los roles de género contribuyen a encubrir estos actos de violencia mediante la
duda y la sospecha sobre la culpabilidad de la víctima.
3. Trata de mujeres
Mediante la
violencia y la trata (OIM, 2006d y 2006c), se viola la integridad física y
psicológica de las mujeres y niñas, al comercializar y lucrar con su cuerpo en
diferentes circunstancias relacionadas con el mercado matrimonial, la mano de
obra barata y el comercio sexual (UNFPA, 2005; Naciones Unidas, 2005d), lo que implica
el desarraigo de las víctimas y, por ende, su mayor vulnerabilidad frente a los
traficantes.
La trata en la
región incluye el traslado de las víctimas de una zona a otra dentro del país
–por lo general desde zonas pobres y rurales a grandes ciudades– y aquel en el
que son trasladadas a otro país distinto del de origen. El traslado externo
puede ser legal o ilegal: en el primer caso, la víctima llega al país de
destino con los documentos y certificaciones migratorias requeridos y en el
segundo, se recurre a medios fraudulentos y la víctima se convierte en una
inmigrante irregular. En ambos casos, los traficantes suelen retener los
documentos de la víctima, lo que la transforma en inmigrante clandestina (OIM,
2006b). Las principales víctimas son los niños y las niñas, las adolescentes y
las mujeres. Por el carácter clandestino e ilegal de esta actividad, se carece
de datos fidedignos y de información general al respecto. Aun así, las
investigaciones realizadas por el UNFPA (2005) indican un incremento que la
está convirtiendo en una empresa ilegal que crece en forma más acelerada que el
contrabando de drogas.47 Se estima que cada año entre 600 mil y 800 mil
personas son víctimas de trata para realizar trabajos forzados, sobre todo, la
explotación sexual comercial, donde el 80% son mujeres y niñas y más de la
mitad son menores de edad (Naciones Unidas, 2006b).
En América Latina,
la trata se realiza principalmente mediante el traslado de víctimas hacia los
países con mayores estándares de vida. Las redes en Asia, Estados Unidos y
Europa tienen sus puntos de operación y reclutamiento principalmente en Brasil
y Colombia; los corredores de la trata se extienden además desde Nicaragua a
Belice, El Salvador, Guatemala y Honduras. La trata internacional con fines sexuales
tiene por destino principal Estados Unidos y México; Nicaragua recibe
corrientes de América del Sur y sería el punto de origen de rutas hacia el sur
(Costa Rica) y hacia el norte (Honduras).
Colombia es un
importante punto de origen y de tránsito de la trata. Según la Organización
Internacional para las Migraciones (OIM), la mayoría de los casos de
colombianos explotados en la prostitución son trasladados a Japón (65%), España
(8%), China-Hong Kong –región administrativa especial de China– (5%), Italia
(4%), Jamaica (2%) y el 16% restante a otros países. Fuentes como DAS/INTERPOL
y la Policía Nacional coinciden con la OIM en que los dos principales países de
destino son Japón y España. Sin embargo, Colombia se convierte en país de
destino en el caso de indígenas ecuatorianos, que son víctimas del trabajo
forzado y la mendicidad (OIM, 2006b).
Según los datos
del Observatorio Nacional sobre Migración y Tráfico de Mujeres y Niñas, la
República Dominicana es uno de los cuatro países a nivel mundial con la mayor
cantidad de mujeres traficadas con fines de explotación sexual, y se estima que
50 mil dominicanas trabajan en la industria del sexo, principalmente en Europa
(DVCN, 2007): los destinos tradicionales son las diferentes islas del Caribe,
Bélgica, España, Estados Unidos, Grecia, Holanda, Italia, Panamá, Puerto Rico,
República Bolivariana de Venezuela y Suiza. En los últimos años estas rutas se han
diversificado y ampliado a otros destinos como Argentina, Australia, Brasil,
Colombia, Costa Rica y República Checa. A la República Dominicana misma llegan
víctimas desde China, Colombia, Europa oriental, Haití, Perú y República
Bolivariana de Venezuela (OIM, 2006b).
La trata
constituye un delito que llega a países con distintos niveles de desarrollo, lo
que la convierte en un problema profundo que afecta a un gran número de mujeres
latinoamericanas.
La trata de
mujeres en el Caribe ha aumentado por los altos niveles de pobreza en la
región; los migrantes irregulares se integran a la fuerza de trabajo formal o
informal y las redes criminales que capitalizan la vulnerabilidad de las
mujeres más pobres. Los puntos de escala de las redes de trata incluyen
diversos países de la subregión, entre los que cabe mencionar a Costa Rica,
Panamá y los centros turísticos de las Antillas Neerlandesas, Aruba, Saint
Martin y Curazao (Thomas-Hope, 2002). Algunos centros de operación se ubican
estratégicamente en Suriname y la República Dominicana, donde se concentra y
distribuye un alto número de mujeres brasileñas, colombianas y dominicanas que son
trasladadas a Alemania, Bélgica, España, Grecia y Holanda para ejercer la
prostitución.
Es importante
mencionar que el fenómeno de la trata en la región del Caribe está muy ligado a
otras manifestaciones de violencia como el turismo sexual, que se ve reforzado
por la desprotección social y las graves desigualdades económicas que potencian
los escenarios y favorecen las acciones de organizaciones criminales internacionales
dedicadas a la trata.
4. Violencia contra las mujeres y el VIH/SIDA
Es primordial
examinar la relación entre la violencia contra las mujeres y el VIH/SIDA, dado
que las posibilidades de contraer el virus se incrementan por la violación o el
sexo forzado. Algunas conductas que rigen las relaciones de pareja limitan o
impiden tomar decisiones sexuales y reproductivas autónomas e informadas. Es
habitual que las parejas o cónyuges sean quienes decidan cuándo, cómo y con qué
frecuencia tener relaciones sexuales, lo que dificulta a la población femenina
la negociación de prácticas libres de riesgo y el acceso a modos de
anticoncepción y protección para no contraer infecciones. Esta situación es
potenciada por factores como la pobreza, el desempleo y la exclusión respecto
de bienes y servicios que proveen de autonomía económica y social a las
mujeres. En este sentido, las mujeres y jóvenes que utilizan como estrategia de
supervivencia la prostitución, el sexo transaccional –relaciones sexuales para
obtener dinero u otros recursos– o que son víctimas de explotación sexual
sufren graves riesgos de contraer la enfermedad, lo que se traduce en serias
consecuencias para la morbilidad y mortalidad femenina.
La Coalición
Mundial sobre la Mujer y el SIDA (GCWA, 2005) señala que las mujeres que han
contraído el virus tienen más probabilidad de sufrir violencia y, a su vez, las
que han experimentado violencia corren mayores riesgos de contraer el VIH/SIDA.
Se configura una relación directa y recíproca entre violencia y aumento de la
probabilidad de contraer el virus, lo que afecta a las mujeres no solo en su
salud física, mental y reproductiva, sino además potencia la discriminación y
la estigmatización por ser portadoras.
a) Aumenta el
SIDA entre las mujeres de América Latina
Aunque los
patrones del VIH están cambiando en algunos países de América Latina, las
epidemias en el conjunto de la región permanecen estables. Los últimos informes
del Programa Conjunto de las Naciones Unidas sobre el VIH/SIDA (ONUSIDA) y de
la Organización Mundial de la Salud (OMS) estiman que las nuevas infecciones
por el VIH totalizan en 2005 unas 140 mil y que 65 mil personas han fallecido
por SIDA. Las dos terceras partes de 1,7 millones de personas que se estima
estaban infectadas por el VIH en la región a fines de 2005, viven en los cuatro
países más grandes de América Latina: Argentina, Brasil, Colombia y México. La
prevalencia estimada del VIH es máxima en los países más pequeños de
Centroamérica, donde es ligeramente inferior al 1% en El Salvador, Guatemala y
Panamá; 1,5% en Honduras; y 2,5% en Belice.
La distribución
por sexo de las personas que viven con el VIH/SIDA en América Latina, muestra
que los hombres constituyen el grupo poblacional más afectado por el virus, con
porcentajes que van de más del 40% en Honduras al 80% en Argentina; las mujeres
representan porcentajes más bajos, aunque en Brasil, Guatemala y Panamá llega
alrededor del 40% y en Honduras al 56% (gráfico 15). Mientras el sexo sin
protección entre varones es reconocido como el factor principal de contagio, el
número absoluto de mujeres afectadas sigue aumentando paulatinamente, desde un
total estimado de 450 mil en 2003 a 510 mil en 2005. Una de las causas
crecientes –vinculada a la conducta sexual de los varones– son los niveles de
infección por el VIH de las profesionales femeninas del sexo, que varían
ampliamente según los países. La prevalencia del virus es muy baja en algunos
países sudamericanos, como Chile y la República Bolivariana de Venezuela, pero
se registran tasas de prevalencia entre el 2,8% y el 6,3% en ciudades de
Argentina, y se ha comunicado una prevalencia del 6% entre profesionales del
sexo en ciertas partes de Brasil y de 12,5% en Honduras (ONUSIDA/OMS, 2006a y
2006b).
El VIH/SIDA se
transmite por vía sexual y también de la madre al feto o al recién nacido, por
lo que la epidemia tiene un impacto primario sobre la salud sexual y
reproductiva, que a su vez afecta la salud de los individuos, familias y
comunidades. Datos de 2004 y 2005 del Ministerio de Salud de El Salvador y del
Instituto Salvadoreño del Seguro Social indican que durante el año 2004, seis
personas se infectaron cada día con VIH y que en 2005, se registraron dos
mujeres VIH positivas embarazadas por mil y hasta julio de 2005, el 36% de las
personas con VIH/SIDA eran mujeres.50 Según la última información publicada por
el Fondo de Población de las Naciones Unidas, en los últimos tres años la
infección por VIH de mujeres de América Latina ha sufrido un incremento de un
10%, lo que “es una muestra del cambio en las características de la epidemia”
(UNFPA, 2007).
El gráfico 16
ilustra el porcentaje de muertes a causa del VIH/SIDA en Chile y en la
República Bolivariana de Venezuela. En este último país las muertes de mujeres
a causa del VIH/SIDA ha tenido un aumento del 6,4% del año 2000 a 2002; en el
caso chileno el aumento es del 1,4% en el mismo período.
50 Cifras
difundidas por la Concertación Feminista Prudencia Ayala de El Salvador en su
campaña para el 8 de marzo de 2007 “¡Ni una muerte más!”. 50
Por otra parte, el
perfil etario de la epidemia también está cambiando. A principios de este
siglo, la mitad de los nuevos casos de VIH/SIDA se han registrado en personas
de 15 a 24 años, lo que difiere de la tendencia en la primera mitad de la
década de 1990, en que la infección se producía principalmente en personas de
30 a 39 años. Este fenómeno se ha denominado “rejuvenecimiento” de la epidemia,
las adolescentes, en este contexto, se encuentran en la actualidad entre los
grupos de alta vulnerabilidad (CEPAL, 2000). A fines de diciembre de 2005, la
prevalencia en jóvenes de ambos sexos se estimaba en un 0,3% para las mujeres
de 15 a 24 años y en un 0,5% para los varones, los que alcanzaban la tasa de
0,5% de los adultos de 15 a 49 años (ONUSIDA/OMS, 2006a).
La importante
brecha entre el conocimiento general sobre la existencia del virus y la
enfermedad y un conocimiento más cabal y adecuado, impide tomar decisiones
informadas. El gráfico 17 da cuenta del porcentaje de mujeres que tenía
información en el año 2000 sobre el uso del condón como protección. De los tres
países seleccionados, en Colombia se registra el porcentaje más alto (61%); en
Bolivia el 53% y en Perú se presenta la cifra más baja (33%). Es preciso
señalar que el conocimiento de este modo de protección no asegura su uso.
Retomando el caso boliviano, las cifras recabadas seis años después por el
ONUSIDA y la OMS muestran que solo el 20% de las mujeres de 15 a 24 años
utilizaron un preservativo la última vez que tuvieron relaciones sexuales con
una pareja ocasional. Este porcentaje es similar en Nicaragua (17%) y en la
República Dominicana (29%), los otros dos países en que se pudo obtener esta
información. Llama la atención que en cada uno de estos casos, el uso de
preservativos está más extendido entre los varones –un 37% en Bolivia y un 52%
en la República Dominicana.
Se considera que
el uso del condón es la mejor forma de evitar el contagio, es por ello que la
desinformación y su uso limitado es un factor gravitante que incide de manera
directa en la prevención y la detención de la epidemia. En situaciones de violencia
en la relación de pareja, las mujeres tienen menos poder para decidir sobre las
relaciones sexuales y el uso del preservativo y, por consiguiente, su capacidad
de protección del VIH se ve significativamente disminuida. En la República
Dominicana, donde se ha podido documentar la relación entre violencia por la
pareja y las infecciones de transmisión sexual (ITS), la proporción de mujeres
que tuvo una ITS durante los últimos 12 meses anterior a la encuesta fue de un
3,7% entre las que habían vivido violencia y del 1,0% entre las que no habían
vivido esta situación, lo que quiere decir que las sobrevivientes de violencia
tenían casi cuatro veces más probabilidades de tener una ITS que las mujeres
que no reportan maltrato (Alba, 2007).
Mientras la
Organización Panamericana de la Salud indica que se puede controlar la epidemia
en la mayoría de los países de la región, en un gran número de ellos se observó
recientemente que las medidas para prevenir el aumento de la incidencia de la
enfermedad son limitadas, con excepción de Brasil, donde, a pesar del gran
número de población infectada, se verifica una disminución importante de la
transmisión del virus de personas infectadas a otros sectores de la población,
gracias a la voluntad política de alentar la distribución y el uso preventivo
del condón.52 Además este país presenta la tasa más alta en la región del
porcentaje de población infectada que accede a tratamientos antirretrovirales.
El acceso al tratamiento y la atención en este sentido, ha aumentado de manera
significativa en los últimos años, aunque desde un nivel muy bajo en muchos
países. Aun así, los beneficios son notables, puesto que se estima que mediante
el suministro del tratamiento antirretrovírico se han ganado desde el año 2002
unos 834 mil años de vida (ONUSIDA/OMS, 2006b).
La persistencia de
inequidades en el acceso a la educación y a la información, es un factor
primordial en la prevención y empoderamiento de las mujeres para mejorar sus
condiciones de vida. La expansión de la epidemia afecta sobre todo a las niñas
y adolescentes, al mismo tiempo que produce un rápido crecimiento del número de
huérfanos que se enfrentan a situaciones de empobrecimiento y sin progenitores
que provean cuidado y educación. El abandono, la desprotección, la
discriminación y la marginación en que se encuentran los niños, los huérfanos y
los afectados por el VIH/SIDA podría convertirlos en los miembros más vulnerables
de la sociedad. La estigmatización de la enfermedad y la desinformación son
factores clave del rechazo de familiares y de la sociedad en su conjunto.
b) El Caribe:
una epidemia generalizada
La prevalencia del
VIH/SIDA en el Caribe es la más alta entre adultos y jóvenes después de África
subsahariana,53 con una tasa estimada en 2005 del 1,6% en los adultos de 15 a
49 años y las mujeres de 15 a 24 años. Esta última cifra explica que la mayoría
de los nuevos casos de VIH/SIDA se dé entre mujeres de 15 a 49 años, lo que lo
convierte en la causa más importante de muerte. Pese a que el ritmo de
propagación de la epidemia se ha estabilizado con el uso de tratamientos
antirretrovirales, sigue aumentando el número de personas infectadas. En el año
2005, se estimó que había 2 millones de personas infectadas en la región y más
de un 12% vivía en el Caribe (Naciones Unidas, 2005d), cifra que sugiere,
frente a las proyecciones de población total de la región, un peso de 2,1% de
la población de esta subregión (CEPAL, 2004a, cuadro 1).
Según los últimos
datos del ONUSIDA/OMS (2006b), casi las tres cuartas partes de las 290 mil
personas infectadas con VIH en el Caribe viven en la República Dominicana y
Haití, sin embargo, la prevalencia nacional del VIH en adultos es alta en toda
la región: 1 a 2% en Barbados, República Dominicana y Jamaica, y 2 a 4% en las
Bahamas, Haití y Trinidad y Tabago. Cuba, con una prevalencia bajo el 0,1%, es
la excepción. En conjunto, se estima que 27 mil personas se infectaron con el VIH
en 2005. Aunque los niveles de infección permanecen estables en la República
Dominicana y han disminuido en zonas urbanas de Haití, las tendencias más
localizadas indican que ambos países deberían precaverse ante posibles
resurgimientos de la epidemia.
En varios países
se están haciendo progresos en la lucha contra las epidemias, con los
beneficios que otorga un mayor acceso al tratamiento antirretrovírico, que son
especialmente evidentes en las Bahamas, Barbados, Cuba y Jamaica. Aun así, el
SIDA cobró unas 19 mil vidas en el Caribe durante el año 2005, lo que lo convierte
en una de las principales causas de mortalidad entre los adultos de 15 a 44
años (ONUSIDA/OMS, 2006b).
En el mismo
estudio del ONUSIDA, se señala que en el Caribe las epidemias son sobre todo
heterosexuales y ocurren en el contexto de flagrantes desigualdades de género,
impulsadas por una próspera industria del sexo, que sirve a clientes locales y
extranjeros y se considera en países como Guyana y la República Dominicana el
mayor factor de infección. De hecho, la prevalencia del virus entre las
profesionales del sexo es mucho más alta que en el resto de la población, con
cifras de prevalencia que mostraban en 2006 una oscilación en la República
Dominicana de un 2,5% a más del 12%, según las localidades, un 9% en Jamaica y
un altísimo 31% de las profesionales de Georgetown en Guyana.
El total promedio
estimado de nuevos casos de VIH de 2004 a 2006 fue de 10.000, lo que
corresponde al aumento de las mujeres entre 15 y 49 años afectadas en el mismo
período. La rápida propagación del virus entre las mujeres confirma que se
transmite principalmente por la relación heterosexual. El gráfico 18 ilustra
que en el año 2004 el porcentaje de personas de 15 a 49 años que vivía con
VIH/SIDA tenía valores similares para ambos sexos en Trinidad y Tabago,
mientras en Guyana y Haití el porcentaje es mayor entre las mujeres, en tanto
que en Bahamas y Jamaica el número de mujeres con VIH se ha asimilado al de los
hombres (Naciones Unidas, 2005d). En Haití y Guyana la situación es más grave,
ya que el porcentaje de mujeres superó en 2004 al de hombres en 16 y 10 puntos
porcentuales respectivamente, lo que refleja la feminización de la enfermedad
en estos países. Por el contrario, en Barbados, Belice, Cuba y Suriname se ve
una diferencia más amplia entre el porcentaje de hombres y mujeres afectados,
por lo que el patrón epidemiológico es similar al predominante en gran parte de
los países de América Latina. A pesar de esta tendencia, es necesario destacar
que el número de varones que viven con el VIH/SIDA sigue siendo superior al de
las mujeres en varios países de la subregión.
También se
registra una mayor incidencia en grupos etarios menores, por ejemplo, las
adolescentes de 15 a 19 años y las jóvenes de 20 a 24 años tienen una
vulnerabilidad creciente respecto de los hombres de los mismos grupos (CEPAL,
2005a). Según las cifras de 2005, la tasa de prevalencia en las mujeres de 15 a
25 años se estimaba en un 1,6%, mientras en los varones era de un 0,7%. Esta
situación es inversa a la de América Latina y es más próxima a la de África
subsahariana (ONUSIDA/OMS, 2006a). Según las estimaciones –bajas y altas– sobre
la base de las últimas cifras disponibles de 2001 (cuadro 4), entre los grupos
de mujeres y hombres de 15 a 24 años en la mayoría de los países seleccionados,
las proyecciones son mayores para las mujeres, lo que confirmaría su
vulnerabilidad, en especial, de las jóvenes al VIH/SIDA. Podría señalarse,
entre otros factores, la incidencia de condicionantes como la falta de acceso a
la información y a servicios de salud sexual y reproductiva adecuados. En este
contexto, el inicio temprano de las relaciones sexuales ha emergido como
indicador predictivo del estatus de VIH-1 entre las adolescentes.
Las inequidades de
género permiten comprender la vulnerabilidad de las mujeres ante la epidemia y
entender el descenso del coeficiente entre hombres y mujeres infectados por
VIH/SIDA. El fenómeno que se conoce como feminización de la epidemia se
verifica al hacer un recorrido cronológico: alrededor del año 1985 en el Caribe
había cuatro hombres con VIH/SIDA por cada mujer infectada (ONUSIDA/OMS,
2000a), cinco años después, a principios de la década de 1990, la razón de
infección entre hombres y mujeres en el Caribe era 2:1. Posteriormente, en
1996, bajó a 1,7:1 (CEPAL, 2005a) y en 2005, en algunos países como Dominica,
Haití, Jamaica y Santa Lucía, entre otros, la razón era casi 1:1 (Naciones
Unidas, 2005d).
La progresiva
propagación del VIH/SIDA en la subregión se explica, entre otros factores, por
las graves deficiencias en el ámbito de la prevención y la información respecto
de los modos de protección. El uso del condón es considerado una de las maneras
más eficaces para evitar el contagio, sin embargo, incluso en aquellos países
con más alta prevalencia del VIH/SIDA, el uso del profiláctico sigue siendo
limitado, aun en relaciones de riesgo con pareja ocasional. Si se consideran
las altas tasas de prevalencia y el número de casos absolutos en Haití y
Trinidad y Tabago, es sorprendente que el porcentaje de mujeres que maneja
información sobre el uso del condón era, en promedio, tan deficiente como en
los países de América Latina observados en el mismo período (gráficos 17 y 19).
Asimismo, al igual que en estos países, el único dato disponible para 2006
muestra que la tasa de utilización es mucho más alta entre los varones, en
Barbados, por ejemplo, el 77% de los varones de 15 a 24 años utilizaron un
preservativo la última vez que tuvieron relaciones sexuales con una pareja
ocasional, mientras solo el 33,3% de las mujeres del mismo grupo etario lo
utilizó.
Si bien estos
datos corresponden a solo dos países –lo que impide la generalización–, ellos
insinuan que muchas mujeres desconocen la información respecto del uso del
condón en la mayoría de los países de la región. Sin embargo, un ejemplo de los
esfuerzos realizados en los últimos años para revertir la situación, lo dan el
98% de las profesionales femeninas del sexo encuestadas en Puerto Príncipe en
2005, que comunicaron el uso de preservativos la última vez que tuvieron
relaciones sexuales comerciales (ONUSIDA/OMS, 2006b).
Los datos no son
concluyentes respecto de la evolución del VIH/SIDA en la región: a pesar de que
la prevalencia ha aumentado en todos los países, no se cuenta con información
confiable que demuestre que lo mismo ocurre con la incidencia. En el reciente
informe del ONUSIDA para el Caribe, se mencionan tendencias que indican que al
menos dos países del Caribe, Bahamas y Barbados, estarían reduciendo los
niveles de infección gracias a las activas campañas de prevención del VIH/SIDA
realizadas desde fines de los años noventa (ONUSIDA/OMS, 2006b; Naciones Unidas
2005d). En otros cinco países se ha dado inicio a medidas para entregar a las
mujeres embarazadas infectadas por el VIH un ciclo terapéutico de profilaxis
antirretrovírica para reducir el riesgo de transmisión materno-infantil, lo que
ha tenido dispares resultados respecto del porcentaje de mujeres que recibieron
el ciclo completo en 2005: un 100% en Dominica, un 90% en Barbados, un 71,4% en
Trinidad y Tabago, un 61,6% en San Vicente y Las Granadinas, un 50,2% en
Antigua y Barbuda y un 20% en Santa Lucía. Estas cifras muestran un cierto
adelanto respecto de las iniciativas de prevención impulsadas en América
Latina, donde el porcentaje de mujeres beneficiarias es de un 87,0% en
Argentina, un 73,3% en Belice, un 57,6% en Brasil, un 19,3% en Uruguay, un 3,4%
en Honduras y un 2,1% en Paraguay.
Sin embargo, en
los países con mayor prevalencia, como Haití, las muertes por la enfermedad se
traducen en una disminución de cerca de ocho años en la esperanza de vida. En
Bahamas, Guyana y Trinidad y Tabago, la pérdida es mayor a cuatro años. En los otros
países más afectados, los años perdidos son entre 2 y 3,5 años. Revertir esta
situación es un reto complejo para la mayoría de los países con altas tasas de
infección, a menos que se tomen medidas extraordinarias en la prevención y el
tratamiento (ONUSIDA/OMS, 2006b).
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