El maltrato de las mujeres y la tradición religiosa
©
Rosemary Radford Ruether
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Fuente:
http://www.marxists.org/espanol/tematica/mujer/autores/ruether/1979/iv.htm
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* Primera edicion: No consta. Esta
Edición: Marxists Internet Archive, 8 de marzo de 2008, Día Internacional de la
Mujer. Fuente de la edicion: Rosemary Radford Ruether, El maltrato de las
mujeres y la tradición religionsa. Serie
"Mujer", no. 35. Lima - Perú:
Creatividad y Cambio (eds.), abril de 1979. Mimeografiado.
La
violencia doméstica contra las mujeres, el maltrato de esposas, está enraizado
en los supuestos patriarcales básicos sobre el estatus subordinado de las
mujeres, y es su conclusión lógica. La ley patriarcal tradicional negaba a las
mujeres un estatus civil autónomo. A las mujeres se les trataba como menores permanentes
en cuestiones legales, dependientes de sus padres y esposos. No tenían derecho
a representarse a sí mismas políticamente como personas legales. Su derecho a
heredar y transmitir propiedad también era limitado y su sueldo se consideraba
pertenencia de su esposo. En material civil las mujeres eran personas no existentes,
representadas por su guardián varón, aunque la mujer adulta y soltera o la
viuda tenían un estatus anómalo. La hija o esposa era en cierto sentido
propiedad del esposo o padre. El matrimonio era un asunto económico entre dos
varones, frecuentemente sin que la mujer tuviera mucho que decir en la
cuestión, por lo menos en su aspecto legal. El estatus de las mujeres estaba
asimilado en el de los niños y esclavos como dependientes y semi-propiedad.
Estas eran personas sin derecho a afirmar su voluntad, y sujetas bajo el yugo
de la obediencia y servicio a sus Señores. El termino Señor (dominus) se
empleaba simultáneamente para Dios como Señor del mundo, para la aristocracia
como Señores de las clases bajas y finalmente para el cabeza de familia varón
como Señor de su esposa, hijos y sirvientes. La metáfora de San Pablo, tan
frecuentemente repetida, de que la mujer no tiene cabeza propia sino que su
esposo es su cabeza, así como ella es el cuerpo de él, resume el estatus de
subyugación de las mujeres.
La
condición legal de las mujeres se expresó en el Cristianismo clásico con una
complicada teoría sobre la naturaleza inferior de las mujeres. La teología
escolástica recogió de la biología de Aristóteles que las mujeres son una
especie biológica secundaria. Sólo los varones contribuían a la forma del niño
en la procreación. Las mujeres eran únicamente incubadoras que lo hacían crecer
en su cuerpo. Normativamente, la semilla de cada varón podía reproducir una
imagen perfecta de su hechura. Pero a veces el principio material más bajo,
representado por la madre, ganaba dominancia sobre el principio más alto del
padre y nacía un “varón malformado”, es decir, una mujer. La hembra era, por
naturaleza, inferior en su capacidad para la actividad del pensamiento de la
voluntad y para la actividad física. Las mujeres eran esclavas naturales, y
como esclavas, estaba en su naturaleza el ser sirvientes obedientes en todas
las cosas para con sus cabezas y señores.
La
teología escolástica recogió esta teoría y definió a las mujeres como varones
malformados que tienen, por naturaleza, una capacidad deficiente para la
humanidad. Teológicamente, esto lo expresó San Agustín diciendo que las mujeres
no tenían “imagen de Dios.” A esta idea sobre la naturaleza deficiente de las
mujeres en el orden de la creación, la teología cristiana añadió la idea de que
ella era un una medida desproporcionada, responsable por el pecado. Las
historias originales del Génesis sugieren la co-creación del hombre y la mujer,
y su co-responsabilidad por el pecado. Pero en el Nuevo Testamento, esta
co-responsabilidad está claramente desviada en contra de Eva. La carta primera
de Timoteo dice:
“No
permito a las mujeres enseñar o tener autoridad sobre los varones. Ellas deben
permanecer en silencio. Porque Adán fue creado primero y después Eva. Y no fue
Adán quien fue engañado. Fue la mujer engañada y la que rompió la ley de Dios.”
(1 Tim. 2, 12-14)
El
Cristianismo tradicional adoptó esta lectura de la Caída. A Eva se le vió como
el miembro culpable de causar todo el conjunto del mal histórico en el mundo.
Es
importante darse cuenta que todo éste maltrato teológico de las mujeres no solo
tomó a forma de su privación de derechos legales y su exclusión de la educación
teórica y profesional y de roles de liderato en la iglesia. También tomó la
forma de justificaciones legales de la violencia física. Se daba y todavía se
dá por supuesto en la familia patriarcal que los padres tienen ciertos derechos
a golpear a sus hijos. Otras sociedades patriarcales, tales como la de Roma
antigua y la islámica, han dado incluso a los padres el derecho de matar o a
vender a sus hijos.
El
matar a las niñas se ha dado en dos momentos. A las niñas se las mataban
frecuentemente en el momento del nacimiento, puesto que se las veía como de
menos valor que los niños. Esto ocurrió también en la Edad Media, aunque la
Iglesia se oponía a todo infanticidio. También se ha dado muerte a las hijas de
las que se sospechaba que había cometido actos impropios sexualmente. En esta
situación la Iglesia también apoyó a las mujeres, puesto que insistía en que el
matrimonio no era válido a no ser que los dos en la pareja consintieran.
La
Iglesia también ofreció a las mujeres las comunidades de las órdenes religiosas
que contenían las únicas posibilidades de educarse y de ejercer un liderato
autónomo en aquel tiempo. Además, si una mujer declaraba que tenía vocación
religiosa, la Iglesia la defendería contra todas las exigencias de su familia
para que se casara. En estas cuestiones la Iglesia ofreció un poco de alivio
del poder de la familia patriarcal sobre las mujeres.
Pero la
Iglesia ofreció muy poca ayuda a las mujeres en la cuestión del matrimonio.
Esta se debió en parte a la hostilidad hacia el matrimonio que caracterizó a la
Cristiandad durante gran parte de su existencia histórica. Ciertamente, desde
los siglos tres al dieciséis, el matrimonio se vio como una vocación inferior.
A la mujer casada se le consideraba como el símbolo de la Eva carnal. Aquí, su
subordinación y necesidad de castigo se enfatizaba plenamente. El desprecio de
los legisladores eclesiásticos hacia mujeres casadas puede tener alguna
relación con el hecho de que, en el derecho canónico, entró una justificación
del derecho de los esposos a golpear a sus esposas. Es importante el hecho de
que la ley rabínica del mismo período se preocupaba mucho más del bienestar
psicológico y físico de la esposa, y permitía a la mujer el pedir el divorcio
si su esposo la golpeaba.
En la
compilación del derecho canónico hecha por Graciano en el siglo XII se dice que
el esposo puede castigar a sus esposa pero no golpearla. Sin embargo, las
explicaciones hechas sobre estos textos por canonistas posteriores lo
interpretan como diciendo que el esposo puede golpear a sus esposa por ira,
pero no someterla al látigo como si fuera una esclava. Un decreto del Concilio
de Toledo en 400 A.D. decretó que si la esposa de un clérigo infringe sus
mandates, él la puede golpear, mantenerla atada en la casa y forzarla a ayudar,
pero “no hasta la muerte”. Pasó al derecho canónico que el clérigo tiene
derecho a golpear a la mujer más duramente que el que no lo es.
La
mayoría de las leyes de costumbres y de las leyes de las ciudades en los
períodos medievales y del Renacimiento daban a los maridos el derecho a golpear
a sus mujeres, aunque generalmente decían que lo hicieran “razonablemente” o
“moderadamente”. Por ejemplo, la ley de la ciudad de Villefranche dice: “Todos
los habitantes tienen derecho a golpear a sus esposas siempre que ello no
resulte en la muerte”.
La literatura
y los libros de consejos del período intensifican la impresión de que el varón
está justificado en emplear violencia física contra su esposa, a la que se ve
siempre como “provocando” o “pidiendo” dicha violencia.
Santo
Tomás Moro, del cual se podría esperar otra cosa, nos da algunos de los
ejemplos más salvajes de la idea del hombre del Renacimiento sobre el castigo
de la esposa. Cuenta la historia de un hombre que cortó la cabeza de su esposa
con un hacha porque continuamente lo regañaba. El príncipe del lugar justificó
al esposo porque estuvo de acuerdo en que ella lo mereció por sus regaños. En
las ciudades puritanas, entre otras, hasta el siglo diecisiete se decretaron
castigos salvajes a aquellas mujeres a quienes sus esposos acusaban de
regañonas, castigos como el banquillo o unas jaulas especiales que mantenían
sus bocas cerradas. El hecho de que esta actitud salvaje refleja los ideales de
Santo Tomás Moro se percibe en su Utopía en donde define sus ideas sobre la
sociedad ideal. Aquí se pinta a los esposos castigando a sus esposas, y a las
esposas sirviéndoles en todas las cosas, y arrodillándose ante él los días de
fiesta para pedirle perdón si le habían ofendido en algo.
Quizá
la explosión más importante de hostilidad hacia las mujeres ocurrió en las
persecuciones contra las brujas.
Tenemos
la tendencia a imaginarnos que esto ocurrió allá por la Edad Oscura, antes de
la Ilustración. Pero en la Edad Oscura, alrededor de los siglos IX y XI no hubo
persecuciones de brujas. Estas persecuciones comenzaron a ocurrir en la Edad
Media, en los siglos XIV y XV, y luego desaparecieron. Volvieron a revivir y
cobraron mayor número de víctimas desde el siglo XVI hasta el final del XVII.
Aunque
no todas las víctimas de las persecuciones de brujas eran mujeres, las mujeres
sí fueron sus principales objetivos. Además, la imagen oficial de la bruja era
mujer. La persecución de brujas tendía a disminuir cuando esta imagen cambiaba
y se llegaba a acusar a hombres de alguna categoría social. La cacería de
brujas floreció major cuando se ajustaba a las imagines de la mujer grande,
viviendo sola, o de la mujer joven y “libre”, demasiado independiente y liberal
con su sexo y con su lengua. En ambos casos se trataba de mujeres marginadas,
mujeres que no estaban bajo el “control masculino apropiado”, mujeres que
sabían contestar y que llevaban vidas independientes. Sin duda alguna era a
estas a las que se más probablemente se consideraba como brujas del pueblo.
A estas
mujeres se podía atribuir el que tuvieran plantas medicinales, encantos y
poderes ocultos porque las artes curativos, los encantos y la partería eran
ocupaciones abiertas a mujeres que no tenían otra fuente de ingreso económico.
Todo el pueblo dependía de estas mujeres curanderas, pero ellas también se
convertían en sus víctimas cuando la paranoia de la brujería creaba la
necesidad de chivos expiatorios. Algunos también han visto las persecuciones de
brujas de este tiempo como un esfuerzo para reducir el exceso de población
femenina, y también los esfuerzos de la medicina profesional para eliminar a
sus rivales populares. Pero estas cuestiones no se tocarán en este trabajo.
El
punto importante es que los manuales oficiales sobre las brujas definían a
estas como mujeres y unían la brujería con lo que se consideraba la naturaleza demoniaca
de las mujeres, su mayor tendencia al sexo y su inhabilidad para controlar su
condición pecadora debido a su naturaleza moral inferior y a su mayor
corrupción por el pecado. Puesto que Cristo era varón, el varón estaba más
protegido contra los impulses demoníacos que las mujeres. El manual clásico
sobre brujería, el Martillo de las Brujas, escrito por dos inquisidores
dominicos en el siglo XV demuestra cómo están ligadas las teorías sobre la
inferioridad de las mujeres a las sospechas de brujería:
“Cuando
la mujer piensa sola, piensa la maldad … He encontrado a la mujer más amarga
que la muerte, a la mujer buena sujeta al deseo carnal. Son más impresionables
que los hombres y más dispuestas a recibir influencias del espíritu
desencarnado … Tienen lenguas resbalosas … Puesto que son débiles, encuentran
una manera fácil de vengarse en la brujería … Son más débiles en mente y en
cuerpo. No es sorprendente que caigan bajo el maleficio de la brujería. En
relación a su intelecto o al entendimiento de cosas espirituales, parecen ser
de naturaleza distinta a la del varón … las mujeres intelectualmente son como
niños … Y se debe apuntar que hubo un defecto en la formación de la primera
mujer, puesto que fue formada de una costilla inclinada, la costilla del pecho
que está inclinada en la dirección contraria a la del varón … Y puesto que a
través del primer defecto en su inteligencia están siempre más dispuestas a
abjurar de su fe, así también a través de su segundo defecto de pasiones
desordenadas buscan y se preocupan sobre cómo infligir venganzas, a través de
la brujería o de cualquier otro método. Por eso no es sorprendente que haya
tantas brujas de este sexo. Las mujeres tienen memorias más débiles y es un
vicio natural de ellas no ser disciplinadas, sino seguir sus propios impulses
sin ningún sentido de lo que es apropiado … Es mentirosa por naturaleza …
Consideramos su postura y su hábito, que es vanidad de vanidades … La mujer es
hierba mala y enemigo secreto. Por satisfacer su lujuria se unen incluso a los
demonios.”
Muchos
de los métodos de investigar la brujería ponían a las mujeres en una situación
insoluble. A las mujeres se las desnudaba y afeitaba y se pinchaba cualquier
mancha que tuvieran en el cuerpo. Todas las anormalidades era consideradas como
marcas de bruja, como señales inequívocas de brujería. A las mujeres se les
torturaba. Si aguantaban y rehusaban confesar, se concluía que debían ser
brujas, puesto que la naturaleza física inferior de las mujeres no les
permitiría soportar la tortura a no ser con la ayuda del Diablo. También se les
ataba y les tiraba a un estanque. Si flotaban, se les daba el veredicto de
brujas, pero si se hundían se les perdonaba, puesto que se creía que el agua
rechazaría a las brujas. En cualquier caso era poco probable que la mujer
sobreviviera la prueba.
Como
podemos ver de estos ejemplos el Cristianismo histórico definió a las mujeres
como inferiores, subordinadas y tendientes a lo demoníaco. Estas imagines
justificaron todo tipo de violencia en contra de ellas siempre que chocaran
contra la voluntad del hombre en hogar o en la sociedad. La mujer como víctima
es la otra cara de historia patriarcal, que pocas veces ha recibido respeto o
atención por parte de los agentes de la moralidad o de la ley. A las mujeres
especialmente se les ha hecho sujetos de la doble contradicción de culpar a la
víctima en maneras tan innumerables y retorcidas que todavía hoy a las mujeres
les cuesta refutarlas. El supuesto de la sociedad patriarcal es que cuando a
las mujeres se les trata con violencia física o de palabra, desde golpes hasta
la violación, es porque ellas mismas son responsables de ello. Ellas “se lo han
buscado” y por lo tanto no se les puede tener lástima ni se puede controlar a
sus violadores, solo se les añade el insulto a la injuria.
Además
de la violencia física, y de la supresión legal y cultural, hay otra área en la
que la sociedad y la iglesia patriarcal han contribuido a la subyugación de las
mujeres. Esta es el derecho de las mujeres a controlar su poder reproductor.
Frecuentemente se imagina una que los anticonceptivos y el aborto sin peligros
se han hecho posibles solamente con la medicina moderna. Las mujeres no se
podían liberar ni permitirse tener otras ocupaciones en tanto que su biología y
la ignorancia médica de la sociedad las sujetaran a continuos partos a través
de su vida adulta (debemos recordad que la mayoría de las mujeres no vivían después
de la menopausia hasta hace muy poco tiempo).
Este
concepto de la medicina es engañoso. De hecho, los pueblos primitivos
frecuentemente tenían anticonceptivos y abortivos herbales seguros y
confiables. Debemos recordar que la pastilla anticonceptiva se descubrió cuando
un investigador fue a los pueblos remotos mexicanos para buscar raíces
empleadas tradicionalmente por las mujeres mexicanas como anticonceptivos, y
luego se las llevó y las sintetizó en su laboratorio. No es la ignorancia
primitiva sino la ideología patriarcal la que determina que las mujeres no
deben usar anticonceptivos o buscar el aborto y que deben aceptar los embarazos
que “Dios” o los varones les impongan.
Quizá
una de las raíces primordiales de la necesidad del varón de subyugar a la mujer
sea el papel preponderante que juegan las mujeres en el nacimiento de los
hijos. La contribución del varón se termina rápidamente, y después de ella la
mujer, por decirlo de alguna manera, se queda en posesión del fruto. A ella le
absorbe su crecimiento dentro de su cuerpo, después el alimentarlo, y pierde
interés en el varón. El varón nunca está seguro de que el niño que se está
produciendo es realmente suyo. Las mujeres parecen ser el centro del mundo del
nacimiento. Esta experiencia sin duda estuvo en la raíz de la primitiva imagen
de lo divino que era representado por la diosa madre.
A
medida que los sistemas de poder patriarcales se desarrollaron, una de sus
expresiones fundamentales fue la imposición sobre el poder procreativo de las
mujeres. La castidad de las mujeres antes y después del matrimonio es regulada
rígidamente en contraste con la libertad sexual concedida a los varones, para
asegurar la paternidad del niño. La habilidad de las mujeres para hacer decisiones
sobre el concebir y tener hijos se recorta bruscamente puesto que se supone que
ésta debe ser una prerrogativa del varón y no de la mujer. Desde un período
temprano la iglesia intervino para denunciar moralmente y desterrar el
conocimiento de los anticonceptivos y del aborto que era conocimiento común en
la antigüedad. Tradicionalmente el Cristianismo ha afirmado que constituye un
grave pecado el que la mujer intente controlar su propia reproducción.
Especialmente en esta cuestión debe de estar totalmente resignada a las fuerzas
externas que la controlan. De estas fuerzas se habla como fuerzas impersonales,
cósmicas, como el destino biológico y la voluntad divina, como si fueran
fuerzas fuera del control humano.
El
Cristianismo incluso desaprobaba el que las mujeres tuvieran algo que decir
sobre el aceptar o no las demandas sexuales de sus esposos. Su sexualidad se
definía en el derecho canónico y en la teología moral como “la deuda del
cuerpo” que ella debe a su marido en virtud del contrato matrimonial. Está
atada a servirle sexualmente cuando él lo pida, no importando cual sea su disposición
física. El control masculino del derecho al divorcio es también parte de este
sistema de control sobre las mujeres como esposas y reproductoras.
Las
iglesias cristianas, tanto protestantes como católicas se convirtieron en los
principales agentes contra los anticonceptivos y el aborto en la época moderna.
Debemos recordar que en los Estados Unidos, por ejemplo, las leyes que
convertían en crimen el uso de los anticonceptivos fueron propulsadas por los
protestantes puritanicos al final del siglo XIX, no por los católicos. Sin
embargo, en el momento presente ha sido la iglesia católica la que ha dirigido
la cruzada contra el control de las mujeres sobre sus propios cuerpos. Tienen
gran interés en promover esto como “movimiento ecuménico” y han conseguido
formar una coalición con los protestantes tradicionalistas y también con grupos
judíos.
La
campaña sobre el Derecho a la Vida pone el foco sobre el feto sangriento, que
generalmente aparece como un niño totalmente desarrollado.
Pero
esto da una impresión errónea, puesto que estos grupos tienen muy poca
preocupación por la “vida” en su sentido más amplio. Alegremente apoyan la pena
capital y la Guerra, y demuestran poco interés por la supervivencia económica
de los niños después de su nacimiento. Además no promueven la alternativa
racional al aborto, que sería la instalación de clínicas para el control natal,
accesibles y baratas. Después de todo, pocas mujeres desean tener un aborto si
el embarazo se hubiera podido prevenir. La cruzada católica, en particular,
todavía esconde también en su ataque al aborto un rechazo del control natal.
Así, el movimiento de Derecho a la Vida debe verse primariamente como una
amplia reacción a la autonomía femenina que está dirigida hacia el centro de
poder patriarcal sobre las mujeres, es decir, el control sobre sus vientres.
Aunque
la emancipación legal, educacional, profesional y médica de las mujeres ha
crecido en gran medida en los últimos años, muchos de estos avances no están
asegurados todavía. Los poderes de la reacción también van en aumento, a medida
que las mujeres intentan incrementar su emancipación. En particular, debemos de
darnos cuenta de que la reacción contra el derecho de las mujeres sobre su
poder reproductor está íntimamente ligada con movimientos que intentan restablecer
la teoría patriarcal de la subordinación total de las mujeres a la voluntad de
los varones.
La religión
conservadora es la principal promotora de estos movimientos, que frecuentemente
tienen lugar en las iglesias. Esta ideología a menudo emplea una gran cantidad
de “santificación” bíblica y teológica. Una vez más la subordinación de la
mujer se ve como parte del orden de la naturaleza. La jerarquía de Cristo sobre
la iglesia y la masculinidad de Dios se conciben como la sanción final sobre la
sociedad jerárquica.
La
subordinación es la voluntad de Dios y la raíz de la felicidad humana tanto
para las mujeres como para los hombres. Solamente a medida que las mujeres
abandonen sus deseos pecaminosos de igualdad y autodefinición y se resignen a
las mínimas exigencias de sus esposos, no importa como sean de poco racionales
o abusivas, podrá volver el orden a la familia. En un momento como el que
vivimos de caos y confusión en la familia en todas partes, cuando muchas
mujeres sienten que de todas formas no pueden realizar la tarea de igualdad,
estas respuestas falsamente simples tienen una cierta atracción para ellas.
El
Cristianismo encierra en sí la semilla de una teoría alternativa, una teoría de
la liberación, igualdad, y dignidad para todas las personas. Pero esta idea se
ha aplicado pocas veces a la mujeres en tradición religiosa, ni
tradicionalmente ni hoy en día.
En
lugar de eso, la iglesia se ha colocado de lado de las teorías de la
subyugación de las mujeres. No es un accidente el que los herederos religiosos
de esta tradición conservadora sean los agentes primarios de la reacción en
contra de la liberación en el momento presente.
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