Brasil: los efectos de la violencia delictiva en la mujer
* * copiado tal
cual del informe “Nosotras recogemos los platos rotos. La experiencia de la
violencia urbana para las mujeres de Brasil” de Amnistía Internacional (ISBN:
13: 978 - 84 – 96462)
En todo el país,
en miles de favelas y comunidades marginadas, millones de brasileños y
brasileñas viven bajo el control de bandas de delincuentes o facciones de
narcotraficantes. La ausencia del Estado ha creado un vacío que ha permitido,
en mayor o menor grado, que estas bandas dominen todos los aspectos de la vida.
Por ejemplo, imponen toques de queda, dirigen sistemas de transporte y aplican
castigos violentos por delitos menores. La vida diaria en estas comunidades
gira en torno a las guerras por territorios entre bandas rivales y las
incursiones violentas e irregulares de la policía. En la mayoría de los casos,
los residentes tienen que vivir conforme a las reglas de los grupos delictivos
mientras que la sociedad en general los considera automáticamente presuntos
delincuentes sólo por vivir donde viven.
Los efectos de la
violencia delictiva sobre las vidas de las mujeres son complejos y variados.
Las mujeres que son víctimas de la violencia no siempre son elegidas como
blanco específicamente por ser mujeres. Son cada vez más las mujeres que,
impulsadas por la necesidad económica o buscando posición social, colaboran con
las acciones de grupos delictivos y facciones de narcotraficantes, o incluso
participan directamente en ellas. Tratar las experiencias de las mujeres ofrece
una perspectiva nueva e importante sobre la devastación causada por la
violencia en las comunidades. Expone al análisis la indefensión que a menudo
sienten las comunidades atrapadas en un mundo en el que la criminalidad parece
ser el único medio de supervivencia y, al mismo tiempo, una amenaza constante.
VIVIR SIN
PROTECCIÓN
La magnitud de la
violencia armada en el Brasil de nuestros días es tal que en muchos casos sus
verdaderos efectos no se conocen debidamente.
En 2006, 34.648
personas murieron como consecuencia de la violencia armada en todo el país. Con
creciente frecuencia, estos homicidios no se circunscriben ya a los grandes
centros urbanos; los delitos cometidos con armas van en aumento en las ciudades
pequeñas del interior del país. El perfil de la mayoría de las víctimas sigue
siendo en gran medida el mismo: varones jóvenes afrobrasileños procedentes de
entornos desfavorecidos. Sin embargo, es evidente que los efectos de la
violencia delictiva no afectan únicamente a un grupo, y las experiencias de las
mujeres y niñas ofrecen una visión de las penalidades a las que hace frente
toda la comunidad. Las mujeres representan el 8 por ciento del total de víctimas
de homicidios, pero el número de mujeres que pierden la vida de forma violenta
va en aumento. En 1979/1981, el 9,6 por ciento de las mujeres que murieron como
consecuencia de factores externos (tales como accidentes o violencia) fueron
víctimas de homicidio. En 1997/1999 esta cifra había aumentado hasta el 17,7
por ciento; de éstas, a la mitad las mataron con un arma de fuego.
Muchos casos de
violencia no se denuncian. Varias mujeres dijeron a Amnistía Internacional que
al no haber nadie a quien recurrir, la violencia omnipresente se convierte en
«normalidad». La escasa disposición de las mujeres para denunciar la violencia
se hizo patente en las entrevistas efectuadas en los seis estados, y fue aún
más pronunciada en lo relativo a la violencia delictiva y la violencia en la
esfera pública, pues a menudo las mujeres se mostraron reacias a hacer
referencia a la presencia o las actividades de bandas de delincuentes o
facciones de narcotraficantes en sus comunidades. En 2003, en la ciudad de
Recife, varios grupos de mujeres comenzaron a documentar asesinatos de mujeres
de los que se informaba en los medios de comunicación y en las estadísticas
oficiales. Pernambuco, el estado cuya capital es Recife, registra la tasa de
homicidios per cápita más alta del país. Según cifras oficiales, 263 mujeres
perdieron la vida de forma violenta en Pernambuco en 2003. Esta cifra aumentó a
320 en 2004 y 323 en 2005, y en los primeros ocho meses de 2006 murieron de ese
modo 220 mujeres. Entre 1980 y 2000, el número medio de homicidios de mujeres
en Pernambuco pasó de 3,8 a 6,4 por cada 100.000 habitantes. En el resto del
país, la tasa también se elevó durante el mismo periodo, pasando de 2,3 a 4,3
por cada 100.000 mujeres.
El estudio reveló
también que, aunque la mayoría de los homicidios en Pernambuco se cometieron en
el ámbito familiar, un número cada vez mayor tenía lugar en espacios públicos,
como consecuencia de los crecientes niveles de violencia en la comunidad y de
la falta de políticas oficiales de prevención y protección.
La investigación
fue provocada por la publicación en los medios de comunicación de informaciones
sobre dos casos en el lapso de unos días. El 3 de mayo de 2003, dos chicas de
clase media, Maria Eduarda Dourado y Tarsila Gusmão, desaparecieron mientras
iban de excursión con sus amigos a una playa en el sur de Pernambuco. Diez días
después se encontraron sus restos en un cañaveral. Dos hombres que viajaban en
una furgoneta alquilada y que llevaron a las chicas en el vehículo fueron
acusados en este caso, aunque las pruebas en su contra eran endebles. Las
causas continúan abiertas ya que la Fiscalía las ha devuelto de nuevo para que
se lleven a cabo investigaciones adicionales. Los casos siguen recibiendo una
amplia cobertura en la prensa debido a la violencia del delito y al origen de
las chicas.16 En cambio, el caso de una madre y sus cuatro hijas que fueron
abatidas a tiros por varios hombres enmascarados en Alto Santo Aleixo, una
comunidad pobre a las afueras de la zona metropolitana de Recife, el 10 de mayo
de 2003, sólo recibió una cobertura periodística mínima. De hecho, sólo
apareció en los periódicos porque fue registrado como homicidio múltiple
(chacina, matanza en portugués) y porque el gobernador del estado no pudo
ofrecer protección al único testigo superviviente. En mayo de 2007, dos hombres
fueron declarados culpables y condenados a sendas penas de 139 años de prisión
por los homicidios. Sin embargo, la mayoría de los casos de homicidio que se
cometen en las comunidades socialmente excluidas no culminan en la puesta a
disposición judicial de los autores. Muchos de estos homicidios no se denuncian
porque los familiares temen represalias y tienen poca confianza en que se hará
algo para poner a disposición judicial a los responsables. La policía investiga
como es debido pocos de los casos que se denuncian, si es que investiga alguno.
Tales casos reciben escasa atención de los medios de comunicación, lo que a su
vez ayuda a ocultar el verdadero alcance de estos delitos y refuerza la
sensación de indefensión y aislamiento que tienen las personas que viven en las
comunidades excluidas. En consecuencia, las víctimas de esta violencia han
aprendido a sufrir en silencio.
El Foro de Mujeres
de Pernambuco (Fórum de Mulheres de Pernambuco), creado hace 15 años, ha
liderado una campaña para poner de relieve el delito «invisible » de homicidio
en todo el estado. Después de estos homicidios, el Foro comenzó a celebrar una
vigilia mensual en recuerdo de las víctimas y para pedir al gobierno del estado
que actúe. Es indudable que estas vigilias han surtido efecto. Han obligado al
gobierno estatal a reconocer que un número cada vez mayor de mujeres pierden la
vida de forma violenta y han permitido el acceso del movimiento de mujeres a
los responsables de las políticas.
Cuando el actual
gobierno del estado tomó posesión en 2007, creó la Secretaría Especial de la
Mujer (Secretaria Especial da Mulher) y puso en marcha dos planes de ámbito
estatal: el plan de seguridad pública denominado «Pacto por la Vida» (Pacto Pela
Vida), que incluye propuestas centradas en el género, y el Plan Estatal para
Hacer Frente a la Violencia contra la Mujer (Plano Estadual Para O
Enfrentamento da Violencia Contra a Mulher). Cuando se redacta este documento,
es demasiado pronto para valorar si estos planes se han aplicado de hecho.
En Bahía, las
mujeres hablaron a Amnistía Internacional de los intensos peligros que deben
afrontar, sobre todo en las comunidades de Novo Alagados. En una reunión
celebrada en la comunidad de Uruguai, un distrito pobre de Salvador, mujeres
que habían residido en Ilha do Rato, Novo Alagados, describieron el lugar como
extremadamente pobre, compuesto en gran medida por casas construidas sobre
pilotes en una región pantanosa. Los conflictos entre bandas de narcotraficantes
habían desembocado en niveles extremos de violencia. A residentes que habían
intentado oponerse a las bandas los habían matado o les habían propinado
palizas, y muchos se habían visto obligados a abandonar la comunidad. Sólo los
que eran demasiado pobres para marcharse se habían quedado en la comunidad y
vivían bajo el control de las bandas de delincuentes; la policía casi nunca
entraba en la comunidad.
La Universidad del
Estado de Bahía (Universidade do Estado da Bahia, UNEB) llevó a cabo un estudio
sobre la situación de las mujeres en situación de riesgo en Novo Alagados. El
estudio reveló niveles intensos de peligro y de miedo, y puso de relieve el
hecho de que muchas mujeres de estas comunidades corren un riesgo adicional por
vivir solas y ser cabezas de familia. En un número importante de casos esto se
debía a que sus parejas habían muerto de forma violenta o estaban en la cárcel.
Las mujeres cabezas de familia no sólo están en una situación económica y
social mucho más precaria, sino que corren un peligro directo de sufrir mayor
violencia delictiva.
El estudio reveló
que los hogares de las comunidades de Novo Alagados en los que el cabeza de
familia es una mujer eran invadidos con frecuencia por delincuentes que huían
de la justicia. Estas situaciones entrañaban para las mujeres y sus hijos e
hijas el peligro de sufrir violencia física y sexual. Además, las mujeres se
encontraban atrapadas: no podían denunciar las amenazas y la violencia de los
delincuentes por miedo a represalias y al mismo tiempo eran consideradas
presuntas delincuentes por la policía por dar refugio presuntamente a
delincuentes. Mujeres que intentaron denunciar delitos a través de las líneas
telefónicas de emergencia del estado interrumpieron la comunicación cuando se
les pidió que dieran su nombre y dirección. Amnistía Internacional fue
informada asimismo de que algunas mujeres habían resultado heridas o habían
muerto al saltar desde sus casas durante la marea baja intentando escapar de
delincuentes o en tiroteos.
Algunas mujeres se proveen de navajas como
único medio de conseguir alguna forma de protección. Muchas se ven obligadas a
abandonar sus hogares para ir a vivir con familiares en casas abarrotadas.
Las mujeres viven
en una situación de miedo constante a represalias o castigos a manos de
delincuentes. Durante una reunión con mujeres en una comunidad a las afueras de
Recife, quedó claro que las mujeres se callaban información sobre lo que
sucedía en su barrio. Amnistía Internacional averiguó más tarde que una de las mujeres
presentes era la esposa de un destacado narcotraficante local. Las que sí
reúnen el valor necesario para denunciar actividades delictivas ponen en
peligro su vida.
Las mujeres
también son blanco de acciones de represalia de las bandas de delincuentes. El
29 de junio de 2003, Verônica Maria do Carmo, de 41 años de edad, su hija
Priscila Fernanda do Carmo, de 13 años, y su sobrina Andréa Carla Santana, de
28 años, fueron secuestradas, violadas y asesinadas cuando regresaban a su casa
por la noche desde la casa de un familiar. El crimen recibió el nombre de
«matanza de Maranguape II», por el barrio de la ciudad de Paulista, en las
proximidades de Recife, donde las mataron. Se dijo que habían matado a las tres
mujeres porque el esposo de Andréa Carla Santana estaba involucrado en una
disputa relacionada con un punto de venta de drogas (boca).
Después de
numerosas manifestaciones, encabezadas por el movimiento de mujeres, la policía
investigó el caso. Los exámenes forenses efectuados por la policía revelaron
que las mujeres murieron debido a golpes propinados con palos y piedras. Los
responsables de estos homicidios fueron juzgados y declarados culpables. Sin
embargo, los responsables de la muerte de la cuñada de Andréa Carla
Santana, Adriana,
cuatro meses antes, no han comparecido ante la justicia. Adriana, que tenía 17
años, murió en una
fiesta que se celebraba con ocasión del Día Internacional de la Mujer, cuando
un hombre que estaba entre la multitud la utilizó como escudo en un intercambio
de disparos con otro hombre.
Las mujeres
también corren peligro si tienen problemas con las bandas de narcotraficantes.
En Restinga, una comunidad extremadamente pobre y violenta del sur de Porto
Alegre, Rio Grande do Sul, Amnistía Internacional tuvo noticia de que a una
mujer la ejecutaron con garrote y le insertaron un trozo de madera en la vagina
por no pagar sus deudas con traficantes.
LAS MUJERES Y EL
TRÁFICO DE DROGAS
En las comunidades
dominadas por bandas de delincuentes, la relación entre las mujeres y los
narcotraficantes es compleja. Los traficantes tienen un poder enorme sobre las
vidas de las personas de las comunidades que controlan. Son de hecho la ley,
administran castigos y ofrecen protección. En lo que respecta a las mujeres, se
los considera un medio de adquirir posición social, pero también son
responsables de abusos. La relación entre los miembros de la comunidad y los
traficantes se basa en el interés por parte del traficante y el instinto de
supervivencia por parte de la comunidad.
Durante muchos
años ha persistido el mito de que los narcotraficantes no permiten la violencia
doméstica contra las mujeres en sus comunidades. En realidad, a los traficantes
les interesa intervenir en los casos de violencia doméstica para tratar de
asegurarse de que las autoridades no entran en «su territorio». Sin embargo,
esto no equivale en modo alguno a respeto por las mujeres. Muchas personas,
entre ellas una mujer que había sido narcotraficante, dijeron a Amnistía
Internacional que los traficantes golpeaban regularmente a sus esposas y novias
y las sometían a abusos.
En todas las
comunidades que Amnistía Internacional visitó, le hablaron una y otra vez de
cómo los narcotraficantes utilizan a las mujeres como posesiones personales, lo
cual se refleja en las imágenes cada vez más deshumanizadas de las mujeres que
se encuentran en la música funk y en la cultura en general. Las canciones
llevan títulos como «Una bofetadita no duele» (Um tapinha não dói). Las mujeres
se convierten en trofeo –muchos traficantes cuentan con varias novias– o en
instrumento de negociación.
Sin embargo, es
cierto que algunas se sienten atraídas por los narcotraficantes. Un estudio
realizado por la Universidad de Coimbra y Viva Rio, respaldado por el Centro de
Estudios sobre Seguridad y Ciudadanía (CESeC), sobre las mujeres y la violencia
armada, entrevistó a varias mujeres de comunidades socialmente excluidas y
prisiones de Río de Janeiro. Las mujeres expusieron con claridad la atracción
que entrañaba la relación con un traficante: “Las mujeres adoran a los
delincuentes. ¡Dios mío, hasta te vuelves más bonita! Te vuelves más linda, más
poderosa. [...] Tienes una posición. Las chicas están infravaloradas. [...] Las
chicas de la favela no pueden permitirse un Gang, un PXC [etiquetas de diseño]...
el delincuente puede”. Renata, 17 años (citado en Tatiana Moura, Rostos
Invisíveis da Violência Armada: um estudo de caso de Rio de Janeiro, p. 53). “Creo
que es eso, todo es... la embriaguez del poder, del éxito. [...] Las chicas piensan
que el tipo que porta un arma puede darles una... una posición de cierto nivel
[...]” Reclusa de la prisión de Talavera Bruce, 31 años (citado en Tatiana
Moura, Rostos Invisíveis da Violência Armada: um estudo de caso de Rio de
Janeiro, p. 53).
Sin embargo, el
poder y la posición tienen un precio. En algunos casos las mujeres pueden pasar
a ser meras pertenencias. Amnistía Internacional recibió informes sobre muchas
mujeres que eran utilizadas como bienes muebles para saldar deudas relacionadas
con las drogas y deudas de prisión durante las visitas conyugales. Amnistía
Internacional tuvo conocimiento de que la esposa de un narcotraficante fue
«dada» a un político para saldar una deuda en Prainha do Lobato, Salvador. Las
esposas o novias principales de los traficantes quedan atadas a su estilo de
vida, y aceptan a otras mujeres o se ven obligadas a apoyar a sus parejas y
pagar sus deudas cuando están en la cárcel, a menudo bajo la amenaza de
violencia si no lo hacen. En Salvador se informó a Amnistía Internacional de que
en ocasiones las novias de los traficantes de drogas permanecen recluidas en
«cárceles privadas» durante largos periodos. La inseguridad y la violencia
pueden impulsar a su vez a las mujeres a hacer más cosas degradantes y
peligrosas.
[Muchas chicas piensan
así:] «Tengo que guardar el arma de mi marido aquí en casa; si no, él irá a
guardarla en la casa de otra». Vecino de la comunidad de Cidade de Deus, (citado
en Tatiana Moura, Rostos Invisíveis da Violência Armada: um estudo de caso de
Rio de Janeiro, p. 54). Desde la ocultación de armas hasta el transporte de
drogas, las mujeres les resultan útiles a las bandas de narcotraficantes porque
legalmente no pueden ser registradas por agentes de policía varones y también
se las considera desechables.
“Nunca he usado un
arma. Las mujeres no... son más los hombres. Ah… pero he visto a muchas chicas
llevar el arma del chico, para que él robe. Ella se la lleva, luego él comete
el atraco y después le entrega el arma a ella para que la lleve de vuelta a la
favela.” Beatriz, 17 años (citado en Tatiana Moura, Rostos Invisíveis da
Violência Armada: um estudo de caso de Rio de Janeiro, p. 57).
Las adolescentes y
las mujeres son elegidas con frecuencia para transportar drogas y armas de un
lugar a otro. La compleja y desigual relación entre los narcotraficantes y las
mujeres ha contribuido a que aumente el uso y el abuso de las mujeres en el
tráfico de drogas. Aunque las mujeres constituyen un pequeño porcentaje de la
población penitenciaria, se ha registrado un aumento del número de mujeres
encarceladas, especialmente por delitos relacionados con las drogas. En Río de
Janeiro, las mujeres representan sólo el 3,7 por ciento de la población
reclusa. Sin embargo, entre 1988 y 2000 el número de mujeres encarceladas se
duplicó con creces.18 Según estadísticas de junio de 2007 del Ministerio de
Justicia para el país en su conjunto, de las 419.551 personas encarceladas
25.909 eran mujeres, lo que representaba el 6,2 por ciento de la población
reclusa. En 1988, un censo penitenciario del estado de Río de Janeiro reveló
que el 36 por ciento de las mujeres privadas de libertad estaban recluidas por
cargos relacionados con las drogas. En 2000 esta proporción se había elevado al
56 por ciento.19 En el estado de São Paulo, casi el 40 por ciento de las
mujeres encarceladas entre 1991 y 1998 estaban recluidas por tráfico de drogas
o fraude.
Un estudio sobre
las mujeres encarceladas en São Paulo, realizado por el servicio pastoral de
prisiones de la Iglesia católica (Pastoral Carcerária) y el Instituto Tierra,
Trabajo y Ciudadanía (Instituto Terra, Trabalho e Cidadania, ITTC), vincula el
aumento del número de mujeres detenidas por narcotráfico con la introducción de
la Ley 6.368/76, que no hace distinción entre el transporte y el tráfico. En
consecuencia, a muchas mujeres utilizadas como «mulas» se les imponen condenas
de duración muy superior, comparables a las impuestas por tráfico de drogas.
Algunos traficantes han denunciado a mujeres utilizadas como correos de la
droga para desviar la atención de la policía de otras remesas de drogas más
importantes. Esto refleja también la dinámica de la relación entre el tráfico
de drogas y la policía y la humilde posición que las mujeres ocupan en el
tráfico de drogas, por lo general en el extremo más bajo de la cadena; tanto
los delincuentes como los agentes de policía corruptos las consideran
desechables.
En Río de Janeiro,
una mujer que había sido miembro de una facción de narcotraficantes dijo a los
investigadores de la universidad que se había unido a una banda de
narcotraficantes porque le ofrecía posición y poder. La mujer relató que
durante mucho tiempo había albergado el deseo de poseer un arma, y que cuando
la tuvo le dio una sensación de poder: “Y cuando comencé a andar con aquellos
tipos [que trabajaban en el tráfico de drogas], caramba, toda la gente que
antes me pegaba no me miraba a la cara. Bajaban la cabeza cuando me cruzaba con
ellos. Ya sabe, te das cuenta de cuándo la gente siente miedo de ti, ¿entiende?
Así que aquello me fue fortaleciendo cada vez más”. Citado en Mariana
Barcinski, Identity Construction of Reformed Criminal Women: A Systemic
Approach, Clark University, Massachusetts, 2006, p. 116.
Es evidente que el
poder y la posición son importantes para algunas mujeres. Sin embargo, a menudo
son las privaciones económicas y la exclusión de los servicios sociales lo que
impulsa a las mujeres a buscar alternativas en la delincuencia y especialmente
en el tráfico de drogas. En Sapopemba, en el este de São Paulo, algunas mujeres
dijeron a Amnistía Internacional que la falta de acceso a guarderías infantiles
y la precariedad del mercado laboral hacían que las mujeres buscaran trabajo en
el tráfico de drogas para poder estar en casa con sus hijos. Una mujer de 53
años recluida en la prisión Talavera Bruce por narcotráfico contó cómo se
involucró en el tráfico de drogas: “Entonces lo que me impulsó fue que quería
lo mejor para mis nietos. Fue pura ilusión... Entré por pura ilusión” (citado
en Tatiana Moura, Rostos Invisíveis da Violência Armada:um estudo de caso de
Rio de Janeiro, p. 61).
Ante todo, no se
han abordado las experiencias de las mujeres que intentan luchar contra el
tráfico de drogas o negociar un espacio de seguridad para ellas y sus familias
en un entorno controlado por las bandas de narcotraficantes. En consecuencia,
no hay políticas para proteger a las mujeres o impedir que se vean atrapadas en
estas situaciones. Todo intento futuro de abordar la seguridad pública debe
integrar esta perspectiva de género para que exista alguna esperanza de mejorar
las vidas de las comunidades afectadas.
Comments
Post a Comment