Brasil: mujer y violencia urbana
* * copiado tal
cual del informe “Nosotras recogemos los platos rotos. La experiencia de la
violencia urbana para las mujeres de Brasil” de Amnistía Internacional (ISBN:
13: 978 - 84 – 96462)
Joanna y Maria tienen 14 años. La mayor parte de los días pasan las horas escondidas debajo de
sus camas para ponerse a salvo de los tiroteos entre bandas de delincuentes que
tienen lugar a diario en su comunidad.
El hijo de Bárbara
murió a manos de la policía. Bárbara no pudo contener las lágrimas mientras
hablaba de los años que ha dedicado a intentar que los policías responsables comparezcan
ante la justicia. Su lucha continúa.
La hija de Paula
murió a manos de narcotraficantes. La mataron cuando se negó a decirles dónde
estaba su esposo.
Katia deja a sus
hijos encerrados en la casa cuando va a trabajar. Tiene miedo de que si salen
se sientan atraídos a unirse a las bandas de delincuentes, pero no puede pagar
el cuidado de los niños.
Patricia tiene que
cruzar la ciudad para someterse a controles prenatales. Esto es caro e
incómodo, pero no puede acudir al centro de salud local porque está en una zona
controlada por una facción de narcotraficantes rival.
Estas historias
permiten entrever cómo es hoy la vida de las mujeres en muchos lugares de
Brasil. En las comunidades socialmente excluidas, la vida de las mujeres se
desarrolla sobre el telón de fondo de una violencia delictiva y policial
constante. Los efectos de esta violencia sobre sus vidas son complejos y
profundos, pero sus relatos casi nunca se escuchan. En un debate que
tradicionalmente se ha centrado en la violencia armada, el principal objeto de
atención han sido siempre los hombres jóvenes, que constituyen la abrumadora
mayoría de las personas involucradas en la delincuencia armada, como autores y
como víctimas. Este informe se centra en los relatos casi nunca contados de
mujeres que se esfuerzan por vivir sus vidas, criar a sus hijos y luchar por la
justicia en medio de la violencia policial y delictiva.
Amnistía
Internacional se ha ocupado ya de la cuestión de las bandas de delincuentes en
otras publicaciones, ha condenado sistemáticamente las acciones de estas bandas
y ha puesto de relieve cómo la inacción del Estado a la hora de combatir la
violencia delictiva ha condenado de hecho a millones de personas a una vida
dominada por el miedo y el sufrimiento. Este informe expone algunas constantes
de las violaciones de derechos humanos contra las mujeres en particular.
Basándose en el trabajo de Amnistía Internacional en el pasado sobre seguridad
pública, examina cómo las mujeres hacen frente a niveles elevados de violencia
delictiva en ausencia de protección del Estado; cómo un número cada vez mayor
de mujeres se han visto involucradas, directa o indirectamente, en el
narcotráfico; y cómo en muchos casos el contacto de las mujeres con el sistema
de justicia penal no hace sino empeorar situaciones ya de por sí traumáticas.
Lo más preocupante es que identifica cómo desde hace decenios el Estado ha sido
directamente responsable de que las mujeres sufran ataques y violencia a manos
de bandas de delincuentes y de funcionarios encargados de hacer cumplir la ley.
Este informe se
basa en entrevistas con mujeres en seis estados –Bahía, Sergipe, Pernambuco,
Río de Janeiro, São Paulo y Rio Grande do Sul– que se llevaron a cabo en 2006 y
2007.
Amnistía
Internacional habló con madres que habían huido de sus hogares cuando bandas de
delincuentes se hicieron con el control de sus barrios, y con otras que habían
dedicado su vida a luchar por la justicia para familiares asesinados. Algunas
de las mujeres entrevistadas se habían visto involucradas en el floreciente
tráfico de drogas. Muchas mujeres nunca habían pensado que las penalidades o
los abusos que experimentaban eran constitutivos de violaciones de sus derechos
humanos, y en cambio se centraban en los abusos contra los derechos humanos que
sufrían sus hijos o su esposo. Pero fueron muchas más las que manifestaron
terror a hablar abiertamente, y sólo lo hicieron con la condición de que no se
hiciera público el nombre de su comunidad. Todas manifestaron una valentía
extrema ante las sobrecogedoras luchas cotidianas.
La violencia entre
los hombres tiene consecuencias para las vidas de las mujeres. Cuando una
familia se rompe porque han matado al padre o porque éste se encuentra en la
cárcel, la mujer carga con las responsabilidades adicionales. El cuidado de la
familia obliga a menudo a las mujeres a trabajar muchas horas para llegar a fin
de mes, y la falta de servicios asequibles para el cuidado de los niños hace
que sus hijos tengan que arreglárselas solos en la calle. Las escuelas son
violentas y están masificadas. En algunas ocasiones permanecen cerradas durante
días o incluso semanas a causa de los tiroteos entre delincuentes y policías.
Las mujeres de estas comunidades también sufren problemas de salud, y la
mayoría, si no todas, padecen alguna forma de trauma. Sin embargo, la atención
de la salud a la que tienen acceso es limitada, discriminatoria e inadecuada.
Las mujeres padecen
en realidad una triple discriminación: sufren violencia en el ámbito familiar y
en la comunidad, siempre en silencio; se las culpa del caos de su vida
familiar, causado en gran medida por la violencia; y son tratadas con dureza
cuando intentan acceder a los escasos servicios del Estado, sobrecargados de
trabajo, que deberían ofrecer ayuda.
Un dinámico
movimiento de mujeres ha causado ya impacto en la política del gobierno federal
de Brasil, a través de la aprobación en 2006 de la ley «Maria da Penha», que
ofrece diversas protecciones a las mujeres que experimentan violencia doméstica
(véanse las páginas 12 y 74]. La creación de un Ministerio de la Mujer
(Secretaría Especial de Políticas para las Mujeres, Secretaria Especial de
Políticas para as Mulheres, SPM) también ha contribuido a que las cuestiones
que afectan a las vidas de las mujeres tengan mayor resonancia. Sin embargo, la
experiencia de las mujeres en cuanto a seguridad pública y exclusión social
sigue estando desatendida en gran medida.
Es necesario
introducir reformas de gran alcance y carácter radical para afrontar la
violencia contra las mujeres en la comunidad. Ha llegado la hora de que el
gobierno examine con más amplitud la cuestión de la violencia contra las
mujeres, trabajando en las esferas federal, estatal y municipal para subsanar
las deficiencias que existen en la prestación de servicios, la elaboración de
informes y el análisis. En las áreas relacionadas con la seguridad pública, las
autoridades deben asegurarse de que las experiencias de las mujeres se integran
en las políticas y las prácticas a fin de que puedan satisfacerse las
necesidades de protección específicas de las mujeres, y de que la manera en que
se llevan a cabo las operaciones policiales y se aborda la seguridad pública no
agrave la discriminación y la violencia contra las mujeres de las comunidades
afectadas. Además, es esencial que se adopten medidas para garantizar el acceso
equitativo y efectivo a la justicia.
Las mujeres llevan
mucho tiempo en primera línea de la lucha por la justicia y contra la
impunidad. Como defensoras de los derechos humanos, abogadas y activistas, las
mujeres han sido fundamentales en la lucha por la protección y promoción de los
derechos y por el acceso universal a la justicia. Muchas mujeres tienen que
asumir este papel tras la pérdida de un familiar debido a la violencia policial
y a la inacción de las autoridades a la hora de impartir justicia.
El movimiento de
derechos humanos ha apoyado la lucha de las muchas mujeres que durante años han
arriesgado su vida para conseguir justicia para familiares que han sido
víctimas de homicidios ilegales o de tortura a manos de la policía. Muchas
mujeres han pasado a ser agentes fundamentales del movimiento de derechos
humanos como consecuencia de las experiencias que han vivido. Sin embargo, se
ha prestado escasa atención a los efectos que sobre las propias mujeres han
tenido las pérdidas sufridas y la lucha, en apariencia interminable, por la
justicia. ¿Por qué las mujeres han asumido la carga de jugarse la vida de este
modo? ¿Qué ha significado para ellas?
En mayo de 2007,
Amnistía Internacional se reunió en Río de Janeiro con un grupo de mujeres que
participaban en un proyecto organizado por la organización no gubernamental
(ONG) Viva Rio y la Universidad de Coimbra, respaldada por el Centro de Estudios
sobre Seguridad y Ciudadanía (Centro de Estudos de Segurança e Cidadania,
CESeC). Todas las mujeres habían perdido a familiares en matanzas policiales,
muchas de las cuales han sido objeto desde hace tiempo de campañas de Amnistía Internacional.
Este proyecto fue uno de los primeros intentos de abordar y estudiar las
presiones a las que se ven sometidas las mujeres y de estudiar formas de
apoyarlas como mujeres, en vez de centrar la atención en el caso que era objeto
de sus acciones de campaña. El proyecto ofrece asesoramiento y educación en
derechos humanos y constituye un foro para que las mujeres compartan sus
experiencias y ofrezcan y reciban apoyo.
Las mujeres
describieron la devastación y la sensación de abandono que sienten aquellas que
sobreviven a la pérdida de un familiar a manos del Estado, así como la
humillación y la desesperación adicionales derivadas de la larga y difícil
lucha por la justicia y por una indemnización. El Estado viola los derechos de
estas mujeres de tres maneras. Apoya abiertamente prácticas de actuación
policial que conducen a ejecuciones extrajudiciales. Perpetúa un sistema que en
cada etapa asegura que su acceso a la justicia sea extremadamente difícil, si
no imposible. Las condena a pasar grandes dificultades económicas y a la
vergüenza de luchar por lo que en el mejor de los casos es una indemnización
simbólica. Los costes para la salud, los medios de vida, las familias y la vida
social de estas mujeres son inmensos. Los cuadros de sufrimiento que las
mujeres describieron eran, en general, muy parecidos. Ante todo, todas ellas
habían dedicado prácticamente su vida entera a luchar por la justicia. Muchas
denunciaron que se sentían abandonadas por un Estado que nunca había estado
presente en sus vidas y ahora sólo interponía barreras para acceder a la
justicia. Todas las mujeres expresaron la sensación de que habían tenido que
hacer frente a la discriminación, aunque no todas residían en favelas. Pocas
tenían mucha fe en las instituciones del Estado, y a menudo su resentimiento
era mayor hacia los jueces que hacia la policía. Todas ellas veían la necesidad
de reiterar el hecho de que el familiar perdido era un «trabajador» o un
«estudiante» –no un delincuente– para cuestionar la justificación de los
homicidios que con frecuencia ofrecía la policía, aceptada generalmente por la
opinión pública.
Las mujeres
adujeron varias razones –el miedo, la debilidad emocional u otras
responsabilidades– para explicar por qué los hombres eran a menudo incapaces de
apoyar su lucha por la justicia. Algunos hombres sí ayudaban. En otros casos,
la falta de implicación había conducido a la quiebra de las relaciones
familiares. Muchas mujeres sufren dificultades económicas como consecuencia de
su pérdida. A menudo la violencia les priva de uno de los principales sostenes económicos
de la familia. En muchos casos, las presiones inherentes a la campaña por la
justicia les impedían trabajar.
Muchas mujeres se
quejaron de graves problemas psicológicos como consecuencia de la pérdida que
habían sufrido y de las presiones derivadas de la lucha por la justicia. La
mayoría tomaba alguna clase de medicación y pocas disponían de recursos, antes
de su contacto con este proyecto, para recibir tratamiento psicológico
sostenido.
Las mujeres
informaron de que habían recibido apoyo de sus comunidades y de sus vecinos.
Todas hablaron del apoyo y la fuerza que obtenían unas de otras. Muchas
entendían su papel como la lucha contra la impunidad y actuaban para ofrecer
solidaridad a otras madres, protestar juntas regularmente o brindar apoyo
durante actuaciones judiciales. Todas las mujeres parecen haber cobrado fuerza
gracias a su activismo recién descubierto, así como mayor confianza en sí
mismas, sobre todo después de que su lucha les abriera el acceso a ONG nacionales
e internacionales, a los medios de comunicación y a altos cargos de la
administración.
Descubrir las
verdaderas consecuencias de la violencia para las vidas de estas mujeres, más allá
de la pérdida inmediata, es de vital importancia para que el Estado llegue a
comprender el verdadero daño que su política de actuación policial violenta y
represiva está causando y cómo esto se agrava debido a la impunidad en que esa
actuación se sustenta. Las mujeres que quedan abandonadas a su suerte para
hacer frente a su pérdida y luchar por la justicia son también víctimas de
abusos contra los derechos humanos y tienen derecho a que se satisfagan sus
necesidades.
Las mujeres con
las que Amnistía Internacional habló transmitieron mensajes muy claros acerca
de cuáles son esas necesidades: seguridad auténtica; una fuerza policial que
las proteja a ellas y a sus familias; igualdad de acceso a la justicia para
todas las personas, sin tener en cuenta la clase social; protección para ellas
y sus familias a fin de que puedan continuar con su lucha en defensa de los
derechos humanos; y la necesidad de apoyo social y económico cuando sufren una
pérdida.
La Convención
Interamericana para Prevenir, Sancionar y Erradicar la Violencia contra la
Mujer (conocida como Convención de Belém do Pará) fue aprobada por la Asamblea
General de la Organización de los Estados Americanos (OEA) en 1994. La
Convención reconoce que toda mujer tiene derecho a una vida libre de violencia,
tanto en el ámbito público como en el privado. La Convención exige a los
Estados no sólo que condenen, prevengan y sancionen la violencia contra las
mujeres, sino también que adopten medidas específicas para abordar sus causas
fundamentales. La Convención de Belém do Pará ha sido ratificada por más países
que cualquier otro tratado interamericano.
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