Fianza

El miércoles pasado me dio por salir a andar a media tarde. A lo tonto a lo tonto estuve andando una hora larga y no me apetecía volver a casa andando así que cogí el autobús. Nada más subirme vi que el autobús iba medio lleno. Cuando me agarré a una barra noté que alguien me tocaba el culo – una parte de mi pensó que lo mismo alguien me había dado sin querer con una mochila o un bolso pasando para la parte de atrás del autobús, otra parte de mi volvió la cabeza para ver quién me había tocado el culo. Detrás mía me encontré con un tipejo absolutamente asqueroso: blanco, bajo, regordete, de cincuenta y tantos años, con pinta de no haberse duchado en semanas, con el pelo mugriento, con barba de 3 o 4 días, camiseta de camuflaje y sonrisa de niño travieso que no ha roto nunca un plato aunque lo pilles con trozos de vajilla buena entre los dedos. Lo fulminé con la mirada, volví la cabeza y me coloqué de forma que no pudiera volver a tocarme el culo. A los 2 o 3 minutos noté que me rozaban la entrepierna o hablando menos finamente el coño. Miré para abajo y vi el dorso de la mano del susodicho animalejo alejándose de mi entrepierna. Levanté la vista y vi que, efectivamente, el tipo se había acercado a mí. Quise pensar que podía haberme dado con el dorso de la mano, sin querer, en uno de los vaivenes del autobús a cuenta del tráfico pero al mismo tiempo corrí en plan posesa a sentarme en cuanto vi que uno de los asientos en la parte delantera del autobús se quedaba libre.

Dos paradas de autobús más adelante la señora que tenía sentada al lado se bajó y el gordo se me sentó al lado clavándome el codo en las costillas, abriéndose de piernas (lo de siempre: se les deben recalentar los huevos y están los pobres sufriendo todo el día y esperando como locos la hora de que llegue el autobús para sentarse ocupando asiento y medio para airearlos), y jugueteando con un transistor. Iba pensando en lo de los huevos recalentados cuando noté una presión en el muslo y era el tío que estaba haciendo como que cambia la emisora o sube el volumen del transistor con el dedo índice de la mano derecha y pasándome el dedo meñique por el muslo al mismo tiempo.

Ahí es cuando le aparté la mano de un manotazo y fui a sentarme a la fila de asientos de enfrente. No me senté como las personas normales. Me dejé caer en el asiento ocupando el máximo espacio posible y crucé una pierna por encima de la otra pero abriéndola y le dije: "don't even think about it, pal" colocando mi bolso en el asiento de al lado que estaba vacío. El tío se rió y me dijo que no hablaba inglés. Le dije que ni se le ocurriera venir a sentarse a mi lado. Después tuvo los santos cojones de levantarse sonriendo y hacer ademán de venir a sentarse a mi lado. En menos de 2 segundos pasé de niña de modales exquisitos educada en las teresianas a loca perdida y/o monstruo de la mitología griega con ocho mil serpientes en la cabeza. Sin perder la compostura, hablándole de usted, le dije que tenía que caérsele la cara de vergüenza por ir tocando a mujeres en el autobús, le pregunté quién se cree que es y le dije que es un trozo de mierda con patas. El tío se volvió a sentar y me dijo que no sabía de qué le estaba hablando mirando a un lado y a otro para ver si algún otro tío salía a defenderlo. Le dije que él sabía perfectamente de lo que estaba hablando y le pregunté que cómo se sentiría él si a su madre, esposa o hijas les hicieran algo así... Obviamente tuve que montarle un buen pollo porque hasta el conductor se metió en la conversación - un tiarrón enorme, negro como el carbón, de la República Dominicana, que me preguntó si estaba bien y si necesitaba que parase el autobús para bajar a ese impresentable. Mi parada era la siguiente así que le dije que no, que sólo necesitaba asegurarme de que el capullo no se bajaba detrás mía.

Total, esa tarde/noche hablándolo con mis amigas pensé que menos mal que no llevaba ni una pistola, ni un spray de pimienta anti violadores ni un taser (pistolas eléctricas o de dardos eléctricos que paralizan a tu atacante) porque entonces ya sí que la lio y acabo en las noticias de las 11:00 pm. Medio en broma medio en serio les pedí que empezasen a ahorrar para mi fianza porque el día menos pensado yo acabo en la cárcel a cuenta de estos cerdos autobuseros.

Cuando se me pasó todo el cabreo caí en la cuenta de que la suerte de no haber llevado protección en el bolso no era para él sino para mí. Yo llego a sacarle a ese cerdo un spray de pimienta o un taser y la que se busca un problema (¡y de los gordos!) soy yo por agredir a un ciudadano que estaba en su derecho de sobarme y acosarme todo lo que se le antojara. ¿Lo qué? Sí, queridas: vivimos en una falocracia. Aquí los únicos que tienen derechos son los sobones y violadores. Las mujeres tenemos que aguantar carretas y carretones. No aguantar que nos silben, nos piropeen, nos metan mano… es sacar los pies del tiesto y si sacas los pies del tiesto puedes acabar en la cárcel. No hay más que pensar en Patreese Johnson, Renata Hill, Venice Brown, Terrain Dandridge, Chenese Loyal, Lania Daniels o Khamysha Coates (las 4 de New Jersey) – todas mujeres a las que se les ha sometido a juicios paralelos y que han cumplido o están cumpliendo condenas por actuar en defensa propia. Por no hablar de Sakia Gunn que fue piropeada y asesinada en plena calle y el estado de New Jersey ha pactado una condena con el asesino dejando que conste en acta como atenuante que fue la chiquilla la que corrió hacia el cuchillo que la mató.

Lo he estado investigando y los taser son ilegales en el estado de Nueva York. Si me pillan con uno me puede caer una multa de hasta $1,000 y una condena de hasta 6 meses en una prisión federal. Si encima lo utilizo ni os cuento. Los sprays de pimienta no tengo muy claro si puedo usarlos alegremente o no, pero para comprarlos tengo que ir a una tienda de armas de fuego o a un gran almacén y tengo que enseñar mi carnet de no peatona y ellos toman mis datos como si estuviera comprando un arma de fuego. Es decir, que apañada voy si me pasa otra vez algo así porque más allá de montar un pollo tengo pocos recursos con los que defenderme.

Ahora que me niego a quedarme de brazos cruzados y a esperar dulcemente a que vuelvan a meterme mano en un autobús o donde sea. A la vejez viruelas, a mis 31 años y medio, he decidido apuntarme a clases de karate o defensa personal. He estado mirándolo y los gimnasios de mi zona tienen clases que ahora mismo no puedo permitirme así que voy a esperar a diciembre para ir a unas clases de defensa personal gratuitas para lesbianas, gays, bisexuales y transexuales en Brooklyn. De aquí a entonces, seguiré cogiendo el autobús esperando que no me roce o toque ningún salido de estos y si me encuentro con otro cerdo al que se le vayan las manos volveré a liarla.

No tengo por qué ser buena chica. No tengo por qué quedarme callada si me tocan. No tengo por qué pensar en qué dirá el resto de la gente. No tengo que dejar que me paralice la vergüenza. Cuando invaden mi espacio personal, cuando de las miradas y piropos pasan a las manos, no me queda más remedio que olvidarme de la buena educación, el saber estar y las formas. No creo que montarle un pollo a un salido suponga ponerme al mismo nivel. Rebajarme a su mismo nivel sería ir agarrándole el culo o el paquete a cualquier tío que me cruce por el autobús y hacerme luego la tonta.

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