Lidia Falcón: El gen del cemento

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© Lidia Falcón

EL GEN DEL CEMENTO

Estoy segura de que los españoles poseen el gen del cemento. El amor por el cemento es el mismo que Quevedo versificaba por el dinero, porque no hay plan de rescate de la economía en el que no se cuente con invertir en cemento. Cuando tan pomposamente el Presidente Zapatero y sus ministros de economía e industria han asegurado que están realizando el cambio de modelo económico, las ayudas para impulso del empleo en los Ayuntamientos, que les ha proporcionado el gobierno en millones contantes y sonantes, se han invertido íntegramente por sus alcaldes y concejales en cemento. En todos los pueblos y ciudades españolas, se han levantado las aceras, se han taladrado las calzadas, se han ampliado las avenidas y estrechado las calles, a veces con furia arboricida que ha talado miles de árboles centenarios. Esta frenética actividad ha convertido lugares habitables en lugares de pesadilla para sus habitantes. Calles cortadas, zanjas en las puertas de sus casas, desvío del tráfico, ruidos insoportables, trepidaciones que mueven los cuadros en las paredes, polvo que asfixia.

Se asegura que estos planes crean empleo, pero yo desearía saber si la construcción de escuelas, de ambulatorios y hospitales, de residencias de ancianos y de jardines de infancia, no proporcionaría los mismos puestos de trabajo. Y si de combatir el paro se trata me gustaría también conocer las cifras de desempleados de maestros, enfermeras, asistentes y trabajadoras sociales, y otros profesionales dedicados a la asistencia a los ciudadanos desde el nacimiento hasta la muerte, que serían muy oportunamente reducidas si pudieran trabajar en las instalaciones asistenciales y educativas que se construyeran.

Una amiga querida que durante cincuenta años ha compartido conmigo las vicisitudes de la azarosa vida que nos ha tocado sufrir, tiene ochenta y ocho y padece diversas y graves patologías provocadas por el maltrato que la dictadura le infligió. Enferma de tuberculosis en la adolescencia la sometieron a la agresiva terapia del neumotorax que le secó un pulmón, con las secuelas consiguientes, y ya ha tenido varios infartos. Permanece sola en casa porque muerto su marido, uno de los resistentes antifranquistas que penó veinticuatro años de cárcel, sin hijos y con una familia egoísta, no tiene nadie que la cuide diariamente. Una mujer de limpieza acude dos horas a la semana y le deja unos congelados en la nevera que ella puede cocinarse todavía. Eso es todo. Durante un tiempo pagó una cuota a la Cruz Roja para acceder al servicio de teleasistencia pero hace un par de años le comunicaron que ya no disponían de suficientes voluntarios y no podían ayudarla siempre que los llamara, por lo que dejó de pagar. En una ocasión en que sufrió un agravamiento de su estado llamó a la policía y esta acudió pero como no tenía la llave de la casa y ella no podía moverse de la cama hubo que llamar a los bomberos para que descerrajaran la puerta y la llevaran al hospital.

He acudido a los servicios sociales del Ayuntamiento para enterarme, después de las habituales esperas y vanas consultas con funcionarias malhumoradas e impacientes, que para que su caso entre en la lista de espera debe ir personalmente al distrito que le corresponde. Cuando explico que no puede salir de casa me indican que entonces haga la gestión un familiar y cuando, pacientemente, les informo de que sus familiares no cuidan de ella y que además en este tiempo de vacaciones están fuera de la ciudad, se limitan a encogerse de hombros y a responder que ese es el protocolo. Estoy temiendo que un día fallezca y solo se sepa cuando los vecinos se quejen del olor, como ha pasado tantas veces en nuestras insolidarias ciudades.

Asistentes sociales amigas me explican que tales respuestas corresponden al agobio con que trabajan sus colegas en todos los servicios públicos donde no disponen ni de personal suficiente ni de medios económicos. Hay una gran carencia de personal en hospitales, residencias de ancianos, centros de discapacitados, y solo para los casos más graves –ancianos impedidos que permanecen inmóviles en la cama -disponen de trabajadoras sociales que acuden ¡dos horas al día! para darles de comer y asearlos y eso siempre que no tengan familia.

Creo que se debería investigar, por el importante interés social del tema, a que se debe la obsesión de nuestras autoridades por dedicar todos los recursos económicos de que disponen al cemento, sin que se sientan de la misma manera motivados para atender las necesidades de los ciudadanos. Qué atractivo tiene el cemento que hipnotiza a ministros, alcaldes, presidentes de comunidades, concejales, consejeros. Ya hemos podido comprobar que los españoles debían de residir en cabañas y chabolas hasta los años sesenta en que comenzó el auge de la construcción, dado el número de viviendas que se han levantado desde entonces, aunque una buena parte de ellas se halle sin vender ni habitar, pero esa furia constructora atacó, por la propia dinámica de la sociedad capitalista, a los constructores privados –y ya hemos visto como ha acabado-, y ahora estoy hablando de la inversión pública.

No se construyen escuelas porque habría que contratar maestros, y al fin y al cabo ya tenemos los colegios religiosos, no se construyen hospitales porque habría que contratar médicos, enfermeras y auxiliares de clínica, y con el mismo propósito tampoco se edifican residencias de ancianos ni guarderías de niños. Incongruentemente, los dirigentes políticos tratan de evitar la contratación de personal cuando todas las medidas económicas que se toman dicen que están dirigidas a reducir el desempleo. ¿Quién puede desentrañar este jeroglífico?

© Lidia Falcón
www.lidiafalcon.com

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