Otra de animales

No sé qué día del fin de semana pasado, en San Francisco, en uno de esos bailes en institutos norteamericanos que tantas veces hemos visto en las películas, una adolescente de 15 años fue violada por un número todavía indeterminado de sus compañeros de instituto y antiguos alumnos. Cuando se corrió la voz de lo que pasaba en otra zona del colegio, varios chicos dejaron el baile y corrieron a ver si también ellos podían meterla en calentito. Hasta 15 niñatos llegaron a arremolinarse para no perderse detalle de la violación (quién sabe si también para grabarlo con los móviles y subir el vídeo a YouTube o Facebook) sin que a ninguno se le ocurriera llamar a la policía durante las dos horas y media que duró la violación. La policía ha detenido a un antiguo alumno mayor de edad y a un menor – ambos podrían ser juzgados por diferentes cargos que van de secuestro a violación –, ha interrogado a varios testigos dejándolos en libertad y sigue buscando al resto de participantes y/o mirones.

Cosas como esta son las que me pueden joder el día, hacer que pierda el apetito y que me entren ganas de pegarle un bofetón a la primera persona que me diga que las feministas odiamos a los hombres. No tengo hijos. Sin tenerlos, para mi es fácil decir que si un día me llega a casa la policía diciéndome que mi hijo ha sido testigo de una violación yo le pediría a el o la juez que lo mandase a la cárcel durante el tiempo que estimasen conveniente (cuanto más mejor) y que además le pusieran equis horas de servicio comunitario (las dos cosas, ojo). También es fácil decir que si mi hijo fuese un violador tendría los ovarios de pedir en el juicio que se le condenase a cadena perpetua o pena de muerte por la sencilla razón de que NO creo en la reinserción de los violadores. Amén de que o me quitan de delante a mi hijo violador o me lo cargo yo misma. Repito: no tengo hijos y los toros se ven siempre muy fáciles desde la barrera.

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