Eva Giberti: La víctima es la víctima
© Eva Giberti, Página
12
* * Eva Giberti es
coordinadora del programa “Las víctimas contra las violencias”, Ministerio de
Justicia, Seguridad y Derechos Humanos de la Nación.
El tema se les ha
escapado de los mensajes en los correos electrónicos y de las listas y foros
regulados por mujeres preocupadas e interesadas en el tema violencias contra el
género.
Ya no somos tan
sólo un grupo de mujeres que, en nuestro país y desde la década del 80,
introducíamos el tema violencia familiar en cualquier lugar en el que
participábamos; ahora las páginas de los periódicos, las voces de las radios y
las imágenes de la tevé abundan en advertencias, denuncias y promoción de los
derechos humanos de las mujeres.
Imposible
desconocer la existencia de golpeadores decididos a imponer sus prepotencias en
la vida de las mujeres y no alcanzan las excusas del imaginario social que
sostenía que “siempre fue así”, ni resultan graciosas las letras de tango que
se regocijan afirmando que “si no te rompo de un tortazo es por no pegarte en
la calle”. Y en cuanto una cumbia o un rap amaga con promover el estilo, desde
las legislaturas surge alguna diputada reclamando el límite para ese segmento
de educación que la música popular promueve.
Jamás supusimos
que el universo de golpeadores y de sus cómplices, admiradores, sostenedores,
justificadores y defensores retrocedería y esperábamos la aparición del recodo
desde el cual pretenderían avanzar. Recodos hubo muchos. Ahora el nuevo invento
resultaría ingenuo si no fuese peligroso. Reside en que en determinadas
instituciones oficiales, ante la mujer golpeada que denuncia al compañero que
forma parte de esa institución, se utilizará la palabra “entrevistada” cuando ingresa
en el circuito de admisión. Le tocará a ella demostrar que sus lesiones
estuvieron a cargo del golpeador. Hasta que lo demuestre legalmente no será una
víctima. Lógica que responde a una antigua historia relacionada con el Código
Penal Procesal, que depende de una sentencia relativa a la “denunciante” no
evaluable como víctima. Estamos frente a un cuidadoso respeto por el tramo
jurídico que involucre la violencia familiar, frecuentemente caratulada por los
jueces, una vez que se ha judicializado la historia, como “lesiones leves”
(procedimiento que torna muy complejo realizar estadísticas acerca de esta
índole de violencias clasificadas según una nomenclatura que elude su nombre
propio, fenómeno que encontramos en todo nuestro país).
¿Qué sucedería con
las estadísticas si siempre se procediera de ese modo, refiriéndose a
“entrevistadas”, por ejemplo cuando la víctima recurre a una institución
pidiendo ayuda o cuando nos llama por teléfono al número 137 –abierto los 365
días del año– para que la Brigada Móvil que atiende urgencias en violencia
familiar llegue a su domicilio y la conduzca a realizar la denuncia y al
hospital para ser atendida, además de buscarle un refugio transitorio?
¿Deberíamos pensar que esas mujeres refugiadas en un rincón de la casa y
abrazadas a sus hijos serán nuestras entrevistadas o las víctimas a las que
debemos auxiliar y asesorar?
Con la idea de
“entrevistadas” –negando en la admisión que nos encontramos ante una mujer
golpeada– empezarían a perder sentido las declaraciones de los organismos
internacionales que vienen calificando la violencia como lo hizo Kofi Annan,
secretario general de la ONU: “La violencia contra las mujeres y las niñas es
un problema con proporciones de epidemia, quizás la violación de los derechos
humanos más generalizada de las que conocemos. Destroza vidas, rompe
comunidades y detiene el desarrollo”. ¿Acaso Annan hablaba de “entrevistadas”?
Los médicos que
atienden en sus consultorios a una mujer que solicita atención y no cuenta que
la fractura de su brazo es producto de un golpe, ¿deberá considerarla
protagonista de una entrevista profesional y admitirla como “accidentada” en
lugar de alertarse ante una posible víctima de violencia familiar?
Otro modelo “de
vanguardia”
Este elude la
existencia de la víctima al hablar de “mujeres en situación de violencia”. El
argumento recala en una bienintencionada tesis: calificar a la víctima como tal
es estigmatizarla. Sabemos que estigma corresponde al latín stigma, marca
impuesta con hierro candente. O sea, quedará instalada de manera permanente.
Que es lo que le sucede a la mujer golpeada. Más aún, quienes trabajamos con
ellas años después de haber finalizado su relación con el golpeador, sabemos
que titubean en contar públicamente “yo fui una mujer golpeada”; es decir, el
recuerdo de haber sido infamada por la violencia no desaparece porque ahora
ella ya no la padezca y podamos luchar abiertamente contra ese delito. Parte de
la gravedad del mismo resulta de los efectos que esa violencia incrustó en la
víctima, aunque ella actualmente haya finalizado ese periplo.
La pretensión de
proponer la frase “mujer en situación de violencia” puede ser producto del
deseo de que ella sobreviva lúcidamente de esa situación, dado que ése es uno
de los principios básicos en el que trabajamos con mujeres golpeadas, puesto
que de una situación se emerge y de un estigma no. El punto de inflexión es
ése: la mujer podrá sobreponerse a la situación, la modificará –cuando pueda–,
pero la marca que puso en marcha y definió su necesidad de huir de la violencia
y de denunciar al golpeador está sostenida por la memoria del estigma con que
el golpeador la marcó. Es esa ferocidad de la marca la que se instituye en
potencial para defenderse.
Los argumentos de
los sueños de las mujeres que fueron golpeadas y eludieron la violencia, los
sobresaltos con que responden, años después de haberse separado del golpeador
ante contactos bruscos (empujones casuales por ejemplo), nos hablan de la
memoria marcada aunque en la vida se haya “superado” la experiencia como
víctima. La preocupación por la estigmatización reside en que se teme que sea
la comunidad la que descalifique a quien fue golpeada –lo que suele suceder– y
se supone que suprimir la palabra víctima y sustituirla por “mujer en situación
de violencia” logrará la maravilla.
Esa sustitución
semántica no educará a la comunidad, por el contrario, tiende a disimular que
hay golpeadores que producen marcas perdurables. “Mujer en situación de
violencia” se desliza hacia el achicamiento o encubrimiento de esa violencia a
la que se posiciona como “situacional”, es decir, modificable en sí y
transitoria. O sea, desconoce los femicidios en aumento.
También desconoce
la resolución de la Asamblea General de Naciones Unidas en 1985: “Se entenderá
por víctima a las personas que, individual o colectivamente, hayan sufrido
daños, inclusive lesiones físicas o mentales, sufrimiento emocional, pérdida
financiera o menoscabo sustancial de los derechos fundamentales, como
consecuencia de acciones u omisiones que violen la legislación penal vigente en
los Estados miembros, incluida la que proscribe el abuso del poder”.
El universo
preocupado por neutralizar los movimientos que actualmente transparentan la
gravedad de las distintas formas de violencia contra las mujeres genera
alternativas destinadas a revertir lo que en materia de esas violencias ya se
ha evidenciado como problema grave. Actualmente, apenas se sostienen los mitos
alrededor de la violencia familiar o doméstica pero se crean modelos propios de
la violencia simbólica, como los que acabo de enunciar. Lo cual propicia que
tengamos, cada día, una responsabilidad creciente: la inteligencia siempre
encendida y la acción irrenunciable.
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