Rosa Montero: Una más
© Rosa
Montero, El País
Comienza
2010 con su fugaz espejismo de novedad, pero por debajo arrastra viejos
problemas enquistados. Como el de X. Hace tiempo ya escribí una columna sobre
X, un joven de 34 años con trastorno límite de personalidad, dolencia mental de
la que se sabe muy poco y que todo el mundo se quita de encima como una patata
caliente. Todo el mundo menos las madres de los afectados, claro está, esas
mujeres desbordadas y acongojadas que son quienes se hacen cargo de los
enfermos, quienes dejan sus trabajos para dedicarse a cuidarlos, quienes se
encierran de por vida con el hijo en el domicilio familiar, convertido en
cárcel perpetua para dos, en pequeño infierno doméstico del que huyen a toda
prisa los demás, incluidos los padres demasiado a menudo.
Ahora
la madre de X vuelve a escribirme porque todo sigue igual, es decir, peor, que
es lo que siempre sucede cuando las malas cosas se eternizan. X nunca ha sido
físicamente violento, pero sí verbalmente, y le da por obsesionarse con
personas. Les acosa, les llama por teléfono a todas horas. Ahora está
molestando a una chica que le ha puesto varias denuncias, como es lógico: ser
perseguido así es muy angustioso.
Van a
meter a X en la cárcel, porque según el forense es consciente de sus actos.
Esto es típico del trastorno límite: no les diagnostican bien, no hay médicos
que se hagan cargo de ellos, no hay hospitales que los admitan. Si no fuera por
esas madres, ¿qué sería de ellos? "Mi hijo no está para ir a prisión, sino
a un centro donde le ayuden a superar sus crisis". X padece depresiones y
ha intentado matarse varias veces. "Hay muchas familias con este problema
y nuestros hijos acaban presos o suicidándose ante la impasibilidad de la
Administración. Ya no puedo más".
Me pide
que oculte el nombre del chico. Ella se llama Margarita y es una más entre
muchas madres semejantes.
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