Incesto y backlash sapero
© Gioconda
Batres Méndez
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EVALUACIÓN
DEL ABUSO SEXUAL INFANTIL
Un Instrumento para Administrar Justicia a las
Víctimas y una Respuesta al Backlash
A lo
largo del tiempo, muchas sociedades han ignorado los testimonios de las
aflicciones que aquejan a las mujeres y a los niños. Una muestra de ello es el
silencio histórico que ha existido sobre el incesto.
Por
cientos de años este crimen se ocultó con vergüenza y de esa forma generó no
solo impunidad hacia los ofensores sino también daños en la vida de quienes
fueron afectados por él.
En
Costa Rica, la lucha contra este delito inició en los años noventa. Empezó
dando mayor credibilidad a los niños y generando mayor cantidad de sentencias
contra padres, padrastros, abuelos y otros individuos que cometían estos
abusos. Así, el movimiento social del silencio se convirtió en el de la
denuncia. Esto resulta lógico pues, según los teóricos, los movimientos
sociales parecen evolucionar en círculos, en ciclos predecibles de atención y
controversia.
Dos
publicaciones de mi autoría, Del ultraje a la esperanza (Batres, 1997) y La
silla de la verdad (Batres, 1993) generaron acciones en este país que
impactaron la teoría y práctica sobre los delitos sexuales contra la niñez. Lo
más importante fue que se logró una erradicación inicial de los prejuicios
sobre el tema, especialmente aquel que afirmaba que los niños mentían sobre el
abuso sexual.
Esta
evolución de los conceptos y la aplicación de mejores prácticas de los procesos
judiciales dieron como resultado además, una disminución en la impunidad de
ofensores sexuales que, valga resaltar, son mayoritariamente hombres (Batres,
1997).
No está
de más señalar que la fuerte divulgación en diversos medios comunicativos
resulta un factor sumamente útil en esta lucha.
Un
contramovimiento
A
partir de los años noventa se desarrolla en Estados Unidos una oposición al
éxito de otro movimiento social: la lucha contra el abuso sexual infantil. Se
denomina backlash (Finkelhor,1994).
El
primer grupo que integra el backlash incluye a padres que han sido acusados de
abuso sexual, a algunos peritos expertos, especialmente del área privada, y a
padres divorciados. También se encuentran aquí algunos abogados que reciben
altas sumas de dinero por reunir literatura y argumentos que apoyen sus
razonamientos y les permitan defender a los abusadores.
Sus
argumentaciones se apoyan pricipalmente en los escritos de Gardner sobre
“Síndrome de Alienación Parental” -SAP- (1987) y Loftus (1994). Sin embargo, el
SAP no es aceptado científicamente como un modo confiable pues está sesgado
contra las mujeres y ataca a las mujeres profesionales y a los hombres
sensibles que trabajan en el campo (Cantón, 2003).
Dentro
de esta producción de literatura y falsos conceptos, apareció la noción de
memorias implantadas, difundida por la “Fundación de memorias falsas” de los
Estados Unidos, más o menos en ese mismo tiempo. Esta fundación la integraban
antagonistas a la existencia del abuso sexual, cuyas ideas han sido utilizadas
en las cortes de ese país y, muy recientemente, en el nuestro, pero que tampoco
tienen aval científico.
Es
importante aclarar que en lo referente a recuerdos recuperados en el abuso
sexual infantil se da una controversia; los principales impulsores de este argumento
son también la “Fundación de la falsa memoria” y su homóloga inglesa, la
“Sociedad de falsa memoria”. Se han realizado sin embargo pocas investigaciones
sistemáticas que confirmen estas tesis (Gelder M., López-Ibor, J., Andreasen,
N., 2004).
Pese a
la polarización existente, la mayoría de los estudios metodológicamente válidos
coincide en que puede haber un 10% de falsas denuncias. En este sentido,
Faller, Everson y Lamb (1997), después de una cuidadosa investigación, plantean
que la cifra es del 6%.
Cuando
Finkelhor (1994) se refiere al backlash señala, como sociólogo que es, que
estos movimientos ideológicos son frecuentes históricamente, pues los
movimientos sociales casi siempre tienen una contraposición posterior, llamada
backlash. Todos tienen ciclos predecibles, primero de atención y apoyo y luego
de controversia. Inician generando la atención pública y creando conciencia en
forma exitosa, para luego encontrar oposiciones.
En este
caso, la pugna consiste en organizar grupos que plantean sus propuestas en los
medios de comunicación, en la Asamblea Legislativa y en el Sistema Judicial.
También se emplea la inercia, es decir, la creación de obstáculos burocráticos
para las denuncias, el destinar pocos fondos a los problemas de la niñez y la
estimulación de la apatía del público.
El
segundo grupo que integra el backlash está compuesto por algunos “expertos” que
han reunido alguna literatura no científica (argumentos estandarizados) pero
ven esos razonamientos como científicos. Usualmente, estos planteamientos
afirman que los interventores de la Corte Suprema de Justicia se han
radicalizado a favor de los menores, los cuales pueden ser manipulados para
hacer denuncias falsas. Así se forma una especie de histeria colectiva o
cacería de brujas que ha terminado por cegar a esos profesionales.
Esto no
quiere decir que no puedan hacerse críticas a los peritajes o a los procesos
empleados por el sistema de justicia. Se sabe bien que estas son importantes
para dar lugar a los cambios. Empero, aquí se trata de un criticismo ilegítimo
que exagera las fallas del sistema.
Al
respecto, la psiquiatra Virginia Berlinerblau (2004) plantea (y aquí comparto
su posición) que mientras se creyó que la violencia intrafamiliar afectaba a
las clases bajas, las denuncias no molestaron mucho, pero al aparecer casos en
la clase alta, se advirtió que este mal cruzaba y afectaba a todos los sectores
sociales, a todas las profesiones y hasta los ministros y sacerdotes de
diversas congregaciones religiosas. De esta forma, se disparó con mayor fuerza
la reacción contraria.
Estos
ataques no son inocuos y tienen claros objetivos ideológicos. Es un andamiaje
que pretende desacreditar a quienes trabajamos con víctimas de abuso sexual
infantil, tal como sucedía en el pasado. Al colocar el tema en el ámbito de lo
ideológico y no como un asunto estudiado científicamente y avalado por gran
número de investigaciones y estadísticas le quita credibilidad y lo vuelve
vulnerable.
Además,
cuestionar la credibilidad de las víctimas, culpar a las mujeres como
principales victimarias y desprestigiar a los interventores de los procesos
judiciales, es un atentado contra la democracia y significa también un nuevo
abandono de las víctimas del abuso sexual.
Todos
estos argumentos se apoyan con fuerza en las publicaciones personales de
Richard Gardner (1987), crítico acérrimo del sistema de protección de la
infancia de Estados Unidos[1].
Él ha
afirmado que los niños podían idealizar a uno de sus padres mientras que
odiaban al otro, como resultado de la manipulación de uno de los progenitores.
En las estadísticas de Gardner, entre el 80% y el 90% de los casos la madre es
el progenitor acusado, pero esto contrasta con la experiencia de las cortes
latinoamericanas, donde más bien resulta al revés: del 80% al 90% de los
abusadores son los hombres.
Es
importante señalar que el SAP no ha sido sujeto de estudios empíricos ni
publicado en revistas científicas ni médicas para la revisión de los colegas.
El síndrome nada más consiste en las opiniones de Gardner, basadas en su
experiencia clínica.
En
Costa Rica, algunos peritos bien intencionados empezaron a usar esos argumentos
de Gardner, confundidos por la publicidad y por varios artículos publicados en
revistas, aparentemente científicas. En realidad, se trata de opiniones
prejuiciosas o de generalizaciones de los resultados de algunos estudios, pero
más que todo, lo que han hecho es jugar con la desinformación de los
interventores, una táctica común para defender a los criminales.
Se
demuestra así cómo la literatura distorsionada del backlash causa un daño
enorme al sistema de protección y a los derechos humanos de la niñez. Y aunque
debemos reconocer que algunas batallas entre los padres tienen como resultado
la utilización de los niños en contra de algún progenitor, esto no debe
interpretarse como una práctica que genere falsas denuncias ni como SAP.
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