Rafaela

Rafaela era una mujer maltratada por su marido a quien ni su propia familia creía. A pesar de informes que avalaban los malos tratos y de una orden de alejamiento, el juez no vio “pasión” suficiente en el testimonio de Rafaela como para condenar al marido así que lo absolvió. No sólo lo absolvió por un delito de malos tratos sino que también estimó necesario levantar la orden de alejamiento. A Rafaela no le dio lugar a enterarse de la sentencia ni a prepararse para la que se le venía encima. Unos días después, sin saber él tampoco el resultado del juicio, el marido cogió una hoz, buscó a Rafaela por su pueblo de Granada y se la cargó en pleno centro. Hay quien dice que el único culpable es el marido y que no podemos marear la perdiz buscando ahora más responsables. Yo creo que sí hay más culpables: el juez que no creyó a Rafaela y un sistema legal que permite que un maltratador tenga más derechos que su víctima. A un juez que en una sentencia dice que la víctima no le está echando el teatro que debiera, ¿para qué seguir dejando que siga juzgando? ¿para qué seguir pagándole un sueldo entre tod@s? lo que había que hacer era inhabilitarlo de por vida tanto para ejercer como juez como para dar clases de Derecho en cualquier facultad española. Si no responsabilizamos a los jueces cuando ocurran casos como el de esta mujer ¿cómo vamos a evitar que se repitan? Que no hay que culpar a los jueces dicen. No, vamos a seguir culpando a las víctimas si os parece. Manda huevos.

Rafaela ha sido una víctima más de lo que yo llamo “el síndrome de Bernarda Alba”. A saber: si Bernarda Alba insistía en que su hija era virgen porque la honra era lo más importante para todo el pueblo, los jueces españoles parecen insistir en que las mujeres que presentan una denuncia tienen que sufrir poco más o menos un martirio para que ellos vean que no son unas cualquieras y puedan creerse sus testimonios. Sería entonces un síndrome de Bernarda Alba pero a la inversa. Es decir, a los jueces españoles no les basta con que te violen: tienes que tener la vagina destrozada, los huesos de las piernas rotas, como mínimo una luxación de cadera y por supuesto haberte roto todas las uñas intentando sacarle los ojos a tu agresor. No les basta con que tu pareja te pegue, tienes que tener media cabeza abierta con un hacha, los dos brazos rotos, cardenalazos por todo el cuerpo, daños internos y estar al borde de la muerte. Además, en ambos casos, se espera de ti que te presentes en el juicio despeinada, llorosa, nerviosa, fuera de ti y montando un número. Si no te arrastras durante el juicio, a pesar de los informes policiales y periciales, es que no te han puesto la mano encima ni la polla dentro fíjate tú. Si no te quedas al borde de la muerte intentando defender tu “honra”, no te han violado ni maltratado: lo estabas pidiendo a gritos, te va la marcha y eres una calienta pollas.

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