¡Te voy a quemar viva!
© Eva Giberti, Página
12
La amenaza
comienza a reiterarse. Lo advierten las profesionales que atienden los llamados
al Centro de Llamadas que responde al número 137 del Programa Las Víctimas
contra las Violencias dependiente del Ministerio de Justicia, Seguridad y
Derechos Humanos.
Al escuchar la
angustiada voz de la joven mujer que reclamaba atención, las operadoras
registraron que distintas mujeres habían repetido el llamado con la misma
amenaza. La Brigada Móvil contra la Violencia familiar concurrió para
asistirlas. No obstante, el riesgo se mantiene latente. En particular si la
mujer sostiene su relación con el sujeto esperando que “él cambie”. Porque
“quizá lo dijo en un mal momento”. Neutralizar estas amenazas mediante
racionalizaciones ingenuas –debido al interés amoroso hacia esa persona– puede
desembocar en un ataque concreto. Es probable que el responsable, si es
acusado, niegue haberlo dicho o que, en caso de encontrar testigos de esa
amenaza, insista en afirmar “¡Estaba jugando! Lo dije en broma”. De manera que
prioritariamente contamos con el testimonio de quien fue amenazada.
¿Familiar o
doméstica?
¿Se trata de
violencia familiar o doméstica? ¿Y si el sujeto no es miembro de la familia de
la mujer amenazada? Cualquiera sea su posición en relación con ella, esta
amenaza está incluida en los contenidos de las leyes.
Es pertinente
revisar las expresiones violencia familiar y violencia doméstica, ya que ambas
seleccionan un segmento de víctimas que encubre y silencia el tema clave: la
violencia contra las mujeres.
Si se presentara
ante el Poder Legislativo un proyecto de ley que se refiriese a este tema
llamándolo por su nombre, violencia contra las mujeres, ¿sería fácilmente
aprobado? Es un interrogante que merece ser considerado. Pero si se menciona al
género –hablando de violencia de género– el reconocimiento de estas violencias
no tergiversa su contenido esencial. Hablar de violencia de género supone
(estadísticamente) que se trata de violencia contra las mujeres. Aceptado este
planteo, ¿cuál es el problema si nos referimos a violencia doméstica y/o
familiar?
Las expresiones
que focalizan una particular índole de víctimas, porque es necesario
distinguirlas para responsabilizarse por ellas y solicitar la sanción a sus
agresores, generan un recorte: se instituyen en “mujeres golpeadas”, o en
“víctimas de violencia”. Se instalan como “aquellas” a las que les sucedió –o
les sucede– algo terrible y a las que es preciso ayudar. Conclusión certera e
indiscutible.
Si refinamos el
análisis de estas dos expresiones, precisamos alertarnos y no distraernos
pensando que violencia familiar o doméstica es otro fenómeno propio de “la
violencia” que siempre existió. Cuando en realidad se trata, específicamente,
de violencia contra las mujeres.
Quienes sostienen
que “violencia hubo siempre” proponen neutralizar esta especificidad al
desconocer que los hechos violentos contra las mujeres construyen historia,
como lo evidencian las narrativas que, mediante el lenguaje, incorporan
herramientas para amenazar, dañar y matar. El incremento de la actual amenaza
“Te voy a rociar con nafta y voy a prender fuego” o “te voy a quemar viva” son
verbalizaciones que si bien no constituyen inventos propios de la época –ya que
el fenómeno existió previamente– la aplicación de esas frases adquirió actualidad
merced a las últimas historias conocidas. Enriqueció el imaginario social con
la incorporación del fuego como colaborador del ataque contra las mujeres.
Enriquecimiento que se postula a sí mismo como más refinado debido a las
huellas que puede dejar en la sobreviviente, además del espantoso dolor que las
quemaduras generan.
Dentro del campo
de las violencias familiares o domésticas (cualquiera de las dos expresiones es
semánticamente discutible), haber incorporado esta nueva amenaza, que
comprobadamente se reitera, alerta acerca de la premeditación que se pone en
juego: ha sido preciso pensar en el líquido que podría utilizarse, tener cerca
el fósforo o el encendedor y seleccionar la ocasión. También fantasear con los
resultados del hecho: “la dejo marcada para siempre”. O bien “la mato”.
La historia y la
narrativa
Esta índole de
crueldades forma parte de la historia de los actos violentos protagonizados por
el género masculino, mientras que la verbalización de lo que “se va a hacer” o
ya se llevó a cabo aparece como un nuevo estilo, propio de las narrativas que
caracterizan los ataques a las mujeres. La descripción se instituye como
narrativa histórica que enuncia o interpreta lo que se narra. Por ejemplo, la
milonga que canta “Si no te rompo de un tortazo es por no pegarte en la calle”
representa una ideología masculina muy cuidadosa, ya que advierte que para
pegar es mejor que no haya testigos. Se sigue pegando, preferentemente dentro
de los domicilios (el domus de los latinos) y en familia, familiar y doméstica.
La inclusión de la
amenaza por el fuego se actualizó como extensión de hechos cercanos
publicitados por los medios, o sea, dependiente de la época.
La violencia que
suscita la amenaza del fuego y su posterior puesta en acto reproduce el tiempo de
las mujeres quemadas en las hogueras de la Inquisición, incorpora el terror
previo de quien se imagina a sí misma envuelta por las llamas. Tiende a
historizar en el pensamiento y las sensaciones de la víctima un suceso
anticipado que conduce a la mujer a su propia imagen como una persona inerme.
Ella no podrá hacer cosa alguna, paralizada por el espanto y el triunfo de la
combustión. Lo cual es diferente de la amenaza del golpe.
Recortar este
sector de las víctimas de violencia familiar o doméstica –por razones
comprensibles y necesarias– arriesga descuidar la concepción de las violencias
contra las mujeres que nos involucra a todas. Aunque “a mí nunca me
violentaron”, como sostienen algunas congéneres, absolutamente desprendidas de
su propia realidad como integrante de las culturas patriarcales y sexistas que
nos regulan la cotidianidad.
Asistimos al
surgimiento de una “moda” en las políticas de las amenazas contra las mujeres
que se articulan con el estudio de las narrativas derivadas de distintas formas
de violencia actualizadas por los medios de comunicación según las
posibilidades de la época.
Estos sujetos
amenazantes a veces, asesinos en oportunidades, han aprendido cómo ejercer otra
forma de poder verbal. Alcanza con escucharlos una vez, habitualmente precedido
por golpes, para comprender que un asesino potencial disfruta al escucharse a
sí mismo. Quizá decida cerrar el circuito para escuchar los gritos de su
víctima. Esta “moda” transparentó una dimensión de la violencia masculina hasta
ahora escasamente ejercida. Ahora logró su plenitud.
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