Marina Nemat: "He visto todo, pero yo estoy viva y quiero contarlo"
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Marina Nemat, Georgina Higueras, El País
Llega
antes de lo previsto y me espera con una copa de Rioja. "Este vino está
muy bueno", dice saboreándolo, mientras cuenta contenta que este viaje a
Madrid era una "asignatura pendiente" porque "España fue el
único país" que le dio un visado para escapar de Irán cuando corría
peligro de muerte. Era el año 1990 y Marina Nemat, con apenas 35 años, ya había
sido encarcelada, condenada a muerte y violada por el verdugo con el que se vio
obligada a casarse y a cambiar de religión -se hizo musulmana- para seguir
viviendo. Un verdugo que volvió a salvarle la vida, protegiéndola con su
cuerpo, el día en que le mataron en una lucha entre bandas.
Marina,
de religión católica, estudiaba en un instituto de la minoría zoroástrica,
cuando el régimen de Jomeini, en 1981, "comenzó su revolución cultural
para tratar de unificar a todos los iraníes". Sus manifestaciones contra
el Gobierno y contra "las ignorantes guardias de la revolución que habían
sustituido a todos los profesores" la llevaron a la tristemente famosa
prisión de Evin (Teherán), a los 16 años.
Uno de
los guardias de la prisión, prendado de ella, consiguió que se le conmutara la
pena de muerte y, una vez casados, la buena relación que entabló con la familia
de su verdugo y marido le permitió escapar definitivamente de la cárcel. Viuda
y libre, se casó en la iglesia católica de Teherán con su antiguo novio.
Pregunta
cuál es el pescado más típico del restaurante, pide entusiasmada las cocochas y
vuelve al principio de la conversación. "Llegué aterrorizada con mi marido
y mi hijo de dos años. Sin dinero, sin hablar español y sin conocer a nadie. Yo
quería ir a Canadá, donde estaba mi hermano, pero vinimos a España porque nos
dio el visado", dice. Cáritas les ayudó y les recomendó que expusieran su
caso en la Embajada canadiense en Madrid. En solo siete días salieron hacia su
nuevo destino.
"Ahora
también he venido con mi marido. Queríamos ir al hotel Madrid, donde nos
alojamos entonces, pero ya no existe", cuenta mientras saborea las setas y
pregunta cómo se cocinan. "Trabajé 13 años en restaurantes de Aurora, el
pueblo de Canadá donde vivo. Empecé en el McDonald's", dice riéndose, "luego
fue mejor".
Cuando
llegan las cocochas no tiene adjetivos. Sorprende tanta capacidad de disfrutar
en una persona con un pasado tan duro a sus espaldas. "Soy una
superviviente y reivindico el derecho de todos nosotros a hablar. Irán es mi
problema. He sido testigo de la muerte de mis amigos, de asesinatos masivos...
Yo estoy viva y quiero contarlo", dice al reivindicar todo lo que cuenta
en su libro La prisionera de Teherán, que algunos presos políticos que estuvieron
en la cárcel de Evin critican por sus falsedades.
"Tardé
20 años en poder contar el horror que viví", subraya Marina Nemat. "Necesité
explotar para contarlo, y exploté el día que murió mi madre, cuando mi madre me
dijo que ella me había perdonado. No se puede culpar a las víctimas y mi madre
me culpó siempre de que me violaran, me encarcelaran y me forzaran a cambiar de
religión. Entonces dije 'basta'. Se acabaron los silencios. El miedo va más
allá del amor filial", afirma la escritora, que ha sacado un nuevo libro
sobre su experiencia personal, Después de Teherán, que, de momento, solo ha
aparecido en inglés e italiano.
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