La verdad sobre el abuso sexual infantil
© Gioconda
Batres Méndez
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La
verdad es que el abuso sexual infantil ocurre. Hay estadísticas serias
recientes en toda América Latina que cuentan con sistemas nacionales de
información bastante exactos y toda esa información coincide en que el abuso
sexual más frecuente es el intrafamiliar, en donde las niñas son abusadas
preferentemente por sus padres biológicos. Cada vez conocemos más la existencia
de niños abusados sexualmente, de preferencia en el ámbito extrafamiliar.
Ambas
victimizaciones las realizan mayoritariamente familiares, amigos y conocidos de
las víctimas (Batres, 1997; Herman 1992).
También
es verdad que no contamos con pruebas psicológicas que nos permitan conocer a
ciencia cierta si el abuso ocurrió o si es (o no) de carácter sexual, pues el
acto se perpetra en secreto y las evidencias físicas se dan en el menor número
de los casos (15%) (Batres, 2001).
A pesar
de todo, estas limitaciones con las que tenemos que lidiar no deben
considerarse una debilidad; son más bien, una realidad. Los grupos antagonistas
de la defensa de los niños han creído que son factores por donde se pueden
colar, para lograr que retrocedamos 200 años.
Contrariamente
a la opinión popular y profesional mayoritaria, las denuncias de abuso sexual
se encuentran solo en el 2% de las disputas por custodia, y de estas últimas,
sólo del 8% al 16,5% son falsas. Mientras que las falsas denuncias surgen por
una variedad de razones, la palabra “falsa” también puede implicar tanto
actividades erróneas como engañosas. Esta ambigüedad, junto con los prejuicios
de género, pueden conducir al descreimiento y la inculpación de las madres que
denuncian abuso sexual en el contexto de una disputa acerca del régimen de
visitas o de la custodia.
El
problema con las estadísticas también es controvertido. En Estados Unidos no se
han podido llegar a resultados numéricos coincidentes. Las cifras de denuncias
falsas oscilan entre el 6% (de acuerdo con Faller et al, 1987) y el 80% (según
lo denunciado por Underwager et al en un artículo presentado en la 94ª
convención anual de la APA realizada en 1986), lo que determina que los
estudios no son confiables.
Finalmente,
aunque no se ha encontrado un consenso científico para elaborar protocolos de
pruebas que nos aclaren las situaciones tan desafiantes y ambivalentes que hay
en el peritaje del abuso sexual infantil, una elaboración esmerada y
documentada y sin prejuicios es lo más recomendable. La objetividad es
importante en los peritajes y así se evita ser objeto de críticas desmedidas.
También
es fundamental mantener la mente abierta y ser humildes para aceptar cuánto
falta por aprender en este campo (Mena y Fernández, 2007).
Paradigmas
actuales en la evaluación del abuso sexual infantil
La
evaluación de los expertos en caso de abuso sexual es particularmente
importante porque generalmente, no existen más evidencias más que el testimonio
del menor.
En los
últimos 10 años, los psicólogos, psiquiatras y trabajadores sociales han ido a
los tribunales para asistir a los jueces, fiscales y defensores y validar la
presencia (o ausencia) de abuso sexual.
Una de
las situaciones que se debió enfrentar ocurrió en los años noventa, cuando se
vivían las grandes lagunas en las técnicas e instrumentos especializados para
determinar la presencia del abuso sexual. Justamente por la ausencia de teoría
en español escribí Del ultraje a la esperanza. Tratamiento para las secuelas
del incesto (1997). Actualmente contamos con suficiente experiencia clínica
para reconocer la multiplicidad de manifestaciones psíquicas y conductuales en
los casos de abuso sexual infantil.
Además,
la mayoría de nuestras evaluaciones en el inicio fue sustentada por el aporte
de investigadores de Estados Unidos; algunos de ellos fueron profesores
invitados por el Programa de Capacitación Contra la Violencia Doméstica del
ILANUD, el cual dirijo desde 1991. Entre los más relevantes teóricos y las
propuestas que acogimos, podemos mencionar: el “Síndrome del acomodo de Summit”
(en 1992), el “Desorden de estrés postraumático”, planteado en el DSM IV de
1995 y las “Dinámicas traumatogénicas” de Finkelhor y Browne (1988).
A
principios de este siglo prevalecía la tendencia de que los niños no estaban
capacitados para declarar; se creía que las presiones sociales o la sugestión
pesaban sobre el testimonio. Esto tenía relación con la gran influencia que las
teorías de Freud ejercieron sobre el pensamiento y la poca credibilidad que la
sociedad patriarcal concedía entonces a las mujeres y niños.
Los
estudios modernos sobre el testimonio de menores, víctimas de cualquier tipo de
abuso sexual, han seguido caminos diferentes, aunque complementarios.
Para
ejemplificar, un área de investigación ha estado centrada en la capacidad de
los niños para prestar la declaración. El grupo de investigadores está
representado por Goodman (1992) y sus estudios fueron concebidos para explorar
las capacidades de los niños para testificar en circunstancias normales. Él ha
analizado sus capacidades como testigos, en función de la edad y los métodos de
interrogatorio y la principal motivación de las investigaciones ha sido acabar
con los prejuicios en contra de esas declaraciones y además, protegerlos de los
abusos judiciales. Goodman (Goodman et al, 1994) demostró que los niños pueden
informar con exactitud sobre su victimización.
En
relación con el tiempo que pueden recordar el evento sexual, Ornstein (1992)
encontró que un niño es capaz de recordar satisfactoriamente estos sucesos en
los siguientes tres meses después de ocurridos, y además, la exactitud aumenta
en función de la edad.
Otra
línea de investigación representada por Bruck y Ceci (1999) está centrada en la
estructura de la entrevista y cómo la sugestión puede afectar diversas
prácticas de entrevista en relación con la exactitud de los informes (Batres,
2001).
Ellos
han analizado la influencia de técnicas que pueden sesgar el testimonio, como
la repetición de entrevistas, la posibilidad de información falsa y el uso de
amenazas y recompensas, y coinciden en que el porcentaje de casos en que estos
factores se dan son mínimos.
Además,
el estudio y desarrollo de técnicas que disminuyen la sugestión en los niños y
el resultado de estas investigaciones han logrado que se elaboren estrategias
con las cuales es posible aumentar la cantidad y exactitud de la información
aportada por el infante. Gracias a esto ha sido posible crear protocolos
específicos de entrevista.
Por
otra parte, como consecuencia del aumento en la conciencia y en el conocimiento
de la prevalencia del abuso sexual ocurrido en Estados Unidos y en Costa Rica,
gracias a los esfuerzos de diversas instituciones, entre las que se cuenta el
ILANUD y sus programas, la perspectiva se tornó más optimista. Los estudios
pusieron de relieve que los niños hacían descripciones bastante exactas y
podían resistirse a la sugerencia de los adultos. Es así como surgen los
estudios sobre atención y memoria.
Ahora
bien, en cuanto al grado de exactitud con que informan los menores, este varía
dependiendo de las demandas cognitivas de la situación, incluidas el tiempo
transcurrido, el tipo de preguntas hechas, los factores emocionales y sociales
que los rodean, la motivación para contarlo y la influencia del deseo de agradar
al entrevistador. Por eso, la investigación sobre la memoria revela la
importancia de tomar en cuenta las diferencias individuales, explicadas por
factores evolutivos presentes.
Es
importante recordar que la memoria no suele reproducir exactamente los sucesos,
pues implica diversas transformaciones, como las inferencias. Aún así, cuanto
más se repita o revise una experiencia, mejor será su recuerdo.
En el
caso de las estrategias organizativas propias de niños mayores de 7 años, los
conceptos pueden tener más significado. Tal es el caso de escolares de un
tercer grado por ejemplo, quienes son capaces de hacer agrupaciones parciales
de significados, tales como reconocer la simbología de la sexualidad en el acto
abusivo. Los preescolares por su parte, tienen escasas competencias y aún no
alcanzan esos niveles.
Otra
cuestión fundamental relacionada con la evaluación del abuso sexual es la
referente al análisis de la memoria y el trauma. La autora Elizabeth Loftus
(1994), basada en sus investigaciones sobre accidentes, propone que la memoria
traumática no necesita mecanismos explicativos especiales, es susceptible de no
ser exacta y se puede sugestionar.
Este
planteamiento es altamente peligroso y subyace en que el abuso sexual no es un
trauma ni altera los procesos de la memoria. Sin embargo, desde los
descubrimientos de Pierre Janet y Sigmund Freud sobre la memoria traumática
hasta la actualidad, pasando por quienes estudiaron y trataron víctimas del
holocausto o trastornos a sobrevivientes de abuso sexual, se puede ver que no
estamos equivocados.
Finkelhor
por su parte, apunta que el desorden de estrés postraumático en niños tiene sus
limitaciones porque no contempla aspectos evolutivos y cognitivos; según él,
las manifestaciones en los niños varían rápidamente al transcurrir la edad.
En el
cado de DSPT, no todos los niños abusados lo presentan, lo cual puede ser
también el resultado de interrogatorios repetidos u otros traumas en la
infancia. A pesar de esto, apoyado por otra serie de indicadores sigue siendo
un diagnóstico útil y válidoy es de gran peso clínico (Batres, Recinos y
Dumani, 2002).
También
Van der Kolk (1996), psiquiatra de Harvard conocido por sus estudios de la
memoria traumática, ha planteado que cuando se incrementa el estrés esta se
concentra en los detalles básicos, no en los periféricos. Por tanto, el DSPT
puede consolidarse y no presentar información narrativa, ya que la disociación
es un mecanismo frecuente. Él además, señala que las memorias traumáticas
anteriores a los 2 ó 3 años se organizan como memorias implícitas narrativas.
Esta posición ha sido utilizada por Loftus para afirmar que gracias a estos
fenómenos se producen las falsas memorias, pero pocas pruebas certifican o
avalan su posición (Cantón y Cortés, 2003).
Además,
los niños pequeños pueden reportar con precisión eventos de abuso sexual,
especialmente cuando la pregunta se dirige a la investigación de eventos
centrales, tales como el tipo de abuso, la vinculación y el sexo con el agresor
(Batres, 2001).
Con
respecto a esto, diversos estudios sobre el lenguaje infantil muestran que el
vocabulario de los niños es más limitado y menos descriptivo que el de los
adultos. Sus explicaciones suelen ser breves y pueden parecer escasas de
información. Sin embargo, los estudios centrados en el análisis del lenguaje
proveen mayores elementos para comprenderlo. Por ejemplo, no usan adjetivos ni
adverbios y las explicaciones son breves porque no pueden basarse en
experiencias pasadas que les permitan asociaciones que enriquezcan la descripción.
Además, emplean términos concretos (no genéricos) y su sintaxis es particular,
con una secuencia frecuente: sujeto, verbo y predicado. De igual modo, les
resulta difícil entender frases con preguntas simultáneas, con alguna negación,
las que piden su conformidad o refutación y las que incluyen un “¿Por qué?”
(Cantón y Cortés, 2003).
Por
último, aunque resulta es importante anotar que el concepto de sugestión ha
cambiado, puede ser definido como la medida en que las personas llegan a
aceptar y a incorporar información postsuceso en sus recuerdos. Se trataría de
un proceso inconsciente, por medio del cual se incorpora a la memoria. Esta sin
embargo, es una definición restrictiva pues la sugestión no es un rasgo
constante ni con independencia de las circunstancias: está determinada por
factores cognitivos y externos, como la situación de la entrevista, la
naturaleza de las preguntas y la fuerza de la memoria, y no implica una
alteración de la memoria subyacente (Cantón y Cortés, 2003).
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