Más vale una vez colorada que ciento amarilla

Creo que a estas alturas la fama de loca ya la tengo y la vergüenza a Dios gracias la voy perdiendo cada día más. Esperando al bus en la terminal de autobuses hace unas horas me ha salido el Rodolfo Valentino de turno rodeándome como si fuese un pavo, mirándome de arriba a abajo e intentando hacer contacto visual (yo estaba releyéndome el SCUM Manifesto de la Solanas). Me subo en el bus e intenta el notas sentárseme al lado. Le he dicho educadamente que por favor se busque otro asiento. Me habrá visto la cara de borde porque me ha hecho caso sin rechistar. Hace años ya no es que me hubiera puesto colorada al decirle algo, es que no se me habría ocurrido sugerirle a alguien que no conozco que se siente en otro asiento (lo veía como una falta de respeto y educación tremenda o algo que sólo hace una mujer que esté loca), pero se me pasó la tontuna de niña exquisitamente educada a fuerza de aguantar a salidos en el bus/metro y sentirme luego como una gilipollas por aguantarlos todo el trayecto. Si su educación brilla por su ausencia y ellos no me respetan (para el que no se haya enterado: tratar a una mujer como un trozo de carne es una falta de respeto entre otras muchas cosas), yo no tengo por qué tener consideraciones ni pasar fatigas ni dejar de pedirles amablemente que se cambien de sitio o que cierren las piernas. Esa es otra: he empezado a pedirles que cierren las piernas o directamente pegarles un rodillazo/muslazo pa'que las cierren reflejo y se acuerden de mí pa'los restos. El día menos pensado se me termina de ir la olla y le pregunto a alguno qué les pasa en los huevos (si se les recalientan, si les explotan) para tener que ir con las piernas tan abiertas.

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