Violencia doméstica lésbica

© María Jesús Méndez, MíraLES
Fuente: http://mirales.es/?p=20

MALTRATO FÍSICO Y PSICOLÓGICO EN PAREJAS LESBIANAS

«Fue un jueves, era verano, hacía calor y el día terminaba muy tarde. Carlos, uno de mis amigos de la oficina, propuso que nos fuéramos a tomar algo para celebrar el cumpleaños de una de las becarias. Yo dudé, como siempre. Carlos me convenció, tenía razón al decir que nunca salía con ellos. Le mandé un mensaje a Silvia, mi novia, con la que llevaba un año y ocho meses de relación y diez meses compartiendo casa.

Su mensaje de vuelta ponía una cara triste. Silvia siempre fue celosa, pero desde que vivíamos juntas la situación se salía de la normalidad. Las cosas que antes le gustaban, después las odiaba. Yo tengo un pecho muy bonito, grande, bien mantenido. Cuando la conocí me decía que le encantaban mis escotes, pero después, cuando convivíamos, se enfurecía si salía con ellos. “Eso es de una puta. ¿Crees que no me doy cuenta de que sólo te pones eso para llamar la atención de las chicas, y seguro que hasta de los chicos?”

Yo no soy una persona conflictiva, e incluso peco de tonta a veces. Para evitar problemas dejé de ponerme escotes y faldas muy cortas. Pero en vez de relajarse, Silvia encontraba otras excusas para ponerse celosa.

Ese jueves me sentía cansada de su actitud, así que puse el teléfono en silencio y me divertí con mis compañeros de la oficina. Nos reímos y conversamos mucho. A las once y media de la noche revisé mi teléfono y tenía 42 llamadas perdidas de Silvia.

Cuando llegué a casa, Silvia estaba sentada en el sofá, mirando hacia la televisión, aunque la tenía apagada. Tenía los ojos hinchados porque había estado llorando.

–Te llamé muchas veces.
–Ya lo sé, lo he visto. Estaba con mis compañeros tomando algo y no estuve pendiente del teléfono.
–¿Tomando algo? ¿Crees que no sé que eres una puta? ¿Crees que no sé que te estabas tirando a Carlos?
–¿A Carlos? ¿Qué estás diciendo? Mira Silvia, me voy a dormir.

Me fui al baño y cuando le estaba poniendo pasta al cepillo de dientes, Silvia le dio un manotazo y tanto el cepillo como la pasta se cayeron al suelo. Me agarró el pelo con fuerza, mientras me gritaba “puta”, “puta asquerosa”, “puta de mierda”. Yo empecé a llorar y a pedirle que me soltara; traté de empujarla pero me dio un puñetazo en la barbilla.

Me lanzó al suelo y me caí sobre la papelera. Se me rompió el labio y empecé a sangrar. Se fue a ver la televisión. Le subió el volumen casi al máximo.

Ahora veo esa escena en mi cabeza como si fuera una película, me veo tirada en el suelo, tragándome la sangre que me salía del labio, escuchando la tele, los anuncios de detergentes, de los bancos, sin fuerzas ni siquiera para llorar.

No sé cuánto tiempo pasé ahí, pero en algún momento Silvia apagó la tele y fue al baño. Empezó a llorar y a pedirme perdón. Decía que no quería perderme, que había perdido la razón al imaginarme con otra persona, que yo sabía que ella jamás me haría daño, que se quería morir.

Ahora recuerdo todo esto y no sé cómo pude, pero la perdoné. Es muy fácil criticar desde afuera, decir “yo nunca permitiría que me hicieran algo así”, pero es que hasta que no te pasa, no sabes cómo puedes reaccionar.

Estuve un año más con Silvia. Me pegó otra vez más, un día que había tomado más copas de la cuenta. Sólo pude dejarla con el apoyo de mis amigas y mi hermana. Estaba tan disminuida que sola no me sentía fuerte ni capaz de huir de su lado.»


SABER ESCAPAR DEL PELIGRO

La escena anterior, relatada por J. –que no quiere dar su nombre–, podría haberse evitado por dos caminos diferentes, asegura Mónica Gómez, sicóloga y terapeuta de parejas. Uno de ellos es la convencional terapia que se hace para solucionar los problemas que aquejan a la pareja. El otro es individual y consiste en desarrollar las habilidades necesarias para oler el peligro antes de que se presente y huir de él. «No es normal que tu pareja venga un día y de la nada te suelte un puñetazo. En estos casos, siempre hay síntomas de la violencia, que no necesariamente tiene que ser física. En la historia de J. ya había antecedentes. J. estaba dejando de ser la persona que era por la manipulación que Silvia hacía con ella», afirma la especialista.

Gómez asegura que, al contrario de lo que se cree, entre las parejas homosexuales pueden darse tantos casos de violencia como en las parejas heterosexuales. «Socialmente existe la idea de que un pareja formada por dos mujeres es una pareja donde abunda la ternura y no se dan los casos de malos tratos. He tenido pacientes que han dejado a sus parejas varones pensando que al lado de una mujer no tendrían problemas de violencia. Pero la verdad es que en muchas parejas lésbicas se presentan hechos de maltrato sicológico y físico.»

No es sólo llegar a las manos. El maltrato tiene muchas caras, tiene muchos caminos que conducen siempre al mismo lugar: que la persona que lo padece se sienta miserable, triste, desvalorizada y profundamente afectada en su autoestima.

La violencia sicológica parece socialmente menos importante que la física, pero se da con más frecuencia. Las descalificaciones, las críticas ofensivas, las amenazas y las manipulaciones para que la pareja no deje una relación o haga lo que la otra desea pueden darse más habitualmente y justificarse más que otros tipos de violencia.

«El maltrato psicológico hace menos ruido que el físico, incluso las personas que lo sufren no suelen reconocerlo como tal. Pero funciona como un cáncer que se extiende en silencio, lo va enfermando todo y cuando se repara en él el daño puede ser infinito.»


CASTIGO PSICOLÓGICO

Lourdes y Bea se conocieron por Internet. Lourdes no había estado nunca con una chica y se dejó impresionar fácilmente por el currículum amoroso de Bea, que incluía seis novias, más de quince amantes y un número indeterminado de admiradoras al pie del cañón.

La vida abultada de conquistas amorosas de Bea escondía una inseguridad muy potente, que más pronto que tarde comenzó a mermar las ilusiones de Lourdes.

«Yo no tenía experiencias, era más inocente, tenía cuatro años menos que ella y me enamoré de esa manera que te ciega. La admiraba, la tenía en un pedestal y ella, en cierta manera, se aprovechó de eso.»

Ante alternativas de panoramas, Bea era la que siempre escogía qué hacer; solía imponer no sólo su voluntad, sino también sus criterios. Cuando Lourdes expresaba sus ideas acerca de temas tan variados como la política o las relaciones, Bea le discutía hasta el punto de ridiculizarla por sus pensamientos.

«A veces era una chica maravillosa, cariñosa y divertida. Me decía que me quería más que nadie. Pero otras veces cualquier tontería la molestaba y cambiaba totalmente. Era cruel para decir las cosas, sobre todo críticas. Y era muy lista para manipularme. Si algún día iba a hacer algo que a ella no le parecía bien, como salir sola o con mis amigas o irme al pueblo un fin de semana a ver a mi familia, trataba de convencerme de distintas maneras, a veces poniéndose muy cariñosa, diciendo que no la dejara porque le encantaba estar conmigo, que lo pasaríamos mejor juntas. Si yo decía que no, se ponía borde, me trataba mal, me decía que yo la utilizaba, que no me preocupaba de ella, que era egoísta. Si ahí yo seguía sin ceder, comenzaban las amenazas, a decir cosas como que lo que yo hacía me lo devolvería ella igual, que no me quejara si ella ya no tenía más ganas de estar conmigo o se buscaba a otra chica que sí la quisiera de verdad. Yo normalmente me quedaba y dejaba a un lado mis planes. Pero si alguna vez pasaba de ella y me iba igual, pasaba temporadas de indiferencia, en las que me miraba y hablaba con desprecio. Al final lo que pasaba era que yo dejaba de hacer mi vida porque le tenía miedo. Y Bea siempre se salía con la suya.»

El maltrato sólo conduce a pérdidas. Perder autoestima, perder seguridad, perder amor propio. «Todas las personas tenemos problemas no resueltos que normalmente arrastramos desde la infancia. Éstos suelen interferir en las relaciones de pareja, estorbar y herir profundamente si no se resuelven. Una persona que sufre violencia en cualquiera de sus facetas pierde su autoestima y en ocasiones puede sentirse irracionalmente amarrada a la persona que le maltrata. Por su parte, la maltratadora también sufre de baja autoestima. El no creer en el propio valor lleva, por ejemplo, a una persona a montar una escena de celos o a los gritos e insultos.»

Según explica Mónica Gómez, reforzar la autoestima es una excelente manera de evitar ser víctima de maltrato. Se empieza por la aceptación plena de sí misma. Por cambiar la idea de gustarles a los demás para preferir gustarse una misma, y jamás decir que sí cuando en realidad queremos decir que no.

© María Jesús Méndez, MíraLES
Fuente: http://mirales.es/?p=20

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