Islam y feminismo: la apertura de un nuevo diálogo
* * * texto de Ziba
Mir-Hosseini sacado del dossier "Feminismos" del Centro de Investigación para la Paz (CIp-Ecosocial)
publicado por FUHEM que a su vez sacó el material del Boletín ECOS nº 14, de
CIP-Ecosocial, publicado en marzo de 2011 con motivo de la celebración del Día
Internacional de la Mujer.
* * Ziba
Mir-Hosseini es antropóloga jurídica iraní e investigadora del Instituto del
Medio Oriente de Londres, SOAS, Universidad de Londres
El término
«feminismo islámico» cobró relevancia en los años noventa del siglo XX como
categoría para denominar la actividad de académicas y activistas feministas
asociadas al islam y al ámbito musulmán. Fui una de las primeras académicas en
utilizar el término para denominar una nueva conciencia de género que emergió
en Irán a principios de esa década, once años después de la revolución popular
de 1979, que condujo a una unión del poder religioso y el poder político en el
país. Desde entonces, se ha producido un intenso debate y publicado abundante
literatura sobre el «feminismo islámico», a la que he contribuido.
Inevitablemente, hay relatos divergentes sobre la naturaleza de este fenómeno y
sobre su origen y desarrollo.64 En este artículo me gustaría revisar este
término y exponer algunas reflexiones sobre la fuerte carga política que tiene
asociada, al igual que los elementos que lo componen: «islámico» y «feminismo».
OBJETIVOS
Me propongo dos
objetivos. El primero es explicar el contexto en el que yo misma he utilizado
el término y el tipo que feminismo que implica. Reflexionaré sobre este
concepto a la luz de los acontecimientos que culminan en dos hechos en 2009
que, según creo, muestran hasta qué punto el debate ha evolucionado, tanto
global como localmente: en primer lugar, el lanzamiento de Musawah, un
«movimiento global para la igualdad y la justicia en la familia musulmana», y
el segundo, la emergencia del Movimiento Verde en Irán. Musawah, creado en
Kuala Lumpur en febrero de 2009, establece vínculos entre los enfoques islámico
y de derechos humanos para construir un consenso entre las mujeres musulmanas
de diversas procedencias y perspectivas y para impulsar una reforma legal. El
Movimiento Verde se inició en Irán en junio de 2009 como protesta por unas
elecciones presidenciales fraudulentas, pero pronto se convirtió en un
movimiento más amplio de derechos civiles en el que las mujeres iraníes han
sido el actor más destacado.
Mi segundo
objetivo es abordar la dimensión política y retórica del debate, así como la
creciente literatura sobre «feminismo islámico», y hacer un llamamiento a favor
de la claridad y la honestidad. El problema con el término «feminismo islámico»
es que sus dos componentes, «islam» y «feminismo», son conceptos controvertidos
que significan cosas diferentes para distintas personas y en contextos
diversos. Cada uno es tema de múltiples discursos y de perspectivas muy amplias
que pueden abordarse a diferentes niveles. El punto de partida consiste en
preguntarnos ¿qué islam?, ¿qué feminismo? Estas cuestiones siguen sin abordarse
en la mayoría de los debates sobre feminismo islámico, ya sea en foros
académicos o activistas.
DEFINICIONES
Empezaré con mi
propia definición de los dos componentes. Entiendo el «feminismo» en su sentido
más amplio: incluye una preocupación general sobre temas relacionados con las
mujeres, una conciencia de que las mujeres sufren discriminación en el trabajo,
en el hogar y en la sociedad a causa de su sexo, e incluye la acción dirigida a
mejorar sus vidas y a cambiar la situación. Existe también un lado
epistemológico del feminismo: es un proyecto de conocimiento en el sentido de
arrojar luz sobre cómo conocemos lo que conocemos sobre las mujeres, la familia
y la tradición religiosa, incluyendo leyes y prácticas que sustentan su
legitimidad en la religión; este conocimiento nos capacita para poner en tela
de juicio, desde dentro, el patriarcado, que está institucionalizado en una
tradición legal.
Por «islámico»
debo enfatizar firmemente su distinción respecto a «islamista». El «islamismo»,
tal como Richard Tapper y yo hemos definido en un texto, no es más ni menos que
el «islam político», esto es, el compromiso de acción en la esfera pública para
implementar lo que los islamistas entienden como la agenda islamista, que se
sintetiza en eslóganes como «el islam es la solución» o «la vuelta a la
Shari’a». «Islámico», por otra parte, cuando se une a un “–ismo”, como feminismo,
significa llanamente encontrar inspiración e incluso legitimidad en la historia
islámica y en los textos sagrados. Muchas mujeres inspiradas por estas ideas
prefieren denominarse, en todo caso, «feministas musulmanas». Ese es el caso de
muchas distinguidas activistas, como por ejemplo Zainah Anwar en Malasia y
Shahla Sherkat en Irán. Anwar ha afirmado «prefiero llamarme “feminista
musulmana” porque el término musulmana remite a un posibilidad de agencia
humana, y cómo yo, como ser humano, entiendo a Dios y la religión». No hay una
asociación necesaria entre «islámico» o «musulmán» con «islamismo» o el islam
político, como tampoco la hay entre «feminismo» con la carencia de fe o
inspiración religiosa. Invito a aquellas personas que implícitamente establecen
tales asociaciones a que las formulen de forma explícita y que las argumenten.
En cuanto a la
palabra «religión», en general, está llena de ambigüedades. Creo que quienes
hablan de islam, o, de hecho, de «religión» en relación al islam, con demasiada
frecuencia no llegan a hacer una distinción, ahora común cuando se habla de
religión en otros contextos, entre fe (en sus valores y principios) y
organización religiosa (instituciones, leyes y prácticas). El resultado es una
trampa polémica-retórica dominante de o bien glorificar una fe sin reconocer
los horrores y abusos que se cometen en su nombre, o condenarla al equipararla
a esos abusos. De igual forma, conviene evitar comparar «fe» y «política» y en
su lugar resaltar el enorme potencial político –de un término (el árabe din,
igual que «religión») que es tan ambiguo que puede englobar fe y creencia,
tradiciones legales y discursos, y estructuras organizativas y cargos,
tiene–pero es muy impreciso para el propósito del análisis.
Desde distintas
perspectivas, el problema radica en la noción de Shari’a. Existe la creencia
generalizada de que sabemos lo que es la Shari’a y, sin embargo, sus
significados son muy controvertidos. En el contexto europeo y para algunos
musulmanes la Shari’a se ha convertido en sinónimo de leyes patriarcales como
la poligamia y de castigos crueles como la lapidación y amputación de miembros.
Sin embargo, para la mayoría de los musulmanes, es la esencia de la justicia,
mientras que para los islamistas la es una ideología política muy poderosa. En
la tradición musulmana, sin embargo, la Shari’a es, por lo general, un concepto
teológico y ético más que jurídico; se asocia a lo sagrado y alude a la
totalidad de la voluntad de Dios tal como fue revelada al profeta Mahoma.
En mis
aportaciones he pretendido respaldar la diferencia –claramente establecida y
mantenida en los textos legales clásicos del islam– entre Shari’a
(literalmente, «el camino») y fiqh (literalmente, «el entendimiento»). Mientras
que el primer término alude a la ley revelada, el segundo es la ciencia de la
jurisprudencia musulmana, el proceso de los intentos humanos para discernir y
extraer reglas legales de las fuentes sagradas del islam, junto con las “leyes”
que resultan de este proceso. Lo que conocemos como Shari’a es sólo una
interpretación, una forma de entenderlo; mientras que fiqh –como cualquier otro
sistema de jurisprudencia o ley– es humano y mundano, al tiempo que temporal y
local. Cualquiera que reivindique que una ley concreta o regla legal es Shari’a
está reivindicando una autoridad divina para algo que de hecho es una
interpretación humana. Creo que es crucial considerar esta distinción, separar
lo sagrado del cuerpo legal de leyes comúnmente subsumido bajo la etiqueta de
Shari’a o ley islámica. Sin esta diferenciación, la reinterpretación y el
cambio legal se hace difícil si no imposible.
Punto de inflexión
En 1979 dos hechos
marcaron un punto de inflexión en la política en las relaciones entre el islam
y el feminismo, ambos globales y locales. El primero fue la adopción por parte
de la Asamblea General de la ONU de la Convención para la eliminación de todas
las formas de discriminación contra la mujer, que dio un claro mandato legal
internacional a la noción de los derechos de la mujer como derechos humanos y a
quienes abogaban por la igualdad entre mujeres y hombres. El segundo evento fue
la revolución iraní que marcó el fin de la monarquía respaldada por EE UU e
introdujo la República Islámica, que buscó (re)introducir leyes conforme a la
jurisprudencia islámica tradicionalista. Esto marcó un punto de inflexión en el
renacimiento del islam, tanto como fuerza espiritual como política, y en
algunos países musulmanes abrió la puerta para revertir el proceso de
secularización de las leyes y el sistema legal que había empezado con
anterioridad.
Las décadas que
siguieron fueron testigo de una expansión concomitante, global y localmente, de
dos marcos de referencia opuestos e igualmente potentes. Por una parte, el
marco de derechos humanos e instrumentos tales como la Convención para la
eliminación de todas las formas de discriminación contra las mujeres brindaron
a las activistas por los derechos lo que más necesitaban: un punto de
referencia, un lenguaje y las herramientas para resistir y desafiar al
patriarcado. Durante la década de los ochenta del siglo XX se produjo la
expansión del movimiento internacional de mujeres y de las ONG de mujeres en
todo el mundo, incluyendo los países musulmanes. A finales de los noventa, el
movimiento transnacional incidió aún más en la idea de que la violencia contra
las mujeres es una violación de los derechos humanos, logrando introducirla en
la agenda de derechos humanos de la comunidad internacional. En sus campañas,
las activistas por los derechos hicieron visibles varias formas de
discriminación y violencia de género enraizadas en tradiciones culturales y
prácticas religiosas; la protección contra esa violencia se convirtió en una
demanda clave.
Por otra parte, en
contextos musulmanes las fuerzas islamistas –en el poder o en la oposición–
empezaron a invocar el islam y la Shari’a como instrumento legitimador para dar
marcha atrás en el proceso de reforma y secularización de las leyes y los
sistemas jurídicos. Conectando con las demandas populares de justicia social,
el eslogan de los islamistas de «vuelta a la Shari’a» condujo a la implantación
de políticas de género regresivas, con consecuencias devastadoras para las
mujeres: códigos de vestido obligatorios, segregación de sexos y reinstauración
de castigos crueles y de anticuados modelos patriarcales y tribales de
relaciones sociales.
Todos estos hechos
aumentaron la brecha entre quienes se consideraban musulmanes religiosos y
quienes se definían como laicos, e intensificaron el conflicto entre islamistas
y feministas. Alimentado por viejos estereotipos, se reabrió la antigua
polémica entre islam y Occidente. Los islamistas pintaban el feminismo como una
extensión de las políticas colonialistas y una conspiración occidental para
minar el modo de vida musulmán, y de ahí que debía rechazarse en nombre del
islam. Muchas mujeres activistas por los derechos, por otra parte, atacaron las
regresivas políticas islamistas utilizando anticuadas narrativas orientalistas
del islam como inherentemente incompatible con la Modernidad y la igualdad de
género.
A principios de
los años noventa, el conflicto entre estos “-ismos” rabiosamente opuestos
encontró una especie de solución en la aparición de un nuevo discurso de género
que fue denominado «feminismo islámico». Sin embargo, la mayor parte de lo así
etiquetado desde la academia y los medios de comunicación rechazaba bien el
componente de «islámico», o bien el de «feminismo». Si procedían de un entorno
religioso y enarbolaban los derechos de la mujer dentro de un marco de
referencia islámico, querían evitar cualquier asociación con el término
«feminismo», y su activismo de género era una mezcla de conformidad y desafío.
Si procedían de un entorno laico y defendían los derechos de la mujer desde
discursos feministas más amplios, rechazaban ser incluidas bajo la etiqueta
«islámico» –aunque muchas de ellas situaban su feminismo dentro del islam–.
Aquellas vinculadas al islam político adoptaron posiciones contradictorias e
hicieron declaraciones confusas respecto a la equidad de género. Para ellas, el
proyecto más amplio de lograr el poder y establecer el Estado islámico fue
prioritario sobre la equidad y la democracia.
Por lo tanto, el
término «feminismo islámico» planteaba un problema . Las mujeres que nosotras
–la academia y los medios de comunicación– llamamos «feministas islámicas» no
hablan con una sola voz; las posiciones que adoptaron fueron locales, diversas,
múltiples y en constante evolución. Todas buscaban la justicia de género y la
equidad para las mujeres, pero no siempre coincidían en cuanto a qué constituye
«justicia» o «equidad» o las mejores formas de conseguirlas. Consideré fútil e
incluso contraproducente tratar de clasificar estas diversas voces en
categorías definidas y generar definiciones. Para entender un movimiento que
todavía se está formando, creo que debemos empezar por considerar cómo lo
describen sus oponentes, en otras palabras, las resistencias a las que ha
tenido que enfrentarse. Ha habido y aún hay tres grandes categorías de
oponentes al «proyecto feminista en el islam»: quienes se identifican como
musulmanes tradicionalistas, los fundamentalistas islámicos y los
fundamentalistas laicos. Los musulmanes tradicionalistas son aquellos que se
resisten a cualquier cambio en lo que consideran modos eternamente válidos,
sancionados por una Shari’a inamovible. Los fundamentalistas islámicos –o
islamistas– abogan por el islam político y persiguen cambiar las actuales
prácticas volviendo a lo que reivindican es una versión “más pura” de la
Shari’a, la que esperan implementar a través de la maquinaria del Estado-nación
moderno. Quienes se encuadran como fundamentalistas laicos niegan que leyes o
prácticas sociales basadas en la religión puedan ser justas, igualitarias o
relevantes en la actualidad; pueden llegar ser tan dogmáticos e ideológicos
como sus contrapartes religiosos.
Como cualquier
ideología, el islam político lleva la semilla de su propia mutación, que lleva
a algunas consecuencias paradójicas e inesperadas. La agenda islamista de
«vuelta a la Shari’a» y la defensa de reglas patriarcales como «la Ley de Dios»
como promotoras de un auténtico modo de vida islámico sacó del armario los
textos de jurisprudencia clásicos. Su intento de traducir las nociones
patriarcales de género en políticas provocó en las mujeres una creciente
crítica a tales ideas, y alentó el activismo entre las feministas laicas,
quienes ahora contaban con el respaldo de la legitimidad del discurso
internacional de derechos humanos. Un número creciente de mujeres cuestionó la
existencia de un vínculo inherente entre los ideales islámicos y el
patriarcado, y no encontró contradicción entre su fe y su aspiración a la
equidad de género. El islam político les dio por primera vez el lenguaje para
sostener una crítica de los sesgos de género de las leyes musulmanas de la
familia , y así abrió un espacio, una arena, para la crítica interna de las
lecturas patriarcales de la Shari’a sin precedentes en la historia musulmana.
Es cierto que siempre hubo algunos juristas y reformadores musulmanes que
argumentaban a favor de una interpretación igualitaria de la Shari’a, pero, en
mi opinión, solo a finales de los ochenta emergieron desde dentro de la
tradición voces críticas y un trabajo académico en forma de literatura que merezca
la etiqueta de feminista, en el sentido de que se apoya y alimenta de un
análisis feminista que inserta el género como categoría de pensamiento dentro
del conocimiento religioso.
Entre tanto,
después de los atentados del 11-S en EE UU se sucedieron las políticas de la
“guerra contra el terror”, las invasiones ilegales de Afganistán e Irak (ambas
parcialmente justificadas como promoción de la democracia y de los derechos de
las mujeres), las posteriores revelaciones de los abusos de Guantánamo, Abu Ghraib
y Bagram y el doble rasero empleado en la aprobación de las sanciones de la
ONU. Todo ello, a ojos de muchos, desacreditó tanto los derechos humanos
internacionales como los ideales feministas. Al mismo tiempo, el atractivo del
islamismo para muchos musulmanes se ha visto afectado por las violaciones de
los derechos humanos cometidos por islamistas extremistas en el poder,
principalmente los talibanes en Afganistán, la línea dura de la República
Islámica de Irán y los mandatarios de algunos otros países musulmanes. La
brecha entre estos ideales y las prácticas de algunos de sus defensores ha
suscitado de forma creciente acusaciones de hipocresía. Cuando la primera
década de este siglo ha dado término, tanto el «feminismo» –actualmente
identificado con las leyes de los derechos humanos internacionales y su
política– y el «islam» –actualmente reducido con frecuencia a los islamistas y
su eslógan de «vuelta a la Shari’a»– han perdido legitimidad y autoridad moral
entre numerosos colectivos.
Con estos
acontecimientos como telón de fondo, algunas de nosotras, como académicas y
activistas, nos unimos para la creación de Musawah, un movimiento global por la
justicia y la igualdad de la familia musulmana. Los acontecimientos del siglo
XX nos enseñaron que, dados los estrechos vínculos entre religión e identidad
política en los contextos musulmanes, no puede haber justicia ni cambio
duradero hasta que el patriarcado sea separado de la Shari’a. Sabíamos que si
queríamos abolir las leyes y costumbres patriarcales entre las poblaciones
musulmanas, no era suficiente –y a veces era contraproducente– rechazarlos como
anacrónicos o atacarlos solo sobre la base de los derechos humanos. Para lograr
un cambio sostenible y bien enraizado necesitamos diálogo y consenso; debemos
exponer las injusticias que surgen de las costumbres y leyes patriarcales y que
toman su legitimidad de una lectura concreta de los textos sagrados del islam y
ofrecer alternativas defendibles y globales dentro del marco de reconocimiento
de la igualdad y la justicia en el islam. Solo entonces nos podremos liberar de
la aparente disyuntiva entre la amenaza por parte de aquellas personas que
quieren imponer interpretaciones patriarcales de los textos sagrados del islam,
y la “panacea” de aquellas que luchan por un proyecto global hegemónico
neocolonialista en nombre de los derechos humanos y del feminismo.
Musawah fue
emprendido por Hermanas en el islam, el grupo de derechos de las mujeres de
Malasia que desde su fundación en 1991 no ha tenido reparos en ser tildado de
feminista e islámico. La idea original que inspiró la creación de Musawah fue
la campaña de las mujeres marroquíes en pro de una ley de familia igualitaria,
que se llevó a cabo con éxito en 2004. Tomando el eslogan de las mujeres
marroquíes –«El cambio es necesario y el cambio es posible»– establecimos
nuestra visión, principios y fundamentos conceptuales del movimiento en el
documento de «Musawah Framework for Action». Nuestro objetivo fue vincular a la academia y
el activismo y aunar nuevas perspectivas de las enseñanzas del islam, los
principios universales de los derechos humanos, los derechos fundamentales y
garantías constitucionales, y las realidades de hombres y mujeres de hoy con el
fin de defender que, actualmente, la igualdad en la familia musulmana es tanto
necesaria como posible y que negar esa igualdad en nombre del islam y la
tradición debe ser firmemente rechazado.
Más allá del «islam» vs. «feminismo»
Concluiré
reuniendo los diferentes elementos de este texto y exponer explícitamente lo
que ha quedado implícito en mi razonamiento.
Primero, uno de
los asuntos fundamentales que han enfrentado las mujeres musulmanas en su lucha
por la igualdad es el vínculo entre las dimensiones política y religiosa de la
identidad en contextos musulmanes. Este lazo no es nuevo –hunde sus raíces en
la era colonial–, pero adoptó una expresión novedosa y bien diferenciada en los
setenta con el resurgimiento del islam como fuerza espiritual y política. Con
el fin de la era colonial, el ascenso de regímenes laicos y despóticos en los
países musulmanes y la represión de las fuerzas progresistas dejaron un vacío
que fue llenado por los movimientos islamistas. Fortalecidos de forma
espectacular por el éxito de la revolución iraní de 1979, los movimientos
islamistas ganaron impulso con el posterior fracaso percibido del comunismo.
Pero no fue hasta el ascenso de los neocon en EE UU y su respuesta a los
acontecimientos del 11-S –en particular, las invasiones de Afganistán en 2001 y
de Irak en 2003– cuando las mujeres musulmanas se encontraron en un fuego
cruzado. Ambas invasiones fueron parcialmente justificadas en nombre de “salvar
a las mujeres musulmanas”. Los neocon de EE UU y los partidos de derecha
europeos promovieron ostensiblemente a mujeres de procedencia musulmana tales
como Ayaan Hirsi Ali, quien ha aireado a los cuatro vientos su crítica de lo
que entiende por islam, aunque su conocimiento es en efecto tan dogmático y
patriarcal como el de los islamistas a los que se oponen.
Segundo, en las
últimas dos décadas del siglo XX el choque entre el islam político y el
feminismo dio lugar a un discurso de género que es islámico en su lenguaje y
fuentes de legitimidad aunque es feminista en sus demandas. Este nuevo
discurso, que apoya Musawah, ofrece un nuevo compromiso, un diálogo valioso
entre islam y feminismo. Un verdadero diálogo solo es posible cuando las dos
partes se tratan mutuamente como iguales y con respeto, de otro modo, será un
diálogo de sordos. Para iniciar tal diálogo debemos estar dispuestos primero, a
escuchar los argumentos de la otra parte y segundo, a cambiar nuestra posición
llegado el caso. El feminismo dominante necesita analizar su propia relación
tortuosa con la religión y reexaminar sus dogmas ahora que la religión ha
emergido en el espacio público y que se han cuestionado seriamente las tesis de
que la modernización supondría la limitación de la religión al ámbito privado.
Las feministas necesitan reconsiderar por qué y cómo durante el siglo XX el
feminismo se convirtió en firme aliado del laicismo hasta el extremo de que
para ser feminista tenías que ser laica. ¿Qué significa ser “laica” o
“religiosa” en el contexto actual?
Para aquellas de
nosotras comprometidas con la justicia para las mujeres en un mundo justo no
hay otra opción que reunir las perspectivas islámica y feminista. El
lanzamiento de Musawah no representa solo la inauguración de una fase en la
lucha contra los intentos islamistas de reinstaurar la desigualdad de género.
El surgimiento del Movimiento Verde en Irán en 2009 es otro de estos indicios.
Como se ha indicado desde numerosos foros de análisis, este movimiento puede
haber empezado como una protesta contra unas elecciones fraudulentas, pero
pronto se convirtió –y así ha seguido siendo– en un movimiento por los derechos
civiles en el que las mujeres iraníes han sido el actor más destacado.
Si mi análisis es
correcto, el año 2009 puede resultar haber sido tan importante como 1979. Los
acontecimiento en el mundo árabe a principios de 2011, que muchos –desde
Washington hasta Tel Aviv y Teherán– han interpretado como ecos de la
revolución de Irán de 1979, se han inspirado, de hecho, más explícitamente en
el opositor Movimiento Verde de 2009. Los islamistas en el poder, como sus
enemigos en los gobiernos occidentales, por no mencionar a los medios de
comunicación dominantes, continúan interpretando los acontecimientos en los
países musulmanes a través del prisma de dicotomías como “laico” vs.
“islámico”. Musawah y el Movimiento Verde han mostrado que esta dicotomía es
tan falsa como arbitraria, y los acontecimientos de 2011 están demostrando que
la lucha real –en la cual la lucha de las mujeres musulmanas por la justicia de
género ha sido rehén durante el siglo XX– es la que se libra entre el despotismo
y la democracia.
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