Aportaciones del feminismo negro al pensamiento feminista: una perspectiva caribeña
* * * texto de Violet
Eudine Barriteau sacado del dossier "Feminismos" del Centro de Investigación para la Paz (CIp-Ecosocial)
publicado por FUHEM que a su vez sacó el material del Boletín ECOS nº 14, de
CIP-Ecosocial, publicado en marzo de 2011 con motivo de la celebración del Día
Internacional de la Mujer.
* * Violet Eudine
Barriteau es catedrática de género y políticas públicas y directora del Centre
for Gender and Development Studies, University of the West Indies, Cave Hill,
Barbados.
Los estudios de
las mujeres han desafiado las ideas supuestamente hegemónicas que provienen de
la elite de hombres blancos. Irónicamente, la teoría feminista también ha
reprimido las ideas de las mujeres negras. A pesar de que las intelectuales
negras llevamos tiempo expresando una conciencia feminista propia sobre la
intersección de la raza y la clase en la estructuración del género,
históricamente no hemos participado plenamente en las organizaciones de las
feministas blancas.
Introducción
En este artículo
analizo, desde la posición de una feminista caribeña, algunas de las
contribuciones fundamentales del feminismo negro a la epistemología feminista,
para llamar la atención, a su vez, sobre su práctica invisibilidad. Recorreré,
por tanto, algunas de las principales herramientas conceptuales y recursos
analíticos que la teoría del feminismo negro aporta al proceso de creación de
conocimiento, útiles no solo para las vidas de las mujeres negras, sino que son
también relevantes para todas las mujeres. A lo largo de este proceso de
inventariado, de síntesis de algunas de estas contribuciones, reflexionaré
sobre la dimensión política de la producción de conocimiento y sobre la
potencial aplicabilidad, escasamente explorada, de los análisis teóricos del
feminismo negro para comprender las vidas de las mujeres caribeñas y africanas.
Hace tiempo que viene necesitándose esta reflexión, y muchas de las cuestiones
que aquí planteo no hallarán respuesta inmediata, es más, carecen de respuesta.
Lo que verdaderamente espero, por el contrario, es iniciar un debate acerca de
la relevancia de esta teoría para las mujeres independientemente de su
nacionalidad, etnia y raza. Espero contribuir con ello al avance feminista, con
independencia de la ubicación geográfica en la que las mujeres experimentan la
dinámica y la constante mutación de las relaciones de poder de género.
Incluso, a pesar
de que sostengo que la teoría feminista occidental y hegemónica es responsable
de la ausencia de reconocimiento a las aportaciones del feminismo negro, me veo
en la obligación de considerar hasta qué punto la academia y la práctica
feminista caribeña se han impregnado de sus aportaciones, y de no ser así,
indagar en las razones. ¿Cuáles son las principales cuestiones que pretende
afrontar el feminismo caribeño y cómo interseccionan con las herramientas
conceptuales que ofrecen las teóricas del feminismo negro? ¿Por qué no las han
utilizado conscientemente? ¿Hasta qué punto las conocemos?
Este artículo
surge en parte de un deseo de divulgar ampliamente las que considero que son
las fortalezas de la teoría del feminismo negro. Tengo mis sospechas (en buena
parte fundadas) sobre a qué obedece que esta disciplina académica esté en buena
parte ausente en las antologías canónicas de las teorías feministas, pero ¿por
qué también lo está en el trabajo desarrollado por feministas que comparten un
legado histórico racista y de explotación colonial? Problematizar la raza y
exponer en qué modo las prácticas racistas complejizan las demás relaciones
sociales de poder constituye un principio fundamental en torno al cual se
organiza la teoría feminista negra. Como mujer feminista caribeña negra, la
raza y el racismo no se introducen en mi vida ni en las vidas de la mayoría de
las mujeres caribeñas siguiendo idénticas trayectorias a las de las mujeres que
pertenecen a minorías en el seno de sociedades racistas –los lugares
geográficos y políticos son muy relevantes para esta argumentación teórica. Con
ello no quiero decir que el racismo y las prácticas racistas no atraviesen el
tejido social de la vida caribeña. Lo hacen, pero se experimentan de distinta
manera. Como dije hace ya 14 años: "La experiencia de la raza por parte de
las mujeres negras en el Caribe difiere de las de Norteamérica. La población
negra de la mayor parte de los países caribeños oscila entre el 79,9 y el 95,4%
lo que implica un legado de raza mayor que en, por ejemplo, la versión
norteamericana de la realidad cotidiana del racismo. En Barbados, por ejemplo,
la población indígena blanca domina la economía corporativa. Poseen o controlan
la actividad económica de la mayor parte de los sectores industriales.
Mantienen una red de interconexiones corporativas basadas en vínculos étnicos o
de parentesco. Sin embargo, la discriminación racial de la población negra de
Barbados en los ámbitos de los servicios sanitarios, la educación, el
transporte, la vivienda y las políticas públicas constituye una experiencia
ajena [la cursiva es mía].
¿Hasta qué punto
el hecho de que las políticas estatales caribeñas pos-independencia se caractericen
por no promover el racismo ha afectado el grado de implicación de las feministas
caribeñas con el feminismo negro, que pone en el centro de su análisis el
cuestionamiento del racismo? Si algunas feministas afirman que existen indicios
de racismo en las prácticas estatales en algunos países caribeños, ¿por qué no
se han empleado las interpretaciones teóricas de este feminismo para poner de
manifiesto tales prácticas?
Ante estas
consideraciones, la dimensión política de la creación de conocimiento sobre la
vida de las mujeres da un giro importante. El feminismo lleva siglos
produciendo teoría para corregir la falsedad, la hegemonía con sesgo de género
y la violencia intelectual del conocimiento patriarcal. Irónicamente, mientras
que la mayor parte de las teóricas feministas se muestran bastante proclives a
discernir sobre los parámetros de exclusión en los que se mueve la producción
de conocimiento hegemónico, tienden a reproducir estás prácticas de exclusión
mediante el establecimiento de nuevas generalizaciones y a través de las
realidades que eligen investigar para mostrar esas reivindicaciones en el
ámbito del conocimiento.
Una perspectiva feminista caribeña
¿A qué me refiero
cuando hablo de una perspectiva feminista caribeña y cuando me defino como
feminista caribeña? Me refiero a que me defino como una mujer negra, una
feminista y una politóloga que reflexiona sobre y negocia, opera, teoriza y
trabaja en las trincheras de las relaciones de género en el Caribe de la
Commonwealth. Como precondición para la problematización de la intersección de
mis múltiples identidades con las realidades caribeñas, considero que tengo la
responsabilidad de generar nuevos conocimientos sobre las sociedades caribeñas.
Me sitúo a mí misma y a mi análisis en el punto de unión entre las experiencias
regionales de acelerados cambios que impone la economía política global y su
intersección con los principales cambios experimentados por las relaciones
sociales de género. Pretendo ahondar en el punto de encuentro entre posturas
políticas y teóricas y las contradictorias y complejas realidades de la vida
cotidiana caribeña. Creo que ese lugar desde la base ofrece un punto de partida
óptimo desde el cual contribuir al diálogo en curso acerca de cómo repensar la
sociedad caribeña desde una perspectiva feminista. Me permite defender que
comprender los actuales cambios de las relaciones sociales entre los géneros y
los sistemas de género es absolutamente fundamental a la hora de evaluar desde
una perspectiva crítica la sociedad caribeña. Significa que me interesan mucho
las relaciones Norte-Sur, y el impacto que tienen la política y las políticas
de los países industrializados sobre las vidas de las niñas y los niños y las
mujeres y los hombres del Caribe y de otras regiones del Sur.
A pesar de que los
países de la región han obtenido la “independencia de bandera”, y de que hay un
verdadero deseo compartido de soberanía entre los pueblos y la mayor parte de
los líderes políticos, la región caribeña no ha sido ajena a las nuevas
versiones del perdurable legado colonial, preservado deliberadamente por
gobiernos recientemente tildados de independientes. Quizá desde determinadas
posiciones deseemos superar las dimensiones políticas del colonialismo, pero
muchos de nuestros líderes y pueblos ni han renunciado a él ni tan siquiera han
cuestionado sus símbolos culturales y económicos. Si bien es cierto que
actualmente los debates económicos y políticos se centran en la globalización,
en realidad, los países caribeños quedan suspendidos en algún lugar entre la
independencia política formal y nuevas formas de colonialismo. La igualdad del
voto en Naciones Unidas no se traduce necesariamente en igualdad de trato en la
arena internacional. Probablemente, el Caribe poscolombino constituya la
configuración geopolítica original de la globalización. Durante más de cinco
siglos, las economías, las políticas y las culturas internacionales han
perforado, salpicado y redefinido con virulencia y sistemáticamente las
realidades caribeñas. Los pueblos indígenas, aun diezmados y saqueados desde la
intrusión colombina, han logrado sobrevivir junto a migrantes europeos,
africanos, asiáticos y del Oriente Próximo y Lejano.
En el siglo XXI,
aún cabe interpretar el Caribe como metáfora mal entendida de lo global. Mal
entendida porque, a medida que los procesos de la globalización convulsionan,
conquistan y reconfiguran el comercio, las culturas y las ciudadanías aumenta
la progresiva marginación de la región en los discursos intelectuales
internacionalizados y en el ámbito empresarial. Por eso mismo, seguir
reflexionando sobre el Caribe poscolombino nos aportará importantes lecciones
sobre la comunidad global. Una lección obvia pero a menudo pasada por alto es
que en este convulso mundo, el Caribe existe como zona de paz. Hasta aquí el
contexto más amplio en el que determinados aspectos concretos influyen sobre el
feminismo en la región.
Los temas del feminismo caribeño
¿En qué medida
puede beneficiarse de las herramientas conceptuales que le ofrece la teoría del
feminismo negro? Como lo refleja la literatura publicada, la mayor parte de la
reflexión académica caribeña se centra en los Estados de la región y en su
negligencia hacia las mujeres o su connivencia con aspectos que las afectan
negativamente. En un número especial de Feminist Review, titulado «Rethinking Caribbean
Difference», se revelan algunos otros aspectos, relevantes para las feministas
dedicadas a teorizar desde perspectivas interdisciplinares. Pat Mohammed sitúa
en el centro las la dimensión política de la identidad como la principal
preocupación del feminismo y de la teoría feminista caribeña. Destaca, además,
una demarcación inexplorada por parte del feminismo caribeño y negro cuando
advierte que «no puede hablar “en nombre de” ni tampoco como académica blanca
de clase media en Gran Bretaña, ni como feminista negra norteamericana»,
incluso a pesar de que comparte con ambas algunas similitudes que superan la
diferencia social, y que ambas se nutren de un compromiso compartido por la
igualdad de género. Hilary Beckles afirma que las teóricas del feminismo
académico no han logrado averiguar por qué «los proyectos políticos
institucionales como el de la independencia obtuvieron prioridad hegemónica
frente a la liberación de la mujer». Me retó específicamente a «redefinir y
resituar los movimientos de mujeres de la región en el espectro ideológico que
aporta el feminismo posmoderno para crear y promover un activismo social que
refleje una oposición feminista coherente y de vanguardia».
Rhoda Reddock
explora y vincula la emergencia de las organizaciones de mujeres con el
desarrollo de la conciencia feminista en el Caribe de la Commonwealth en el
siglo XX. Rastrea la evolución y el carácter cambiante de las organizaciones de
mujeres a lo largo de los dos últimos siglos, a la vez que destaca la
emergencia de pequeños grupos radicales o de orientación feminista. Rawwida
Baksh-Soodeen asume la crítica del feminismo caribeño como en buena medida
afrocéntrico y argumenta que el movimiento de las mujeres debería reflejar las
experiencias de las mujeres de otros grupos étnicos en la región:
«Inicialmente, los discursos caribeños poscoloniales y feministas prestaron
atención preferente a las experiencias históricas y a la situación actual de
los pueblos afrocaribeños, lo cual condujo a un paradigma afrocéntrico más que
multicultural».
En 2002, durante
una conferencia intenté sintetizar algunos de los desafíos fundamentales a los
que se enfrentaba el feminismo caribeño:
1. Desenmarañar el
nudo que rodea al poder e investigar en qué medida las dificultades que nos
plantea el poder influyen sobre los aspectos que acaparan nuestra atención;
para lidiar con la ambivalencia feminista con respecto al poder, cómo accedemos
a él, cómo lo exigimos, respetamos y utilizamos.
2. Empezar a
repensar los procesos que podemos desarrollar y utilizar para garantizar que
las prácticas democráticas definan el modo en que creamos conocimiento, y el
modo en que desenmascaramos y evitamos reproducir las jerarquías del poder en
las relaciones sociales que pretendemos transformar.
3. Ser conscientes
de que tanto el activismo como la producción intelectual feministas deben
distinguirse por su compromiso con el cuestionamiento del poder, por analizar
sus fallas y confrontar con honestidad sus mecanismos. Sean cuales sean las
sendas que tomemos, debemos explicitar que combatimos las relaciones de poder y
que pretendemos cambiarlas.
4. Reconocer la
necesidad de otorgar preponderancia y continuidad genealógicas al pensamiento
feminista y los estudios de género. No se trata de buscar primogenituras
teóricas. Se trata de identificar marcos conceptuales que reconozcan y exploren
aquellas relaciones de poder que determinan el modo en que mujeres y hombres
experimentan los mismos fenómenos sociales y económicos de forma
sustancialmente distinta y desigual.
5. Mantener y
alentar un debate coherente con el estudio, los principales aspectos y las
cuestiones en torno a las masculinidades. Necesitamos crear un espacio de
diálogo con la masculinidad que supere las necesarias respuestas, por lo
general reactivas, que se han ido generando hasta ahora.
6. Abordar la
intersección de raza/etnicidad/clase, y deconstruir el marco de análisis del
nostras/ellas, que debería trascender sus orígenes en el tratado poscolonial,
nacionalista.
7. Involucrarnos
en el desafío que plantea la clase, otra relación de poder y privilegio que aún
no hemos cuestionado satisfactoriamente desde nuestras reflexiones.
8. Abordar la
fragilidad y la vulnerabilidad del movimiento de mujeres ante el ataque frontal
que se ejerce sobre las mujeres caribeñas, ataque que merece una reacción más
allá del contraataque.
9. La renuncia por
parte del Estado a prestar atención a las mujeres y a las cuestiones que les
afectan directamente en la mayor parte de los países caribeños. Muchos Estados
consideran que han cumplido con los preceptos relacionados con las mujeres y
que ahora deben pasar a centrarse cada vez más en los que afectan a los
hombres.
10. La misma
tendencia se ha observado en las instituciones internacionales dedicadas al
desarrollo.
11.Las debilidades
que han mostrado tanto el feminismo académico como el militante a la hora de
vincular las adversidades de las vidas de las mujeres a estructuras más amplias
de opresión y explotación.
12.Los proceso de
gentrificación y de abuso de poder por parte de los liderazgos tanto de la
academia como del movimiento político.
Aportaciones teóricas del feminismo negro
A pesar de que las
aportaciones del feminismo negro han sido muy relevantes para la epistemología
feminista, brillan por su ausencia en las antologías de pensamiento feminista,
las críticas del feminismo académico y hasta en las referencias enciclopédicas
online. Paso a sintetizar aquí algunas de sus aportaciones en un pequeño
intento por enmendarlo.
Rechazo de una
noción indiferenciada de sororidad
La primera
iniciativa de las teóricas feministas negras fue rechazar por simplista e no
diferencialista la noción global de “sororidad”. La teoría del feminismo negro
incluye las obras de intelectuales que reaccionan ante la ineficacia de los
marcos explicativos feministas vigentes para entender adecuadamente las
realidades de las mujeres negras. Sojourner Truth, Barbara Christian, Audre
Lorde, Gloria Joseph, Toni Cade Bambara, Patricia Bell Scott, Barbara Smith,
Gloria T. Hull, Beverley Guy-Sheftall, Paula Giddings, Michele Wallace, Stanlie
James, Deborah King, Hazel Carby, Patricia Hill Collins, Angela Davis, bell
hooks, Patricia King, Patricia Williams y muchas otras22 que partiendo desde
distintas disciplinas, cuestionaron las teorías feministas existentes por
insuficientes en su miope y deliberada negación u omisión de las experiencias
específicas de las mujeres negras.
Por ejemplo, la
potente declaración de Sojourner Truth en la Women´s Convention en Akron, Ohio,
1851. Toda una deconstrucción propia del XIX de la noción de una condición
femenina común, global, y de reivindicación de la necesidad de incluir la
condición de las mujeres negras en el concepto de lo que significaba ser mujer.
En Estados Unidos,
en la década de los setenta del siglo XX, Audre Lorde afirmaba: «en conjunto,
en el actual movimiento de las mujeres las blancas se centran en su opresión
como mujeres e ignoran las diferencias de raza, opción sexual, clase y edad. Se
produce una pretensión de una homogeneidad de las experiencias bajo la palabra
sororidad, que de hecho no existe». Y Zillah Eisenstein nos recuerda el punto
de partida teórico de Hazel Carby: «no hay sororidad perdida alguna que debamos
encontrar;… existen evidentes “fronteras” a la posibilidad de una sororidad».
Estas afirmaciones recuerdan a los llamamientos de Patricia Mohammed, Rawwida
Baksh-Sooden y Neesha Haniff a la necesidad de realizar lecturas más
diferenciadas de las identidades en el feminismo caribeño. Mantengo que el
feminismo negro ofrece reflexiones más integrales e inclusivas que fortalecen a
todo el conocimiento feminista.
Prioriza y
problematiza la raza como relación social, involucrada en otras relaciones
sociales
Una de las
aportaciones fundamentales ha sido exponer y problematizar la raza/el racismo
como relación social compleja que a su vez y complejiza otras relaciones
sociales de dominación. El trabajo intelectual y académico de las feministas negras
revela las jerarquías de poder implícitas en las categorías de raza, clase,
género, en las relaciones patriarcales, la sexualidad y la orientación sexual.
Demuestra cómo la teoría feminista producida por las mujeres blancas u otras
rehúsa, o no logra reconocer, la raza como relación de dominación en el seno
del propio feminismo y en el de la sociedad. Se trata de un argumento muy
poderoso y buena parte de las dinámicas de poder y privilegio cristalizan en
torno a él.
Barbara Ransby
destaca que uno de los principios ideológicos más potentes que han producido
las feministas negras «es la noción de que la raza, la clase, el género y la
sexualidad son variables codependientes que no pueden separarse fácilmente ni
clasificarse en la academia ni en la práctica política ni en la experiencia
vivida».
La inserción y
simultánea teorización de la raza y del racismo modifica la teoría feminista y
lo que podría ser su tema de estudio. Las feministas radicales, socialistas y
liberales se habían detenido ya a examinar otras relaciones sociales opresoras,
pero ninguna de ellas había otorgado un papel central a la raza en sus
análisis. La teoría feminista negra saca a la luz el racismo y las políticas de
exclusión y negación incrustadas en la producción de conocimiento feminista del
mismo modo que el activismo feminista negro se enfrenta al racismo en la vida
cotidiana.
Nuevos enfoques y
metodologías feministas
El conocimiento
feminista y sus metodologías se transforman desde el momento en que la
especificidad de las vidas de mujeres negras/minoría/marginales pasan a
integrar la teoría. Además de poner de manifiesto el racismo y las políticas de
exclusión y dominación –y qué sabemos y cómo llegamos a saberlo, y en qué
consiste ese cuerpo de conocimiento actual, y a qué propósitos sirve–, estas
adoptarán una imagen radicalmente distinta toda vez que pongamos en tela de
juicio la universalidad de ciertas afirmaciones. Patricia Hill Collins insiste
en que interpretemos y utilicemos las formas de resistencia de las mujeres negras
como basepara analizar las opresiones que atraviesan simultáneamente la
experiencia de las mujeres (1990). Zillah Eisenstein destaca que a la feminista
negra Barbara Christian «le preocupa que la literatura explícitamente política
de las mujeres africano-americanas y de Latinoamérica y África sea captada por
un enfoque posmoderno que asume que “lo real no existe” y que “todo es relativo
y parcial”». Pasa a afirmar que las críticas aportadas por Christian y otras
contribuyen a clarificar la relevante diferencia entre un enfoque posmoderno de
la diversidad y el enfoque político que aportan las feministas negras. Reconoce
que las feministas negras se centran en la diferencia para así interpretar la
problemática que plantea la opresión: «luchan por teorizar un feminismo diverso
en su núcleo, más que teorizar sobre la diferencia como fin en sí mismo».28
Este matiz es fundamental, y a pesar de ello está ausente de la mayor parte de
las reflexiones feministas.
La carta abierta
de Audre Lorde a Mary Daly, feminista radical blanca, demuestra en qué medida
aquello que creemos conocer cambia en el momento en que nos acercamos a su
interpretación desde otro punto de vista. Al criticar y poner de manifiesto el
componente racista en el trabajo de Daly sobre la naturaleza y la función de la
Diosa, Lorde destaca que Daly la representa a imagen y semejanza de las mujeres
blancas; las mujeres negras aparecen en su análisis «tan solo como víctimas y
depredadoras unas de otras».30 En este sentido, Lorde pone de manifiesto una
distorsión clave muy similar a las primeras construcciones discursivas de las
mujeres del Caribe y África en el ámbito del desarrollo. Las mujeres del Sur,
ya sean caribeñas, asiáticas o africanas han sido por lo general consideradas
como víctimas indefensas que requerían recibir atención por parte de la ayuda
internacional al desarrollo. Incluir a las mujeres negras u otras bajo la
categoría exclusivamente de víctimas es una práctica narrativa constante que
aparece en demasiadas ocasiones en los discursos sobre mujeres de países en
desarrollo, pertenecientes a minorías o víctimas de la violencia.
Un fundamento
teórico determinado por la experiencia vital de las mujeres y su subjetividad
Patricia Hill
Collins considera que la teoría feminista negra requiere partir de fundamentos
teóricos que simultáneamente aborden las experiencias y efectos de la raza, el
género y la clase como constitutivas de las complejas realidades de las vidas
de las mujeres negras. Desde el feminismo negro se llama a desafiar la construcción
que invisibiliza las vidas de las mujeres negras. Por ejemplo, buena parte de
la historia de la población negra/africanoamericana y de las Indias
Occidentales se ha centrado en las actividades de los hombres negros. Algunas
historiadoras feministas caribeñas como Rhoda Reddock, Lucille Mair, Hilary
Beckles, Verene Shepherd, Bridget Brereton y Patricia Mohammed han optado por
analizar las experiencias de las mujeres negras e indias para abordar la
exclusión de las mujeres (o exclusión simbólica) de la historia de esta zona.
Desde esta
perspectiva, la experiencia vivida es un criterio fundamental generador de
conocimiento donde las experiencias de las mujeres pueden sustentar las
reivindicaciones y crear o refutar generalizaciones. Esta insistencia en que la
teoría debe construirse desde la base cuestiona la fascinación y la fe de la
filosofía occidental en la racionalidad y la objetividad y de una teoría que se
mueve de lo abstracto a lo concreto. El giro epistemológico y metodológico que
implica reconoce y valora, asimismo, la subjetividad de las mujeres negras.
El concepto de
riesgo múltiple/conciencia múltiple/identidades múltiples
El concepto de
Deborah King de riesgo múltiple/conciencia múltiple introdujo un cambio en la
concepción de la opresión de las mujeres confinada ahora a las fronteras
étnicas y raciales.34 King compartía con otras feministas negras su inquietud
por la invisibilidad en la teoría y en la práctica y teórica de las mujeres
negras. Sitúa su análisis en la confluencia fluida y en constante mutación de
la raza, la clase, el sexismo (o relaciones de género) y la sexualidad. En la
misma línea, Barbara Smith afirma que «el concepto de la simultaneidad de
opresiones sigue siendo el quid de la cuestión para la interpretación de la
realidad política y, creo, una de las aportaciones ideológicas más
significativas del pensamiento feminista negro».35
He recurrido al
análisis de Deborah King sobre la simultaneidad de las opresiones múltiples
para la construcción de una teoría feminista posmoderna para las ciencias
sociales caribeñas, con el fin de destacar que «su aportación reconoce teórica
y políticamente que la mayor parte de la teoría feminista representa una
teorización blanca, eurocéntrica y que por tanto resulta inadecuada al no
considerar la problemática epistemológica y práctica de otras mujeres, en
particular de las mujeres negras».36
Deborah King y
Fiona Williams sostienen que la experiencia de la simultaneidad de estas
relaciones de dominación no solo agrava las opresiones, sino que las
reconstituye de formas específicas, lo que supone un avance teórico importante.
Barbara Ransby considera: "Dado que cualquier agenda política que aborde
las vidas reales de la mayor parte de las mujeres africanas deberá tener en
cuenta los cuatros sistemas fundamentales de opresión y explotación –raza,
clase, género y sexualidad– la política feminista negra echa abajo radicalmente
la noción de identidades e intereses mutuamente exclusivos y en competición
para en su lugar interpretar las identidades y los procesos políticos como algo
orgánico, fluido, interdependiente, dinámico e histórico".
No obstante, en la
práctica es muy complicado alcanzar tal simultaneidad de análisis. Incluso
cuando se parta de un empeño en hacerlo, existe una enorme presión política
para priorizar una opresión en particular, crear jerarquías, considerar a una
como más debilitadora que las otras, más devastadora, más necesitada de centrar
el activismo político. En demasiadas ocasiones se desbarata la búsqueda de
alternativas al confrontarse con los desafíos que plantea moverse
simultáneamente entre todas las opresiones, o reconocer en qué medida las
experiencias de las mujeres negras reúnen estas opresiones. Incluso a pesar de
que la existencia de las mujeres negras se caracterice por la intersección de
todas estas opresiones, se les pide constantemente que elijan identificarse con
una de ellas.
Sí ahondamos en el
título del libro All the Women are White, all the Blacks are Men, but some of
us are Brave no nos resultará complicado percibirlo. «All the Women are White»
revela que el género = a la raza = femineidad privilegiada. Esta relación, por
muy simplista que sea, no logra encubrir los privilegios de los que gozan las
mujeres de la raza dominante. En las sociedades en las que el racismo está
institucionalizado, la raza concede un matiz distinto a las relaciones de
género adversas de las mujeres de la raza dominante. Es decir, para los
miembros de la raza dominante, las relaciones de raza amortiguan o median las
relaciones de género adversas. Por ejemplo, en Estados Unidos las relaciones de
raza otorgan privilegios a las mujeres blancas individual y colectivamente,
quieran o no acceder a ellas. Estos privilegios les aguardan, les son
conferidos y están a su disposición para ser utilizados.
En el mismo
sentido, «All the Blacks are Men» rastrea el modo en que se establece la
equiparación raza = género = masculinidad inferior. La creencia de que todos
los negros son hombres equipara la raza con la masculinidad, pero aquí la raza
(la negritud) se interpreta como inferior y patológica. De modo que, en esta
ecuación la raza introduce las relaciones de dominación en la masculinidad
propias de una sociedad obsesivamente patriarcal y capitalista. Así, se crea una
masculinidad herida e inferior con expectativas de poder expresarse, con
independencia de lo que puedan o no aportar los varones negros en cuanto
individuos o minoría. ¿Y la mujer negra? Obviamente, permanece invisible sin
que haya reconocimiento de su raza ni de su género. La sociedad seguiría siendo
racista y sexista y dominada por el racismo capitalista patriarcal, lo que
implica que la mera existencia de una mujer negra requiere coraje (bravery).
Problematizar
simultáneamente las esferas pública y privada desde la perspectiva de la raza
Esta es una de las
principales aportaciones del feminismo negro. En este sentido, comparte con el
feminismo radical su interés por las relaciones patriarcales que se desarrollan
en el ámbito privado. Sin embargo, al contrario que el primero, pasa a poner de
manifiesto el proceso de relaciones racistas que persiguen a las mujeres negras
hasta su esfera privada, lo cual implica que reconfiguran su hogar y sus
espacios de intimidad de un modo muy diferente. En un Estado racista las
experiencias de las relaciones de opresión en los hogares son distintas para
las mujeres negras o de alguna minoría, en tanto en cuanto dicha institución
aplique diferentes medidas. Por ejemplo, la posible interpretación de estas
relaciones de opresión como “culturales” permite esquivar la posibilidad de
transformarlas. O bien, determinadas prácticas domésticas o íntimas que puedan
resultar incomprensibles o inaceptables pasan a considerarse patológicas
evitándose así su reconocimiento desde la diferencia. Hazel Carby nos muestra
cómo en Gran Bretaña «el Estado ha patologizado las estructuras familiares negras
y cómo están en proceso de la misma construcción desde la teoría feminista
negra».39 Patricia McFadden nos recuerda que en diversos países africanos se
invoca a nociones arcaizantes de cultura para restringir el avance de las
mujeres, para proteger los privilegios sexuales y socioculturales de los
hombres y para negar a las mujeres sus derechos de propiedad.
El análisis se
sitúa en la economía política
El feminismo negro
adopta, al igual que el socialista, deliberadamente un marco de análisis situado
en la economía política de los Estados. Las relaciones materiales y de clase
son intrínsecas a este análisis, que identifica el modo en que las mujeres
negras de clase trabajadora experimentan relaciones capitalistas antagonistas
con mayor intensidad, como resultado de las relaciones ideológicas que surgen
cuando la raza actúa sobre las relaciones de opresión derivadas del género. Una
vez más, emerge una interpretación mucho más matizada cuando se examina la
economía política de una sociedad desde la perspectiva teórica del feminismo
negro.
Desde la lógica
del pensamiento político occidental, enmarcado en la filosofía de la
Ilustración, los ámbitos público y privado representan esferas radicalmente
distintas para la vida de las mujeres, puesto que la esfera privada está
marcada por relaciones de dependencia mientras que la pública es la de la
libertad. Como resultado de ello, la esfera privada depende de la pública, que
a su vez está dominada por relaciones capitalistas tanto internas como externas
(es decir, internacionales), que generan jerarquías de dependencia. Por esta
razón, las feministas liberales han defendido la inclusión de las mujeres en el
ámbito público, de tal forma que ellas puedan también acceder al mundo de la
libertad, al mundo de la liberación. Sin embargo, la teoría feminista negra
pone de manifiesto que ambas esferas representan jerarquías de dependencia para
las mujeres negras. En una sociedad racista, la ciudadanía de las mujeres y los
asuntos domésticos quedan relegados a la trivialización, tergiversación e
infantilización por parte del Estado.
La teoría
feminista negra deconstruye las relaciones patriarcales
El feminismo negro
parte de la consideración de que las relaciones patriarcales estructuran las
vidas de las mujeres de forma muy diferente a las de sus pares varones. La “ley
del padre” institucionaliza el poder de los hombres en la familia y en la
sociedad. La noción de que la fuente de este poder es natural, respaldada por
la biología y sancionada por la religión y las prácticas estatales, complejiza
las relaciones patriarcales para las mujeres. Sin embargo, bajo el prisma del
racismo el patriarcado queda expuesto como un constructo que no es natural ni
está sancionado por la biología ni regulado por la religión; del igual modo, el
racismo niega a los hombres negros los privilegios que el patriarcado reserva a
los hombres blancos, por lo que desenmascara la falacia que sustenta que la
condición masculina confiere automáticamente poder.
Constructo que
sigue siendo muy poderoso y que garantiza la dominación, el control y la
autoridad a los varones que deseen acceder a los privilegios de los patriarcas.
En la Commonwealth caribeña, los hombres de ascendencia europea, africana y
asiático-india han asumido el rol de los patriarcas. Los hombres negros,
pertenecientes a minorías en sociedades racistas, a menudo buscan obtener el
control y manifiestan su deseo de convertirse en patriarcas de un modo
patológico. Mientras tanto, las mujeres negras confrontan en sus vidas
cotidianas la falsedad de las tendencias universalizantes del
patriarcado en un
Estado racista. Este aspecto tiene vital importancia, puesto que las mujeres
que no comprenden las interacciones contradictorias y antagonistas de las
relaciones patriarcales y de raza pueden argumentar a favor de la
rehabilitación o el establecimiento de patriarcados negros o de otras etnias.
Situar la raza en
el centro trastoca los conceptos básicos
La teoría
feminista negra trastoca radicalmente los significados y las interpretaciones
de los conceptos fundamentales para el análisis feminista al otorgar un papel
central a cómo viven las mujeres las relaciones de dominación de raza y el
racismo. La relación
raza-contestación-género-contestación-clase-contestación-raza introduce un giro
conceptual en los planteamientos de partida. Y, a lo largo de ese proceso la
teoría feminista negra desestabiliza la coherencia y la certeza con la que se
contemplan determinados conceptos y constructos. A continuación repasaremos
algunos de ellos:
El hogar
Habitualmente, las
teorías feministas liberal, radical y socialista tienden a considerar el hogar
como un lugar de opresión para las mujeres. Betty Friedan inauguró el marco
para ello en su texto The Feminine Mystique de 1963: «Es urgente entender en
qué medida y cómo la propia condición de ama de casa puede crear en las mujeres
una sensación de vacío existencial, de vivencia de la nada ». De igual modo,
las feministas radicales ponen el énfasis en que las relaciones patriarcales
radican de la familia para difundirse desde ella al conjunto de la sociedad
civil, el Estado y la economía. En el contexto de una sociedad hostil y
racista, el feminismo negro considera el hogar un lugar de respiro. Conviene
destacar que ello no implica que se apueste por una visión romántica del mismo
ni que se nieguen las relaciones opresoras de género que puedan darse en él.
Sin embargo, reconoce que para las mujeres negras, el hogar puede ser un
refugio físico y psíquico de las experiencias y prácticas abiertamente racistas
del entorno externo.
El feminismo negro
pone, por tanto, de manifiesto otras dimensiones de la experiencia de los
hogares, que no han sido captadas por otros análisis feministas, sobre todo
para las mujeres negras que durante siglos han sido obligadas a trabajar fuera
de ellos, ya fuera en las plantaciones, las fábricas o las casas de otras.
Muchas de ellas lejos de querer liberarse del hogar, anhelan tener la
oportunidad de volver al suyo o permanecer en él. En palabras de dos
académicas: «la feminista negra Barbara Smith ha dicho que… las familias de las
personas de color han sido un remanso de paz, incluso a pesar de que no
ofrecieran totales garantías de seguridad ni amortiguaran por completo los
golpes. La intromisión del Estado en la vida familiar negra no invalida las
funciones protectoras de la familia y de la comunidad».
La familia
Por extensión, la
familia se convierte en determinados casos en un lugar de resistencia política
y cultural, o al menos en un refugio del racismo. Hazel Carby destaca que las
ideologías en torno a la concepción de lo doméstico y de la maternidad por
parte de las mujeres negras se han ido construyendo a través de formas de
propiedad concretas a través del empleo como trabajadoras domésticas o madres
de alquiler contratadas por familias blancas, y no en relación con sus propias
familias.
Sexualidad
La sexualidad de
las mujeres negras ha sufrido procesos de cosificación, mercantilización y
patologización que les han atribuido impulsos sexuales desenfrenados y
salvajes. Se las ha representado alternativamente o bien como no sexuadas o
bien como busconas –son Nanny o Jezebel.46 Para Evelyn Hammond la sexualidad de
las mujeres negras se ha construido en oposición a la de las mujeres blancas.
No obstante, quizá sea más exacto afirmar que en su lucha por la liberación
sexual, muchas reivindicaron tener acceso a métodos anticonceptivos que les
permitieran mantener relaciones sexuales, y otras muchas deseaban gozar de la autonomía
y de la libertad con respecto a un Estado racista y metomentodo para tener la
oportunidad de negarse a mantenerlas.
Audre Lorde allanó
el camino para que la sexualidad fuera entendida como fuente de poder, y
desenmascaró la homofobia y el heterosexismo que se producían en las
comunidades negras, sobre todo hacia las lesbianas negras.48 Patricia Hill
Collins destaca que para Lorde, «la sexualidad es un componente más de un
constructo más amplio de lo erótico como fuente de poder para las mujeres.
Lorde defiende una noción de ese poder como energía, como algo que poseen las
personas, como si fuera una suerte de apéndice que permite que operen sistemas
de opresión más amplios». ¿Hasta qué punto han influido estas aportaciones
teóricas pioneras de Audre Lorde sobre la diversidad de la sexualidad femenina
en las reflexiones caribeñas?
Por otra parte,
con respecto a la intersección entre sexualidad y estudios sobre esclavitud,
Angela Davis considera que con el fin de esta última se configuraron nuevas
realidades sociales y sexuales para las mujeres y los hombres negros. A su
parecer, lo que atravesó una transformación radical tras la emancipación no fue
el estatus económico de los anteriores esclavos –sus precarias condiciones
materiales no cambiaron tras la emancipación–. Más bien fue el estatus de sus
relaciones personales y sexuales lo que se transformó y se revolucionó.
Defiende que, por primera vez en la historia de la presencia africana en las
Américas, masas de mujeres y hombres negros pudieron tomar autónomamente
decisiones sobre su sexualidad y sus parejas sexuales. Se respetara o no esta, ahora
tenían soberanía a la hora de decidir con quien podían o querían acostarse, y
eso fue lo que marcó la diferencia.
Así vemos en qué
medida cambian los conceptos clave del feminismo como la construcción de la
familia, el hogar y la sexualidad desde el feminismo negro.
La dimensión política de la generación de conocimiento feminista
El feminismo negro
plantea algunas cuestiones difíciles en este sentido. Algunas investigaciones
demuestran que muchas de las herramientas conceptuales que “aparecen” (como por
primera vez) en las teorías posmodernas y feministas de las últimas décadas en
realidad parten de algunas obras de académicas feministas negras –sin que se
haga reconocimiento alguno a esta genealogía o a estas raíces teóricas. Por
ejemplo, el caso de múltiples riesgo/conciencia/identidades, así como la
conceptualización de Audre Lorde de la diferencia,51 son aportaciones teóricas
que se produjeron con anterioridad a su amplia divulgación durante los años
ochenta, sin que la academia citara sus fuentes originales.
Por ejemplo, si
nos detenemos en el caso de la Anthology of Feminist Thought: A Comprehensive
Introduction de Rosemary Tong observamos que consigue no hacer referencia
alguna al feminismo negro a pesar de que recoge la trayectoria de ocho escuelas
de pensamiento. Sí logra mencionar el trabajo, o para ser más exactas a la
persona, de Audre Lorde, a la que individualiza. Al aludir a que «la atención a
la diferencia será lo que ayudará a las mujeres a lograr la unidad» observa: "Audre
Lorde, que es en sí misma un homenaje a la diferencia –negra, lesbiana,
feminista, desfigurada por el cáncer de mama– y cuya poesía es una voz contra
la dualidad mente/cuerpo, escribió que en la medida en que lleguemos a conocer,
aceptar y explorar nuestros sentimientos, «se convertirán en santuarios y
fortalezas y semilleros de las ideas más atrevidas y radicales –el hogar de la
diferencia tan necesaria para transformar la conceptualización de la acción
coherente». Los sentimientos conducen a ideas y las ideas conducen a la acción,
afirma Lorde".
Pero, Tong ni
analiza ni siquiera menciona la sustantiva teorización que Audre Lorde
elaborara sobre el concepto de diferencia. Nos topamos con Audre Lorde en esta
antología del pensamiento feminista que se dice exhaustiva, como una
individualidad cuya vida fuera un homenaje a la diferencia, y no como académica
de reconocido prestigio por haber aportado potentes conceptos analíticos, que
han sido repetidamente utilizados desde la teoría feminista. Tong no puede
justificar su desconocimiento de las obras de las feministas negras puesto que
cita algunas de las más importantes publicadas en las décadas de los setenta y
ochenta en su bibliografía, incluyendo a Angela Davis, Bell Hooks, Gloria
Joseph, Alice Walker y otras. En el índice temático no hace referencia alguna
al feminismo negro ni a las mujeres de color.
Existen
excepciones a esta deliberada ceguera; por ejemplo, Zillah Eisenstein se
autodefine como feminista blanca de clase media y en su The Color of Gender:
Reimaging Democracy ofrece una apreciación poco común sobre las aportaciones
del feminismo negro a la epistemología feminista, en línea con las estrategias
pedagógicas e investigadoras de Jane Flax. En Color of Gender, Eisenstein se
identifica plenamente con las obras colectivas y las colaboraciones de las
teóricas feministas negras y ofrece nuevas herramientas conceptuales para
avanzar en ese camino. Por ejemplo, recurre a su trabajo a la hora de elaborar
el concepto de «patriarcado racializado» y afirma: "El patriarcado
diferencia a las mujeres de los hombres y concede privilegios a los últimos. El
racismo diferencia simultáneamente a las personas de color de las blancas y
otorga privilegios a las blancas… Como cualquier otra estructuración de poder,
la racialización del género es un proceso que siempre requiere renegociarse.
Utilizo el término “patriarcado racializado” para llamar la atención sobre la
constante interacción de la raza y el género en la estructura de poder.
Hacia algunas conclusiones
Las cuestiones que
preocupan a las feministas caribeñas están relacionadas con la teoría feminista
negra: la relación entre las políticas del Estado y las mujeres, las
identidades políticas, fracturas y fisuras en el movimiento de mujeres
(incluyendo las prácticas de exclusión), el desarrollo de la conciencia
feminista, el diálogo con las masculinidades.
En 1977, hace
exactamente 30 años, las feministas negras abordaron la cuestión de las
identidades políticas, la reivindicación de que «lo personal es político» y la
necesidad de diálogo con las masculinidades (aspectos todos ellos que en la
actualidad aborda el feminismo caribeño). Todas ellas cuestiones que aparecen
recogidas en la declaración del Combahee River Collective, que se llamó
explícitamente el «Black Feminist Statement» y que constituyó una teorización
potente de los principales desafíos a los que se enfrentan las mujeres negras.
Si bien esta declaración ampliaba el concepto de la identidad política
(«consideramos que la dimensión política más profunda y potencialmente la más
radical proviene directamente de nuestra propia identidad»), planteaba una
ruptura con la continuidad entre biología, ser, roles de género y política:
«aunque feministas y lesbianas, somos solidarias con los hombres negros
progresistas y no defendemos la fractura que defienden las mujeres blancas
separatistas.»
El colectivo
ampliaba igualmente el principio radical o mantra feminista, «lo personal es
político», para incorporar la noción de que lo personal también es cultural: "Pensamos
que una de las aportaciones políticas que ya hemos realizado es la ampliación
del principio feminista de que lo personal es político. Durante nuestras
sesiones de concienciación, por ejemplo, hemos superado las observaciones
realizadas por las mujeres blancas, puesto que a nosotras nos afectan las
implicaciones de la raza y la clase, además del sexo. Incluso nuestra forma de
hablar como mujeres negras, nuestros testimonios sobre nuestras experiencias en
nuestro lenguaje de negras tienen resonancias tanto culturales como políticas".
El colectivo se
anticipó también a las reflexiones sobre la construcción de los roles de género
y reconocía que como en el caso de las mujeres, la forma en que los hombres
expresan su virilidad y su masculinidad tiene su origen en la socialización, y
no son resultado de una virilidad esencial, inherente y biológica que torne
inevitable determinadas conductas, desde una perspectiva fatalista y
destructiva. En este proceso, el colectivo rechaza el determinismo biológico y
allana el terreno para una interpretación más completa de las dimensiones
ideológicas y materiales de las relaciones de género: "Rechazamos la
postura de las separatistas lesbianas porque no constituye un análisis político
viable ni una estrategia a seguir para nosotras. Somos enormemente críticas con
las pautas de socialización que esta sociedad impone a los hombres: lo que
sustentan y el modo en que oprimen, y ofrecemos resistencia a ellas. Pero, no
respaldamos la idea equivocada de que es su masculinidad per se, es decir, su
masculinidad biológica lo que les convierte en lo que son. Como mujeres negras
consideramos que cualquier determinismo biológico constituye un fundamento
especialmente peligroso y reaccionario sobre el cual hacer política".
El colectivo
destacaba algunos de los errores conceptuales de la teoría feminista radical
(en particular, el separatismo lesbiano como estrategia política) y defendía
una estrategia política inclusiva que permitiera a las mujeres negras luchar
junto con los hombres negros contra el racismo, cuestionando a su vez su
sexismo. Empezaron así mismo a explorar la simultaneidad de las opresiones
múltiples. Lo más convincente de este enfoque es que como lesbianas, estas
mujeres podrían haber privilegiado fácilmente su orientación sexual a la hora
de hacer política feminista y plantear identidades de género. En lugar de ello,
optaron por politizar la raza y utilizarla como base desde la cual construir
coaliciones con los hombres negros a quienes no deseaban sexualmente, pero cuya
supervivencia les importaba a la hora de analizar el capitalismo, el racismo y
el sexismo en el contexto de una sociedad racista y furibundamente capitalista.
No obstante, las aportaciones teóricas revolucionarias de esta análisis
comparativamente temprano y su valor potencial para las futuras estrategias
feministas no han sido suficientemente valoradas. Las aportaciones teóricas de
esta declaración podrían incorporarse tal cual a las agendas y coaliciones
feministas en África y el Caribe.
Debemos
preguntarnos por cuáles serían las aportaciones especialmente relevantes de
este enfoque feminista para las mujeres africanas y las de la diáspora
africana, como las caribeñas. ¿Es relevante para las mujeres blancas de las
sociedad industrializadas del Norte? ¿Para las asiáticas? ¿Para las mujeres
musulmanas de Oriente Próximo? En mi opinión, proporciona importantes herramientas
conceptuales para repensar nuestra interpretación de las instituciones
sociales, sobre todo si lo que pretendemos es revelar y erradicar las
relaciones de dominación que se producen en la vida cotidiana. Estoy convencida
de que las feministas africanas y caribeñas podrán beneficiarse de esas
herramientas y del examen de los factores que rodean la ausencia relativa de
las mismas en nuestra actividad tanto intelectual como militante. En este
artículo me he limitado a recorrer tan solo superficialmente la teoría
feminista negra. Debemos proseguir en la indagación sobre sus enfoques y seguir
interrogándonos sobre su aplicación. Incluso aunque reconozcamos que sus
aportaciones se enfrentan a la política de la producción de conocimiento, el
feminismo se empobrece si no reconoce y divulga las reflexiones de las teóricas
feministas negras.
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