Manifiesto de la Mujer Trans: La Chica del Látigo
Traducción
del Manifiesto incluido en la introducción al libro de Julia Serano, Whipping
Girl. A Transsexual Woman On Sexism And The Scapegoating Of Feminity (Se
traduce más o menos: La Chica del Látigo. Una mujer transexual opina acerca del
sexismo y el chivo expiatorio de la feminidad.)
ESTE
MANIFIESTO pide que se deje de tomar a las mujeres trans como chivo expiatorio,
que se deje de ridiculizarlas y deshumanizarlas, como se hace en todas partes.
A los
efectos de este manifiesto, mujer trans se define como cualquier persona a
quien se le asignó un sexo masculino al nacer, pero que se identifica y/o vive
como mujer.
Ninguna
calificación se le debería poner al término “mujer trans” basándose en la
capacidad de una persona para “pasar” como mujer, ni en sus niveles hormonales,
ni en el estado de sus genitales, después de todo, es francamente sexista
reducir a cualquier mujer (trans o no) a simplemente las partes de su cuerpo,
ni obligarla a vivir de acuerdo a ciertos ideales impuestos por la sociedad respecto
a cómo debería ser su apariencia.
Tal vez
no existe ningún otro grupo de minorías sexuales más calumniado o peor entendido
que el de las mujeres trans.
Como
grupo, hemos sido sistemáticamente patologizadas por la clase médica y
psicológica, tratadas de forma sensacionalista y ridiculizadas por los medios
de comunicación, marginadas por la corriente principal de las organizaciones
lesbianas y gays, rechazadas por ciertos segmentos de la comunidad feminista,
y, en demasiados casos, hemos sido víctimas de la violencia a manos de hombres
que sienten que de alguna manera ponemos en peligro su masculinidad y su heterosexualidad.
En
lugar de darnos la oportunidad de hablar por nosotras mismas sobre las
cuestiones que afectan nuestras propias vidas, las mujeres trans hemos sido
tratadas mas bien como sujetos de investigación: Otros nos colocan bajo sus
microscopios, hacen una disección de nuestras vidas y nos atribuyen
motivaciones que nos son ajenas, tan sólo para validar sus propias teorías y
sus propias agendas en relación al género y la sexualidad.
Las
mujeres trans somos tan ridiculizadas y tan despreciadas porque nos encontramos
en una posición única, donde se da la intersección de múltiples formas de
discriminación basadas en el binario de género: el cisexismo, la transfobia y
la misoginia.
La
transfobia es un miedo irracional, la aversión, o la discriminación en contra
de las personas cuya identidad de género, apariencia, o comportamientos, se
desvían de las normas sociales.
De
forma muy similar a como las personas homofóbicas a menudo son impulsadas por
sus propias tendencias homosexuales reprimidas, la transfobia es ante todo una
manifestación de la propia inseguridad que se siente al tener que vivir de
acuerdo con los ideales culturales de género. El hecho de que la transfobia se
encuentre tan extendida en nuestra sociedad, refleja la realidad de que todo el
tiempo ponemos una cantidad extraordinaria de presión sobre las personas para
que se adapten a las expectativas, restricciones, supuestos y privilegios
asociados con el sexo que se les asignó al nacer.
Si bien
todas las personas transgénero experimentan la transfobia, las personas
transexuales son objeto además de una forma de discriminación específica
relacionada con (aunque diferente a) la transfobia y llamada cisexismo, que es
la creencia en que el género con el que se identifican las personas transexuales
es inferior o menos auténtico, que el de las personas cisexuales (es decir, de las
personas que no son transexuales y que sólo han experimentado su sexo
subconsciente y su sexo físico de forma alineada el uno con el otro.)
La
expresión más común del cisexismo ocurre cuando se intenta negar a las personas
transexuales los privilegios básicos asociados con el género con el cual éstas
se identifican. Los ejemplos más comunes incluyen el uso deliberado de los
pronombres equivocados al referirse a las personas transexuales, o la
insistencia en que deben usar un baño público diferente al verdadero género al que
pertenecen.
La
justificación de este rechazo esta fundada generalmente en la suposición de que
el género de la persona trans no es auténtico, ya que no se correlaciona con el
sexo que se le asignó al nacer. Al hacer esta suposición las personas
cisexistas tratan de crear una jerarquía artificial. Al insistir en que el
género de la persona trans es “falso”, lo que hacen es tratar de validar su
propio género como “real” o “natural.”
Este
tipo de pensamiento es extraordinariamente ingenuo, ya que niega una verdad
básica: Todos los días hacemos suposiciones sobre los géneros de las demás
personas sin verificar sus certificados de nacimiento, sus cromosomas, sus
genitales, su aparato reproductor, su socialización en la infancia, ni su sexo
legal.
No hay
tal cosa como un “verdadero” género -solo existe el género al que cada quien se
siente pertenecer y el género que percibimos y que le atribuimos a los demás.
Aunque
a menudo diferentes en la práctica, el cisexismo, la transfobia y la homofobia,
tienen su raíces en el sexismo por oposición, que es la creencia de que lo
femenino y lo masculino son categorías rígidas y mutuamente excluyentes, cada
una con una serie de atributos, aptitudes, habilidades y deseos que son únicos
a esa categoría y que no se sobreponen con lo que se considera que es su
opuesto.
Quienes
practican el sexismo por oposición intentan castigar o rechazar a aquellas de
nosotras que quedamos fuera de las normas de género o de sexo, porque nuestra
mera existencia pone en peligro la idea de que los hombres y las mujeres son
sexos “opuestos.”
Esto
explica por qué las personas bisexuales, lesbianas, gays, transexuales, así
como otras personas transgénero -que pueden experimentar sus géneros y sus
sexualidades de formas muy diferentes entre sí- son tan a menudo confundidas o
a agrupadas dentro de la misma categoría (es decir, como raros) por la sociedad
en general.
Nuestra
inclinación general a sentirnos atraídos por el mismo sexo, o bien a
identificarnos como lo que se considera el otro sexo, y/o para expresarnos de
una manera típicamente asociada al otro sexo, borra los límites que se
requieren para mantener la jerarquía de género centrada en el hombre que existe
en actualmente en nuestra cultura.
Además
de las categorías de género rígidas y mutuamente excluyentes establecidas por
el sexismo de oposición, el otro requisito para el mantenimiento de una
jerarquía de género centrada en el hombre es hacer cumplir con el sexismo
tradicional -la creencia de que lo masculino y la masculinidad son superiores a
lo femenino y la feminidad.
El
sexismo tradicional y el sexismo por oposición van de la mano a la hora de
asegurarse de que
aquellos
que son masculinos tengan poder sobre quienes son femeninas, y que únicamente
aquellos
que han
nacido hombres puedan ser vistos como auténticamente masculinos.
A los
efectos de este manifiesto, la palabra misoginia será utilizada para describir
esta tendencia a rechazar y rebajar lo femenino y la feminidad.
Así
como todas las personas transexuales experimentan en cierta medida la
transfobia y el cisexismo (dependiendo de si nos presentamos como personas
transexuales o de que tan frecuente o que tan fácilmente nos perciben como
tales), también es cierto que en mayor o menor grado, todas experimentamos la
misoginia.
Esto se
hace más evidente en el hecho de que, si bien existen distintos tipos de
personas transexuales, nuestra sociedad tiende a señalar a las mujeres trans y
a otras personas del espectro hombre a mujer para exponerlas públicamente y
hacer el ridículo de ellas.
Esta
agresión no ocurre simplemente porque transgredimos las normas del binario de
género en sí mismas, sino debido a que, por necesidad, llegamos a expresar lo
femenino así como nuestra propia feminidad. De hecho lo más común es que sea
precisamente nuestra propia expresión de la feminidad y nuestra necesidad de
vivir como las mujeres que somos, lo que es que tratado con sensacionalismo,
sexualizado y trivializado por los demás.
Mientras
que las personas trans del espectro mujer a hombre enfrentan la discriminación
mas bien por romper con las normas de género (es decir, el sexismo por
oposición), su expresión de lo masculino o de la masculinidad en sí misma no es
objeto del ridículo -hacerlo requeriría que uno cuestionara la masculinidad
misma.
Cuando
una persona trans es ridiculizada o rebajada no sólo por no cumplir con las
normas de género, sino por su expresión de lo femenino y por su feminidad, esto
es una señal de que se ha convertido en víctima de una forma específica de
discriminación: la trans-misoginia.
Cuando
la mayoría de las bromas que se hacen a expensas de las personas trans se
centran en reirse de lo que llaman despectivamente, “hombres que se visten de
mujer” o bien “hombres que quieren cortarse el pene”, eso no es transfobia -es
trans-misoginia.
Cuando
la mayoría de la violencia y los asaltos sexuales que se cometen en contra de
las personas trans están dirigidos mas bien en contra de las mujeres trans, eso
no es transfobia -es transmisoginia.
Cuando
está bien para las mujeres vestir con ropa “de hombre”, pero si un hombre lleva
ropa “de mujer” puede ser diagnosticado con el desorden psiquiátrico llamado
fetichismo travestista, eso no es transfobia -es trans-misoginia.
Cuando
las organizaciones y los eventos para mujeres o para lesbianas le abren sus
puertas a los hombres trans, pero no a las mujeres trans, eso no es transfobia
-es trans-misoginia.
En una
jerarquía de género centrada en el hombre, donde se asume que los hombres son
mejores que las mujeres y que la masculinidad es superior a la feminidad, no
hay mayor amenaza percibida que la existencia de las mujeres trans, que a pesar
de supuestamente haber nacido como hombres y heredar el privilegio masculino,
mas bien “eligen ” ser mujeres.
Al
abrazar nuestra propia feminidad y nuestra forma personal de vivir lo femenino,
nosotras, encierto sentido, estamos arrojando una sombra de duda sobre la
supuesta supremacía de lo masculino y la masculinidad.
Con el
fin de reducir la amenaza que representamos para la jerarquía de género
centrada en el hombre, nuestra cultura (sobre todo a través de los medios de
comunicación) utiliza todas las tácticas de su arsenal del sexismo tradicional
para intentar rebajarnos:
- Los
medios de comunicación nos hiperfeminizan al acompañar las historias acerca de
las mujeres trans con imágenes donde aparecemos poniéndonos maquillaje,
vestidos y zapatos de tacón, en un intento por resaltar la naturaleza
supuestamente “frívola” de nuestra feminidad y representando a las mujeres
trans como poseedoras de los rasgos de personalidad que suelen ser asociados de
forma despectiva con lo femenino: seres débiles, confundidos, pasivos o
tímidos.
- Los
medios de comunicación nos hipersexualizan al crear la impresión de que la
mayoría de las mujeres trans son trabajadoras sexuales o timadoras que se hacen
pasar por mujeres, y también cuando afirman que hacen la transición por razones
primordialmente sexuales (por ejemplo, para aprovecharse de los pobres e
inocentes hombres heterosexuales o para cumplir con algún tipo de fantasía
sexual bizarra). Estas representaciones no sólo le restan importancia a los
motivos que tienen las mujeres trans para realizar la transición, sino que implícitamente
sugieren que las mujeres en su conjunto no tienen ningún valor más allá de su
potencial para ser sexualizadas.
- Los
medios de comunicación convierten en objetos nuestros cuerpos al volver un tema
sensacionalista la cirugía de reasignación de sexo y discutir públicamente
acerca de nuestras “vaginas artificiales” sin aplicar en absoluto la discresión
que normalmente acompaña cualquier alusión a los genitales de cualquier persona
en general. Más aún, aquellas de nosotras que no nos hemos realizado la
cirugía, nos vemos constantemente reducidas a las partes de nuestro cuerpo, ya
sea por los productores de pornografía transexual que enfatizan y exageran una
y otra vez el hecho de que tenemos pene (distorsionando nuestra realidad y convirtiéndonos
en la imagen de las prostitutas “ella-hombre” -shemales- y de las “chicas con
pollas,”) o bien por otras personas que se han llegado a creer a tal punto el
lavado de cerebro de la cultura falocentrista, que piensan que la mera
presencia de un pene puede anular lo femenino de nuestra identidad, de nuestras
personalidad, y del resto de nuestro cuerpo.
Debido
a que la discriminación anti-trans se fundamenta en el sexismo tradicional, a
las activistas trans no nos basta con sólo desafiar las normas del binario de
género (es decir, el sexismo por oposición), también debemos cuestionar la idea
de que lo femenino y la feminidad son inferiores a lo masculino y la
masculinidad.
En
otras palabras, por necesidad, el activismo trans debe ser en su esencia un
movimiento feminista. Algunas podrían considerar polémica esta afirmación. A
través de los años, muchasautodenominadas feministas han realizado enormes
esfuerzos para rebajar a las personas trans, en especial a las mujeres trans,
recurriendo a muchas de las mismas tácticas (hipersexualización, hiperfeminización
y objetivación de nuestros cuerpos) que los medios de comunicación utilizan regularmente
en nuestra contra.
Estas
pseudofeministas proclaman: “Las mujeres pueden hacer todo lo que los hombres
hacen”, y a continuación ridiculizan a las mujeres trans por cualquier supuesto
rasgo masculino que podamos presentar. Argumentan que las mujeres deben ser
fuertes y sin miedo a decir lo que piensan y enseguida nos dicen a las mujeres
trans que nos comportamos como hombres cuando expresamos nuestras opiniones.
Afirman
que es algo misógino cuando los hombres crean estándares y expectativas que las
mujeres tienen que cumplir, y enseguida nos rebajan por no cumplir con los
estándares de lo que significa para ellas “ser mujer”. Estas pseudofeministas
constantemente predican el feminismo con una mano, mientras practican el
sexismo tradicional con la otra.
Es hora
de recuperar el término “feminismo,” palabra de la que estas pseudofeministas
se han apropiado. Después de todo, como concepto, el feminismo es similar a
otras ideas generales como “democracia” o “cristianismo.” Cada uno de estos
términos contiene un principio importante en su núcleo, sin embargo hay un
número aparentemente infinito de formas en las que esos principios se practican.
Y así como algunas formas de la democracia y el cristianismo son corruptas e
hipócritas, mientras que otras son más justas y rectas y honestas, nosotras,
las mujeres trans, debemos unir fuerzas con aliados de todos los géneros y
sexualidades para forjar un nuevo tipo de feminismo, uno que comprenda que la
única manera en que podemos lograr la verdadera igualdad de género es abolir
tanto el sexismo por oposición, como el sexismo tradicional.
Ya no
es suficiente para el feminismo luchar exclusivamente por los derechos de las
mujeres reconocidas como mujeres al momento de su nacimiento. Esa estrategia ha
impulsado las iniciativas de muchas mujeres a lo largo de los años, pero ahora
choca contra el techo de cristal que esta misma forma de pensar llegó a crear.
Aunque
el movimiento trabajó duro para alentar a las mujeres a entrar en áreas de la
vida dominadas por los hombres, muchas feministas han sido ambivalentes en el
mejor de los casos, y resistentes en el peor, a la idea de que los hombres o
quienes la sociedad considera hombres, puedan expresar o exhibir rasgos
femeninos y de que puedan moverse en ciertos ámbitos tradicionalmente femeninos.
Y
mientras que reconocemos la gran contribución de los movimientos feministas
previos por ayudar a crear una sociedad donde la mayoría de la gente sensata
está de acuerdo con la afirmación de que “las mujeres y los hombres son
iguales,” lamentamos el hecho de que aún estamos a años luz de ser capaces de
decir que la mayoría de la gente cree que la feminidad y la masculinidad se dan
en condiciones de igualdad.
En
lugar de tratar de darle poder a aquellas que nacieron como mujeres,
animándoles a alejarse lo más posible de la feminidad, deberíamos apreder a
darle poder a lo femenino en sí mismo. Tenemos que dejar de rebajar lo femenino
considerándolo como “artificial” o como una mera “actuación”, y en lugar de
ello reconocer que algunos aspectos de la feminidad (y de la masculinidad
también) trascienden tanto la socialización como el sexo biológico, de otra
manera no existirían niños femeninos, ni tampoco niñas masculinas.
Debemos
desafiar a todos aquellos que asumen que la vulnerabilidad femenina es un signo
de debilidad. Porque abrirse, ya sea para compartir con honestidad nuestros
pensamientos y sentimientos, o para expresar nuestras emociones, es un acto
atrevido, uno que requiere de mayor coraje y fuerza interior, que la fachada de
macho alfa con todo su silencio y estoicismo.
Tenemos
que desafiar a todos aquellos que insisten en que las mujeres que actúan o se
visten de una manera femenina deben por ello asumir una postura sumisa o
pasiva.
Para
muchas de nosotras, vestirse o actuar de manera femenina es algo que hacemos
para nosotras mismas, no para los demás. Es nuestra manera de reclamar nuestros
propios cuerpos y expresar sin ningún temor nuestras propias personalidades,
así como nuestra sexualidad.
No
somos nosotras las culpables de que se quiera reducir nuestros cuerpos a meros
objetos para que otros jueguen con ellos, los culpables son más bien aquellos
que torpemente asumen que nuestro estilo femenino es una señal de que estamos
dispuestas a subyugarnos sexualmente a los hombres.
En un
mundo donde la masculinidad se supone que representa la fuerza y el poder,
aquellos y aquellas que son machorros o juveniles como un muchacho, son capaces
de explorar sus identidades dentro de la relativa seguridad de esas
connotaciones.
En
contraste, aquellos y aquellas de nosotras que somos femeninas, nos vemos
obligadas a definirnos a nosotras mismas y arreglárnoslas por nuestra cuenta,
desarrollando nuestro propio sentido de autoestima como podamos.
Se
necesita tener agallas, determinación e intrepidez para que aquellas de
nosotras que somos femeninas nos podamos elevar por encima de los significados
de inferioridad que constantemente se proyectan sobre nosotras por el mero
hecho de serlo.
Si
necesitas mayor evidencia de que la feminidad puede ser más feroz y peligrosa
que la masculinidad, todo lo que necesitas hacer es pedirle al hombre común y
corriente que sostenga tu bolso o un ramo de flores por un minuto, y observar
lo lejos que lo mantiene de su cuerpo. O decirle que te gustaría ponerle un
poco de tu lápiz de labios y ver cómo sale corriendo en otra dirección.
En un
mundo donde con regularidad la masculinidad es respetada y la feminidad es
vista de menos, se necesita de una enorme cantidad de fuerza y confianza para
cualquiera, ya sea que tenga cuerpo femenino o masculino, para asumir su ser
femenino.
Y sin
embargo, para nosotras no basta con que se le de poder a la feminidad y a lo
femenino. También tenemos que dejar de pretender que hay una diferencia
esencial entre las mujeres y los hombres.
Esto
comienza con el reconocimiento de que existen excepciones para cada norma y
estereotipo de género, y que este simple hecho descalifica todas las teorías de
género que aseguran que masculino y femenino son categorías mutuamente
excluyentes.
Debemos
alejarnos de la falsa idea de que las mujeres y los hombres son sexos
“opuestos”, porque cuando nos creemos ese mito establecemos un peligroso
precedente.
Porque
si los hombres son grandes, entonces las mujeres tienen que ser pequeñas; y si
los hombres son fuertes, entonces las mujeres deben ser débiles.
Y si
ser butch o machorra es volverte dura como una roca, entonces ser femme quiere
decir que eres maleable y que te dejas manipular; y si ser hombre quiere decir
que te puedes hacer cargo de tu propia situación, entonces ser mujer significa
que vives de acuerdo a las expectativas de los demás.
Cuando
nos creemos la idea de que las mujeres y los hombres son “opuestos”, se vuelve
imposible que le podamos otorgar poder a las mujeres sin que esto signifique
que estamos ridiculizando a los hombres o que estamos tirando del tapete que se
encuentra debajo de nuestros pies.
Sólo
cuando nos alejamos de la idea de que hay sexos “opuestos” y dejamos a un lado
los valores culturales que se derivan de esta suposición y que le han sido
asignados a las expresiones de la feminidad y la masculinidad, entonces
finalmente podremos tener un enfoque de equidad de género.
Al
desafiar de manera simultánea tanto el sexismo por oposición como el sexismo
tradicional, podemos hacer que el mundo sea un lugar más seguro para aquellos
de nosotros que somos LGTB, para quienes somos femeninas, y para aquellas de
nosotras que somos mujeres, dándole así poder a todas las sexualidades y a
todos los géneros.
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