Impacto en mujeres y niñas del conflicto armado en Colombia
* * copiado tal
cual del informe “Esto es lo que nosotras exigimos. Que se haga justifica.
Impunidad por actos de violencia sexual cometidos contra mujeres en el
conflicto armado de Colombia” de Amnistía Internacional (ISBN: 978 - 84 - 96462
- 32 - 8)
“No importa si
somos juiciosas, o si estamos en riesgo o si estamos vistiéndonos bien o mal, siempre
[nos escogen] por ser mujeres […] a mí me hicieron sentir que ellos tenían el
poder de hacerlo cuando quieran y con quien quieran". Mari (no es su
nombre real), líder comunitaria y sobreviviente de la violencia sexual, febrero
de 2011
El impacto de los
conflictos armados suele ser mayor en las mujeres que en los hombres, y esto es
tan cierto para las mujeres y niñas colombianas como para las que viven otras
situaciones de conflicto.
“[L]a violencia
ejercida por todos los actores del conflicto interno sigue causando un impacto diferenciado
y agravando la discriminación histórica que las mujeres colombianas han vivido.
En este sentido, la Comisión nota con preocupación que las principales
manifestaciones de violencia contra las mujeres identificadas en el informe de
2006 –la violencia física, sexual y psicológica; el reclutamiento forzado; la
imposición de pautas de comportamiento social; y el desplazamiento forzado–
continúan afectando a las mujeres de todas las edades, razas y etnias en Colombia. Asimismo, el conflicto armado sigue
afectando de forma particular a las mujeres indígenas y afrocolombianas por la
múltiple discriminación histórica que han sufrido". Informe anual de la
Comisión Interamericana de Derechos Humanos 2009.
Para las mujeres,
la experiencia del desplazamiento forzado puede ser más traumática debido al papel
tradicional que desempeñan en la familia y la comunidad. Muchas mujeres
desplazadas se han visto obligadas a huir de sus casas en el campo con sus
hijos, abandonando su ganado y sus pertenencias. El refugio que ofrecen los
barrios marginales y las ciudades suele ser poco seguro y económicamente
precario.
Las mujeres
desplazadas también corren mayor riesgo de ser sometidas a crímenes de
violencia sexual o de verse obligadas a trabajar en la industria sexual debido
a la destrucción de sus medios de subsistencia y redes de apoyo. Estas mujeres
tienen barreras para acceder a bienes y servicios, y a menudo son tratadas como
presuntas simpatizantes de la guerrilla, incluso por las autoridades, por haber
huido de zonas de conflicto.
Las mujeres
padecen también riesgos adicionales en el contexto de una sociedad donde la discriminación
general de mujeres y niñas está profundamente arraigada. Muchas tienen miedo de
que sus hijos sean reclutados forzosamente por los grupos armados. Otras pueden
sufrir represalias por su relación voluntaria, accidental o deliberada con un
miembro de uno u otro grupo armado, sea directamente o por medio de un
familiar. Los grupos paramilitares y guerrilleros también usan códigos de
conducta coactivos para controlar la conducta de mujeres y niñas, tanto civiles
como combatientes, que incluyen la anticoncepción forzada y crímenes de derecho
internacional como el embarazo forzado y el aborto forzado, así como la
violación, la violencia sexual y la esclavitud sexual. Algunas mujeres son
agredidas para silenciarlas y castigarlas por su trabajo a favor de los
derechos humanos.
SANDRA Y CARLOS
Sandra y Carlos
(no son sus nombres reales) vivían en su pequeña finca del departamento de
Vichada, en la que cultivaban mandioca, bananas, maíz y cacao. Un día de julio
de 2010 unos soldados les detuvieron en una carretera próxima a su finca y se
los llevaron al monte, donde les ataron y amenazaron, acusándoles de ser guerrilleros.
Los soldados agredieron sexualmente a Sandra antes de dejarles marchar, a las
10 de la mañana del día siguiente. Sin embargo, los soldados continuaron
acosándoles, amenazándoles con entregarles a los paramilitares.
Una semana
después, Sandra y Carlos huyeron de Vichada. No obstante, las autoridades se
han negado hasta ahora a reconocer la declaración de la pareja de que fueron
desplazados forzosamente por la violencia política. Como consecuencia, Sandra y
Carlos no han recibido ninguna ayuda humanitaria del Estado.
En noviembre de
2010, un soldado se aproximó a la hermana de Sandra y le preguntó si era la
hermana de la mujer que había sido violada por el ejército. Ella dijo que no y
luego huyó de la zona, por temor por su propia seguridad.
Sandra y Carlos
hablaron del intenso miedo y de la angustia que sienten desde la agresión.
Creen que no pueden confiar en nadie, ni siquiera en los vecinos. Sandra
explicó que no se sentía a gusto viviendo en una ciudad y que el recuerdo de la
violencia sexual a que había sido sometida le causaba un gran sufrimiento y una
profunda sensación de repugnancia. Sandra no ha contado a Carlos todo lo que le
hicieron.
Sin embargo, sí
denunció lo ocurrido al personero local poco después de la agresión. No
obstante, la denuncia no fue trasladada a la Fiscalía General de la Nación ni
al Instituto Nacional de Medicina Legal y Ciencias Forenses (INMLCF).
Finalmente, la
pareja denunció la agresión a la Fiscalía General de la Nación en
octubre/noviembre de 2010. El caso está siendo investigado actualmente por la
Fiscalía General de la Nación. Sin embargo, Sandra dijo que no se había puesto
en contacto con ellos nadie de la Fiscalía para comunicarles qué estaba
sucediendo con el caso. Los abogados de la pareja dijeron a Amnistía
Internacional que había habido pocos avances en el caso y que Sandra y Carlos
estaban empezando a preguntarse si tenía algún sentido insistir en que se
hiciera justicia.
Resulta imposible
calcular la verdadera escala del problema de la violencia sexual relacionada con
el conflicto que sufren mujeres y niñas. No existen datos precisos, debido a
que no todos los casos se denuncian y también a que los sucesivos gobiernos
colombianos no han creado una base de datos única y completa para registrar
todos los crímenes de violencia sexual, relacionados o no con el conflicto.
Aunque en los
últimos años las autoridades han mejorado los sistemas de información existentes
y han empezado a recoger datos sobre la incidencia de la violencia sexual,
hasta el momento no existe una base de datos unificada ni se están recogiendo
datos de un modo exhaustivo. La alta comisionada de las Naciones Unidas para
los derechos humanos afirmó en su informe de 2010 sobre Colombia que las
estadísticas sobre violencia sexual “siguen siendo incompletas y segmentadas”.
La creación de un conjunto de datos único y preciso para estos delitos es un
requisito previo crucial para que el gobierno ponga fin definitivamente a la violencia
sexual y a la impunidad que la rodea. Al mismo tiempo, el gobierno debe abordar
efectivamente las causas fundamentales de que no se denuncien todos los casos,
especialmente el miedo de las sobrevivientes a las represalias si denuncian el
delito, y la discriminación de género que las estigmatiza.
El conjunto de
datos más fiable es el que gestiona el INMLCF, pero sólo registra el número de exámenes
realizados y no el de mujeres y niñas víctimas de violación y de otros tipos de
violencia sexual. Dada la probabilidad de que el número de denuncias sea mucho
más bajo que el de casos reales, no hay duda de que éstos son más numerosos.
Sin embargo, en 2009, el INMLCF realizó un total de 21.288 exámenes de
presuntos casos de violencia sexual, frente a los 12.732 de 2000. Más del 85
por ciento de los exámenes llevados a cabo en 2009 fueron de menores.
En el caso de la
violencia sexual relacionada con el conflicto, la diferencia entre casos reales
y denuncias es aún mayor. Según el INMLCF, sólo 131 de los exámenes realizados
en 2009 fueron clasificados de “sociopolíticos”. La alta comisionada de las
Naciones Unidas para los derechos humanos, en su informe de 2010 sobre Colombia,
afirmaba que “recibió una cantidad alarmante de información sobre casos de
violencia sexual contra mujeres y niñas cuya responsabilidad fue atribuida a
miembros de las FARC-EP [Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia-Ejército
del Pueblo] y de los grupos armados ilegales surgidos del proceso de desmovilización
de organizaciones paramilitares”. En su informe de 2011, este organismo hizo también
referencia a “casos de violencia sexual atribuidos a miembros de la fuerza
pública, en particular del Ejército, en Arauca, Caldas, Cauca, Chocó, Meta y
Vichada. En la mayoría de estos casos las víctimas eran niñas”.
Según el último
informe de la coalición de ONG Mesa de Seguimiento al Auto 092, publicado en
mayo de 2011, varios estudios han puesto de relieve el alcance de esta brecha:
“La Encuesta Nacional de Demografía y Salud señaló que el 73% de las mujeres
maltratadas físicamente no denunciaron la violencia a la cual se vieron
enfrentadas. Para la Defensoría del Pueblo, el 70% de las mujeres que fueron
víctimas de violencia física y el 81,7% de las víctimas de agresión sexual no
acudieron a ninguna institución a denunciar la agresión. Específicamente en
materia de violencia sexual en el conflicto armado, la Primera Encuesta de Prevalencia
de Violencia Sexual impulsada por OXFAM y realizada por la Casa de la Mujer encontró
que el 82,1% de las mujeres encuestadas no denunciaron los hechos de los que fueron
víctimas”.
Los datos
disponibles sugieren que la violencia sexual contra las niñas en Colombia es un
problema grave. Algunas de las sobrevivientes que hablaron con Amnistía
Internacional eran niñas cuando fueron agredidas, y los datos del INMLCF ponen
de relieve la cuestión de la edad. Las niñas son objeto de crímenes de
violencia sexual debido a los estereotipos de género que atribuyen gran valor a
la virginidad. Para las menores, el impacto de la violencia sexual es aún mayor
que para las mujeres en general. Las jóvenes sobrevivientes tienen más
probabilidades de sufrir lesiones físicas graves como consecuencia de la
violencia sexual porque sus cuerpos no se han desarrollado aún por completo.
Para muchas de ellas, la agresión representa la interrupción o el final de su
educación. También pueden sufrir la consecuencia adicional del embarazo debido
a la violación, y estos embarazos suelen plantear mayores riesgos para su
salud; las adolescentes tienen más probabilidades de tener complicaciones al
dar a luz, lo que podría ser causa de mortalidad materna.
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