Rosalía Sánchez: Caca, culo, pedo, nazi.
© Rosalía Sánchez,
El Mundo
La portada del
diario griego Demokratia, con una foto de Merkel vestida con el uniforme nazi y
una esvástica en el brazalete, que tanto revuelo está causando, no es muy
original. Ya se le había ocurrido esa misma idea al locuaz Hugo Chavez, que
recientemente criticaba a la canciller alemana por “pertenecer a la misma línea
ideológica que Hitler”. Lo que el cuerpo le pedía a Chavez, en su programa “Aló
presidente”, eran palabras más gruesas, pero se contuvo. “Viene la cancillera
alemana y dice, ayer o antier, que los gobiernos de América Latina deberían
alejarse de gobiernos como el de Hugo Chávez. Vaya usted señora cancillera a…”,
dijo Chávez antes de hacer una pausa. “Como es una dama no le digo más nada”,
añadió, prudente.
La iniciativa de
comparar a Merkel con Hitler, según la pormenorizada lista de agravios que
recoge la estupefacta prensa alemana, no tiene fin. El periódico de Atenas
Eleftherotypia ha dado lugar a una colección de viñetas insultantes mientras
otros, también muy gráficos, utilizan titulares como “Tren económico a Dachau”,
caso de Ethnos.
Hace apenas una
década, este recurso al subconsciente alemán hubiese surtido efecto,
avergonzado a los alemanes y quizá incluso, aunque algo menos probable, hubiese
tenido como consecuencia que el gobierno de Berlín se mostrara más dispuesto a
seguir financiando a fondo perdido los dislates de la economía griega. Al fin y
al cabo, así se ha construido la Unión Europea. Pero ahora ya no. Las
generaciones de alemanes menores de 60 años de edad, es decir, los
contribuyentes alemanes, han superado el trauma, perfectamente separable de la
responsabilidad histórica, del pasado nazi de Alemania.
A Hugo Chávez podría ocurrírsele, por ejemplo,
criticar a Rajoy por descender de los conquistadores del Nuevo Mundo que
esclavizaron y masacraron a las etnias inca y azteca, pero con ello no causaría
en España más que cierto estupor y malestar diplomático. Y en caso de que
España estuviese a punto de conceder un multimillonario crédito al gobierno
venezolano en apuros, como es el caso de Alemania respecto a Gracia, primaría
el malestar sobre el estupor.
Los alemanes han
asumido que Hitler forma parte, les duela o no, de su proyección internacional.
De hecho, Hitler es considerado por los franceses como el noveno alemán más
significativo de la historia. El tercero para los lituanos, solo después de
Merkel y de Goethe y por delante, por ejemplo, de Beethoven. Para los
portugueses Hitler es el sexto alemán más conocido y para los eslovacos el
séptimo, por detrás de Günter Grass y por delante de Franz Beckenbauer. La
lista continúa: para los checos es el quinto, para los turcos el tercero y,
siempre según una encuesta realizada por Goethe Institut y recién publicada por
Steidl, para los griegos Hitler es el octavo alemán más importante de la
historia, lo que explica inesperadas asociaciones de ideas que dan lugar a
quemas de banderas del Tercer Reich ante las puertas del Parlamento griego. Más
inexplicable resulta que un diputado galo haya llamado nazi a Sarkozy en la
Asamblea Nacional Francesa, lo que demuestra la total banalización postmoderna
del adjetivo y la consiguiente y alarmante pérdida de su significado real. Se
ha convertido en un insulto barato, casi infantil, lo que nos deja desposeídos
de un concepto imprescindible para evitar que la historia se repita. ¿Cómo
vamos a luchar contra ello si ni siquiera podemos llamarlo por su nombre con
propiedad?
Hoy se celebra el 67º aniversario del cruel
bombardeo de Dresde y unos 2.000 integrantes de organizaciones neonazis,
bastante más familiarizados con la ideología nazi original y a quienes comparar
con Hitler es como piropear desde un andamio, desfilarán por las calles de la
ciudad revindicando una ideología casi por completo desterrada de Alemania pero
cuyas últimas brasas calientes es irresponsable aventar con comparaciones
impropias.
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