Violencia sexual en Colombia: hablan las supervivientes

* * copiado tal cual del informe “Esto es lo que nosotras exigimos. Que se haga justifica. Impunidad por actos de violencia sexual cometidos contra mujeres en el conflicto armado de Colombia” de Amnistía Internacional (ISBN: 978 - 84 - 96462 - 32 - 8)

Se han ocultado los nombres reales de la mayoría de las sobrevivientes cuyas historias se narran en estas páginas para protegerlas tanto a ellas como a sus familias. La mayor parte de los seudónimos empleados fueron elegidos por las propias sobrevivientes. Siempre que ha sido posible, las historias son narradas en primera persona por las propias sobrevivientes; las citas proceden en su mayor parte de entrevistas que mantuvieron con el equipo de investigación de Amnistía Internacional en febrero de 2011. Algunas de estas entrevistas fueron realizadas por ONG locales y se reproducen con el consentimiento de las sobrevivientes.


LA HISTORIA DE ANGÉLICA

Angélica (no es su nombre real) estuvo más de 10 años cautiva como esclava doméstica y sexual de un hombre que, según cree, pertenecía al grupo guerrillero FARC o colaboraba con él. Su historia comienza en 1995.

“Buscando un mejor futuro laboral viajamos de mi tierra natal al departamento del Meta donde trabajé en varios oficios […]. Allí, mi madre sufrió una trombosis y como no teníamos dinero para el hospital pedí prestado un dinero a un señor quien comenzó a frecuentar el lugar donde yo vivía. Como no tuve con qué pagar la deuda, este señor me conminó a pagarlo con trabajo en su finca, donde criaba ganado y trabajaban obreros, por lo cual me trasladé a vivir a la finca en compañía de mi pequeño hijo. A los pocos días de estar trabajando en la finca de mi nuevo patrón, comenzó a llegar borracho y a abusar sexualmente de mí aprovechando el estado de indefensión de mujer sola, en tierra extraña, y su posición social en la región como hombre y como miembro o colaborador de [las FARC]. Los hechos de violencia sexual fueron repetitivos y llegaron a extremos en tanto una noche siendo las 2.30 de la mañana, recién trasladada a la nueva finca, fui asaltada en mi habitación por varios hombres que [el señor] llevó a su casa con ese fin. Desde entonces la vida cambió totalmente para mí como madre y para mi hijo.

El señor que vivió conmigo, fueron 10 años, 10 años que me lo aguanté. Cocinándole como a 100 trabajadores. Me levantaba a las 2 de la mañana. Estaba despierta hasta las 12 de la noche para volver al otro día a levantarme a las 2 de la mañana […]. Hasta que ya un día vinieron como cuatro. Dijeron que venían de parte del patrón, que los había mandado […]. Ahí mismo me entraron para dentro y bueno. De ahí quedó la niña que tengo ahorita. Y yo no le he dicho la verdad […]".

En noviembre de 2005, Angélica y su hijo de 19 años estaban pescando cuando se les acercó un grupo de hombres armados que ella cree pertenecían a las FARC. Le preguntaron dónde estaba el propietario de la finca, pues según dijeron les debía dinero. Angélica les dijo que se había marchado unos días antes y que no sabía dónde estaba. Los hombres agarraron a su hijo y se lo llevaron, afirmando que se quedarían con él hasta que apareciera el dueño de la finca. Angélica les imploró que dejaran en paz a su hijo, pero se lo llevaron de todos modos. Los hombres dieron a Angélica ocho horas para marcharse de la zona. Angélica huyó a Villavicencio, luego a Bogotá. Desde ahí fueron al campo, en el departamento de Valle del Cauca, y encontraron albergue en una casa abandonada que les dejó usar una campesina. El hijo de Angélica logró escapar de sus captores en mayo de 2006.

A lo largo de toda su terrible experiencia, la familia fue objeto de amenazas, hostigamiento y ataques. En marzo de 2008, por ejemplo, llegaron dos hombres armados a la casa, arrojaron a Angélica al suelo y la pegaron para que les dijera dónde estaba su hijo. La amenazaron con atacar a sus hijos y a su hermano, que es ciego, si denunciaba la agresión: “Acuérdese que tiene una hija muy hermosa y ahí tiene a su otro hijo y al ciego h.p. [hijo de puta]”.

En septiembre de 2008, un vecino agredió sexualmente a la hija de 13 años de Angélica. El hombre fue detenido, pero a Angélica no le permitieron asistir a la audiencia: “El día de la audiencia, vino un policía y me dijo que había una audiencia a las 9 de la mañana […]. Cuando yo llegué allá me dijo el fiscal: "Usted no puede entrar". Le dije: "Por qué si soy la mamá de la niña". Dijo: "No, porque la que hizo la vuelta fue una tutora de ella, otra señora". Entonces yo le dije: "Pero es que no dijeron que tenía que venir la señora sino la mamá y yo soy la mamá". Entonces, bueno, no pude entrar”. El agresor de la hija fue puesto en libertad en noviembre de 2009 por motivos de salud mental.

Las amenazas continuaron, obligando a Angélica y a su familia a marcharse de la zona. Desplazados forzosamente por segunda vez, regresaron a Bogotá y luego a su departamento natal de Quindío. En ninguno de estos lugares consiguió Angélica que las autoridades ofrecieran protección o ayuda humanitaria a la familia, así que ésta se trasladó de nuevo al Valle del Cauca, donde a pesar de las reiteradas solicitudes de Angélica a las autoridades, no se adoptaron medidas para proteger a su hija del hombre que la había agredido en septiembre de 2008. En mayo de 2010, el hombre la atacó otra vez.

“Mi hija salió a tomar el bus de madrugada; ese día no la acompañé porque estaba muy enferma. Cuando me levanté la encontré en el fondo del patio de la casa llorando, le pregunté por qué no había ido al colegio y me respondió: "No pude ir porque me violaron". Me dijo que no fuéramos a denunciar, que estábamos amenazadas, que si contábamos a alguien o íbamos a la Fiscalía peligraba nuestra vida. No quisimos denunciar por miedo. La niña me dijo: "Mamá, no vaya a decir nada por mi tío, por mi abuela". Entonces yo no denuncié esa violación. ¿Por qué? Porque la niña me pedía y me decía que no podíamos denunciar, que él con un cuchillo la había amenazado y la había dicho que se acordara que estaba mi hermano ciego. Que se acordara que mi mamá era una anciana y que yo tenía que salir y que ellos quedaban solos […]. Además como la primera vez denunciamos y no hicieron nada […].

Yo empecé a denunciar eso como a partir del 2008, porque yo no me he atrevido, no me sentía capaz y aún me da miedo. He tocado cantidades de puertas y no he encontrado ninguna abierta. Mire, estuve en Derechos Humanos, en la Fiscalía General de la Nación, en la Presidencia, en la Defensoría del Pueblo. En todas las entidades que hay acá en Bogotá, todas. Sin pagar transporte, caminando. Por la tarde con unas ampollas en los pies de sangre, horrible. Que se me reventaban eso, para el otro día volver otra vez a lo mismo. Aguantando sed, aguantando hambre pero yo luchando, yo tocando puertas en un lado y en otro".


LA HISTORIA DE LA FAMILIA GALÁRRAGA

El 1 de enero de 2001, a las 6 de la tarde, varios paramilitares del Bloque Sur llegaron a la casa de la familia Galárraga Meneses en La Dorada, en el departamento de Putumayo, y se llevaron a cuatro de las hermanas: Jenny Patricia, de 19 años; las gemelas Nelsy Milena y Mónica Liliana, de 18, y María Nelly de 13. La quinta, Nancy, cuenta así lo que sucedió después de que secuestraran a sus hermanas: “Mi madre llegó como a las 8 de la noche a mi casa; las habían cogido a las 6 de la tarde. Empezamos a buscar a mis hermanas y hablamos con el comandante. Le dijimos que nos las entregara, que ellas no debían nada, y él nos dijo que tranquilas, que las llevaban a una reunión y que las soltaban a las 11 de la mañana del otro día. Y yo le reclamaba que ellas no tienen nada que ver.  Entonces, nos dijo: "Desaparézcanse si no quieren que las maten". "Usted no las reclame a ellas, ya las matamos", me dijo a mí, y yo le dije a mamá y ella se desmayó de la impresión. Nadie nos ayudaba, a la gente le daba miedo, en ese tiempo mataban por nada. Estuvimos ahí hasta las 12 de la noche reclamando. Entonces salió el comandante y le dijo a mi madre: "Vieja h.p., deje de andar llorando, mañana no la quiero ver en el pueblo".

Al día siguiente la familia huyó al departamento de Nariño y  acudió al personero [defensor del pueblo] local, que se negó a dejar constancia de la denuncia del secuestro. Según la familia, se negó a ayudarles por temor a las represalias de los paramilitares. La familia recibió una respuesta similar cuando intentó denunciar los secuestros a la inspectora de Policía. La familia intentó volver a La Dorada en 2005. Nancy y su madre buscaron en cientos de fosas de la región donde se creía que habían enterrado a víctimas de la violencia parapolicial. La madre cuenta así su búsqueda desesperada: “Llegamos a una casa abandonada bien viejita donde no había nada, nos tocaba arroparnos con costales, me acomodé, hice aljibe, trabajé, me fui organizando. Yo me madrugaba, les dejaba el desayuno a los niños, ellos no se daban cuenta de lo que yo estaba haciendo, después de mandarlos a la escuela yo cogía un machete, una barra y una palanca. Y me iba para la montaña a buscar a mis hijas. Donde encontraba los huecos hundidos cavaba. Los primeros muertos que sacaron hasta ahorita los están entregando, esos los saqué yo, porque yo le avisé a la Fiscalía. Detrás de la casa donde yo vivía, ahí encontré costillas, piernas, brazos…Yo estaba decidida a buscar mi sangre, entonces cogí ese día y me metí al Arco y encontré cuatro fosas, y las dejé señaladas. Entonces ese día quedé a las 2 de la tarde y después me entró una llamada y nos amenazaron. Que tenía que desaparecerme, que me iban a matar por andar buscando las fosas”.

Muchas familias de personas desaparecidas pidieron ayuda a la familia Galárraga para encontrar a sus seres queridos. Finalmente, y tras recibir reiteradas amenazas, Nancy y su madre recibieron protección de las autoridades, aunque, según la madre, esas medidas no eran adecuadas. “Aquí vinieron a visitarme los agentes. En vez de llegar uno, llegaban 10, 15 agentes de la policía a la puerta de mi casa. Bueno, los vecinos me miraban mal, que yo era la vecina que cada ocho días la venían a ver. La gente no sabía por qué me venían a ver. Entonces la seguridad queríamos tenerla oculta. ¿Por qué 4, 5, 10 agentes enfrente de una casa? Entonces los vecinos a uno le dicen: "Esa vieja qué habrá hecho. Esa vieja es ladrona".

En febrero de 2010, la Unidad de Justicia y Paz realizó una exhumación en La Dorada y encontró una fosa con los restos de cuatro mujeres y niñas; en mayo confirmó que eran los cuerpos de las cuatro hermanas Galárraga. Los peritos forenses informaron de que los cuerpos estaban semidesnudos y que las cuatro habían sido torturadas; a tres las habían descuartizado antes de que murieran, probablemente con un machete, y a la cuarta la habían matado a golpes. Según el Instituto Nacional de Medicina Legal y Ciencias Forenses (INMLCF), el estado en el que fueron hallados los cuerpos, incluida la ropa rasgada, deja pocas dudas de que “haya ocurrido penetración u otro tipo de maniobras sexuales”. Pese a ello, la Fiscalía General de la Nación no investigó si habían sido víctimas de violencia sexual.

Se conoce la identidad de algunos de los paramilitares que secuestraron a las cuatro hermanas; algunos incluso forman parte del proceso de Justicia y Paz. Cuando se redactan estas líneas, los investigadores no habían citado a ninguno para que prestara declaración y ninguno había sido acusado formalmente de desaparición forzada, asesinato o violación. Las autoridades devolvieron los cuerpos a la familia en una ceremonia pública el 8 de julio de 2010 en la que estuvieron presentes el fiscal general y el vicepresidente. Sin embargo, la familia siente aún que el Estado no ha hecho cumplir su derecho a la justicia.

“Es que el Estado hoy en día no hay que confiarse de nada, nunca le han dado la solución a uno. El día que llevaron a mis hermanas estuvo el alcalde, estuvo la policía, estuvo el ejército, ¿y qué hicieron? No hicieron nada, de las mismas caras de ellos las llevaron a mis hermanas, diciendo que eran delincuentes, para saber que ahora el mismo Estado dice que son inocentes las niñas".


LA HISTORIA DE CLARA Y LISBETH

Clara, de 18 años, y Lisbeth, de 15 (no son sus nombres reales) estaban en una fiesta en casa de Clara, en el departamento de Putumayo, en agosto de 2008, cuando un grupo de soldados de una unidad militar local allanó la vivienda. Clara cuenta así lo que ocurrió: “Como a las 11 de la mañana comenzaron a llegar la gente a la fiesta. Comenzaron a reunirse todos. Como a eso de las 7 o 7.30 de la noche, llegó el ejército. Bastantes. Yo inclusive le dije a mi mamá: "Mamá, llegó el ejército". Seguimos normal. Nunca pensábamos lo que ellos iban a hacer.  Cuando dijeron: "Somos el Ejército Nacional de Colombia", todo el mundo quedamos como píos, porque siempre hacían sus cosas graves. Llegaban a las fiestas, a humillar a la gente, a cogerles el dinero, a humillarlos, a maltratarlos, a tirarlos al piso, inclusive a las mujeres a manosearles el cuerpo. Unas sacaban de las fiestas. Bueno, a mi casa llegaron. Dijeron: "Todos al piso". Ya comenzaron a maltratar. Lo peor.

A raticos dijeron: "¿Quién es la dueña de esto?". Mi mamá se levantó y dijo: "Yo". Le apuntaron con dos fusiles. La humillaban cada rato, que la iban a matar. Ya la hacían levantarse, la hacían tirarse al piso. Como locos, estaban como perdidos, no sé. Me levantaron a mí. Dijo: "¿Usted es la hija de esa vieja ni si cuántas?". "Sí". Me levantaron. También me colocaron los fusiles, me humillaron. Algo pésimo. Me tiraron al piso. Me decían que yo era guerrillera. Me metieron que mi persona y mi mamá éramos guerrilleras aun sabiendo todo el mundo que eso nunca fue ni nunca lo ha sido. Ya todos estábamos boca abajo. Nosotras escuchábamos que decían a los hombres: "Pasen las billeteras". ¿Para qué era? Para sacar la plata. A muchos les pidieron cédulas. A las mujeres, a los hombres que tenían joyas, todo eso robaron. Toda cosa de valor robaron. Inclusive a una muchacha le robaron hasta los tenis, que tanto me acuerdo. Una amiga. Eso y otra vez nos iban a humillar. Entraron a la cocina, donde mi mamá realizaba lo que es todo. Y como las señoras que estaban guisando habían dejado la estufa prendida con aceite, que las habían humillado, que las iban a tirar todo ese aceite encima. Ya la levantaban a mi mamá, otra vez la hacían poner boca abajo. Cogieron un muchacho, lo amarraron las manos atrás. Lo amenazaban, le decían que era guerrillero. A mucha gente levantaron, a muchos hombres. Lo sacaron de ahí, bueno se lo llevaron. Volvieron y me levantaron a mí. Me tocaron mi cuerpo, me encontraron la plata. Dios mío, me decían de todo, que eso era de la guerrilla. Me humillaron otra vez. Me volvieron a decir de todo. Me la quitaron. Entonces a mí me colocaron boca abajo. Me comenzaron a tocar mi cuerpo, metiéndome las manos por dentro de los senos, a la parte vaginal, me metieron los dedos, me manoseaban demasiado fuerte y a muchas amigas le hicieron eso, las maltrataron. Al muchacho que lo sacaron de ahí, un muchacho que todo el mundo sabemos allá, un muchacho que no le debía nada a nadie. Como a las 6 de la mañana, lo presentaron [el cadáver del joven] en el pueblo, uniformado de guerrillero, con bombas, con pistola. Imagínese una cosa de ésas. Lo mataron. Se quedó la mujer con un niño pequeñito. Pues mientras todo eso, mientras que mi mamá se miró humillada, lo que me hicieron, lo que sufrimos todos los de ahí. Pues lo que más nos da duro después de que mi mamá luchó tanto para sacarnos a mí y a mi hermanito adelante, porque el sueño de ella fue siempre luchar para tener el negocio, para poder estar todo el tiempo juntos nosotros y pues ahora, mi caso es muy diferente desde eso ya. Perdimos todo. Entonces eso es lo que nosotras exigimos. Que se haga justicia y al menos nos reparen todo lo que mi mamá tanto luchó y le ayudamos a luchar".

Lisbeth dijo a Amnistía Internacional: “Como a la media hora pasó lo que pasó. Nos acostaron. Nos acostaron a todos. Luego a mí me pisaron. Estaba boca abajo, me pisaron. Me hicieron levantar la cabeza, pero que no los miré. Y estaban pues tapaos hasta la mitad con pañueletas negras y andaban con el pantalón camuflado, pero con la camisa no, solamente con el buzo negro, el chaleco y el fusil. Y después ya me hicieron parar, me hicieron que los mire, cuando al rato me pisaron otra vez. Yo tenía un celular de mi hermano y entonces me levantaron, me requisaron, me lo encontraron, me lo quitaron y cuando al rato me hacen parar, me meten a una pieza, me hacen quitar la ropa. Me hacen quitar el jeans, la blusa. Me la quité. Al rato me dijeron que [me quite] toda la ropa. Me hicieron quitar la ropa interior. Me tiraron en una cama. Al rato llegaron y me tocan la espalda. No sé qué buscaban. Me dijeron: "Usted no es, vístase". Me hicieron vestir y me hicieron otra vez salir de la pieza".

En junio de 2010, siete soldados fueron condenados a penas de prisión por su participación en la muerte del joven. Sin embargo, la agresión sexual no se investigó. Sólo en noviembre de 2010, y después de una presión considerable y prolongada de las organizaciones de mujeres, la Fiscalía General de la Nación accedió, según informes, a abrir una investigación sobre los abusos sexuales cometidos por los soldados. No obstante, una integrante de la organización de mujeres que apoya a Clara y Lisbeth cree que, dado el tiempo transcurrido, será más difícil hacer que los responsables comparezcan ante la justicia. “Ahora entrar a hacer una valoración médico legal no arroja ningún resultado. Ya solamente este caso se puede soportar desde la parte testimonial de las víctimas. ¿Qué nos preocupa ahora? Que con el paso de los años pues todo eso pierde bastante credibilidad. Ya los miembros del ejército han sido trasladados a otros lugares. Las personas se han dispersado. Entonces sostener un caso de violencia sexual es muy difícil y es más bien muy posible que la Fiscalía termine archivándolo diciendo que no pudo encontrar a las víctimas […]. A raíz de los hechos, Clara sale desplazada a otro departamento. Entonces, cuando la Fiscalía llega a entrevistarla, ella ya no está en el lugar. La Fiscalía [aún] no conoce el testimonio de Clara frente a esos hechos de violencia sexual.

No hemos podido precisar dónde está radicada la investigación porque la Fiscalía de Derechos Humanos de Cali nos dice que lo tiene aquí la Unidad de Derechos Humanos de Bogotá por ser en el marco del conflicto armado que se presentaron esas agresiones. Estando averiguando aquí en Derechos Humanos [en Bogotá] nos dicen no, que lo tiene Cali. Esto es muy normal. Y que se pierdan las investigaciones. Es muy normal que suceda". Taller psicosocial para mujeres sobrevivientes de la violencia sexual en el departamento de Meta, febrero de 2011.


LA HISTORIA DE SHIRLEY

Shirley (no es su nombre real) tenía 17 años cuando un grupo paramilitar llegó a su pueblo, en el departamento de Antioquia, en febrero de 2005. Ella y sus dos hijos pequeños fueron llevados al campamento paramilitar, donde la violaron reiteradamente. Uno de los niños quedó recluido en el campamento y Shirley pudo verle en algunas ocasiones. Al otro se lo llevaron a una población cercana y no la permitieron verle. “Yo no sabía cuándo me llegaba la menstruación, porque yo constantemente sangraba porque eran muchísimos hombres. Entonces me echaban coca en la vagina para poder seguir. Pasaron varios meses […] yo lloraba mucho por el niño que no me dejaban verlo […]. El paramilitar que me llevó […] propuso a los otros comandantes que me mandaran para el pueblo, pero no podía salir del pueblo, a un bar a prostituirme y la plata que cogiera, se las diera. Yo dije que sí para poder ver mi otro hijo. Yo les tenía que dar una cuota acordada para poder ver al otro niño […].

Ya pasó el tiempo, así pasaron varios meses y entonces un doctor me veía el sufrimiento y yo le conté a él. Me dijo: "Si usted quiere salir de este pueblo, intente volar", pero siempre me cogían y me aporreaban. Entonces ya el doctor me dijo: "Si usted quiere salir de acá, se tiene que dejar enfermar, porque en el pueblo no puede haber una mujer enferma, una prostituta enferma no lo puede haber". […] Pues yo quería estar enferma para salir. Cuando llegó un día que el doctor, me dijo: "Bueno, ya. Está enferma". Y yo me asusté pensando que era el sida y yo lo miré y me dijo: "No, pero el sida no es. Es otra enfermedad de estas raras". Y yo, ay de aquí ya salgo […] ya salgo". Por fin, en agosto de 2005, los paramilitares la dejaron salir de la ciudad para recibir tratamiento. Al principio se negaron a que se llevara a sus dos hijos, pero finalmente cedieron cuando Shirley prometió que volvería.

“Y logré salir. Yo no volví por ahí ni a por la ropa. No. Cuando ya yo llegué aquí a Medellín enferma […] yo salí embarazada de un paraco [paramilitar]. Era una niña. Me la tajaron, pero […] en febrero me tuvieron que hacer cesárea porque la niña estaba muerta. Ya que por golpes, dicen los doctores, que por golpes que la niña se murió.

Empezaron las amenazas. Prácticamente desde que salí en el 2005 […]. "Ya sabes que si decís algo, te matamos perra, hijueputa, junto con tus hijos. Te mando la cabeza de tu hijo en una bolsa".

En diciembre de 2008, Shirley acudió a la Fiscalía General de la Nación y se abrió una investigación. Tras reiteradas peticiones de la ONG que ayuda a Shirley, el caso fue trasladado a la Unidad Nacional de Derechos Humanos de la Fiscalía General de la Nación, en Bogotá, en junio de 2009.

“Cuando yo denuncié, [una persona de la ONG de mujeres] me dijo: "Si usted quiere, yo la presento la denuncia. Lo que usted quiera hablar, lo habla; lo que no, no". Yo decía que yo no era capaz de seguir. Yo pensaba en suicidarme. Ay, yo no sabía qué hacer yo sola. Mis hijos me hablaban y yo les gritaba. Estuve callada como cuatro años y una vez, ahí llega la denuncia. Hablo con una fiscal. Yo a ella sí le conté todo. Tomé la decisión de denunciar. ¿Por qué denuncié? Aunque no vale de nada denunciar; lo que vale son amenazas para uno, peligro para la vida de uno. Uno reclama un derecho, que se me respete como mujer; pero no, son amenazas para uno. Yo denuncié para que se den cuenta que esto sí pasa".

Las autoridades acordaron posteriormente incluirla en el programa de protección del gobierno y fue trasladada a una casa de seguridad de Bogotá. Sin embargo, un paramilitar perteneciente al mismo grupo que sus agresores también vivía ahí, pues recibía protección en el marco del proceso de Justicia y Paz. Shirley fue trasladada a otra casa de seguridad, pero también había un paramilitar viviendo en ella.

“Después de que denuncié empezaron amenazas en casa. Estuve en protección siete meses. Pero todo tiene un pero. La protección no es la gran cosa. Porque, ¿cómo estar protegida con los mismos miembros de la banda? Eso no es protección. Yo llegué a protección y me encuentro con [un paramilitar] de los del mismo bloque. Pido traslado para no estar con él porque él ahí mismo me reconoció y todo. Él también estaba protegido. “Pregúnteme cuántos hay en la cárcel por el caso mío. Ninguno. Y yo los he señalado [...]

La misma justicia, los justifica a ellos, en vez de apoyarlo a uno; entonces los justificas a ellos y eso es lo que más rabia me da […]. Y sinceramente, no hay justicia. Para mí no hay". “Yo denuncié para que se den cuenta que [esto] sí pasa".

Me mandan para otro [sitio] y me encuentro con otro, también protegido. A mí psicológicamente no me ha apoyado el gobierno. [La ONG] sí, pero pues en el gobierno, nada. A mí nunca la Fiscalía me ha llamado. Un día teníamos una entrevista con una [fiscal] por allá y [la fiscal] lo que me va diciendo es: "Ellos [los agresores] teniendo tanta plata y ser jefes y poder contratar modelos, mujeres bonitas –me quiso decir fea y gorda– porque consiguen mujeres, pueden conseguir modelos, ¿por qué con usted?". Como quien dice, me está diciendo mentiras […]. Vea, yo hago una denuncia de que me abusan sexualmente, me tratan de mentirosa. En cambio si fuera una modelo, una persona reconocida, ahí sí la justicia sale y pelea y eso hace de todo.

Ahora mi vida es más truncada, me parece que todo el que me mira, me señala. Me parece que si me voy a poner esta ropa, ya me van a ver que fui así […]. Me parece que si voy por la calle y una persona se queda mirándome, ya sabe mi historia […]. Cuando yo logré salir del monte, yo dije: "Hasta aquí fue". Pero mentiras, no es hasta ahí. Yo salí a los 19 años y tengo 24 y es que es lo mismo. Eso es totalmente lo mismo […] uno sigue siendo el señalado, a mí me pasó y […] y eso nunca se borra. Nunca en la vida. […] lo que más rabia me da, es que el gobierno debía de ayudarle a uno que fue la afectada y ayudarle […]. Le ayudan a los [paramilitares] desmovilizados con plata para que sigan haciendo, que es lo que a uno más piedra le da. "Qué bueno... usted fue la víctima... vamos a tratar de apoyarla económicamente hasta que esté mejor o psicológicamente hasta que esté mejor". No, los apoyas a ellos. Como dice otra compañera mía, que el error de nosotras es confiar en la justicia.

Entonces, ahí es donde yo digo: "Bueno ya, pues... ya denuncié, ¿y qué?". Pregúnteme cuántos hay en la cárcel por el caso mío. Ninguno. Y yo los he señalado. A uno le dicen: "¿Por qué usted estaba ahí en el monte? ¿Por qué usted se vestía de chores? ¿Por qué usted esto...?". ¿Cierto? Lo señalan. ¿Pero a ellos? A ellos sí los sacan en limpio. La vida es muy dura y por eso es así. La misma justicia, los justifica a ellos, en vez de apoyarlo a uno; entonces los justificas a ellos y eso es lo que más rabia me da […]. Y sinceramente, no hay justicia. Para mí no hay".

Shirley se marchó de Bogotá. Ya no recibe protección el Estado. Shirley ha identificado a más de 35 hombres que abusaron de ella, algunos de los cuales participan en el proceso de Justicia y Paz. A ninguno se le han exigido cuentas por lo que ha hecho.


LA HISTORIA DE ANDREA

Andrea (no es su nombre real) tenía 17 años en noviembre de 2009, y se quedó sola con su hermana en casa. Su madre había ido a visitar al hermano de las jóvenes, que había sido encarcelado el año anterior por el homicidio de dos miembros del sindicato de maestros, aunque siempre sostuvo que era inocente. Andrea cuenta así lo que sucedió ese día, cuando llegaron a su casa varios hombres del grupo paramilitar local. “Llegaron unos muchachos a la casa. En la casa nosotras no teníamos seguridad, era sólo de abrir la puerta y entrar. Entonces yo pensé que era mi papá, y dije: "¡Papi!". Cuando entraron cuatro hombres armados, entraron así a la pieza. Y le dije a mi hermana: "¿Qué pasa, qué pasa?". Entonces nos amarraron, nos taparon los ojos, nos vendaron y caminamos muchísimo y después al tiempo ya nos dejaron que "ya, hasta aquí, no más".

Nos preguntaron por mi hermano que estaba en la cárcel, por la culpa de él que iban por nosotras, pero nosotras lo único que hacíamos era abrazarnos, cogernos las dos, y a mi hermana se le iban las lágrimas.

Entonces en ese momento, a mi hermana se la llevaron. Gritaba: "¡Andrea, Andrea!". Yo me pregunté dónde estaba. A cada rato yo la sentía más lejos, porque ella gritaba: "¡Andrea, Andrea!", y yo le respondía: "¿Qué pasa?", y ella iba más allá. A ella se llevaron primero para allá, no sé adónde, porque estaba vendada. Entonces conmigo se quedó otro, y me decía: "Ay, mire que a su hermana le va a pasar nada, que su hermana va a estar junto a usted", que no sé qué…

Ya empezó a gritar, y ella lloraba, y yo al escuchar a mi hermana yo también lloraba. Yo lo único que hacía era rezar y llorar. En ese momento, ya llegó un muchacho. Entonces le dije: "¿Qué van a hacer conmigo?". Dijo: "La van a violar".

Yo empecé más a llorar, yo me empecé a desesperar, yo le decía: "¡Por favor, por lo que quieran, no me hagan eso!". Me daba cuenta que llegó uno, empezó a abusar de mí y en el momento él se fue, y llegó otro. Entonces yo sentía que no era el mismo, porque yo estaba vendada. Yo quería tratar de soltarme, porque yo estaba amarrada y estaban tapados los ojos. Yo, lo único que hacía era gritar y gritar, y mi hermana por allá también gritaba. De ellos, abusaron tres de mí. Entonces después llegó mi hermana. "¿Estás bien?", le decía. "Estoy bien". A las 3 de la mañana nos llevaron vendadas hasta la carretera; se oía el río y cerca de la casa nos soltaron. Nos advirtieron que si denunciábamos tomarían represalias contra nuestra vida […] cuando nos soltaron nos dijeron que agradeciéramos que nos habían dejado vivas.

El día me llamó mi hermano, pues, estaba en la cárcel, y yo le conté, pero yo le dije: "Cállese, no le cuente a mi mamá, porque mi mamá inmediata se va a venir; yo quiero que esté con usted". Entonces mi hermano se quedó callado y no fue capaz de contarle a mi mamá. [Pero el día que] llegó mi mami, yo le conté lo que había pasado. En ese momento, mi mamá también se puso a llorar porque, psicológicamente, nosotras no hemos quedado bien. Nosotras estábamos, o sea, nos daba fastidio mirar a los hombres. Ese día nos tocaba ir a estudiar; yo me acuerdo que miramos a mis compañerosmal y nos salimos de clase y no quisimos volver al colegio.

“La semana siguiente un amigo nuestro recibió una llamada de un hombre que le contó que nos habían violado, y que nos advirtiera que si hablábamos nos iban a matar […]. Por esa amenaza nos tocó salir desplazadas; no hemos querido denunciar por miedo".


LA HISTORIA DE RAQUEL

Raquel (no es su nombre real) estaba a unos 10 minutos de su pueblo natal, en el departamento de Meta, en febrero de 2007, cuando la detuvieron tres hombres pertenecientes al Frente 44 del grupo guerrillero de las FARC y la arrojaron al suelo. Uno de ellos la sujetó mientras otro le desgarraba la ropa interior. La violaron los tres. Antes de marcharse, le dijeron que mantuviera la boca callada y que estarían vigilándola. Unos días más tarde, cuando su hermana de 14 años le dijo que se le habían acercado los hombres para intentar convencerla de que se uniera a la guerrilla, Raquel decidió que lo único que podía hacer era marcharse de la zona.

Raquel dice que pensaba que también habían violado a otras mujeres, pero que ninguna se había atrevido a denunciarlo porque, de hacerlo, los guerrilleros las considerarían “objetivo militar”. Al día siguiente de salirde la zona, Raquel acudió al personero local, que la envió a la Unidad de Atención y Orientación (UAO), cuyos análisis revelaron que estaba embarazada tras la violación. Raquel decidió abortar, pero debido a las reiteradas demoras del personal médico no logró su propósito. El aborto para sobrevivientes de violación se había despenalizado muy recientemente y los médicos eran reticentes a llevarlo a cabo.

Raquel denunció la violación a la Fiscalía General de la Nación a finales de marzo de 2007 y fue remitida al Instituto Nacional de Medicina Legal y Ciencias Forenses (INMLCF), donde fue examinada por dos médicos y ocho estudiantes, lo que le produjo una gran angustia, sobre todo porque repitieron dos veces el examen. Raquel dice que la experiencia de ser remitida de una organización a otra y tener que repetir su historia muchas veces —en el Comité Internacional de la Cruz Roja; en Profamilia, una organización sin fines lucrativos que facilita servicios de salud sexual y reproductiva; en el hospital; en la UAO; en el INMLCF; en la Fiscalía General de la Nación, y en la Defensoría del Pueblo— hizo que todo el proceso de denuncia fuera sumamente estresante y doloroso.

“Estoy sola y siento que nadie me va a ayudar a superar esto. Me gustaría formar un sindicato de mujeres a las que les ha pasado todo esto […] quiero sanarme, sentirme libre, vivir tranquila y sin temor. También quiero tener una persona que me ayude a superar esas soledades, tener con quien hablar cuando lo necesito, cuando me viene ese dolor de adentro, alguien a quien pueda llamar y oír una palabra de aliento, que esa personas seaun paño de lágrimas que me diga: "Sigue adelante". Raquel no ha recibido información alguna sobre el estado de la investigación penal y ni siquiera sabe con quién debe ponerse en contacto. Nadie de la Fiscalía General de la Nación ha contactado con ella.

Dieciocho meses después de presentar una solicitud de reparación como víctima de la violencia relacionada con el conflicto, en virtud del Decreto 1290, Raquel sigue sin haber recibido confirmación de si tiene derecho a ella. Cuando se redacta este informe, seguía pendiente de resolución una petición presentada a las autoridades en mayo de 2011 por el Defensor del Pueblo en nombre de Raquel para aclarar su situación.

“Me gustaría formar un sindicato de mujeres a las que les ha pasado todo esto […] quiero sanarme, sentirme libre, vivir tranquila y sin temor".


LA HISTORIA DE DORA

Dora (no es su nombre real) tenía 14 años cuando fue violada por un agente de policía, en febrero de 2009. Cuando se produjo la violación, la madre de Dora era la dirigente de una organización comunitaria del departamento de Antioquia. “Yo salí con un amigo, después me encontré con el agente de policía, quien había conocido por medio de una amiga que era su novia. Me dijo que si podíamos hablar y después me dijo que fuéramos al apartamento a escuchar música. Yo fui por un rato. Cuando llegamos allí, él cerró la puerta y apagó la luz. Yo le dije que por qué lo hacía y él me dijo que quería estar conmigo. Yo me negué, le dije que no y él insistió que eso era normal, que no pasaba nada. Me empujó a la cama y empezó a quitarme la ropa. Intenté gritar y él me tapó la boca. Cuando él terminó ya abrió la puerta y yo salí corriendo para la casa. Cuando llegué a mi casa, muy nerviosa pues, no le decía a nadie, yo me encerré. Mi mamá me preguntaba que qué me pasaba. No tenía el valor pues de decírselo. Después le conté a mi mamá, esa misma noche, le conté a mi mamá. Mi mamá dijo: "No, tenemos que hacer algo. Vamos a la policía". Y decía yo que no, yo con ese temor.  Y fuimos a la policía esa misma noche. Ellos tomaron la declaración y todo, ahí mismo estaba él, ahí [el agresor]. Eso fue como entre ellos mismos y eran defendiéndolo a él y siempre que mal yo. Yo: "Que no, que eso era lo que usted quería". "¿Y usted está segura que fue eso así?" Yo les decía que sí. "Si quiere mándenme a hacer los exámenes que yo con ningún hombre he estado, solamente con este desgraciado que me hizo esto". Y decían que no, que dejen esto así, que lleguen a un acuerdo, que él le ayude; y yo, que no, que el dinero no me va a arreglar lo que él me hizo y ya a lo último yo ya decidí totalmente dejar todo eso así. Después me dejaron a mí hablando con él sola y sinceramente yo sentía esa rabia y esas ganas como de destruirlo, porque sinceramente él me destruyó mi vida. Y él me dijo: "Váyase a vivir conmigo, que yo respondo por usted". Y yo le decía que yo no quiero saber nada de usted después de lo que usted me hizo. Me dejó marcada para toda la vida porque fue un daño muy grande, muy inmenso. Me mandaron para el hospital. Allí me hicieron los exámenes. Lo que me preguntaban era que si yo había querido. Yo les decía totalmente que no, que eso había sido a la fuerza porque yo intentaba salírmele y no podía. Él me tapaba la boca con trapos".

El único análisis que ofrecieron a Dora en el hospital fue un test de embarazo. No le ofrecieron la píldora anticonceptiva de emergencia ni le hicieron análisis de sangre para comprobar si tenía HIV/sida o infecciones de transmisión sexual. “Yo quedé con mucho dolor. Me dolía totalmente la cabeza porque sinceramente los agarrones, los golpes, cuando me tapaba la boca. Yo quedé muy maltratada pero ya eso fue algo que yo me callé porque me dolía contarlo a mi mamá y que mi mamá sufriera. Al otro día volví otra vez al hospital, otros exámenes. Fuimos otra vez a la policía para firmar la demanda y empezaron: "Que no, y hagan una conciliación, que vea que eso trae muchos problemas". Que llegáramos a un acuerdo. El policía ya había salido [ya lo habían transferido a otro lugar], ya hace dos días, me dijo el sargento. El sargento me dijo que no le dañara la carrera porque él empezaba a estudiar. Y todo se quedó así. Me llevaron [la policía] donde una psicóloga y yo que no y que no y que no. Hasta la psicóloga me preguntaba que si era verdad o que yo estaba inventando. Que si tenía miedo. Yo le decía que no. Le conté todo como había sido y ella que no, que yo había querido y se lo decía él y era por lo mismo y me decía: "Pero es que mire, pueden llegar a un acuerdo". Yo me quedé mirándola así... Yo: "¿Cómo?". Yo dije: "Claro, como usted no está en mi lugar". Así es que me salí de esa oficina. Y llegué a mi casa: "Mami, dejemos esto así".  Después, pasó el tiempo. No demandamos porque totalmente dijeron que no, que llegáramos a un acuerdo. Y ya a lo último ya estaba cansada porque ya al otro día yo fui al colegio, los comentarios... "Ay, a usted le pasó esto". Yo con ese miedo, con esos nervios. Yo me quedaba callada, o sea totalmente yo me aislé de todo el mundo, hasta de mi familia. Convencieron a mi mamá de que era mejor que no se pusiera a hacer bulla con eso ya que se podía estar generando un problema más grande y más bien que llegara a algún acuerdo con el policía. “Y fuimos a la policía […] ahí mismo estaba él, ahí [el agresor]. Eso fue como entre ellos mismos y eran defendiéndolo a él y siempre que mal yo.  Y la verdad es que yo no lo volví a ver. Yo actuaba con una rabia, unos nervios. Yo totalmente aislada de todo el mundo. Cualquier hombre que veía, yo sentía ese asco, ese miedo de hablarles. De ahí empezaron los señalamientos. Todo el mundo me miraba y yo me sentía mal. Yo me salí del colegio porque no aguantaba las críticas. Dijeron: "Que ahí va la que violaron". Y entonces yo me salgo del colegio. Me dolió mucho porque yo oía mucho llorar a mi mamá por lo que me había pasado y mi mamá se mantiene muy enferma. Mi familia se destruyó. Ahora entré a estudiar otra vez, pero con esos nervios, el dolor de cabeza, siempre pensando en lo mismo. Sinceramente, yo no soy capaz de salir adelante. Ni amigas, ni amigos tengo.  A nadie le hablo ni nada y me la paso encerrada en mi casa, porque sinceramente yo no soy capaz de ir a ver a un hombre. Ya estoy con ese temor que me van a hacer algo. Ya uno no vale nada; a veces pienso que no quiero vivir, todos se burlan de mí, yo siempre niego las cosas cuando mis amigos me preguntan, algunos pretenden que yo me acueste con ellos. No quiero seguir estudiando, eso no sirve para nada".

Al parecer, la denuncia de la violación de Dora no ha sido trasladada a la Fiscalía General de la Nación para ser investigada. La policía no se ha puesto en contacto con Dora ni con su familia para hacer un seguimiento de la denuncia de violación.

“Yo actuaba con una rabia, unos nervios. Yo totalmente aislada de todo el mundo. Cualquier hombre que veía, yo sentía ese asco, ese miedo de hablarles. De ahí empezaron los señalamientos. Todo el mundo me miraba y yo me sentía mal. Yo me salí del co egio porque no aguantaba las críticas".


LA HISTORIA DE LEIDY

Leidy (no es su nombre real), de 17 años, fue secuestrada, drogada y violada por miembros de un grupo paramilitar local en 2001, en el departamento de Santander. Sus agresores la acusaron de tener información sobre su ex novio, también paramilitar, al que habían matado hacía poco.

“En el año 2001, yo estaba estudiando en el colegio, ya tenía una niña, vivía con mi mamá, mi papá y mi hermana, que estaba por cumplir los 18 años. Yo antes había tenido una relación de noviazgo con un joven del barrio, que tiempo después me enteré que él estaba trabajando con los paramilitares; por esta razón y otras de maltrato aceptarlo. Después me enteré que lo habían matado. Me dio mucho miedo, pero yo seguí con mis estudios.

Un día cuando iba para el colegio, ya era agosto del 2001, eran las 6 de la mañana, estaba llegando al colegio cuando un taxi me cerró el paso, se bajaron tres hombres jóvenes y con un arma me obligaron a subir al taxi. Me llevaron así a un barrio, me metieron por un camino en una casa. Yo lloraba, les decía que quiénes eran ellos, qué me van a hacer. Sólo me decían: "Cállese, sabemos que usted era la novia de [XXX]". Me tiraron en una cama y empezaron a preguntarme de qué me había dicho él. El último día que habíamos estado hablando yo les dije que nada, que sólo quería que yo volviera con él y que yo me negué. Me decían que si no les decía la verdad me iban a matar ahí mismo. Yo sólo repetía lo mismo porque era cierto, no había hablado nada más con él.

Después de un rato me amarraron a la cama, de los brazos y los pies, y uno de ellos apareció con una jeringa con un líquido, y me dijeron: "Le vamos a inyectar; si usted nos está diciendo la verdad, no pasa nada, se va para su casa, pero si nos dice mentiras, se muere".

Yo llorando les decía que no sabía nada, que no me aplicaran eso, y ellos me dijeron: "Fresca, que no le va a pasar nada". Me inyectaron. Fue lo último que vi. Después todo dio vueltas y no supe nada más. Cuando volví en sí no sabía qué había pasado ni cuánto tiempo. Estaban sólo dos de ellos, y se echaron a reír cuando me vieron despierta. Entonces les dije: "Qué me hicieron". Sólo me dijeron: "Usted nos dijo la verdad, no sabía nada, por eso se va para la casa, pero nos va a jurar que no va a decir nada a nadie ni a su familia ni amigas, porque si usted dice algo le matamos a su mamá o su hija; a usted mejor dicho, toda su familia, así que cuidadito con lo que dice usted; no sabe nada, no ha pasado nada, llega a la casa normal".

Me sacaron de ahí, me subieron al taxi, me dejaron cerca del colegio. Yo estaba mareada, con el uniforme, pero me sentía rara, adolorida, mojada. Le pregunté a un señor qué hora era y me dijo que las 11.30 de la mañana. Me quede ahí un rato. Después me fui a la casa. No dije nada, sólo me acosté y me quedé callada; sólo que cuando sentía que golpeaban la puerta yo le decía:  "Mamá no abra".

Cuando iba al colegio me daba muchos nervios, pero así seguí. Yo me seguía sintiendo mal, pero no decía nada. Después como al mes me di cuenta que estaba embarazada. Me habían violado, y yo no sabía quién, o todos ellos, eran cuatro con el taxista. No dije nada en la casa. Siempre traté de ocultarlo hasta donde pude.

Cuando ya vi que no podía más, hablé con la profesora y le conté la verdad, y le conté que ya había intentado tomarme un [veneno para ratas] pero que no había podido, que no sabía cómo decirle a mi papá y a mi mamá.

Yo sé que mi papá sufría mucho porque no podía hacer nada. Cuando tuve la niña, yo no la quería ni mirar. Mi mamá me suplicaba para que le pusiera el seno. Mi papá sí la quería, y la alzaba cuando llegaba de trabajar. Yo lo vi varias veces llorando, con ella alzada. Después empezó a hacer los papeles para registrar a la niña con el apellido de él, y la metió al seguro social como hija. Esa noche llegó y le dijo a mi mamá: "Ya está todo listo, éstos son los papeles de la niña del seguro". Esa noche se suicidó; cuando nos llamó ya vomitaba sangre y no se alcanzó a hacer nada.

Nunca denuncié. Cuando intenté de hacerlo, pues recibí una llamada y paré eso. Me vine a Bogotá como desplazada. No hay cómo denunciar, porque uno no sabe en qué oficinas están [los paramilitares], es que se enteran que uno medio averiguó algo. ¿Por qué no va uno a denunciar? Por el miedo que le vayan a hacer a uno algo. Y lo que a mí me da rabia es que cuando uno trata de hacer algo, de una vez amenazas, no hay quien le proteja a uno. Y vivir con esos temores que alguien le va a hacer algo, aparte de lo que uno ya tuvo que vivir, entonces con temores a lo que pueda venir después.


Yo vine acá a Bogotá en forma de desplazada, para buscarles un mejor futuro, para ver si yo pudiera tener algo de estabilidad en cuanto a un trabajo, poder salir, poder estar con los niños. Cuando yo fui y averigüé cómo denunciar, a los dos días mi mamá recibió amenazas. La llamaron por teléfono y le dijeron que dejaran eso quieto, que dejaran de andar molestando lo que no tenía que molestar. ¿Cómo es que averiguan todo? ¿Cómo es que saben tanto?”

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