Barreras a la justicia para niñas víctimas de incesto y violación en Nicaragua
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Fuente: "Escucha sus voces y actúa. No más violación ni violencia sexual
contra niñas en Nicaragua. El no sufrir violencia sexual es un derecho
humano" de VVAA publicado por Amnistía Internacional en 2010.
"Me
dijeron en la policía que yo debería no llorar, que no tenía que llorar, que no
era cierto [lo que estaba denunciando]. Me sentí muy mal cuando la policía dijo
que fue mentira, porque yo no voy a mentir sobre cosas así", Alejandra, 12
años.
Las
sobrevivientes de violación tienen derecho a la justicia y la reparación, y el
gobierno tiene la responsabilidad de garantizar estos derechos humanos. Aunque
en la legislación nicaragüense y en los protocolos oficiales para los
funcionarios que tratan con sobrevivientes de violencia sexual se reconocen muchas
de las obligaciones del Estado, la ausencia de voluntad política por parte del
gobierno ha dado lugar a una implementación defectuosa, parcial y sin recursos
adecuados de estas disposiciones. El resultado es que las niñas y adolescentes
a menudo se enfrentan a serios obstáculos a la hora de denunciar los delitos de
violencia sexual.
Muchas
niñas siguen sufriendo la violencia sexual en silencio. Los motivos para ello
son complejos, pero algunos de los factores clave que disuaden a las
sobrevivientes y sus familias de denunciar ante la policía la violencia sexual
son la falta de información sobre sus derechos o sobre qué constituye delito,
las actitudes negativas hacia las niñas y las mujeres en general, y la falta de
confianza en que el sistema impartirá justicia. Quienes denuncian la violación
o el abuso sexual se enfrentan a veces a respuestas inadecuadas o despectivas
de policías, fiscales y tribunales. En parte, esto es resultado de la inacción
del gobierno para garantizar que se cumplen los códigos pertinentes para la
policía, la fiscalía y la judicatura, y que los funcionarios reciben formación
y recursos adecuados. Incluso cuando un caso llega a los tribunales, las
sobrevivientes siguen encontrando obstáculos a la justicia, incluidas repetidas
cancelaciones de última hora de las vistas judiciales.
En
julio de 2008 entró en vigor el nuevo Código Penal nicaragüense, cuyo capítulo
2 contiene artículos que penalizan delitos como la violación, la violación
agravada, el abuso sexual, el incesto y el acoso sexual, y expone las penas
aplicables para cada delito. Las relaciones sexuales con una persona menor de
14 años constituyen violación de menores en Nicaragua. Sin embargo, la
protección garantizada por la ley no siempre se proporciona en la práctica.
El 8 de
febrero de 2010, la madre de una sobreviviente de violación fue condenada a 12 años
de prisión por complicidad en el delito. La madre había acudido a la policía a
denunciar las repetidas violaciones que su hija había sufrido a manos del
compañero sentimental de la propia madre (el padrastro de la niña). La policía
la acusó de complicidad en el abuso por no haber denunciado el delito cuando su
hija se lo contó por primera vez. La acusación contra la madre se formuló pese
a que ésta explicó a la policía que, en aquel momento, su hija le había
suplicado que no denunciara lo sucedido, y ella finalmente había acudido a denunciarlo
contra los deseos de su hija. La madre pasó cuatro meses recluida antes de que su
condena se anulara. Mientras tanto, no se hizo ningún esfuerzo por detener al
padrastro acusado de violación y abuso sexual. Durante ese tiempo, el violador
permaneció en libertad, con el consiguiente peligro para la víctima, mientras
la madre estaba en prisión.
La
desconfianza general en el sistema legal, y el desconocimiento de qué
constituye delito, especialmente respecto a los abusos sexuales, disuaden a
muchas sobrevivientes y a sus familias de presentar denuncias oficiales. Sin
apoyo, la sobreviviente puede no ser capaz de hacer frente al coste económico y
emocional de buscar justicia. Una psiquiatra que trabaja en Nicaragua dijo a
Amnistía Internacional: “Una de las cosas que [las sobrevivientes] mencionan
para que dejen de llegar a las sesiones o para las citas, es porque no tienen
ni para el pasaje en algunas ocasiones. No hay apoyo del resto de la familia.
Eso es importantísimo también. La mayoría de las mamás y de los niños que se
deciden a denunciar no reciben el respaldo del resto de la familia. Entonces
más bien esto es un motivo para que muchas veces ellas se desestimulen o
abandonen los procesos”.
Desde
que se disolvió CONAPINA, el gobierno ha elaborado en algunos distritos un
programa en el que utiliza a voluntarios y representantes que reciben formación
de MIFAMILIA, conocidos como “promotores”, que participan activamente en la
comunidad. Los promotores pueden identificar a niños y niñas en situación de
riesgo y ponerse en contacto con las Comisarías de la Mujer y la Niñez locales
para que puedan intervenir cuando sea necesario. También llevan a cabo trabajo
sectorial en la comunidad para identificar a los menores en peligro. Aunque
este programa de voluntariado es una medida satisfactoria y puede fortalecer las
aptitudes existentes en la comunidad, no es una respuesta suficiente para abordar
de manera efectiva el problema de la violencia sexual. Amnistía Internacional
sigue sintiendo preocupación por la ausencia de un plan nacional respaldado con
recursos reales que pueda complementar este proyecto de voluntariado. El
gobierno debe incrementar el número de asistentes sociales con formación
profesional que pueden proporcionar conocimientos, realizar un seguimiento
coherente y servir de enlace entre la familia y los distintos departamentos
gubernamentales. Estos asistentes son fundamentales para garantizar que los niños
y niñas en peligro tienen acceso a protección y pueden navegar por el sistema
de justicia y obtener los servicios de rehabilitación que necesitan.
RESPUESTAS
DE LA POLICÍA A LAS DENUNCIAS DE VIOLACIÓN
"Cuando
a uno le pasa esto no sabe ni de dónde saca fuerza. Sólo quiere que las cosas
pasen por cuestión de justicia, por los hijos […]. Sólo quieres que acabe, pero
que se haga justicia", Juana, madre
de dos niñas violadas por su padrastro.
El
número de Comisarías de la Mujer y la Niñez en todo el país ha aumentado de 23
a 37 en los últimos años. Aunque es un encomiable aumento, el gobierno no ha
garantizado que estas comisarías disponen de recursos adecuados para realizar
su trabajo de una manera efectiva, que respete la dignidad de las
sobrevivientes de violación y garantice su protección, especialmente en el caso
de niñas y adolescentes.
La
mayoría de las comisarías carecen de una sala privada donde las sobrevivientes
puedan declarar en privado. Varias niñas entrevistadas por Amnistía
Internacional dijeron que se habían sentido humilladas al denunciar sus
experiencias en una sala abierta, delante de otras personas. Varias agentes de
policía comentaron también lo difícil que les resultaba entrevistar a las niñas
mientras, al mismo tiempo, se estaba entrevistando a otras víctimas de delitos.
Varias
sobrevivientes y sus familiares dijeron a Amnistía Internacional que, basándose
en su experiencia, creían que la policía necesitaba más formación sobre cómo
entrevistar a las sobrevivientes de abusos. Hay agentes que se esfuerzan por
tratar a las sobrevivientes con respeto; sin embargo, muchas sobrevivientes
aseguraron haber sido revictimizadas por la policía cuando acudieron a
denunciar el delito. Describieron cómo el trato que muchos agentes les
dispensaban reflejaba las mismas actitudes negativas hacia ellas de la sociedad
en general.
Juana,
cuyas hijas fueron violadas repetidamente por su esposo, contó a Amnistía Internacional
cómo el asesoramiento inadecuado de la policía casi permitió que su esposo quedara
impune. Según los procedimientos oficiales, la policía está obligada a tomar declaración
a las sobrevivientes. Sin embargo, el agente que recibió la denuncia de Juana
le dijo que debía llevar primero a sus hijas al Instituto de Medicina Legal,
para que se recogieran pruebas de que se había cometido un delito. El hecho de
que esto era contrario al procedimiento no salió a la luz hasta que Juana y sus
hijas fueron remitidas a una ONG que proporciona apoyo legal y psicosocial a
las víctimas de violación y abuso sexual. Juana describió así lo sucedido:
"Mi hija, adolescente, la de 15 años, un día me levantó de la cama y me
dice que algo está pasando. La noche anterior había habido una discusión con su
padrastro. El ambiente estaba bien hostil y cargado. Fue a la mañana siguiente
que me levanté y ella me dijo que algo estaba ocurriendo en la casa, y que era
bien grave. Yo le pregunté qué era, y ella me empezó a comentar que mi pareja
había estado abusando de ella y de su hermana sexualmente. Yo estaba así un
poco descontrolada y asombrada de lo que estaba pasando, porque una como madre
no piensa que a su hija le pase una cosa así. Traté de calmarme y pensar qué es
lo que íbamos a hacer. Despertamos a la niña de 13 años y entonces yo le
pregunté que qué había estado pasando. Y ella me dijo que era cierto, que
estaba siendo abusada sexualmente. Cuando yo comprobé el testimonio de las dos
niñas lo primero que hago es ir a poner la denuncia a la policía, a la
Comisaría de la Niñez. La verdad es que como uno no sabe cómo funciona el
sistema yo me voy a la Comisaría de la Mujer [y la Niñez], que es donde se
miran los casos de abuso sexual […]. Fue con una policía mujer la primera que
nos entrevistó y es increíble la insensibilidad por parte de la policía. Yo creo
que las personas tienen que estar como que bien preparadas, porque cuando un
niño está pasando por una situación difícil requiere ser escuchado, que te
digan: todo va a salir bien mi niño, te voy a ayudar. Bueno, primero me mandaron
a Medicina Legal para comprobar que las niñas habían sido abusadas sexualmente.
Eso fue lo que me dijo el oficial que me tomó la declaración […]. Pero bueno,
habíamos estado ahí teniendo sesiones psicológicas con una persona que también
trabaja con género. Ella nos remitió con una ONG […]. Y así fue como yo me
enteré cómo funcionaba el sistema. Que no era primero que las niñas tenían que
ir a Medicina Legal, sino que me tenían que tomar la denuncia. Y tuve que ir
con la abogada para que se me tomara en cuenta, que me tomaran la denuncia que
las niñas habían sido violadas. Yo sólo quería saber cómo podía hacer las cosas".
La
abogada de Juana explicó: “[...] es que ese pequeño detalle tiene mucho que ver
en un juicio, porque a la hora del juicio se te cae la acusación cuando ven que
el dictamen psicológico y físico tiene una fecha y que la denuncia tiene otra.
El juez hasta puede desestimar la acusación […]. Ésas son las circunstancias
que para nosotros son muy importantes, que desde la Comisaría haya una sensibilización
por parte de las funcionarias que trabajan allí”.
Los
expertos y expertas que trabajan con víctimas infantiles explicaron cómo, a
menos que alguien siga el caso y se asegure de que las autoridades actúan con
la diligencia debida, el caso muchas veces termina en punto muerto. Una
psiquiatra que trabaja con una ONG de Managua explicó que “cuando no hay nadie
empujando una denuncia, la Comisaría, aunque sabe que hay que hacer seguimiento
físico, no lo hace. Y si la mamá no está llegando, insistiendo, o si alguien
que está acompañando no está llegando a presionar, la Comisaría lo archiva y a
veces en algunos casos le da cierre administrativo. Lo que hemos estado
haciendo con ella es un acompañamiento directivo en cuanto a decirle cuáles son
los pasos que debe seguir”.
FALTA
DE PROTECCIÓN DURANTE LA INVESTIGACIÓN Y EL JUICIO
La Guía
Ética para el Personal Policial establece el deber de la policía de proteger a
las niñas en peligro de violación o abuso y a las sobrevivientes de abuso.
También aclara la responsabilidad del Ministerio del interior de supervisar y
coordinar esta protección. Las medidas expuestas en esta guía incluyen órdenes
de alejamiento y otros métodos para evitar de forma activa, y garantizar que no
se producen, las amenazas, la intimidación u otros daños físicos o psicológicos
a la sobreviviente.
La
policía debe actuar con toda la diligencia debida para garantizar la integridad
física y psicológica de la víctima y una respuesta rápida y efectiva a las
denuncias de abuso. Además, el Ministerio del Interior debe colaborar
estrechamente con la policía para evaluar los posibles riesgos y tomar las
medidas que sean necesarias para garantizar la seguridad de la sobreviviente
durante la investigación y el juicio. Sin embargo, esta obligación de identificar
los riesgos y tomar medidas de protección para prevenir un daño adicional a las
niñas no parece cumplirse de forma efectiva en la práctica.
Varias
sobrevivientes dijeron a Amnistía Internacional que, en algunos casos, la
policía había esperado días, e incluso semanas, antes de detener al presunto
agresor, y había dicho a las niñas que volvieran a su casa –el mismo sitio
donde corrían el riesgo de sufrir violación o abuso– durante ese tiempo.
Durante la investigación de su denuncia o el juicio de sus atacantes, la
mayoría de las niñas no reciben protección, o reciben una protección mínima.
Julie,
a los 13 años, sufrió los abusos sexuales de su padre. Fue violada por él tres
veces mientras su madre, Alondra, estaba en el hospital. Cuando Julie, para
entonces de 14 años, y su madre denunciaron la violación a la policía, les
dijeron que volvieran a su casa y actuaran como si nada hubiera sucedido hasta
que la policía fuera a detener a su padre. No les informaron de cuándo se
practicaría la detención. Tuvieron que esperar dos días hasta que la policía
acudió a detenerlo. Alondra dijo a Amnistía Internacional: “Yo no le decía
nada. La policía me dijo que no podía decirle nada. ‘Usted le está delatando,
le está advirtiendo que se vaya’. Yo no le decía nada. Yo me sentí horrible. Yo
no intenté, pero mis ideas era matarlo, quería matarlo. Fue tan horrible,
porque es su hija. Yo lo veo tan feo, porque es su hija. Tampoco es pasajero.
No sé ni cómo explicarlo”.
Lucía,
de 15 años, fue secuestrada el 12 de abril de 2010 por un conocido de la
familia. Su secuestrador abusó sexualmente de ella y luego la mantuvo retenida
en la casa de un amigo, donde fue obligada a realizar las tareas domésticas.
Finalmente, el 5 de julio de 2010, la policía la rescató y la devolvió a la
casa que compartía con su tutora. Pese a que la policía disponía de todos los
datos que necesitaba para investigar al hombre, los progresos han sido lentos.
La tutora de Lucía ha visto al hombre en cuestión pasar lentamente en automóvil
ante su casa al menos trece veces desde que Lucía regresó. Cuando hizo a la
policía partícipe de su preocupación por la seguridad de la niña, uno de los
agentes comentó: “Si él [el acusado] hubiera querido matar a Lucía, ya lo
habría hecho”. No se ha tomado ninguna medida para garantizar la protección de
ambas. Tanto Lucía como su tutora tienen miedo de que el hombre que la
secuestró trate de hacerle daño de nuevo, ya que ella no está recibiendo protección
y él, de momento, no ha sido puesto bajo custodia policial mientras se lleva a cabo
la investigación. La salud física y psicológica de Lucía se ha visto gravemente
afectada por la violación, y la amenaza de un nuevo ataque está minando su
recuperación.
Incluso
en los casos en los que se detiene al agresor, la amenaza de un nuevo ataque
puede volver a surgir repentinamente. Los expertos hablaron a Amnistía
Internacional de casos en los que inicialmente se había detenido al acusado, y
luego se le había puesto en libertad por motivos de salud. Una abogada de un
centro para mujeres y niñas víctimas de abusos en Granada explicó: “El riesgo
es que mientras está en la fase legal él puede hasta huir del país. Puede
esconderse. Puede estar en cualquier lado y no presentarse al proceso. Ése es
un riesgo que se puede correr. Teníamos el caso de una niña abusada, de 11
años. Se identificó al agresor, el hombre se quedó preso. [El abogado de] la
defensa le buscó que estaba moribundo y le dieron para que fuera a firmar [a la
Comisaría]. Dos o tres semanas fue a firmar y a la siguiente desapareció”.
Para
algunas, la amenaza continúa incluso después de que su agresor haya sido
condenado, ya que a las sobrevivientes no se les avisa cuando sus agresores son
excarcelados pronto. La inacción del Estado a la hora de garantizar la
protección de las sobrevivientes de violación puede tener consecuencias graves,
e incluso fatales. En agosto de 2009, una niña de 13 años murió por las
puñaladas que su padrastro le asestó con una bayoneta. El padrastro había sido
excarcelado tres días antes por motivos de salud, tras cumplir únicamente ocho meses
de su condena a 13 años de prisión por violación agravada. La niña, que había quedado
embarazada a consecuencia de la violación, vivía con su madre y con el bebé cuando
el padrastro fue excarcelado. Ni a ella ni a su familia se les había notificado
la excarcelación, y tampoco se habían adoptado medidas de protección. No se
tiene constancia de que se haya llevado a cabo investigación alguna sobre la
decisión judicial de dejarlo en libertad.
FALTA
DE RECURSOS POLICIALES
El
gobierno no ha garantizado que se asignan recursos suficientes para que la
policía pueda realizar su trabajo de forma efectiva. Aunque, en algunos casos,
la policía puede citar la falta de recursos en un intento por disculpar su
inacción, no cabe duda de que los problemas económicos son un obstáculo real
para llevar a cabo una protección y una investigación efectivas. Por ejemplo,
algunas comisarías carecen incluso de los recursos básicos, como combustible y
vehículos, y esto dificulta seriamente su capacidad de brindar protección o investigar
denuncias de violación o abuso sexual de niñas y mujeres. Muchas de las
personas que hablaron con Amnistía Internacional –mujeres policía,
sobrevivientes, familiares de sobrevivientes y personas que trabajan con
sobrevivientes– destacaron la falta de fondos para cubrir los gastos de
combustible de la policía. Algunas agentes han pagado de su propio bolsillo el
combustible para responder a denuncias de violación o transportar a una víctima
a una clínica para que reciba tratamiento médico. Otros policías, sin embargo,
parecen utilizar la falta de combustible como excusa para no cumplir con su
deber de investigar delitos o proteger a sobrevivientes de violación.
Cuando
Lucía, de 15 años, fue secuestrada en Managua en abril de 2010, su tutora denunció
inmediatamente su desaparición y expuso a la policía sus sospechas de que un vecino
se la había llevado. Dio a los agentes el nombre del hombre, la marca y el
número de matrícula de su vehículo, y su dirección. “También pedí que visitaran
el sitio donde pensaba que el violador podría tener raptada a [Lucía], pero al
final la policía no lo hizo, diciendo que no tenían un vehículo disponible, y
tampoco combustible.” La tutora de Lucía se ofreció a dar a los policías el
combustible que necesitaran, pero ellos rehusaron. Mientras tanto, Lucía fue
violada y retenida en la casa de un familiar de su agresor. Éste le dijo que,
si intentaba ponerse en contacto con alguien, mataría a su padre. El 4 de
julio, la tutora de Lucía recibió una llamada de una persona que la conocía, y
que le dijo que habían visto a la niña en una casa cercana. La tutora se puso
de inmediato en contacto con la policía, pero le dijeron que en ese momento no
podían hacer nada porque, una vez más, no tenían ni combustible ni personal
suficiente. Lucía fue finalmente rescatada de la casa por agentes de policía la
tarde del 5 de julio, casi dos meses después de ser secuestrada.
Tal
como muestra la experiencia de Lucía, la falta de transporte y de dinero para
combustible afecta a las fuerzas de policía incluso en la capital. No obstante,
constituye un problema especialmente grave para la policía de las zonas
rurales. En las regiones autónomas de Nicaragua, como la Región Autónoma del
Atlántico Sur (RAAS), donde las mujeres policía tienen que recorrer distancias
enormes por terrenos difíciles de transitar, la ausencia de recursos adecuados
representa un serio obstáculo para proteger a las sobrevivientes de violación y
abuso sexual. Tal como explicó una policía, en Bluefields y la RAAS hay
poblados que se encuentran a ocho horas de viaje por barca o por automóvil: “El
problema es la movilización, porque cuando es en el Pacífico, en el occidente,
es más fácil […], sólo se agarra un bus y vámonos, o alquilan una camioneta o
un carro, pero acá se gasta en combustible para movilizarse a los municipios:
estamos hablando de 150 galones para subir a la Cruz de Río Grande, que es el
más grande, son cuatro horas, o cinco horas, dependiendo de cómo está la laguna”.
La
falta de fondos para transporte y combustible significa que, a menudo, las
sobrevivientes que presentan una denuncia ante la policía tienen que buscar y
pagar su propio transporte desde la comisaría hasta el Instituto de Medicina
Legal para ser examinadas. Sin el examen del Instituto de Medicina Legal, el
caso no llega a los tribunales. El coste del viaje hasta allí puede ser
prohibitivo para las niñas de familias con pocos recursos económicos, especialmente
si viven en zonas rurales, en las que el coste de los viajes para entrevistarse
con abogados o para asistir a vistas judiciales es mayor. A causa de la falta
de recursos policiales, son las sobrevivientes, las ONG –como la Alianza de
Centros de Mujeres– y, en ocasiones, las propias policías las que deben
encontrar los fondos para que las sobrevivientes puedan obtener la asistencia
letrada y el apoyo que permitirán que el caso progrese en los tribunales. A
consecuencia de ello, a muchas sobrevivientes se les niega de hecho el acceso a
la justicia y la asistencia.
CANCELACIONES
CONSTANTES DE LAS VISTAS
Las
sobrevivientes de violación o abuso sexual cuyo caso llega a los tribunales
abandonan con frecuencia antes del
juicio o en su transcurso porque el proceso judicial les resulta demasiado caro
o demasiado traumático. Varias abogadas que representan a sobrevivientes dijeron
a Amnistía Internacional que es frecuente que las vistas judiciales se cancelen
en el último minuto. Cada vez que sucede, la familia incurre en gastos: deben
pagar el desplazamiento y pierden ingresos si deben dejar de trabajar ese día
para asistir a la vista. Además, las repetidas cancelaciones tienen también un
elevado coste emocional. El prepararse una y otra vez para prestar testimonio y
enfrentarse a su agresor en la sala supone un fuerte desgaste. Una abogada que
trabaja en un centro de mujeres y menores de Managua describió cómo, en un
caso, “la reprogramación del juicio de ella [la sobreviviente] se dio en cinco
ocasiones. Como fue con jurado. El jurado no llegaba. El problema de la
conformación del jurado. Llegamos en cinco ocasiones y hasta la quinta vez se
conformó el jurado y hasta en esa ocasión fue que se hizo. Ésa es otra
revictimización de la familia que entra al sistema”.
Las
normas establecidas de buena fe para proteger a las personas acusadas frente a
la detención preventiva excesivamente prolongada estipulan un periodo máximo de
tres meses en los que debe celebrarse el juicio. Sin embargo, la falta de
recursos para garantizar que las normas se aplican de acuerdo con el derecho de
las sobrevivientes a la justicia ha provocado consecuencias negativas no
planeadas para algunas sobrevivientes de violencia sexual. Si se supera el
plazo límite de tres meses, el caso se clasifica como juicio nulo y el acusado
queda en libertad. Varias abogadas que trabajan con sobrevivientes manifestaron
su preocupación por que, en ocasiones, la defensa explota esta norma para
conseguir que sus clientes queden en libertad sin juicio. La madre de una joven
sobreviviente describió: “Lo detuvieron tres meses para que empezara el juicio,
pero siempre que se iba a hacer un juicio siempre se cancelaba [...]. Casi como
seis o cinco juicios se tuvieron que llevar hasta que por fin se hizo el último
juicio. Y yo decía: ‘Ay, Dios mío, ojalá se lleve el caso, que no se termine’,
porque decían que si no se llevaba a cabo el juicio, él podía salir libre
porque él no puede permanecer más de tres meses, estarían violando sus derechos
también”.
RESPUESTA
DE LA POLICÍA, LA FISCALÍA Y LOS TRIBUNALES
"Muchas
veces he sentido ganas de suicidarme; el juicio fue como una pesadilla de diez meses
de duración. Tenía que volverlo a ver, y volverlo a ver significaba volver a
caer una y otra vez […] sentía como me moría de manera lenta, lenta,
lenta", Estefany, violada cuando tenía 17 años.
En
2003, la Corte Suprema publicó un manual exhaustivo y detallado, con la ayuda
de la Agencia Española de Cooperación Internacional para el Desarrollo,
titulado Protocolo de Actuación en Delitos de Maltrato Familiar y Agresiones
Sexuales: Guía para personal Policial, Fiscal, Médico Forense y Judicial. En él
se ofrece información y orientación sobre las necesidades especiales de las
sobrevivientes de violación y violencia intrafamiliar, y sobre los procedimientos
que los funcionarios deben seguir al tratar casos de este tipo. Por ejemplo, el
Protocolo establece las normas de conducta que los funcionarios de justicia
deben aplicar para entrevistar a las sobrevivientes de manera respetuosa y
mantener a las víctimas informadas de los progresos y novedades de su caso. Sin
embargo, a muchos abogados y psiquiatras que trabajan con sobrevivientes les
preocupa que no se haya hecho lo suficiente para garantizar que los
funcionarios ponen en práctica las normas de asistencia contenidas en el
manual.
Las
abogadas que, en nombre de una ONG, acompañan a sobrevivientes durante el
juicio describieron las consecuencias negativas de la escasez de fiscales, que
supone que, en el mejor de los casos, los fiscales tienen demasiados casos y
poco tiempo que dedicar a las víctimas, y, en el peor, simplemente hacen caso
omiso de su obligación de cumplir el Protocolo y cuidar a las víctimas durante
el juicio: “Trabajamos en coordinación con la Comisaría de la Mujer de la
Policía Nacional, donde se nos remiten los casos para que nosotras brindemos
asesoramiento y acompañamiento jurídico a personas que en su mayoría son de
ningún recurso económico y no tienen para pagar un asesor que les ande acompañando.
Aunque la Fiscalía asume la representación legal de la víctima en el proceso ellos
no tienen el tiempo, la disposición –no sé qué o no es política del Ministerio–
sentarse con calma, con paciencia, con la gente a explicarle que está pasando
con su caso, qué requisitos necesitan cumplir […]. A veces si no es por la
intervención nuestra el fiscal no conoce a la víctima hasta el día del juicio
[…]. Muchísimo menos tienen la sensibilidad humana de haber palpado de una
forma más estrecha a la víctima y su situación real. Para el fiscal es un
expediente más y punto, un documento más donde hay una serie de pruebas y alguien
a quien acusar. Nosotras nos encargamos de hacer ese enlace más humano donde desde
la etapa investigativa nosotros hacemos ese nexo entre las autoridades, con
todos los operadores de justicia y la víctima, con la madre de la víctima.
Porque en su mayoría, las personas afectadas son niños y niñas adolescentes que
necesitan ser representados por su madre o por su padre”.
Los
estereotipos de género y las actitudes negativas hacia las mujeres y las niñas
en Nicaragua alimentan la violencia que éstas sufren. También constituyen un
obstáculo para el acceso de las víctimas a la justicia y a servicios de
rehabilitación, ya que esas mismas actitudes negativas se reflejan en la
conducta de los funcionarios con los que entran en contacto. Un motivo de
preocupación expresado por varias abogadas era la falta de una identificación
coherente y exacta por parte de la policía del acto delictivo cometido.
Pensaban
que la policía hacía una valoración sobre el delito antes de que se presentaran
las pruebas al Ministerio Público, que es el responsable de decidir a qué
cargos se enfrentará el presunto agresor. Tal como explicó una abogada:
“Nosotros en el seguimiento nos hemos dado cuenta de que es un problema de
concepción de las personas que están en el distrito, en la comisaría, porque es
llegar a cuestionar por ejemplo la responsabilidad de la mamá, si no les parece
muy grave el delito no lo priorizan tanto. Ellos ya realmente dan una
valoración a priori, antes de que, si al que le compete es al Ministerio
Público, y ellos se adelantan a crear especulaciones alrededor de los delitos.
Ése es uno de los problemas de los que se queja el Ministerio Público también
de las comisarías. Otra cosa que en la policía dicen, que si no hay testigos
parece que uno lleva las de perder. Y es contradictorio, porque ellos saben que
en los delitos de violencia sexual ¿cómo puede haber testigos? Si los agresores
procuran hacerlo en un lugar privado para no ser descubiertos”.
El
incumplimiento y la falta de aplicación completa del Protocolo han dado lugar a
la revictimización de algunas sobrevivientes durante la investigación o el
proceso judicial. Asimismo, el incumplimiento de los procedimientos debidos
también ha permitido que los autores de violaciones y abusos sexuales eludan el
castigo, con las serias repercusiones que ello tiene en las sobrevivientes y
sus familias. Una psiquiatra que trabaja con sobrevivientes en Granada dijo a
Amnistía Internacional: “La gente piensa: ‘Si lo dejaron libre usted es la culpable’.
La gente asocia culpabilidad a lo que sucedió […]. Hay un ambiente social y familiar
de responsabilidad hacia la víctima”. Una de las sobrevivientes con las que
trabajó esta psiquiatra describió así las consecuencias de un procesamiento
fallido: “Cuando fracasó el caso, me puse histérica. Mi mamá también se puso
muy mal. Ella sabía que yo no era la culpable”.
Los
policías, fiscales, expertos médico forenses y funcionarios de justicia tienen
la obligación de cumplir y respetar el Protocolo, y deben rendir cuentas si no
lo hacen.
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